Hay
ciclos del tiempo, asentamientos y, sobre
todo edificios, que nacen marcados en la
conciencia colectiva o individual con las señas prefijadas de identidad de su
principio y su final anunciados. Es el caso de la Casa del Pecado, sita en la
calle Real, esta vía decumana que prolongaba con su extenso tentáculo la ciudad fortificada de la Mota hasta los aledaños de
aquel camino real, bautizado con el nombre del Llanillo. Como un exabrupto urbano, allá por los
primeros decenios de la segunda mitad del siglo XX, este edifico sobrepasó las alturas de todas
las casas de aquella calle hidalga y principal, de excelencia dirían en estos tiempos, donde compartieron morada
desde los descendientes de los caballeros acompañantes del rey Alfonso
XI en la conquista hasta la familia artística de los Sardos. Quiso
emular los desaguisados de muchas ciudades capitalinas de los años sesenta,
sustituyendo las antiguas casas de vecinos por estos bloques de colmenas
humanas, sin las mínimas previsiones de afrontar cualquier riesgo o emergencia
por lo que se refieren a las pequeñas y medias ciudades, cuando el servicio
contra incendios se reducía a una ridícula camioneta, por cierto, dirigida por
un chofer, eventual y obligado bombero, fruto del pluriempleo de
la época, y provista de un bidón y una manguera que no apagaba ni las cunetas
de los rastrojos.
Dentro
de unas semanas, si el visitante acude a la ciudad de la Mota por las carreteras noroccidentales,
no se le romperá la pupila con este atentado al medio urbano , en la que la
silueta de la fortaleza se yergue altiva
en medio de las casas blancas, típicas de un pueblo andaluz; aquel engendro, símbolo de desarrollo salvaje e
insostenible, la piqueta del derribo
cumplirá la sentencia condenatoria
del patíbulo colectivo, porque, de sobra, tenía los días cantados. Sus
trescientos metros de solar serán el canto de la ave fenix, que en modo alguno
debe resurgir de sus cenizas. Los
cimientos están puestos, las nuevas normativas no permitirán un nuevo crimen a la estética urbana y hasta pueden abrirse en su solarín un espacio
abierto como solución de un barrio del
casco antiguo, que necesita de estos lugares libres para fomentar su
habitabilidad e impedir su abandono y
deterioro.
Lo
mismo que hay edificios que se catalogan como buques insignia, este se identifica
como el antihéroe que salía invicto de todos los trances y había que derrotar
sin dejarlo levantar cabeza. Resistió como Aníbal tres guerras púnicas: la primera, como la campaña hispánica de las
tropas de Hamilcar Barca, fue la destructiva que arrastró con su alzado aquella
casona hidalga y su moderna acción fue emulada por algunos vecinos del contorno destrozando portadas
dinteladas de casas circundantes ; la segunda trascendió su entorno, como
Aníbal que se internó en Italia, traspasó su modelo de moda a la ciudad del
valle rompiendo el eje modernista regionalista. Y la tercera, en su propio
terreno, por fin , se hizo realidad aquella frase de Escipión el Africano
" Carthago delenda est". En este caso, Domus Pecati delenda est. C..,
bien, c...bien Amen.
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