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lunes, 26 de diciembre de 2016

RELATOS DE NEPOTE. MILCIADES.






LAS VIDAS
DE 
CORNELIO NEPOTE
Un libreto de personajes traducido casi literalmente para los alumnos de Bachillerato.

No dudo, amigo Ático, que muchos lectores  consideren este género de escrito de poca importancia y que no haga honor a personajes muy ilustres, cuando se pongan a leer el relato de quien enseñó la música a Epaminondas; o, tratándose de sus virtudes, refieran que este había bailado a compás o que con destreza había tocado la flauta. Pero, serán, más o menos, los mismos  que, por no conocer la literatura griega, consideren que nada tiene valor, salvo lo que esté de acuerdo con sus costumbres. Si estos supieran que nadie considera todo igual o digno de valor, sino que todo se juzga, atendiendo a las costumbres de los antepasados, no se extrañarían de  que yo me haya acomodado con su manera de vivir  a la hora de exponer las virtudes de los griegos. Por eso, ni es una cosa desdeñable para Cimón, el varón más ilustre de los atenienses, casarse con la hermana de su padre, puesto que sus paisanos lo tenían por costumbre. Y, en cambio, esto no estaba permitido por nuestras costumbres. Además, se considera digno de alabanza tener el mayor número de amantes a las mocitas casaderas. Y no hay mujer viuda de Lacedemonia que no vaya a una cena por su salario. En toda Grecia (Creta) fue muy celebrado ser declarado como vencedor de Olimpia.  Y no está mal visto entre estas mismas gentes saltar a la  escena y divertir al pueblo.
Todo esto, sin embargo, se considera entre nosotros en parte como indecoroso, de poca entidad e indecente. Por el contrario, nosotros tenemos por cosas decorosas, las que ellos consideran indecorosas. Pues, ¿qué romano se avergüenza de llevar a su esposa a un banquete? O, ¿qué ciudadano romano no coloca a su madre en la primera sala de su casa y se mueve ostentosamente a lo largo de ella? Sin embargo esto se hace de una manera muy diferente en Grecia. Pues, ni la mujer acude a un convite salvo al de los más allegados, ni se sienta más que en la parte interior de la casa, que se llama habitación de las mujeres; a donde no accede nadie salvo el que sea pariente muy cercano.
Pero, tratándose de esta obra, la amplitud del libro y también su premura me alejan de dilatarme con más relatos, para explicar los que he indicado. Por esta razón nos centraremos en la idea que me he propuesto y, en este libro, expondremos


Sobre la vida de los excelentes generales”.
































MILCÍADES

I

Milcíades, hijo de Cimón, era ateniense. Sobresalía a todo el mundo por la alcurnia y fama de sus antepasados y por  su prudencia, y , ya  en la flor de la vida,  sus paisanos pusieron  las mas grandes esperanzas en su persona  y  confiaron totalmente en él de modo que lo juzgaron hombre de toda confianza,  una vez que lo hubieron experimentado. Fue con motivo de que  los atenienses querían enviar unos colonos a Quersoneso. Presentándose un gran número, y muchos reclamando acompañar a Milcíades  a esta empresa, se eligieron  entre ellos a unos pocos y fueron enviados a Delfos a consultar a Apolo acerca de qué jefe se fiaría por encima de todo. Pues, por aquel tiempo, se adueñaban de esta región los tracios, con los que habían tenido que luchar con las armas. Ante esta consulta, personalmente, la Pytia ordenó que asumieran como jefe a Milcíades. Y, si lo hicieran así, la empresa tendría un final feliz. Tras la respuesta del oráculo, Milcíades marchó con un escogido ejercito de soldados a Quersoneso. Tras haberse acercado a Lemno, queriendo poner a sus habitantes bajo el poder de los atenienses ; y, habiéndoles pedido que los habitantes de Lemnos lo hicieran por su propia voluntad, estos,  entre risas, le respondieron que lo harían cuando él, saliendo de su tierra , con las naves hubiera llegado a Lemnos con el viento cierzo ( Pues este viento, que procede del septentrión sopla de cara contra los que marchan de Atenas). Milcíades sin detenerse emprendió la marcha a donde se dirigía y llegó a Quersoneso.

