Dentro
de dos semanas, se celebrarán las fiestas navideñas. Nadie se lo
explica, pero todo el mundo festeja y disfruta de varios días vacacionales , en
medio del trabajo ímprobo del año que desgaja las últimas uvas y
hace sonar las campanadas postremas en todos los campanarios de las
ciudades españolas. Viene esto a cuento de un debate que suele
desencadenarse por estos días entre los diversos sectores de la
población sobre la esencia navideña. Pocos recuerdan o, a lo más,
escasísimas personas identifican las cuadrillas de aguilanderos que
proliferaban por los días de Navidad. Con sus zambombas, panderos e
instrumentos casuales de percusión, como almireces, cucharas y
botellas estriadas, cantaban villancicos y canciones de antaño (
desde Cuando El eterno se quiso hacer Niño hasta A Belén o Los
peces del río de Manolo Escobar, pasando por El Aguilando real) .
El botellón juvenil se ha incrustado en muchos grupos y ha cambiado
las rondas familiares de aquellas noches navideñas por las
concentraciones en lugares de diversión, los mismos que cualquier
día del año, o, en su ausencia, los adaptados para organizar
cotillones de fiesta. Se ha impuesto lo divertido-festivo frente a
lo vivencial-festivo. El complemento y la forma frente al contenido y
el fondo. La fanfarria frente al coro humano. La superficialidad
frente a la esencia. Lo pagano frente al espíritu cristiano. Corren
tiempos laicos , en los que la religión se quiere arrinconar a la
privacidad.
Está
claro que nadie puede hacer comparaciones fuera de lógica, ni
lamentarse ante estos nuevos tiempos y la ausencia de unas
tradiciones, sino se fomentan o se implican en mantenerlas entre los
miembros de sus familias o grupos sociales. Corren tiempos en los que
el ciclo navideño no es sino una fiesta del calendario que viene
influenciada, tan sólo en el aspecto formal, por la tradición de
la Europa cristiana. Pero, una cosa es el aspecto formal y otra el
contenido. Ni todas las familias, como en un pasado no muy lejano
que se nos fue, ejercen las prácticas cristianas;
ni tampoco todo el mundo se ha cambiado la chaqueta y no queda nada de esta educación adquirida y cimentada a lo largo de siglos. Pues, por estos días la presencia de los cantos navideños se escuchará en los templos y en los locales públicos como teatros; los escolares representarán y escenificarán el belén vestidos de pastorcillos o de miembros de la familia de Nazareth; todavía la ruta de los belenes artesanales y familiares es una realidad palpable en muchos hogares y pueblos. Incluso, un espíritu solidario nace de ver a un niño desnudo en una cuna bajo la bóveda artificial de una cueva , y propaga por doquier canastos de generosidad. Para muchos, es una acción obligada acudir a entregar comida en las campañas de recogida de alimentos, y parece como si no tuviéramos que atender la exclusión más que en tiempos navideños.
Para el laico no le viene mal
este periodo festivo. El guerrero de la vida siempre tiene un
descanso tras la batalla del trajinar diario. Buscará puentes
uniendo sus ojos entre pasos constitucionales y reminiscencias
religiosas. Se reunirá con sus familiares en la fiesta del año, que
convoca a los esparcidos por la geografía hispana. Las pagas
extraordinarias permitirán afrontar algunos gastos suntuosos de
estos días y el consumo de productos prohibitivos a lo largo del
año.
Curiosamente,
para todo el mundo viviente la luz es el símbolo universal de estas
fechas. Para los practicantes cristianos recuerdan esa estrella que
guió a muchas personas a recoocer un Niño que los transformó,o, al
menos, supuso enfocar la vida con otras coordenadas espirituales; la
estrella estuvo presente aquella noche oscura y les condujo al
rincón pobre de la luz, entre sus vecinos y los extranjeros puestos
en evidencia con los Reyes Magos. Para los demás, muchos rincones
urbanos se jalonan con guirnaldas de bombillas de colores simulando
desde estampas navideñas hasta los más osados inventos; los
árboles navideñas iluminan a los pinos majestuosos de los parques y
de los barrio; retablos luminosos resaltan las fachadas de los centro
comerciales: parece como si quisieran destruir la oscuridad
prolongada de la crisis. En el fondo, la luz se muestra para ambos
como un símbolo de tender puentes entre un mundo mejor, sin embargo
los caminos son diferentes. Felices Navidades a todos los lectores y
la luz siempre abra caminos nuevos en el próximo año.
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