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viernes, 11 de noviembre de 2016

LA CASA DEL PECADO

LA CASA DEL PECADO








            Hay ciclos del tiempo, asentamientos  y, sobre todo edificios,  que nacen marcados en la conciencia colectiva o individual con las señas prefijadas de identidad de su principio y su final anunciados. Es el caso de la Casa del Pecado, sita en la calle Real, esta vía decumana que prolongaba con su  extenso tentáculo la ciudad fortificada de la Mota hasta los aledaños de aquel camino real, bautizado con el nombre del Llanillo.  Como un exabrupto urbano, allá por los primeros decenios de la segunda mitad del siglo XX,  este edifico sobrepasó las alturas de todas las casas de aquella calle hidalga y principal, de excelencia dirían en  estos tiempos, donde compartieron morada desde  los descendientes  de los caballeros acompañantes del rey Alfonso XI en  la conquista hasta  la familia artística de los Sardos. Quiso emular los desaguisados de muchas ciudades capitalinas de los años sesenta, sustituyendo las antiguas casas de vecinos por estos bloques de colmenas humanas, sin las mínimas previsiones de afrontar cualquier riesgo o emergencia por lo que se refieren a las pequeñas y medias ciudades, cuando el servicio contra incendios se reducía a una ridícula camioneta, por cierto, dirigida por un chofer,  eventual  y obligado bombero, fruto del pluriempleo de la época, y provista de un bidón y una manguera que no apagaba ni las cunetas de los rastrojos.
           
  La Casa del Pecado respondió, en sus primeros momentos, a las expectativas de  una ciudad que llegó a tener  veinticinco mil almas y comenzó a desangrase  con la diáspora de la emigración a las ciudades industriales de Europa, Cataluña, País Vasco y la capital de España.  Nunca se  había conocido un  recinto doméstico que albergara más familias en su interior, por muy grande que  fueran aquellas casas vecinales, a lo máximo de tres alturas y servicios comunes de lavandería e higiene. Ofrecía alojamiento, dormitorio y vivienda, pero era un calvario hasta subir al último paso por aquellas escaleras, oscuras y estrechas, con el cántaro de agua de la fuente del Rosario, o con la cesta repleta de  alimentos. Había que cuadrar y ocupar hasta el último centímetro para colocar una cuna de aquellas familias numerosas y moradoras de aquellas viviendas, donde iniciaban sus primeros paso de su vida conyugal. Luego, con la marcha del portero Manolo Serrano, se inició la decadencia de esta Casa e, incluso, se convirtió en punto turístico con el comentario "Coño, qué casa más grande", y,  en plena relajación de costumbres se le cambió el nombre penitencial por este erótico vocablo. Su final habitacional se convirtió en refugio de la exclusión, en testigo de un tiempo de convivencia de personas de países diferentes. Era un caramelo envenenado que nadie quería recoger bajo su amparo, ni hubo institución que quisiera  mantener aquel recinto  en trance de extinción.
            
Dentro de unas semanas, si el visitante acude a la ciudad de la Mota por las carreteras noroccidentales, no se le romperá la pupila con este atentado al medio urbano , en la que la silueta de la fortaleza  se yergue altiva en medio de las casas blancas, típicas de un pueblo andaluz; aquel  engendro, símbolo de desarrollo salvaje e insostenible, la piqueta del derribo  cumplirá la sentencia condenatoria  del patíbulo colectivo, porque, de sobra, tenía los días cantados. Sus trescientos metros de solar serán el canto de la ave fenix, que en modo alguno debe resurgir de sus cenizas.  Los cimientos están puestos, las nuevas normativas no permitirán  un nuevo crimen  a la estética urbana y  hasta pueden abrirse en su solarín un espacio abierto como solución de  un barrio del casco antiguo, que necesita de estos lugares libres para fomentar su habitabilidad e impedir su abandono  y deterioro.

            
Lo mismo que hay edificios que se catalogan como buques insignia, este se identifica como el antihéroe que salía invicto de todos los trances y había que derrotar sin dejarlo levantar cabeza. Resistió como Aníbal tres guerras púnicas:  la primera, como la campaña hispánica de las tropas de Hamilcar Barca, fue la destructiva que arrastró con su alzado aquella casona hidalga  y su moderna acción fue emulada  por algunos vecinos del contorno destrozando portadas dinteladas de casas circundantes ; la segunda trascendió su entorno, como Aníbal que se internó en Italia, traspasó su modelo de moda a la ciudad del valle rompiendo el eje modernista regionalista. Y la tercera, en su propio terreno, por fin , se hizo realidad aquella frase de Escipión el Africano " Carthago delenda est". En este caso, Domus Pecati delenda est. C.., bien, c...bien  Amen.        

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