Archivo del blog

jueves, 25 de febrero de 2010

UN APESTADO. 1580

1580, SE EXTIENDE UNA EPIDEMIA
Era el año 1580, año que venía precedido de muchos rumores de epidemias y peste de morbo asiáticas, ésta se había extendido por la Andalucía Occidental. Contaban las malas lenguas que un arriero alcalaíno había ido a Sevilla para traer algunas armas y se había contagiado con la peste que invadía en la ciudad de la Giralda.
El corregidor Alonso Nino, al principio, no le hizo mucho caso, pero, al extenderse profusamente rumores de apestados y comentando la gente que había en la ciudad varias casas cerradas a cal y canto, llamó al médico.
Lo hizo de noche, y, con mucho sigilo y recato, le comentó que parecía que había un caso de un apestado en la ciudad.
-Te ruego una misión especial, debes encontrarlo entre los vecinos, porque se mantiene oculto-, le dijo en la Casa de la Audiencia de la Mota.
-Otra vez, con los mismos cuentos, tenemos una ciudad sana, donde corren los aires más puros de Andalucía, y, ante el mínimo cuchicheo, no nos falta el mayor espanto, para que nos alarmemos.
-Anda, te lo digo, ve y busca a todos los enfermos, para erradicar el mal en sus mismas casas, no te preocupes de gastos ni del tiempo perdido, te pagaremos todo lo que sea necesario. Es cuestión de vida y muerte.
Así lo hizo el médico. A los primeros que visitó fue a los transeúntes y enfermos del hospital de la Veracruz y del Dulce Nombre de Jesús por si algún viajero se había hecho pasar por enfermo y, era, por el contrario, un apestado. Manos a la masa, si veía una persona con síntomas de fiebre, casa a la que entraba, y le tomaba el pulso al doliente; si un cliente visitaba su casa y tenía calores y fiebre, le colocaba paños en la frente; de tal modo que no le faltó casa de pobre o viuda que tuviera que hacerle visita en toda la comarca; incluso fue a algunos cortijos lejanos porque no se fiaba de los labradores que encubrían a muchas personas, sobre todo moriscos furtivos. Para colmo de males, rompió el silencio y la clausura de conventos y monasterios revisando a cada una de las mojas, entrando en las celdas de las mayores que estaban postradas en las camas con síntomas de enfermas. Tardó más de tres meses en desempeñar una tarea que no le reportaba beneficio alguno, y con resultados negativos. Le insistió el corregidor que le habían dicho que llevaba mucho tiempo sin ver al arriero de Sevilla, para disipar dudas le pidió que le acompañara un alguacil para evitar problemas si dieran con la casa de aquel vecino fantasmal.
Al final, dio con una casa oculta y solitaria de las laderas del cerro de las Cruces, por cierto cerrada a cal y canto, lo que provocaba que los vecinos desconfiaran de este vecino. (Pero, tampoco no habían notado nada especial, porque siempre este vecino estaba ausente debido a sus labores de arriero y cosario). El doctor había acudido en varias veces anteriores a ella y se encontró la puerta cerrada, por lo que no percibía nada extraño; pero esta vez, olfateó algo quemado y chamuscado que no lo había olido en la última visita. Por eso, ambos, el doctor y el alguacil forzaron la puerta y pasaron al patio interior, el arriero había quemado toda la ropa cuyo fuego se había extendido en todo el herbazal del corral. Subieron a la primera cámara y se lo encontraron putrefacto.
-No te lo dije, parecía que olía a muerto- exclamó el alguacil.
-Anda, señor, quema todo lo que queda con romero, vestidos, sillas, y muebles y tráete féretro para enterrarlo pronto.
El doctor cerró con cinco llaves y cerrojos la casa, y el corregidor ordenó que nadie entrara ni pasara por allí.
Pasaron varios años y todos se olvidaron de aquellas pesadumbres. Un día, todo el pueblo celebraba fiestas de toros y cañas. Pero el doctor, que se llamaba Diego de López de Molina, andaba malhumorado y no le gustaba el comportamiento de los jurados y regidores de la ciudad que no le hacían caso alguno con lo que le habían prometido. Tomó cartas en el asunto el señor corregidor, a lo que el doctor le respondió que no podía esperar más.
-¿Qué te sucede que nada te viene bien?
-Nada, mi señor, lo mismo que hace meses, ni me hacen caso ni me pagan aquellos servicios que hice con tanta dedicación y riesgo. Y eso que con mi trabajo y la misericordia de Dios no se ha extendido ni un caso de esta enfermedad en esta ciudad salvo el del arriero. Y eso que escudriñé bajos, sótanos, bodegas, alacenas y trasteros de todos los rincones que podía haber.
-No te preocupes, esta misma noche nos reunimos en cabildo y tendrás buenas noticias.
El corregidor subió al ayuntamiento, de nuevo se hablaba de apestados, estaban muy cerca, los había en la ciudad de Priego. Aprovechó la ocasión.
-Hay que tomar medidas, pero…. Antes hay que pagar al doctor Molina, propongo seis ducados por sus servicios.
Todos, por unanimidad, asintieron la propuesta del corregidor. Pero, el doctor Frías se levantó malhumorado y exclamó;
-No estoy de acuerdo con este gasto, ni lo acordó el ayuntamiento ni entra dentro de las partidas del presupuesto del cabildo.
-Siempre lo mismo, doctor, así no se avanza ni se consigue nada.
-He dicho lex dura, sed lex, lo siento y le hago contradicción, que conste en acta,- contestó el altivo regidor.

