EN LOS MESONES
Los
arrieros de la campiña frecuentaban la calle de los Mesones a las
faldas de la muralla de la Mota, junto al adarvillo de Mota y
lindando con la puerta del Arrabal Viejo y Nuevo. Traían sus
acémilas cargadas de cantaras de aceite procedente de los campos de
Arjona y Porcuna. Venían cansados tras una larga marcha que se
prolongaba durante varios días, en los que el cansancio hacía
huellas en sus pies y, también debido a la pernoctación en las
desastrosas ventas del camino. Su última parada la hacían en la
venta de la Rábita, desde donde madrugaban para llegar pronto al
puesto del peso de la Harina, situado junto al Pósito. Aquí se
pesaba la carga, se pagaba el impuesto a los encargados del impuesto
de millones y, luego, se iban a descansar a una de los mesones que
proliferaban por aquella calle. No sólo acudían arrieros, sino
también transeúntes del camino de la Corte, camino en el cuyo
final del trayecto confluían los de Madrid y Córdoba. En 1581 vino
un fraile que era perseguido cruelmente desde sus tierras de
Castilla, Se llamaba fray Juan de la Cruz había nacido en
Fontiveros, quedó huérfano a los pocos años, dedicándose a
trabajos precarios en Medina del Campo; posteriormente estudió en
Salamanca y llevó a cabo la reforma de la Orden carmelita con un
grupo de frailes en Duruelo , que extendió al resto de los
carmelitas calzados. Había estado preso en Toledo y escrito el
Cántico Espiritual, varios romances y el poema Fuente. Estuvo, un
año en el Calvario, un convento cercano a Villanueva de l Arzobispo,
relacionándose con Ana de Jesús y haciendo de padre espiritual del
convento carmelita de Beas de Segura, luego lo mismo hizo en Baeza.
En 1581, se dirigió a Granada y de allí dirigió el convento de los
Mártires, donde fue nombrado prior e hizo iglesia
Y,
cuando tenía cuarenta y nueve años, de nuevo, vino de nuevo a
Alcalá en uno de los viajes, que llevó a cabo a Andalucía en el 30
de abril del año 1986. Procedía de Granada por el camino de la
Corte con destino a Córdoba, donde iba a fundar un convento e iba
acompañado por dos frailes carmelitas. Como, en la ciudad abacial,
no existía convento de la orden carmelitana, e, incluso los otros
conventos se hallaban en obras y no muy dispuestos al alojamiento de
personas, por ser simplemente casas familiares adaptadas a usos
eclesiales, pernoctó en uno de los mesones de la ciudad, ya en el
Llanillo ya en los altos de la ciudad. Era prior de las Carmelitas
Descalzos del Convento de los Santos Mártires de Granada y, al mismo
tiempo ostentaba el cargo de Vicario Provincial. En Granada había
tenido contactos con el alcalaíno Pablo de Rojas, de quien se dice
que le contrató el Crucificado de san José para su convento,
actualmente en el convento de san José. Como padre provincial prior
y definidor, este fray Juan de la Cruz intervino en varios asuntos
alcalaínos relacionados con los bienes de sus conventos.
En
la última etapa de la vida de san Juan de la Cruz, hubo varias
personas, que le amargaron la vida. En primer lugar, nos referimos a
las incomprensiones que mantuvo con el Padre Gracián, debido a
problemas en el gobierno de la Provincia de Andalucía, en la que
fue nombrado vicario el 17 de Octubre de 1585. Por otra parte, Juan
de la Cruz se opuso a todo tipo incumplimiento del deber predicando
con el ejemplo, con mano férrea y misericordiosa.
En
Sevilla, le salieron dos enemigos fray Francisco Crisóstomo y Diego
Evangelista, porque no recibían con obediencia conventual las
advertencias del vicario, sino que les caló un fuerte resentimiento
con una clara intencionalidad vengativa. El primero era, según su
biógrafo, un hombre de ciencia y púlpito, pero de carácter agrio y
destemplado, carente en absoluto de condiciones de gobierno, que no
acertó a regir la casa, el convento de Úbeda, empeñado en llevar a
todos los frailes violentamente por el camino de la perfección
religiosa “.y como era hombre falto de entrañas de caridad para
sus hermanos, quería llevar a los otros a palos a la perfección”.
Le quitó el enfermero a Juan de la Cruz en los últimos momentos de
su vida, a pesar de la admiración que despertaba en los restantes
frailes.
El segundo enemigo de Juan de la Cruz, también dechado de envidia
por la fama de santidad de Juan de la Cruz, fue Diego Evangelista.
Hombre adulador de los poderosos, moderador a través de la envidia
e hipocresías, alcanzó el grado de provincial de Granada, pero a la
priora de las carmelitas, cuya fundación estaba relacionada con unas
beatas alcalaínas, no le agradó aquel nombramiento pues era muy
devota de san Juan de la Cruz. Fray Diego conoció muy de cerca al
santo, pues trató de que no alcanzara el reconocimiento de su
santidad. Y así, una vez muerto san Juan de la Cruz, fray Diego
Evangelista, en la primavera del año 1594, pasó por Alcalá la Real
con destino a tomar posesión del nuevo cargo. Curiosamente la
priora sor Beatriz de san Miguel, días antes de su llegada a
Granada, tuvo una aparición de Cristo crucificado, cuando entre
oraciones le pedía que no viviera el recién nombrado prior.