II

En este lugar, una vez derrotadas las tropas de los tracios, se apoderó de toda la región a la que se había dirigido, fortificó los lugares estratégicos  con castillos,  alojó en las campiñas a mucha gente que le había acompañado, y las enriqueció con la rapiña de las continuas incursiones. Y, tratándose de este asunto, le favoreció más su prudencia que su deseo de felicidad. Pues, habiendo derrotado enteramente al ejército de los enemigos con el valor supremo de sus soldados, organizó la situación con la máxima equidad y ordenó permanecer allí mismo. Pues, entre su gente  se le consideraba con la dignidad y autoridad de Rey, aunque no tenía nombre de Rey, y lo consiguió mas por la razón  y las  buenas obras que por el mando. Y no por eso dejaba de favorecer a sus paisanos de Atenas, de donde había marchado. 
Por estos motivos, acontecía que mantenía perpetuamente el poder no menos por la voluntad de aquellos que lo habían enviado como que por la de aquellos, con los que le habían acompañado en la  marcha. Una vez pacificado con estas medidas  Quersoneso, regresó a Lemnos y, conforme al pacto, solicitó que le entregasen la ciudad. Pues, los de Lemnos habían dicho que se la entregarían, cuando hubiera regresado allí tras marchar de su casa con el viento cierzo, por lo que Milcíades afirmaba que el, en persona, tenía la casa en Quersoneso. Los carios, que habitaban por entonces Lemnos, --aunque la situación había acontecido en contra de su parecer, sin embargo estaban más obligados por las palabras dichas que por la fortuna favorable de los adversarios-, no se atrevieron a resistir y se retiraron de la isla. Con similar suerte sometió bajo el poder de los atenienses el resto de las islas que se llaman Cícladas.
III

POR  este mismo tiempo, Darío, rey de los persas, tras pasar su ejército desde Asia a Europa, dispuso hacer la guerra contra los escitas. Levantó un puente en el río Danubio, por donde pasaría las tropas. Mientras que él estuviera ausente, dejó de guardianes de este puente a los principales, que había traído desde Jonia y Eólide, a cada uno de los cuales le había entregado el mando perpetuo de aquellas ciudades. Con mucha ligereza pensó que él mismo conservaría bajo su poder a los que hablaban la lengua griega, y que habitaban Asia, con tal de haberles  entregado las ciudades por ser sus amigos para que las guardaran de modo que, si fuese muerto el propio Darío, ninguna salvación les quedaría para salvarse. Entre estos guardianes se encontraba Milcíades, para confiarle aquella misión. Este, como quiera que continuos mensajeros le comunicasen que Darío pasaba muchos apuros, exhortó a los guardianes del puente para que no dejasen pasar la ocasión, que la fortuna había puesto en sus manos, de liberar Grecia. Pues, les decía que, si Darío hubiera muerto con aquellas tropas, que había transportado consigo mismo, no sólo Europa se quedaría a salvo y segura, sino también que aquellos, que habitaban Asia procedentes de linaje griego, se verían libres del poder y tiranía de los persas, y esto se podría conseguir fácilmente.
En efecto, decía que, destruido el puente, el rey moriría en pocos días a manos de los enemigos o por falta de víveres. Aunque la mayoría estaba de acuerdo con este plan, el milesio Hisiteo se opuso a que el asunto llegara a buen término diciendo que la razón de estado no era la misma para aquellos mismos que ocupaban la mayor parte del imperio, y para el pueblo, porque su autoridad pendía en que reinase Darío y  alegaban quue, muerto este, ellos mismos, tras ser expulsados del poder por sus paisanos los castigarían. De esta manera declaró que el se apartaba del plan de los otros de tal modo que pensaba que no había cosa más provechosa para ellos que afirmarse en el poder de los Persas. Habiéndole seguido este parecer la mayor parte de los principales, Milcíades, sin dudar que sus planes llegaran a los oídos del rey, al saber que muchos eran los que lo sabían, se quedó en Quersoneso y de nuevo regresó a Atenas. Aunque su consejo no prevaleció, sin embargo muchos se vieron obligados a alabarlo, porque el había preferido  la libertad de todos antes que  su propio poder.