domingo, 10 de enero de 2010

BERNARDO DE MORA, HIJO ¿UN NUEVO ESCULTOR?

BERNARDO, UN NUEVO MIEMBRO DE LA FAMILIA DE LOS MORA


Es frecuente en el mundo artístico que surjan en torno a uno de los genios gran número de discípulos, que le acompañan en la elaboración de las obras y, a veces se conviertan en artistas de primer rango como es el caso de Juan Martínez Montañés con su taller de colaboradores y su discípulo Juan de Mesa. También, últimamente hay noticias de los talleres familiares como los Mena o los Raxis Sardos, en los que, en el caso de estos últimos, pueden sobrepasar el número de la docena de artistas y colaboradores entre el progenitor, hijos y nietos. Otros, como en el campo de la arquitectura, suelen ser más reducidos, si nos centramos en Andalucía Oriental en casos como los González (Alonso, padre y Luis González) o los Aranda (Gabriel, Ginés Martínez, Juan de Aranda Salazar y Francisco de Aranda).

Parece como si sustituyeran a los antiguos gremios del medievo que en los grandes centros urbanos tuvieron que hacer frente a la gran cantidad de solicitudes y contratos que cabildos eclesiásticos, cofradías, monasterios y otras entidades públicas y privadas emprendieron para expandir la religiosidad del momento postridentino.

Es verdad que la labor del maestro ha eclipsado la labor de todos sus colaboradores, que han quedado en el anonimato de la historia por la genialidad del artista o, a veces, incluso, por la notoriedad de la obra en un contexto muy determinado, que olvidaba otro tipo de obras que se expandían por los rincones más inesperados de la geografía andaluza. Así, la obra del Jesús Nazareno, de Priego, atribuida a Pablo de Rojas, perfecta e, impregnada del mejor clasicismo ha quedado muchas veces olvidada de la crítica hasta que el profesor Orozco la puso a la luz y colocó en su verdadero valor artístico.

También, a esto coadyuva que los pueblos andaluces solían contratar de acuerdo con las posibilidades económicas acudiendo a artistas colaboradores y de segundo orden para los críticos del momento y, que, luego, han sido recuperados por las nuevas investigaciones. Pensemos en la familia de los Raxis, hasta ahora, apenas estudiados o, a lo más, centrados en el figura de Pedro de Raxis por su labor en la capital granadina y en su labor de policromar las imágenes de Pablo de Rojas.


Con estos precedentes, hay que añadir que quedan por estudiar todavía comarcas enteras que en siglos anteriores alcanzaron una enorme influencia y prestigio por provenir de situaciones privilegiadas de frontera, de beneficios eclesiásticos o de otra índole, en las que los mecenas o las instituciones ejercieron una gran labor difusora y protectora de artistas. Este es el caso de Alcalá la Real, cuna de artistas, ciudad privilegiada gracias a su situación fronteriza en muchos períodos de la historia, donde nació y creó su principal taller la familia de los Raxis o Sardos. También, el ilustre imaginero Juan Martínez Montañés inició sus primeros pasos de su vida, ya que su padre, muy relacionado con la Abadía, alcanzó algunos cargos como mayordomo del Hospital del Dulce Nombre de Jesús, y lo debió relacionar con el mundo del arte de los Sardos, muy conocidos suyos por la labor artística en las pequeñas obras, que elaboraban para cofradías y hermandades de su momento, en este caso de la Cofradía de la Santa Caridad, en la que tenía una participación muy importante. En este contexto no es de extrañar que, una vez que los artistas habían alcanzado cierta fama, emigraran a otros contextos más prolíficos para ejercer su oficio, como fue el caso de Pablo de Rojas, algunos Raxis y, desde el principio, Martínez Montañés. Esto provocaba que los artistas colaboradores cubrieran el vacío dejado por los primeros, produciendo unas obras de menor calidad que la que en otros pueblos o ciudades alcanzaron con la marcha de estos insignes artistas.

