En el cuarto
decenio del siglo XX, Alcalá la
Real ofrecía esta
situación económica tal como nos relataba un periódico de aquel momento.
“las feraces tierras que rodean a Alcalá, hacen que sea esta ciudad
eminentemente exportadora de los frutos que con exceso produce. Lo que con más
esplendidez prodiga la naturaleza es la aceituna. Cuando llega la época de la
recolección, sus caminos se ven cruzados
por raudos camiones o por lentos carros y carretas, que llevan el magnífico
fruto a las fábricas y molinos, para luego, más tarde, y una vez transformado
en aceite,, ser transportado a las ciudades que de él han hecho demanda No es ésta la única fuente agrícola. Como
antes decíamos, sus frutos son varios.
El trigo se produce con exuberancia en todo el término municipal. Y es muy
suficiente para atender las necesidades del vecindario, y de aquí que también
haya necesidad de exportarlo, cual sucede con la cebada y otros cereales, que
son apreciadísimos en la provincia por la riqueza de los mismos. La balanza
comercial se nivela, con la importación que hay que hacer de aquellos
artículos que no se producen en la cantidad suficiente para atender la demanda
del mercado interior. La carne tiene que ser importada, pues el ganado que
existe no es suficiente. Fruta también hay que traer, en especial naranja y
demás productos que requieren un clima cálido, casi tórrido, y en este aspecto
Granada es una de la principales abastecedoras del mercado local. Pero, no
obstante, si establecemos un paralelo entre lo que produce de más y lo que
produce en defecto, veremos cómo queda un amplio margen a que hace que nuestra
ciudad pueda llevar una vida relativamente próspera y desahogada”.[1]
Sin embargo,
no se respiraba el mismo ambiente político
que había acontecido en los meses
anteriores de finales de 1930. Atrás, quedaba un tiempo político aburrido, anodino y triste,
dominado por los conservadores monárquicos alcalaínos, y se abría una nueva etapa esperanzada en las ansias de
libertad. Con fuerte empuje, comenzaron a renacer los partidos políticos que
habían estado callados y clandestinos durante la Dictadura de Primo de
Rivera. También surgieron otros nuevos
reciclados para los nuevos tiempos y formados, principalmente por los
tradicionales afiliados y simpatizantes de los
anteriores partidos monárquicos.
Entre todos ellos, destacaron el Partido de la Derecha Liberal
Republicano, al amparo de los amigos alcalaínos de Niceto Alcalá Zamora, la
agrupación local del PSOE
con el apoyo de sus sociedades obreras y las distintas secciones del
sindicato UGT, el Partido Republicano Radical recogiendo la savia de las
antiguas formaciones republicanas y las
Juventudes lerrouxistas con una presencia testimonial de los
radicales-socialistas de Marcelino Domingo.
En una
sociedad tan conformista como la alcalaína y polarizada durante muchos años en
torno al Partido Conservador Monárquico- y que aún mantenían un nutrido grupo
de incondicionales- , los objetivos de los republicanos, partidarios de Lerroux, se esperaban como agua de mayo, y
, como comentaba Plácido Fernández
Viagas, significaron un fuerte revulsivo
entre la mayoría de la población “ Los radicales, sin embargo, representaban desde el mismo 14 de abril un recuerdo del
pasado, de los tiempos en que definirse republicano en España constituía más un
alarde gestual, que engarzaba con el mundo de los mitos de la Revolución Francesa ,
que un proyecto de transformación real
de la vida política. Sin embargo, los gestos, la simbología son capaces de
generar movilización y entusiasmo. Sobre
todo, para la juventud[2]”.
Pablo Batmala,
como jefe natural e histórico, dirigía intensamente a los radicales
republicanos y gozaba de la máxima confianza de todos los afiliados de la
comarca. Lo avalaba el crédito de haber representado el republicanismo desde
principio de siglo y de haber competido
con los jefes monárquicos en el segundo
decenio, de tal manera que se había convertido
en el único director fiable de llevar a buen fin el proceso republicano tan
significativo e importante en la nueva política local. Además, tuvo la suerte
de conseguir parte de la fortuna heredada de su hermana y de su cuñado José
María del Mármol con la que acumuló los fondos necesarios para afrontar esta
nueva etapa de la historia de la ciudad, esto
con mayor ventaja que el resto de los contendientes políticos. Por otra parte, si añadimos a lo anterior su enorme generosidad, esta, no sometida a
intereses económicos y colmada de
altruismo personal le valió para proclamarse como el líder comarcal que logró aglutinar a los distintos y
dispersos sectores del republicanismo de la Sierra Sur.
Aunque Batmala
debió invertir una gran parte de la herencia de José María del Mármol en la creación de un asilo de
Ancianos y una Escuela Católica de la vecina ciudad de Priego de Córdoba, el dinero recogido de la casa sobrepasaba con creces cualquier expectativa
de la fortuna obtenida mediante el azar. . En concreto, en el sótano y de las cámaras de la calle Bordador,
su cuñado había acumulado, en numerosas cajas de zapatos, una fortuna
incalculable de billetes de la época, que le permitió usarla, sin necesidad de
control alguno y a su antojo, para apoyar económicamente a los amigos y a los
pobres en sus necesidades primarias. Incluso, le sirvió para
subvencionar todos los centros
políticos republicanos, o de izquierdas, hasta mismísima la Casa del Pueblo de los
socialistas y de las sociedades obreras alcalaína. Con este dinero, costeó
alquileres, mobiliarios y material para su funcionamiento. Sus enemigos
políticos no comprendían cómo podía
haberse atraído a la mayoría de
la población, y, presos de la envidia y el recelo, maliciosamente le achacaban que el había contribuido a la financiación de
los partidos de izquierdas, incluso lo consideraban un verdadero ser inferior sin cultura y sin
méritos de clase alguna por proceder de un país extranjero. No les pasaban por
su cabeza que Batmala era un republicano sincero favorecido por los vientos del
azar. Más que un hombre de partido, era como Azaña, la esencia del
republicanismo, de ahí que compartió, años después, la presidencia de IR y
UR.
Batmala, por
tanto, se había convertido en el eje de la política local, a pesar de que tenía
serios adversarios: por un lado, los monárquicos que controlaban todos los
resortes del poder local, pues habían
ocupado todos los cargos, oficios y
puestos de la administración junto con sus afiliados desde hacía más de siglo
y medio; por otra parte, otro sector fuerte de la clase media se pasó al
Partido Liberal Republicano, encabezado por profesionales, grandes
hacendados y labradores que controlaban a amplios sectores de la población
rural mediante la contratación de los
trabajadores. No, obstante este sector compartió los ideales del republicanismo
en los primeros meses de 1931.
En el bando de
la izquierda, una gran red de sociedades agrarias, centros sindicales y afiliados al PSOE de la mano de Salvador Frías, renacieron con mayor empuje a finales de la dictadura primoverista
que, incluso, a finales del siglo XIX.
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