Por estos años, el campo y todo
lo relacionado con el sector primario, eran el eje de la vida económica local.
Pues, en una población, que no llegaba a los veinte mil habitantes, los grupos agrarios estaban constituidos por
1346 jornaleros sin tierra y 1.346 pequeños campesinos 861, que sumaban 2.207,
(incluyéndose además pequeños propietarios, arrendatarios, aparceros). Y, con la suma del resto de propietarios se
alcanzaba la suma de 3.946. En torno a
ellos, se organizaba la vida local y para su buen desarrollo social, se había
formado una junta agraria, compuesta por algún que otro pujarero, el alcalde y
técnicos. Aunque pocas eran las competencias técnicas, más bien este organismo
se preocupaba de la cuestión social, sin embargo, solamente en momentos de
crisis agrícola, solían convocar a los
labradores y pegujareros y les invitaba a paliar las situaciones mediante la
adopción de medidas de choque contra los principales afectados que eran los
jornaleros. Generalmente, los primeros que se les ofrecían eran labradores y pegujareros, pero
siempre que podían, las obras públicas también aliviaban la triste situación de
los campesinos, ya que requerían mucha mano de obra; entre los caminos que se
emprendieron por este tiempo uno de
ellos fue el de Mures.
Entre
los obreros, comenzó a funcionar en 1926 una
sociedad ligada con Asociación Agraria Regional de la UGT y , además, la calle Veracruz, permaneció la S.O. La Emancipación con el nombre de Sociedad Socialista Unión y Defensa durante dos años, cuyo presidente había
sido Salvador Frías y en la que
intervenían otros industriales y profesionales. Pero, poco a poco, fue dando un matiz y giro obrerista y socialista en la que se
había transformado con el nombre de la Emancipación. El
número de afiliados fue muy significativo por los años veinte, pues alcanzó
hasta setecientos asociados, llevó a cabo una importante labor de colaboración
entre sus miembros hasta tal punto que
incluso se subvencionaba a los miembros enfermos con las cuotas de los
asociados, adelantándose a la futura seguridad social.
Mientras la ciudad vivía un
renacimiento cultural e, incluso, la cuestión social se alivió con las obras públicas comentadas
más arriba, en el campo social, a partir de 1925, renació la
conflictividad en las zonas rurales
destacando varios paros de obreros importantes en nuestra comarca,
promovidos por la
Sociedad Obrera de la Pedriza en dos momentos específicos, durante los
meses de febrero a mayo y de octubre a noviembre; en 1926, los paros repercutieron, de nuevo, en la misma aldea y, resurgieron, por primera
vez, en
el casco urbano, aunque las fechas cambiaran de un sitio a otro por el
mes de octubre. El motivo de esta situación no era otro sino la poca ocupación que daban los patronos al
reducir a lo mínimo las faenas agrícolas. Concretamente, este fue el momento en
el que surgieron los primeros conatos de
enfrentamiento y el origen de las posteriores rencillas entre patronos y trabajadores por no querer aplicar
los primeros las medidas consensuadas de colocación de obreros.
La crisis
obrera comenzó a reproducirse a en le mes de marzo de 1927 por parte de los trabajadores del
campo, demandando que se les diera trabajo o que se les alojara por parte de
los patronos[1]. Pero, esta vez, las obras
municipales no podían hacer frente a la
demanda obrero, ni en el campo había labores suficientes para todos los trabajadores. No
existía ninguna varita mágica, y la solución
continuó siendo la misma que en la época monárquica: la puesta en
funcionamiento de Cocina Económica de la Asociación de la Caridad para que, con la
mayor urgencia posible, diera de comer a los jornaleros[2].
Tampoco, las partidas
municipales ni los fondos enviados por el gobernador civil pudieron, entre 1929 y 1930,
hacer frente a esta grave situación. A veces el empecinamiento de los
patronos era tal que no contrataban a los obreros que exigían el pago de
la cuota del retiro, según denuncian el Socialista
del día uno de enero de 1928. O
peor todavía preferían segar las siembras verdes y echárselas a los animales
antes que contratar trabajadores con un jornal de cuatro pesetas.[3] Así se
producía en los momentos anteriores de la República un paro que
alcanzaba el cincuenta por ciento de la población.
Durante los últimos años de la
dictadura, el paro obrero afectó intensamente a la vida municipal, porque los
conflictos se recrudecieron. Tampoco los pequeños labradores y arrendatarios
acompañaron a paliar la situación, porque quitaron los puestos de trabajo a los
jornaleros e incidieron, además, con
mayor virulencia las malas cosechas, las heladas, el granizo y las tormentas. Además,
no se realizaban muchas tareas agrícolas o se hacían de una manera imperfecta
dando lugar a un menor coste. Esto provocó que se intensificara el alojamiento
de jornaleros entre los patronos.
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