Pero aquella huella quedó marcada en los vecinos que, cuando se ven obligados a renovar la imaginería en los albores del barroco, no regatean medios para contratar los mejores artistas que sustituyan a las obras de los creadores renacentistas y olviden a artistas mediocres que hicieron la transición entre los Sardos y los nuevos Mora o Bocanegra. Claro ejemplo de este desarrollo artístico que venimos describiendo es la historia de la abadía alcalaína: comienza con la producción artística de los Sardos Raxis, inicia un declive con la segunda generación, continúa con mediocres artistas como Pedro Cobo o Juan de Flores a lo largo del siglo XVII, y contrata a los mejores artistas del momento, a partir de mediados de este siglo como los Menas o los Mora.

En este último período se encuentra el nuevo descubrimiento, que queremos dar a la luz, en la sección de protocolos del Archivo Histórico Provincial de Jaén. Es un contrato, realizado entre Bernardo de Mora con el administrador y mayordomo de la Abadía para la ejecución de siete imágenes del altar mayor de la Iglesia Mayor. Lejos de su interés localista, resulta interesante por las conclusiones que se derivan de él para el estudio de esta importante familia artística del Barroco andaluz. Por su trascendencia lo vamos a transcribir, adaptándolo ortográficamente:


En la ciudad de Alcalá la Real en diez y ocho días del mes de febrero de mil setecientos y uno años ante mí el escribano público y testigos parecieron de la una parte el Licdo don Gabriel Muñoz, presbítero, notario del Santo Oficio Capitular del Cabildo Eclesiástico de esta ciudad y mayordomo de de las fábricas de las Iglesias de ella; de la otra, don Bernardo de Mora, vecino de Granada, y estante en esta ciudad, dijeron que, de orden del Ilmo. sr.don Diego Castell Ros de Medrano del Consejo de Su Majestad y abad de esta abadía y en virtud de su decreto, por donde se manda que se hagan siete efixies para los nichos del altar mayor de la Santa Iglesia Mayor de esta ciudad, y en virtud del dicho decreto ,dichos dos otorgantes lo tienen tratado y, por esta escritura ,el dicho don Bernardo de Mora se ha de obligar a dar a toda costa puestos en la ciudad de Granada y el dicho don Gabriel Muñoz, como tal mayordomo y en virtud del dicho decreto a pagar para dichas hechuras lo que adelante se dirá .Y es, a saber, que el dicho don Bernardo ha de dar hechas dichas hechuras de escultura en esta manera: una imagen de la Asunción de Nuestra Señora con su trono de ángeles, un San Pedro apóstol, un san Pablo apóstol, un Santo Domingo de Silos, un San Dionisio Areopagita, un Santiago Apóstol y un San Sebastián mártir, las cuales dichas imágenes, que son siete, las ha de dar fenecidas y acabadas con toda su perfección en la dicha ciudad de Granada para colocarlas en sus nichos para el día de San Pedro del año que vendrá de mil setecientos y dos en la forma siguiente: la imagen de Señor San Pedro apóstol la ha de dar acabada a toda costa y perfección para el día veinte de junio que vendrá de este presente año; y la de Asunción de Nuestra Señora para el día último de julio que vendrá de este presente año y las demás imágenes en el discurso del tiempo referido hasta el día de San Pedro de setecientos y dos, que es cuando ha de estar fenecida dicha obra; y por el valor y precio de dichas imágenes, el dicho don Gabriel Muñoz le ha de dar al dicho don Bernardo quinientos reales de a ocho de plata de a quince reales de vellón cada uno en esta manera: los cien pesos para el día veinte de junio que vendrá de este presente año y otros cien pesos para el día último de julio así mismo que vendrá de este presente año, y los trescientos pesos restantes hasta los quinientos referidos en dos plazos, el primero de ciento cincuenta pesos para el día de Pascua de Navidad que vendrá , fin de este presente año y los otros ciento y cincuenta pesos restantes para el día de San Pedro del dicho año que vendrá del mil setecientos y dos. Y para que tenga efecto esta escritura, confesando por cierta y verdadera la relación de ella, el dicho don Gabriel Muñoz, como tal mayordomo de la dicha fábrica y en virtud de dicho decreto, se obligó con los bienes y rentas de dicha fábrica a cumplir, dar y pagar los dichos quinientos pesos del valor referido al dicho don Bernardo por los dichos días y plazos ,arriba expresados, y el dicho don Bernardo se obliga a cumplir con dar las dichas siete imágenes fenecidas y Acabadas para los días y tiempos referidos, puestas en las dicha ciudad de Granada, y para ello obligó su persona y bienes muebles y raíces habidos y por haber, y dieron poder cumplido a las justicias y jueces de su Majestad, que de él fueron, que de cada una de las partes puedan y deban conocer, para que a ello le apremien como sentencia pasada en cosa juzgada, renunciaron a las leyes, fueros y derechos de su favor y la general y así lo otorgaron y firmaron, siendo testigos don Juan de Ortega, don Antonio de Contreras y Agustín de Cobaleda, en Alcalá e yo el Escribano que doy fe y conozco a los otorgantes.

