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martes, 25 de octubre de 2016

LA PLAZA DE SAN ANTÓN



Cuenta el acta de cabildo del 23 de enero de 1569 la siguiente descrripción de esta plaza y de un arrecife junto a la alameda anexa a su margen izquierdo “ El arrecife donde está plantada la alameda que es una obra tan principal, tan necesaria y, especialmente, en invierno por ser camino muy principal, que hay en esta ciudad para Granada, Córdoba, Sevilla e toda la Campiña, y, por más largo, quedó un ramal para hacer, que es desde la dicha casa, que dicen de la Ventilla el Agua, desde un arroyo que atraviesa y es el remanente; adonde ahora hay tapiales y muro, el paso es, junto a las Casa y entrada de las calles, y también en el servicio del Lavadero e Fuente Nueva, donde concurren muchas gentes a por agua e bestias a beber, arrecife que se haga a la entrada de la calle hasta las espaldas calle Veracruz”.
Años más tarde en 1572, se llevó a cabo el replanteo de la alameda que dio nombre al lugar y al arrecife, por estar ubicada la puerta de los Arcos, se le denominó camino de los Álamos.
Jalonado de mesones, el de los Arcos y el del Abad Moya, en 1623 albergó a su margen derecho y en la esquina de los Álamos una pequeña ermita con el nombre de San José. En unos años en los que la devoción de la cruz se extendió por la ciudad y daba bienvenida a todos los que se acercaban a la ciudad por las puertas de entradas debió fijarse una cruz que le hacía distinguir como emblema de una ciudad cristiana.
Las modas afrancesadas de los espacios abiertos ajardinados denominaron a este espacio con el nombre de Salon, y se adornó todo el recinto con poyetes, bancos y algunos elementos decorativos típicos de la jardinería del depostismo ilustrado.
Más tarde, en el siglo XVIII el jurado Ruiz Castellanos levantó la iglesia que nunca se proclamó parroquia y ejerció de receptáculo de devociones campesinas, como las de San Antón y la Aurora.
La cruz sobrevivió por encima de todos los tiempos y era el introito recordatorio de la antigua capilla anterior de la actual de San Antón. Resistió el embate de miles de empedrados, el asfaltado de las nuevas tecnologías y el bullicio de las ferias de septiembre. Incluso, no le afectaron ni siquiera los cambios revolucionarios ni los envites de una sociedad laica. Era un hito de la ciudad que desgraciadamente, por los años del falso desarrollismo de los años sesenta, cayó junto con otros edificios modernistas y de arquitectura regional. Curiosamente, cuando nadie se esperaba.

 Hoy, se vuelve a la nueva plaza de San Antón, con su espacio abierto, en el camino subsidiario de la futura autovía de la 432. La bendice la obra de Pablo de Rojas, al menos un recuerdo de un imaginero que bebió de la fuente de la cruz. Paradojas de la historia.  




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