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jueves, 15 de diciembre de 2016

ENTRE BELENES Y NAZARENOS. EN IDEAL ALCALÁ LA REAL, MI ARTÍCULO. CON FOTOS DE RUTAS DE NAVIDAD, BELENES Y NAZARENOS.



Nos hubiera gustado acabar estar serie que iniciamos Entre tiros y altozanos con un artículo titulado Entre Alcalá y Frailes, dos pueblos hermanos que han compartido historia y proyectos, se han forjado amistades y familias, y nacieron de un pasado común y se vieron envueltos en una encrucijada de destinos diferentes. Pero la Navidad, me sugirió un nuevo título relacionado con el protagonista de estas fechas, Jesús de Nazareth o de Belén , sea por acción u omisión. Ante ello, me surgió la primera duda acerca de su nacimiento a la hora de decidirse en su patria de origen. Y mira por donde que este dilema entraña una cuestión muy significativa para la teología católica. Tanto si el Mesías nació en Belén, para ligarlo a la tradición veterotestamentaria, y enlazarlo con el rey David. Como colocar Nazareth por patria de sus infancia, en la que se insiste en su familia humilde y en el inicio de su incorporación a la vida pública y el anuncio de su buena nueva.
Sin embargo, tanto los belenes como los nazarenos son, en la actualidad, dos maneras de comportamiento social de un amplio sector de muchas familias, pueblos e instituciones., El belén, sin duda surgido de la tradición franciscana para catequizar al pueblo sencillo, se refleja variopinto durante este periodo navideño en muchos lugares religiosos, institucionales, comerciales, escolares y domésticos. Es la esencia y el crisol de una tradición artesanal, donde el barro se hace modelado de figuras de la infancia de Cristo y de un contexto natural y urbano adaptado a los mas exóticos escenarios. Hay belenes históricos que tratan de reproducir la Jerusalén del siglo I, pero se exhiben belenes también con el entorno de barrios musulmanes ( se contemplan reproducciones de barrios ciudades patrimoniales como la Granada musulmana, sus callejas, sus puentes del Darro, sus puertas y sus viviendas; en nuestro entorno con la fortaleza de la Mota); abundan otros con los paisajes desérticos repletos de oasis y presididos por el río que lo atraviesa entre cantos rodados y puentes simulados de madera; algunos exhiben sus manos ingeniosas y, en su belén, levantan, mediante una labor de sofisticada miniatura, monumentos de sus ciudades o los pequeños rincones de los talleres u oficios de la época en un ejercicio anacrónico de defensa del patrimonio cultural. Los más atrevidos se visten de napolitanos en el siglo XVIII y, en la actualidad, quieren manifestar la solidaridad con los rostros vivientes del Niño de Belén mediante el uso tecnológico o de arte vanguardista. 
No es de extrañar que las oficinas de turismo o las áreas de cultura repartan folletos, en los que anuncien rutas belenísticas, o planos con puntos de e muestras belenísticas. Sin embargo, el belén sufre el embate de los árboles de Navidad y de los papás Noeles. No es de extrañar que la proporción entre ambos se inclina en demasía a favor del segundo personaje, que se adapta más bien al consumismo del momento, a la sociedad capitalista, y a la camaleónica voracidad de invertir el verdadero sentido de las fiestas. El Belén es, más bien, una reliquia de los templos, donde, al menos, los artífices de su composición, muestran y conservan la desnudez divina en un establo de pobreza que se ofrece a unos pobres pastores y se anuncia, con la luz de una estrella, a todo el mundo representado por los magos. Es, esencialmente, una lección universal de religiosidad popular.
La palabra “Nazareno” ha sufrido una metamorfosis en su signficante y significado a lo largo de su recorrido diacrónico. Partiendo de su sentido biográfico de un Jesús nacido en este pueblo en medio de una familia gobernada por un carpintero chapucero de su aldea, un vecino nazareno más de aquellos pueblos dominados por el imperio romano, el pueblo ha barroquizado el significado para convertirlo en el Jesús, nazareno, rey de los judíos. Es decir un Jesús pasional, cuyo mensaje liberador de los excluidos y de los pobres se consuma en un sufrimiento sublime en la cruz, de tal modo que nazareno se barroquiza y se hace sinónimo de penitente, sufridor y cofrade de pasión. Y, en parte, esta el nazareno acabó en el patíbulo de los esclavos romanos, pero su mensaje trascendió con su muerte. El color morado se superó con el blanco del Jesús de los discípulos de Emaús. Sin embargo, el pueblo andaluz ha convertido la imagen del nazareno en el símbolo de su senequismo. 

Y, lo mismo que el belén era el alambique de la pobreza, los sufrimientos humanos se identificaban con los penitenciales nazarenos. Y esos, hoy día, no son otros sino los emigrantes sin trabajo ni alojamiento, esos que buscan la posada y nadie se las ofrece, los excluidos del sistema, los pastores ansiosos de un cambio de una nueva vida que los transforme, los inocentes refugiados que sufren las matanzas injustas de las guerras y los encadenados en un cúmulo de infelicidad, que manifiestan su rostro nazareno.

 Entre belenes desnudos y nazarenos sufrientes, acaba el año 2016. La mayor parte del belén o del pueblo nazareno es un conglomerado de pueblo trabajador, gente emprendedora y compromisos vecinales y familiares. La estrella ilumina con intermitencia en la oscuridad de la noche de la crisis. Y eso que la luz de nuestras calles pretende proyectarnos a un mundo feliz para todos. 










































 Felices fiestas y un año 2017, donde triunfe el reino compartido de la felicidad .    

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