Fue el escribano, en concreto, Juan Ramírez de Tordesillas, que, evidentemente, lo firmó juntamente con el mayordomo y Bernardo de Mora. Posteriormente se hizo un traslado del documento el día dieciséis de septiembre de 1702.


El documento mencionado se refiere a don Bernardo de Mora, que coincide con los trazos gráficos de Bernardo Francisco de Mora, padre de toda la familia de los Moras. Era el cuarto hijo que nació en Granada y fue bautizado el uno de mayo de 1655 en la parroquia de San Gil. Eclipsado por la fama del padre y de sus hermanos y anteriormente por la de los Menas, hasta ahora ha pasado olvidado por la historia, ya que la única referencia provenía del profesor don Manuel Gallego Burín: sin atribución artística alguna y, debido a la ausencia de documentación de los archivos de Granada, con los únicos datos biográficos mencionados anteriormente.
Probablemente debió iniciarse como colaborador en el taller de su padre y sufrió las desavenencias entre los hermanos y, cuando estaba a punto de convertirse en famoso artista, le sobrevino la muerte, precisamente en el año 1702. Es curioso que en la estampación de su firma coincida con José de Mora, su hermano, anteponiendo el don- lo que no hacen el padre ni su hermano Diego. Por otra parte, las grafías coinciden más con su padre que con los hermanos y, además añade, un segundo apellido, que posiblemente añadiría-cosa frecuente, en aquellos tiempos, de Pinar.

Con Alcalá la Real, y, en aquellos tiempos, su villa del Castillo Locubín, estaba relacionada su ama de casa y cuñada, esposa de Diego de Mora, llamada Ana de Soto, que cuidó a toda la familia hasta el casamiento en 1682 con su hermano Diego. Aunque ya desde el 165O había emigrado a Atarfe, no es de extrañar que sus informaciones sobre la Abadía fueran útiles en las contrataciones de obras. Pues son varias las atribuciones, aparte de las anteriores, a los Moras en el terreno abacial tanto en Alcalá, Priego, y Carcabuey.

Un nuevo Mora, Bernardo, nos ilustra de este ambiente de familias artísticas y del desarrollo posterior de sus miembros. Sería interesante que se abundara sobre su obra, porque tal vez muchas de las atribuciones a José o Diego pudieran ser obra de este artista. Como ya han hecho muchos investigadores, hemos tratado de profundizar en los protocolos notariales de Granada en torno a los años de su muerte. Los frutos han sido baldíos por las circunstancias azarosas que sufrieron, pero puede ser que otras comarcas parecidas a la alcalaína completen la biografía y la producción artística de este maestro.

Desgraciadamente, en la guerra civil española desaparecieron las anteriores imágenes, que se encontraban en la Iglesia de Consolación de Alcalá la Real, ya que sustituyó como Iglesia Mayor al templo de la Fortaleza de la Mota. Posteriormente se hicieron reproducciones de San Pedro y San Pablo, de bella ejecución, de nuestro contemporáneo Nicolás Prados, imitando a las de Bernardo de Mora, hijo, que destacan por su majestuosidad y la ejecución de un extraordinario artista.


Por las fotografías que se conservan de las restantes, se observa una peor calidad en las de San Dionisio y Santiago, siendo mediocre la de San Sebastián y pareciéndose mucho a la Asunción de la Cartuja, la que hizo para el retablo de la Mota. También sabemos que fueron posteriores y se escalonó su ubicación en la Iglesia sin ajustarse a la firma del contrato. En el nueve de Marzo de 1702, se bendijo la imagen de San Pedro por el abad Castell en el Convento de la Trinidad y el día diez del mismo mes se trasladó a la Iglesia Mayor. El trece de mayo de 17o3, se trajeron las imágenes de San Pablo y de Nuestra Señora de la Asunción. Al año siguiente en 1704 se bendijeron las de Santo Domingo de Silos y san Dionisio Areopagita.

Con esto se abren varias interrogantes acerca de la autoría. De ahí que nos preguntemos si prosiguieron sus discípulos las obras y así se demuestra la decadente calidad en las últimas producciones o si quedaron a medio ejecutar o si fueron obra de los talleres de sus propios hermanos.

Esto nos lleva a conjeturar si no le sobrevino la muerte en este momento, dando lugar a la participación de algunos miembros de su taller en la finalización de la obra. Pero lo importante, lo digno y destacado es un nuevo Mora, Bernardo Hijo, que abre una interrogante en la producción artística con esta contribución de la comarca alcalaína por medio de este valioso contrato.
FRANCISCO MARTIN ROSALES

sábado, 9 de enero de 2010

LA CONTEMPORANIEDAD DE CATULO

LA CONTEMPORANEIDAD DE CATULO, POETA DEL AMOR.



