Nos hubiera gustado acabar estar
serie que iniciamos Entre
tiros y altozanos con un
artículo titulado Entre
Alcalá y Frailes, dos
pueblos hermanos que han compartido historia y proyectos, se han
forjado amistades y familias, y nacieron de un pasado común y se
vieron envueltos en una encrucijada de destinos diferentes. Pero la
Navidad, me sugirió un nuevo título relacionado con el protagonista
de estas fechas, Jesús de Nazareth o de Belén , sea por acción u
omisión. Ante ello, me surgió la primera duda acerca de su
nacimiento a la hora de decidirse en su patria de origen. Y mira por
donde que este dilema entraña una cuestión muy significativa para
la teología católica. Tanto si el Mesías nació en Belén, para
ligarlo a la tradición veterotestamentaria, y enlazarlo con el rey
David. Como colocar Nazareth por patria de sus infancia, en la que
se insiste en su familia humilde y en el inicio de su incorporación
a la vida pública y el anuncio de su buena nueva.
Sin embargo, tanto los belenes
como los nazarenos son, en la actualidad, dos maneras de
comportamiento social de un amplio sector de muchas familias, pueblos
e instituciones., El belén, sin duda surgido de la tradición
franciscana para catequizar al pueblo sencillo, se refleja variopinto
durante este periodo navideño en muchos lugares religiosos,
institucionales, comerciales, escolares y domésticos. Es la esencia
y el crisol de una tradición artesanal, donde el barro se hace
modelado de figuras de la infancia de Cristo y de un contexto
natural y urbano adaptado a los mas exóticos escenarios. Hay
belenes históricos que tratan de reproducir la Jerusalén del siglo
I, pero se exhiben belenes también con el entorno de barrios
musulmanes ( se contemplan reproducciones de barrios ciudades
patrimoniales como la Granada musulmana, sus callejas, sus puentes
del Darro, sus puertas y sus viviendas; en nuestro entorno con la
fortaleza de la Mota); abundan otros con los paisajes desérticos
repletos de oasis y presididos por el río que lo atraviesa entre
cantos rodados y puentes simulados de madera; algunos exhiben sus
manos ingeniosas y, en su belén, levantan, mediante una labor de
sofisticada miniatura, monumentos de sus ciudades o los pequeños
rincones de los talleres u oficios de la época en un ejercicio
anacrónico de defensa del patrimonio cultural. Los más atrevidos se
visten de napolitanos en el siglo XVIII y, en la actualidad, quieren
manifestar la solidaridad con los rostros vivientes del Niño de
Belén mediante el uso tecnológico o de arte vanguardista.
No es de extrañar que las
oficinas de turismo o las áreas de cultura repartan folletos, en
los que anuncien rutas belenísticas, o planos con puntos de e
muestras belenísticas. Sin embargo, el belén sufre el embate de los
árboles de Navidad y de los papás Noeles. No es de extrañar que la
proporción entre ambos se inclina en demasía a favor del segundo
personaje, que se adapta más bien al consumismo del momento, a la
sociedad capitalista, y a la camaleónica voracidad de invertir el
verdadero sentido de las fiestas. El Belén es, más bien, una
reliquia de los templos, donde, al menos, los artífices de su
composición, muestran y conservan la desnudez divina en un establo
de pobreza que se ofrece a unos pobres pastores y se anuncia, con la
luz de una estrella, a todo el mundo representado por los magos. Es,
esencialmente, una lección universal de religiosidad popular.
La palabra “Nazareno” ha
sufrido una metamorfosis en su signficante y significado a lo largo
de su recorrido diacrónico. Partiendo de su sentido biográfico de
un Jesús nacido en este pueblo en medio de una familia gobernada por
un carpintero chapucero de su aldea, un vecino nazareno más de
aquellos pueblos dominados por el imperio romano, el pueblo ha
barroquizado el significado para convertirlo en el Jesús, nazareno,
rey de los judíos. Es decir un Jesús pasional, cuyo mensaje
liberador de los excluidos y de los pobres se consuma en un
sufrimiento sublime en la cruz, de tal modo que nazareno se
barroquiza y se hace sinónimo de penitente, sufridor y cofrade de pasión. Y, en parte,
esta el nazareno acabó en el patíbulo de los esclavos romanos, pero
su mensaje trascendió con su muerte. El color morado se superó con
el blanco del Jesús de los discípulos de Emaús. Sin embargo, el
pueblo andaluz ha convertido la imagen del nazareno en el símbolo de
su senequismo.
Y, lo mismo que el belén era el alambique de la
pobreza, los sufrimientos humanos se identificaban con los
penitenciales nazarenos. Y esos, hoy día, no son otros sino los
emigrantes sin trabajo ni alojamiento, esos que buscan la posada y
nadie se las ofrece, los excluidos del sistema, los pastores ansiosos
de un cambio de una nueva vida que los transforme, los inocentes
refugiados que sufren las matanzas injustas de las guerras y los
encadenados en un cúmulo de infelicidad, que manifiestan su rostro
nazareno.
Entre belenes desnudos y nazarenos
sufrientes, acaba el año 2016. La mayor parte del belén o del
pueblo nazareno es un conglomerado de pueblo trabajador, gente
emprendedora y compromisos vecinales y familiares. La estrella
ilumina con intermitencia en la oscuridad de la noche de la crisis.
Y eso que la luz de nuestras calles pretende proyectarnos a un mundo
feliz para todos.
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