Consistió en que el Cristo crucificado le manifestó que el santo
no acudiría a Granada, sino era con los pies por delante, es decir
muerto. Y, además, que le había de suceder fray Diego de la
Trinidad, muy amante de san Juan de la Cruz. Al comunicárselo al
confesor aquella monja, este le dijo que mantuviera su confianza en
Dios, pues todo habría de ocurrir tal como se lo había manifestado
en su aparición. Y así fue. Pues pernoctó en un mesón de Alcalá
la Real. Y a media noche un síncope le cortó la vida tras recibir
los santos sacramentos, cumpliéndose al día siguiente lo que había
sido revelado. Pues entró reclinado en una caballería en Granada.-De ahí que quedó fija su huella en esta ciudad, porque murió su
mayor enemigo dentro de la orden carmelitana Fray Juan Evangelista,
que pernoctando en un mesón de la ciudad falleció de pronto y sus
restos fueron enterados en Granada.
La segunda huella de fray Juan de la Cruz fue un milagro, que
aconteció años más tarde, en tiempos del definidor de la Orden,
fray Pedro de la Madre de Dios ( del que dicen las crónicas que era
una persona muy ejemplar y riguroso con su creencias sin caer en la
superstición ni en las falsas adivinaciones . Este pasó por Alcalá
a principios del siglo XVII y se quedó a dormir en un mesón donde
servía una turca berberisca, comprada por el posadero en los
mercados de Vélez. Portaba el definidor una reliquia del santo,
pero el no llegaba a convencerse de los tantos milagros, que, hasta
el presente, se le habían atribuido al santo (decían que en
Calatayud, tres mujeres de una casa de mancebías se habían
convertido al contemplar sus reliquias y aparecérsele Cristo). Entre
sus compañeros de orden, se autojusttificaba diciendo que lo había
motivado su cerrazón mental y, anteponiendo el temor de Dios de
que no fueran sino puras invenciones suyas o ensoñaciones. Por eso,
en los últimos, tiempos se afanaba en no dejarse llevar de esta
rectitud de conciencia, y oficiaba con gran devoción la misa para
que Dios le iluminara sobre la posible fuerza misteriosa de las
reliquias. En medio de este deambular de su mente, oraba y
meditaba, cuando topó, durante su estancia en el patio del mesón
con la moza berberisca. El posadero, entre risas le comentó:
-Padre,
no se fíe de ella, es una mora que no la convence nadie a nuestra
religión.
-¿Cómo
puede ser eso?
-Así
es, se ha hecho lo imposible, se le ha invitado a todos nuestros
actos y celebraciones, ni los predicares de buena labia que nos
visitan en Cuaresma han podido con ella . Ni el mismísimo abad ni el
cura más santo le han podido cambiar de su Alá.
-¿Cómo
te llamas? –se dirigió fray Pedro a Fátima con afecto y seriedad.
-Fátima
es mi nombre, con mucho orgullo, muy acorde con mi tierra otomana.
-El
mío, fray Pedro, conoces a un tal Juan de la Cruz, que pasó por
aquí y ha obrado muchos milagros.
-No
sé, pasan por esta tierra tantos mendicantes, clérigos., soldados,
arrieros… que recuerdo en penumbra a esta persona, un frailecillo,
poca cosa….
El fraile se retiró a su estrecho aposento, y sacó de su alforja su
relicario de madera con un trozo de parte del cuerpo de su antiguo
definidor. La colocó sobre la cama, al lado de su jergón y pasó
la noche dando vueltas para ver cómo, a la mañana siguiente,
enseñársela a la moza. Reflexionó, y muy de mañana parece como
si le viniera una luz especial desde la ventana del aposento al hilo
de la oración: Veni, Creator, Spiritus./ mentes tuorum ilumina…/
Bajó al patio con la reliquia entre sus manos y llamó al posadero
para que le trajera ante su presencia a Fátima. Ella, presta a la
voz de su amo, le dijo:
-¿Qué
quiere mi señor?
-Te
solicita el fraile.
Fray Pedro comienza a contarle la muerte de aquel fraile que ella
había conocido en su adolescencia, la misteriosa muerte anunciada de
su máximo perseguidor en una posada de Alcalá, y le muestra la
reliquia de Juan de Yepes.
-Mira, Fátima, qué
linda cosa.- le dijo el fraile, al entregarle el relicario rodeado de
bellas pinturas, y una pequeña portichuela desde donde se veían los
restos del santo.
-Dime,
qué es una reliquia.
- Algo
del santo.
Fátima
inmediatamente quedó estupefacta, no veía hueso alguno ni trozo de
tela, sino que, exclamando con un fuerte grito, dijo:
-Bella
Señora, bello Niño. Ese que me cuenta mi amiga, la esclava
cristiana.Catalina,
ven, que te voy a enseñar una cosa sorprendente.
-Hermoso
Niño, Hermosa Señora. No es nadie de la tierra, esta señora es la
Virgen María Santísima, Y el Niño Precioso es el Hijo de Dios.
Inmediatamente, Fátima le preguntó a la esclava cristiana cómo
podía llegar a ser cristiana. Esta, llena de gozo, y sin creerse
todavía el cambio tan brusco que había acompañado a su compañera
de trabajo, le espetó:
-Ve a
la iglesia de Santo Domingo, que te bautice el cura párroco y
arrepiéntete de tantos pecados que has cometido.
Así
lo hizo, el fraile le acompañó hasta la entrada de la iglesia
satisfecho con lo que le había acontecido y, al llegar al cura, le
dijo:
-Ahora
creo más en los milagros, y más en este prodigio de mi
frailecillo, que para mí será san Juan de la Cruz. Ahora comprendo
que Dios los hace cuando quiere, pues convierte a los enemigos de la
fe, en su momento, no cuando se les obliga con las armas.
Cuentan que Fátima no cesaba de exclamar, a lo largo de su
vida, “ he visto a la Virgen María con el Niño Jesús en los
brazos” .Por ello, se convirtió al cristianismo, recibió el
bautismo y fue muy devota de la Virgen de las Mercedes , que también
tenía un niño en sus brazos
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