Si hay un poeta en el mundo clásico que refleja, por excelencia, el canto del amor, este es Gayo Valerio Catulo que vivió en los últimos años del siglo I antes de Cristo. Sus poemas, “Cármina”, es un itinerario amoroso de un poeta espontáneo y desenfadado, que nos descubre líricamente todos los recovecos del alma de un apasionado amante atraído por una mujer libertaria del mundo romano. De sus versos, saltan sentimientos de intenso amor a movimientos de odios viscerales pasando por cantos a los caprichos de su amada.
De su famoso poema nos hemos atrevido a esta traducción libre que respira el apogeo amoroso:

Vivamos, Lesbia mía, et amémonos
Y un céntimo, nada más, nos importen
De los trasnochados sus palabras banales:
la luz pura del sol, un día, muere,
y, con fulgor, día después, renace.
Si la llama declina brevemente,
Durmamos, pues, una eterna noche,
Mil besos, ven a darme, pronta,
Mil besos, luego, ven a doblarme,
Mil besos más, cien mil hasta saciarme
Luego, otros cien mil, un millón más
Hasta hacer la cifra interminable.
Que sea cadena de ósculos infinita
Sin correcta cuenta, y al libre socaire,
Envidia del cornudo que nos acecha,
En tanto nuestras bocas se eternizan.

Hasta las vacilaciones y dudas que le conlleva el amor de Lesbia, su sentimiento del amante herido, reflejado en el poema 85, los versos más cortos y más intensos de la lírica amorosa, alargados por la versión poética :

Te odio y te amo, cara pura de Jano
¿acaso real, o, en verdad, posible?
pregunta para ti desconcertante,
entraña rota en la cruel tortura
de sentimientos duales de un amante.

Pasando en estos versos que hastiado de la vida política del siglo I antes de Cristo, exclama:

¿Que te pasa, Catulo, que Caronte
Te espera, en la laguna, a embarcarte?
Si ya Nonio tu enemigo escrofuloso
Se sienta sobre la silla justiciera,
E impaciente Vatinio profiriera
un pronto y de seguro consulado
¿Qué te pasa, Catulo, que Caronte
Te espera con la barca en la ribera
Y te tardas soñando en quimeras?.

A lo largo de sus poemas, Catulo se resiste a descubrir el nombre de su amada para revestirla con la sacralidad del mundo clásico y llamarla Lesbia ( la de la isla de Lesbos, la poetisa del amor)como hacen muchos poetas que se evaden, por medio del anonimato, de la carnalidad de su amor presente. Los versos de Catulo se reencarnan en muchos poetas posmodernos que cantan el amor en medio del ambiente desaliñado de los lugares bohemios e, incluso, alternativos a la sociedad convencional. Su escenario es trastiberino, lejos del ágora o del foro romano, sus versos resuman la alcoba de los cubícula de las domus romanas. Tan sólo, se congracia con la poesía amorosa griega en los poemas largos como el de Himeneo, las bodas de Tetis y Peleo. Pero, en sus versos se huele la atmósfera regada tras una lluvia fina o, se barrunta una tormenta con olor a pólvora mojada. A pesar del rechazo, en los momentos finales de su discurso amoroso, siempre deja encendida la lámpara de un renacimiento del eros:

Mil y una vez, Lesbia me maldice;
contra Catulo ahora despotrica,.
Que me muera, de amor, si no me incita.
Mil y ciento de señales me remite,
Y con el dedo, desvelarla puedo
Que m e muera de amor porque la quiero.,

Buen libro, este de Carmina, para la fiesta de San Valentín, tan impregnada de lo comercial y tan evasiva de la esencia del auténtico amor.

viernes, 8 de enero de 2010

Escudo Nazarí

En el mes de agosto, tan proclive a ofrecernos novedades en el mundo literario, se llevan a cabo desde la publicación de interesantes artículos en los programas festivos a la presentación de algún libro sobre un autor o tema alcalaínos. Los programas de fiestas de la Abuela Santa Ana, los de la Virgen de las Mercedes, Cristo de la Salud y el de la aldea de Mures salen a la luz por estos días. En el primero, destacan artículos del movimiento de su cofradía, concursos literarios y de dibujo infantiles y otros dos de carácter histórico e iconológico sobre la historia de la aldea de Santa Ana y la figura de San Joaquín, obra de Francisco Martín y Domingo Murcia. En el programa de las fiestas patronales, se divide su composición entre los temas de la vida e historia cofrade de la Virgen de las Mercedes (pregonero, actividades de la cofradía, efemérides, organización y nueva junta de la cofradía, caridad, historia, costumbrismo, y mundo del ayer) y la parte dedicada a la producción literaria sobre la ciudad de Alcalá (artículos históricos y artísticos de Carmen Juan y Domingo Murcia, Antonio Heredia, Mayte Murcia, Marino Aguilera, José Bolívar y F. Martín ; semblanzas; impresiones; crítica literaria sobre libros alcalaínos; poesía de Claudia Sánchez, María Teresa Afán, Tomás Hernández, y otros locales y de carácter costumbrista). Este año se ha inaugurado la ilustración con las acuarelas de Enrique Valverde para recoger este campo artístico de los pintores alcalaínos en próximas revistas. Un bello álbum de fotos y la bella portada basada en la representación de la Virgen sobre los campos, templos y aldeas, obra de Manuel Aguilera, recogen la historia anual de la cofradía y de la ciudad en sus páginas primera y central, sin olvidar la contraportada con una clara ruptura de matiz caritativo que apuesta por un mundo cofrade universal. El programa del Cristo de la Salud se presenta como un canto a un barrio, sus gentes y su historia que trasciende el mundo de la localidad por su profundidad religiosa y sus numerosas actividades.

