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jueves, 25 de febrero de 2010

UN APESTADO. 1580

1580, SE EXTIENDE UNA EPIDEMIA
Era el año 1580, año que venía precedido de muchos rumores de epidemias y peste de morbo asiáticas, ésta se había extendido por la Andalucía Occidental. Contaban las malas lenguas que un arriero alcalaíno había ido a Sevilla para traer algunas armas y se había contagiado con la peste que invadía en la ciudad de la Giralda.
El corregidor Alonso Nino, al principio, no le hizo mucho caso, pero, al extenderse profusamente rumores de apestados y comentando la gente que había en la ciudad varias casas cerradas a cal y canto, llamó al médico.
Lo hizo de noche, y, con mucho sigilo y recato, le comentó que parecía que había un caso de un apestado en la ciudad.
-Te ruego una misión especial, debes encontrarlo entre los vecinos, porque se mantiene oculto-, le dijo en la Casa de la Audiencia de la Mota.
-Otra vez, con los mismos cuentos, tenemos una ciudad sana, donde corren los aires más puros de Andalucía, y, ante el mínimo cuchicheo, no nos falta el mayor espanto, para que nos alarmemos.
-Anda, te lo digo, ve y busca a todos los enfermos, para erradicar el mal en sus mismas casas, no te preocupes de gastos ni del tiempo perdido, te pagaremos todo lo que sea necesario. Es cuestión de vida y muerte.
Así lo hizo el médico. A los primeros que visitó fue a los transeúntes y enfermos del hospital de la Veracruz y del Dulce Nombre de Jesús por si algún viajero se había hecho pasar por enfermo y, era, por el contrario, un apestado. Manos a la masa, si veía una persona con síntomas de fiebre, casa a la que entraba, y le tomaba el pulso al doliente; si un cliente visitaba su casa y tenía calores y fiebre, le colocaba paños en la frente; de tal modo que no le faltó casa de pobre o viuda que tuviera que hacerle visita en toda la comarca; incluso fue a algunos cortijos lejanos porque no se fiaba de los labradores que encubrían a muchas personas, sobre todo moriscos furtivos. Para colmo de males, rompió el silencio y la clausura de conventos y monasterios revisando a cada una de las mojas, entrando en las celdas de las mayores que estaban postradas en las camas con síntomas de enfermas. Tardó más de tres meses en desempeñar una tarea que no le reportaba beneficio alguno, y con resultados negativos. Le insistió el corregidor que le habían dicho que llevaba mucho tiempo sin ver al arriero de Sevilla, para disipar dudas le pidió que le acompañara un alguacil para evitar problemas si dieran con la casa de aquel vecino fantasmal.
Al final, dio con una casa oculta y solitaria de las laderas del cerro de las Cruces, por cierto cerrada a cal y canto, lo que provocaba que los vecinos desconfiaran de este vecino. (Pero, tampoco no habían notado nada especial, porque siempre este vecino estaba ausente debido a sus labores de arriero y cosario). El doctor había acudido en varias veces anteriores a ella y se encontró la puerta cerrada, por lo que no percibía nada extraño; pero esta vez, olfateó algo quemado y chamuscado que no lo había olido en la última visita. Por eso, ambos, el doctor y el alguacil forzaron la puerta y pasaron al patio interior, el arriero había quemado toda la ropa cuyo fuego se había extendido en todo el herbazal del corral. Subieron a la primera cámara y se lo encontraron putrefacto.
-No te lo dije, parecía que olía a muerto- exclamó el alguacil.
-Anda, señor, quema todo lo que queda con romero, vestidos, sillas, y muebles y tráete féretro para enterrarlo pronto.
El doctor cerró con cinco llaves y cerrojos la casa, y el corregidor ordenó que nadie entrara ni pasara por allí.
Pasaron varios años y todos se olvidaron de aquellas pesadumbres. Un día, todo el pueblo celebraba fiestas de toros y cañas. Pero el doctor, que se llamaba Diego de López de Molina, andaba malhumorado y no le gustaba el comportamiento de los jurados y regidores de la ciudad que no le hacían caso alguno con lo que le habían prometido. Tomó cartas en el asunto el señor corregidor, a lo que el doctor le respondió que no podía esperar más.
-¿Qué te sucede que nada te viene bien?
-Nada, mi señor, lo mismo que hace meses, ni me hacen caso ni me pagan aquellos servicios que hice con tanta dedicación y riesgo. Y eso que con mi trabajo y la misericordia de Dios no se ha extendido ni un caso de esta enfermedad en esta ciudad salvo el del arriero. Y eso que escudriñé bajos, sótanos, bodegas, alacenas y trasteros de todos los rincones que podía haber.
-No te preocupes, esta misma noche nos reunimos en cabildo y tendrás buenas noticias.
El corregidor subió al ayuntamiento, de nuevo se hablaba de apestados, estaban muy cerca, los había en la ciudad de Priego. Aprovechó la ocasión.
-Hay que tomar medidas, pero…. Antes hay que pagar al doctor Molina, propongo seis ducados por sus servicios.
Todos, por unanimidad, asintieron la propuesta del corregidor. Pero, el doctor Frías se levantó malhumorado y exclamó;
-No estoy de acuerdo con este gasto, ni lo acordó el ayuntamiento ni entra dentro de las partidas del presupuesto del cabildo.
-Siempre lo mismo, doctor, así no se avanza ni se consigue nada.
-He dicho lex dura, sed lex, lo siento y le hago contradicción, que conste en acta,- contestó el altivo regidor.