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viernes, 8 de enero de 2010

Mi homenaje a Antonio Lozano

Hace unos años, quedé con él, Antonio Lozano, y su padre en su casa para escribir un artículo sobre los refranes y dichos de la comarca alcalaína. Era para una revista de barrio y cofrade, que nos ha identificado hasta ahora a una generación alcalaína por las vivencias compartidas. Sabía que había acertado en la elección para recabar información con él y, por ello, no me defraudó: era uno de los pocos alcalaínos, que estaban enraizados con su tierra, de los pocos hombres del campo que quedaban pegados al sabor del terruño. Descendiente de familia pegujarera, que, por estos lares, se denomina “pujarera”, había aprendido los secretos de cultivar la madre tierra con cariño y la veteranía de la tradición familiar. Esto lo complementaba con el dominio en el recurso autárquico que suelen predominar en las familias campesinas: conocedor de todos los recursos la matanza y gastronomía del cerdo entre otros animales familiares. Sus ascendientes habían logrado trabajar las tierras alcalaínas, las suyas y las arrendadas, con nobleza y el porte de los auténticos amantes del campo: eran maestros del cultivo del cereal y olivar, los dos grandes productos agrícolas de la comarca alcalaína junto con la vid sin olvidar la hortaliza de secano. Y, Antonio había heredado de ellos el rico refranero que surte el calendario laboral del mundo de la diosa Ceres. Antonio había heredado en sus genes naturales la idiosincrasia, la cultura y la técnica de los antiguos labradores, además tenía el porte de sabio agricultor de su padre Pepe y la talla de la amable generosidad de su madre María.
Te miraba como te suelen mirar los hombres del campo, sin rodeos ni vericuetos, diciendo la verdad en la cara y dejándose de pamplinas. Cumplía con la palabra dada, y se entregaba a las más nobles causas. Fue una de aquellas personas, a las que le debemos mucho en uno de los momentos más difíciles de la intrahistoria de la ciudad de Alcalá la Real, en el tránsito de un pueblo sediento a una ciudad que ya no le faltó este líquido esencial Además te manifestaba sus profundos sentimientos con el abrazo o el fuerte apretón de manos que quería imprimir huella de sincera amistad en las relaciones humanas; era un hombre sin fingimiento alguno, dadivoso como el que más. El costal de su Cristo no se le hizo duro ni en los momentos de mayor apuro y que le jugaron la primera mala pasada. Transmitía pasión auténtica en sus vítores y era compañero de la carga pasajera que algunos les parece eterna.
En su hogar, supo transmitir este amor sencillo, humilde, silencioso y de creencias auténticas a sus familiares ( esposa e hijos que siempre son muy buenos colaboradores de sus vivencias). Tenía un nuevo un aparcero de lujo, su hermano Pepe, al que tanto quería y con el que compartía inquietudes, trabajo y más que sentido de familia. Lo había heredado de padres y abuelos, de los que mi familia ha sido testigo.
. Cuando acudíamos, anualmente, a su casa, para entregarle la revista anual de la cofradía, nos recibía siempre con afabilidad y los brazos abiertos y nos invitaba con lo sus productos, era un caballero sin títulos ni distingos, cabal como el que más. Tuvo un carácter optimista, nunca se desanimaba y afrontaba el futuro con la sabiduría de quien sabe contemplar y trabajar placenteramente con la naturaleza.
Esta mañana acudí al rincón sanjuanero, contemplando el lazo negro de la bandera albinegra, me acordé de Antonio, me diste el mismo abrazo de siempre y tu ronca voz resonó en el templo con autenticidad y sin florituras. Eras sencillo, pero lleno del espíritu y alma sabia del verdadero pueblo. Sin contaminaciones, de lo que abunda poco.
(Publicado en periódico Jaén, segundo domingo de diciembre de 2009)

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