EL ESCUDO NARZARÍ

Emilio Sánchez Sánchez, alcalaíno afincado en Melilla, al mismo que tiempo licenciado en Historia y comisario de policía, se ha adentrado en el mundo de una bella novela sobre un momento histórico fundamental para la historia de la ciudad alcalaína que ha titulado con de “El escudo nazarí”: en concreto, se contextualiza en los años de la conquista de Alcalá de Banu Said por el rey Alfonso XI. Bajo el hilo conductor del personaje Pascual Sánchez Adalid se desarrolla una intrigante trama que supera todo tipo de crónicas, publicaciones e historia anteriores, desde luego bajo la ficción novelesca que no tiene en modo alguno que sentir complejo alguno con otros famosos escritores de novela histórica. Conocedor de la zona y de la comarca alcalaína, dominador del tema, léxico y costumbres del mundo musulmán y de la historia medieval, no ha necesitado de ayuda alguna para adentrarse en una correcta ambientación que trasciende el localismo del tema para alcanzar una obra que, con una gran difusión y buen marketing, podría superar la venta y poca impronta de los libros locales.
Ha sabido desarrollar una perfecta intriga entre los personajes principales y secundarios de la obra en medio de una dualidad antagónica basada en el binomio cristiano/nazarí como espejo ejemplarizante de dos comportamientos diferentes ante un acontecimiento histórico. Por un lado, entre los históricos, el rey Alfonso XI y el sultán Yusuf I, se manifestarán dos comportamientos de moralidad diferentes: frente al primero teñido de sagacidad, prudencia y juventud; el nazarí se presentará como víctima del boato y de la falta de prevención; otras veces se invierten los papeles para complicar la trama, el maestre calatravo de Martos, Juan Núñez, será símbolo de la perfidia y ambición de poder; su mayordomo Pedro Fernández de Castro se presentará como vasallo fiel y dominador del conocimiento del tablero cortesano; el capitán Diego López de Haro, prototipo de la ejecución militar, frentes a sus respectivos cargos en la corte nazarita como el hayib Ridwan o el jovencísimo secretario Ibn Al Jatib que reflejan un modo confuso de actuaciones indecisas e inseguras en una atmósfera agresiva de unos reinos supervivientes entre la tregua, las guerras interminables y el desfondamiento de sus recursos; todo ello sin olvidar personajes secundarios como Bobadilla con sus conocimientos de la nueva armamentística de la pólvora, el capitán Antonio de Córdoba, el maestre Alfonso de Meléndez, Bocanegra, Centurione, el cardenal Gil de Albornoz, Alonso Ortiz , el alcalde musulmán de la fortaleza alcalaína Abu Mohamed , el cabrero Hafid ( estos dos supuestos nombres) y, sobre todo, la maestría en el dominio de la emboscada, la pesquisa y la avanzadilla del adalid Pascual Sánchez. Entre los ficticios, hay que destacar buena inserción histórica y de tramoya del judío Samuel Abenhucar, o la del antiguo cristiano Ibn Masana, morador de Frailes, o la de la ventera de Acequia Susana, o la de Zulema, que nos engarza la tradicional y conocida leyenda de la mora Cava,
El aparato documental, el diccionario sobre le vocabulario del mundo de fronteras, las notas exegéticas sobre los términos y lugares y sus propias vivencias acercan, de un modo muy adecuado y objetivo, a la interiorización de la obra.
Hay momentos muy interesantes en los que su conocimiento del paisaje lo lleva a conseguir muy excelentes descripciones cargadas de empatía que hacen muy atractiva la lectura de la obra y causan efecto un atrayente de comunicación con el lector. Todo ello se ha conseguido con un estilo, sobrio y, al mismo tiempo, evocador, propio de relato histórico que simula perfectamente la realidad de un momento, donde a veces es difícil distinguir si estamos ante una auténtica crónica o una novela llena de intrigas y pasiones personales. Pues ha sabido compaginar perfectamente las fuentes históricas con la recreación de las vivencias personales de las virtudes y vicios de las almas humanas de sus personajes, que, una veces, crean prototipos del honor, la lealtad, la amistad y el compañerismo y, otras veces, caen en las debilidades humanas de la envida, la ambición, la felonía o la traición.
Buena obra de lectura para los alcalaínos tan entusiasmados por este momento histórico de la ciudad de Alcalá la Real y, también, para los orgullosos de su Mota, símbolo transformado en escudo nazari; en suma, atrayente obra para los lectores de la universal novela histórica y una buena sorpresa para todos aquellos que les gusta adentrarse en el mundo de la ficción.