IV

Pero, Darío habiendo regresado de Europa a Asia, y, ante el ruego de sus amigos que le pedían que sometiera Grecia bajo su poder, preparó una armada de 500 naves y puso al frente de ella a Datis y Artafernes y les dio a estos 200.000 soldados de infantería y 10.000 de caballería alegando el motivo de que el mismo era enemigo de los atenienses, porque, con su ayuda, los jonios se habían apoderado de Sardis y habían pasado a cuchillo a los soldados que tenían de guarnición. Aquellos prefectos de rey persa, una vez arribada la armada cerca de Eubea, tomaron por la fuerza Eritrea y enviaron a todos los paisanos de su pueblo, que habían sido embarcados, a Asia ante la presencia del rey. Desde allí, se acercaron a Ática y bajaron sus tropas a la llanura de Maratón. (Esta se encuentra lejos de la ciudad de Atenas a unos diez mil pasos). Los atenienses, alterados por el temor de la guerra tan cercana y tan colosal, pidieron ayuda sólo a los lacedemonios y enviaron a Fidipo, correo de esta clase que llaman hemerodrome “correos de día”, a Lacedemonia para anunciar que tenían gran necesidad de su ayuda.
Entre estos hubo un gran debate sobre si defenderse desde sus propias murallas o salir al encuentro de los enemigos y luchar en línea de combate. Nombraron diez jefes para que se pusiesen al frente del ejército. Milcíades era el único de estos que apoyaba, principalmente, la postura de que en primer lugar se entrara en campaña alegando que, si esto se hiciera, se acrecentaría el valor de los ciudadanos al ver que no perdían la esperanzas de su valor, y, además, que los enemigos se retardarían por este motivo, si advertían que se atrevían a luchar en línea de batalla en contra ellos mismos y con tan pocas tropas.
V

En aquel conflicto no hubo ninguna ciudad que apoyara a los atenienses salvo los habitantes de Platea. Esta ciudad envió de socorro mil soldados. De esta manera, con su llegada, se completaron diez mil soldados armados, un puñado de soldados que ardía en deseos, dignos de admiración, de entrar en combate. Con esto se consiguió que Milcíades impusiera su criterio por encima del resto de sus colegas. Por eso, los atenienses, impulsados por su autoridad, sacaron las tropas de la ciudad y colocaron el campamento en un lugar apropiado. Luego, una vez dispuesta la línea de combate a la falda de un monte enfrente no muy abierta, - pues los árboles estaban de trecho en trecho en muchos lugares-entablaron combate de tal manera que estaban protegidos por la altitud de la montaña y la caballería de los enemigos era impedida por el arrastre de los árboles con el fin de que no fueran encerrados por la multitud de los enemigos.
Datis, aunque no veía un lugar adecuado para luchar, sin embargo, confiado en el número de sus tropas, deseaba entrar en combate y, sobre todo, porque pensaba que era más útil combatir antes que llegaran los lacedemonios. Así abrió a la línea de combate a cien mil soldados de infantería y diez mil de caballería y entabló combate. En esto que los atenienses tuvieron tanto valor que derrotaron a un número diez veces mayor de enemigos y los rechazaron de tal modo que los persas nos se fueron a sus campamentos sino a las naves. No ha habido nada más famoso que esta batalla. Nunca, pues, un pequeño pelotón de soldados derrotó a un ejército tan numeroso.