F.Martín.

Mi homenaje a Antonio Lozano

Hace unos años, quedé con él, Antonio Lozano, y su padre en su casa para escribir un artículo sobre los refranes y dichos de la comarca alcalaína. Era para una revista de barrio y cofrade, que nos ha identificado hasta ahora a una generación alcalaína por las vivencias compartidas. Sabía que había acertado en la elección para recabar información con él y, por ello, no me defraudó: era uno de los pocos alcalaínos, que estaban enraizados con su tierra, de los pocos hombres del campo que quedaban pegados al sabor del terruño. Descendiente de familia pegujarera, que, por estos lares, se denomina “pujarera”, había aprendido los secretos de cultivar la madre tierra con cariño y la veteranía de la tradición familiar. Esto lo complementaba con el dominio en el recurso autárquico que suelen predominar en las familias campesinas: conocedor de todos los recursos la matanza y gastronomía del cerdo entre otros animales familiares. Sus ascendientes habían logrado trabajar las tierras alcalaínas, las suyas y las arrendadas, con nobleza y el porte de los auténticos amantes del campo: eran maestros del cultivo del cereal y olivar, los dos grandes productos agrícolas de la comarca alcalaína junto con la vid sin olvidar la hortaliza de secano. Y, Antonio había heredado de ellos el rico refranero que surte el calendario laboral del mundo de la diosa Ceres. Antonio había heredado en sus genes naturales la idiosincrasia, la cultura y la técnica de los antiguos labradores, además tenía el porte de sabio agricultor de su padre Pepe y la talla de la amable generosidad de su madre María.
Te miraba como te suelen mirar los hombres del campo, sin rodeos ni vericuetos, diciendo la verdad en la cara y dejándose de pamplinas. Cumplía con la palabra dada, y se entregaba a las más nobles causas. Fue una de aquellas personas, a las que le debemos mucho en uno de los momentos más difíciles de la intrahistoria de la ciudad de Alcalá la Real, en el tránsito de un pueblo sediento a una ciudad que ya no le faltó este líquido esencial Además te manifestaba sus profundos sentimientos con el abrazo o el fuerte apretón de manos que quería imprimir huella de sincera amistad en las relaciones humanas; era un hombre sin fingimiento alguno, dadivoso como el que más. El costal de su Cristo no se le hizo duro ni en los momentos de mayor apuro y que le jugaron la primera mala pasada. Transmitía pasión auténtica en sus vítores y era compañero de la carga pasajera que algunos les parece eterna.
En su hogar, supo transmitir este amor sencillo, humilde, silencioso y de creencias auténticas a sus familiares ( esposa e hijos que siempre son muy buenos colaboradores de sus vivencias). Tenía un nuevo un aparcero de lujo, su hermano Pepe, al que tanto quería y con el que compartía inquietudes, trabajo y más que sentido de familia. Lo había heredado de padres y abuelos, de los que mi familia ha sido testigo.
. Cuando acudíamos, anualmente, a su casa, para entregarle la revista anual de la cofradía, nos recibía siempre con afabilidad y los brazos abiertos y nos invitaba con lo sus productos, era un caballero sin títulos ni distingos, cabal como el que más. Tuvo un carácter optimista, nunca se desanimaba y afrontaba el futuro con la sabiduría de quien sabe contemplar y trabajar placenteramente con la naturaleza.
Esta mañana acudí al rincón sanjuanero, contemplando el lazo negro de la bandera albinegra, me acordé de Antonio, me diste el mismo abrazo de siempre y tu ronca voz resonó en el templo con autenticidad y sin florituras. Eras sencillo, pero lleno del espíritu y alma sabia del verdadero pueblo. Sin contaminaciones, de lo que abunda poco.
(Publicado en periódico Jaén, segundo domingo de diciembre de 2009)

UN REGALO DE REYES.

Corrían los primeros días del año 1762, en un pueblo de las tierras de la Abadía de Alcalá la Real. Comentaban los campesinos las malas formas de un corregidor que había asaltado la iglesia, años ha, con la tropa y ministros del orden público, en la noche de los Reyes interrumpiendo una especie de misterio o representación dramática de la Adoración de Sus Majestades acompañada de preciosos villancicos. Este año se presagiaba tranquilo en la ciudad y sus alrededores, tras la proclamación como rey de España en la persona de Carlos III que había despertado gran simpatía entre los vecinos, los labradores habían sembrado sus campos, cayeron las primeras aguas, y, todos buscaban el remedio divino para impetrar la fertilidad de sus campos.

Y ocurrió algo insólito, algo no propio de la edad de un niño, en uno de los pueblos de la Abadía y el mismo día de los Reyes. Una mañana de nieve desde el paraje de la Cobertilla habían venido a Priego unos humildes labradores, (nombre que, por aquellos tiempos, solía denominar a los vecinos que se dedicaban al campo arrendando grandes cortijos de famosos hidalgos avecindados en las ciudades capitales del Reino y rentistas del trabajo de las familias agrícolas). Estos campesinos, aun siendo pobres, eran honrados y religiosos, sus nombres eran Juan José Muñoz, el del padre, y, el de la madre, María Ballesteros, y el motivo no era otro sino cumplir con la obligación de bautizar al día siguiente al hijo que había nacido dos días antes, a las primeras horas de un día de sol radiante.

Nos las tenía todas consigo aquel matrimonio, el niño parecía que hablaba en le vientre de la madre e, incluso, dentro de él, lloró tres veces; además ésta ni siquiera, en los momentos más difíciles del embarazo y parto, había sufrido dolores o síntomas raros. Por eso, cuentan las crónicas de este suceso lo siguiente “no se verificó cosa de consideración, que haber estado la madre muy placentera y alegre el tiempo que le duró el parto, y sin aquellas exclamaciones, que en semejantes casos ocurren; pues tal cual dolor, que le daba, se le suspendía como de paso, aquella continua alegría; y en el último dolor, con que parió, solo dixo ¨María Santísima me valga y todos los santos”. Una vez que expulsó las secundinas, María no guardó reposo alguno sino que se puso a trabajar como si no hubiera pasado nada importante en su cuerpo, aun más su madre la veía más robusta y ágil que en los días anteriores, Si no hubiera sido por la oposición su madre que le asistió en el parto, por sí misma hubiera recorrido casi la legua que le separaba al templo para cumplir la costumbre de hacer el bautizo al día siguiente y eso que era una mañana de ventisco y nieve

Cuando el cura, un tal Pío Zamora le dijo en lengua latina “ Exi ex eo inmunde spiritus ( algo así como salid de él espíritus inmundos), el niño, al mismo tiempo que se revolvía en un movimiento brusco y, como liberándose de un sofoco, respondió “Amen” ante siete testigos que escucharon las palabras purificadoras... Después, el cura le echó las aguas y proclamó en voz alta: “ Ego te baptizo in nomine Patris, Filii et Sspiritus Sancti”, el infante( dicen que etimológicamente “el que no habla”), ya por nombre Juan Francisco, respondió al unísono con el párroco y presentes “Amen” ante el estupor de padres y padrinos.

El párroco, completamente desconcertado, dirigió la mirada a los presentes y les peguntó.

-¿Habéis escuchado al chaval lo que ha dicho?

-Sí, don Pío y no una vez, sino dos y con el mismo tono y eco.

Sin esperar, el mismo niño repitió sin prisa y pausadamente:
-Aaaameeeen.

A lo que el párroco, de nuevo, les preguntó a los asistentes al sacramento de las aguas:

-¿Lo oyen?

Y el niño respondió por cuarta vez con un rotundo “Aaaaaaa….meeeeeeeeeeeeeeeeeeeen”.

-Un milagro, un prodigio, -respondió el cura-, hay que avisar al señor abad.

-Un superdotado, -dijo el sacristán.

-Nada, simplemente, un regalo de reyes- contestaron los padres.

A partir de aquel día, el niño ayunaba, todos los viernes, a pesar de que su madre le ponía el pecho sobre sus labios y por la tarde lo hacía con unas ganas inmensas, una figura de santo cristo le había aparecido en la boca, y, cuando acudieron las autoridades eclesiásticas para investigar el prodigio, cuentan los autos que el niño siempre está muy alegre y reflexivo como si comprendiera lo que se hacía con él. El provisor siempre repetía.

-Lo que podemos esperar de estos labradores de la abadía….

(Publicado en Jaén, 3 enero 2010)


Bienvenida

Hola, mi blog pretende mantener un diálogo cultural sobre diversos temas: desde el mundo clásico hasta la actualidad. M is prerferencias son los temas históricos relacionados con el arte, el mundo de los corregidores y los movimientos políticos a partir del siglo XIX.
Estoy abierto al debate sincero sobre dichos temas, y me interesa la historiografía local centrada en la comarca de la Sierra Sur de Jaén.
Publicaré todos los temas que creo interesantes sobre lo último referido, ya publicados en otros medios de difusión.
Sin más, un cordial saludo a todos.