VI

No parece fuera de propósito mostrar qué tipo de premio de esta victoria se le concedió a Milcíades, con el fin de que más fácilmente pueda entenderse que es el mismo modo de ser de todas las ciudades. Pues de la misma manera que los honores del pueblo romano, en otro tiempo, fueron escasos y sin pompa alguna y por este motivo llenos de fama, ( ahora, sin embargo se prodigan y despreciables) , así en otro tiempo encontramos que también los hubo de esta manera entre los Atenienses. Pues, a Milcíades, que había liberado Atenas y toda Grecia, se le concedió el honor de que, en el pórtico que se llama de Pecile, se pintó, en medio de los diez generales, su imagen mientras exhortaba a los soldados a entablar el combate. Aquel mismo pueblo, después que consiguió el más grande imperio y se corrompió por el despilfarro de sus gobernantes, ordenó levantar 300 estatuas a Demetrio Falereo.

VII

Tras este combate los atenienses le entregaron a Milcíades una armada de 70 naves, para hostigar las islas que habían ayudado a los bárbaros en la guerra. Bajo su mando obligó a la mayor parte de ellas a volver a cumplir con sus órdenes y sometió a algunas con la fuerza de las armas. Al no poder atraerse a la obediencia con la palabra a la isla de Paros, ufana por sus riqueza, sacó las tropas de las naves, cercó la ciudad con las obras de ingeniería y la privó de todo tipo de abastecimiento. Después, tras colocar los manteletes y las testudos, se acercó a sus murallas. Encontrándose en este punto de apoderarse de la ciudad, a lo lejos, en tierra firme, se incendió de noche un bosque, que se veía desde la isla. No sé por qué circunstancia, cuando fue vista esta llama por los ocupantes de la fortaleza y atacantes, creyeron que era una señal proveniente de las armada del rey persa. Por lo que sobrevino que los de Paros desistieran de su rendición y, Milcíades, con el temor de que la armada persa se acercara, tras incendiar las trincheras, que había levantado, ordenó regresar a Atenas con la mismas naves que había marchado y con gran enojo de sus paisanos de regresar a Atenas. Fue acusado de alta traición aduciéndose que, pudiendo atacar Paros, fue corrompido por el rey y se había retirado sin culminar la acción.
En este tiempo, estaba enfermo por unas heridas, que había recibido en el asalto de la fortaleza. Porque decían que no podía defenderse por sí mismo, lo sustituyó en su defensa su hermano Esteságoras. Absuelto de la pena de muerte fue castigado con una multa de dinero y esta lite fue estimada en 500 talentos, valorada en el gasto que se había hecho con respecto a la armada. Puesto que no podía pagar este dinero de momento, fue enviado a la cárcel pública, y allí pasó hasta el último día de condena.

VIII


Aunque éste fue acusado por este delito de Paros, sin embargo otro fue el motivo de la condena. Pues, los atenienses a causa de la tiranía de Pisístrato, que había gobernado unos pocos años antes, sentían cierto temor por el poder de todos sus ciudadanos. Milcíades muy versado en los mandos y cargos, parecía que no podía ser privado de ellos, porque, según la opinión de muchos, se veía arrastrado, como de costumbre, por el ansia de mandar. Pues, en Quersoneso había obtenido el poder continuado durante todos aquellos años que él la había ocupado, y, por eso, había sido llamado tirano, pero justo. Pues no lo había conseguido por la fuerza, sino porque los suyos propios lo querían de buen agrado y, por eso, retenía el poder con bondad. Pero se dice y se considera que todos son tiranos, a saber, los que tienen el poder continuado tratándose de aquella ciudad que anteriormente tuvo libertad. Pero Milcíades no solo tuvo una muy grande benignidad sino también una maravillosa afabilidad de tal modo que no hubo nadie, por la baja esfera que fuese, a que no le diera acceso para hablarle, y además tuvo gran autoridad en todas las ciudades, gran fama y la alabanza más importante del arte militar. El pueblo, considerando esto, prefirió que Milciades  padeciese el castigo sin culpa alguna , temiendo verse tiranizado durante largo tiempo.





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