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martes, 12 de mayo de 2020

QUINTO CAPITULO.CARLOS II.


La feria

Pero su gran gestión  ( el corregidor Manuel Hurtado) tuvo lugar en el 17 de marzo de 1688 con la obtención de una cédula para una feria perpetua que el Rey concedió a la ciudad desde el doce de septiembre hasta el día veinte y dos en cada un año[1], pues no solamente no era perjuicio a la Real Hacienda sino que será de gran conveniencia, las cuentas crecerán en el valor , más y más, y las alcabalas  pagándolas esta ciudad como con las paga  por los privilegios de Su Majestad no se le sacará perjuicio a la Real Hacienda, y los naturales y circunvecinos de esta ciudad tendrán ese alivio, y se animarán a tener algunos tratos y comercios y ganados de que esta ciudad se halla hoy en su mayor esterilidad.
A pesar de que, por aquel tiempo, la feria de Noalejo mantuvo cierta hegemonía en los tratos ganaderos por su antigüedad y prestigio de la comarca, e, incluso, logró cambiar las fechas de la feria alcalaína por sus anteriores privilegios anteriores a la alcalaína,  a partir de  1688 se institucionalizó esta actividad que ya desde mediados  de siglo existía en la comarca alcalaína. Esta concentración comercial obligaba a la ciudad a un gran esfuerzo organizativo en el que los comisarios regidores y jurados controlaban el registro de ganado en una aduana establecida el mesón de los Álamos. Guardas a pie y caballo, corredores, almotacenes llevaban a cabo la vigilancia de seguridad y comercial para que se ejecutaran las transacciones sin alborotos, y con fialdad de pesas y medidas, cobrando los impuestos del ciento y de millones. Por otra parte, los panaderos estaban obligados a  disponer del abastecimiento de todos los forasteros, así como las carnicerías hacían matanzas extraordinarias. También se permitían tiendas de caza y pesca en el Llanillo y en la placeta del Rosario. Las tabernas surtían de los mejores vinos por estas fechas y, ante los frecuentes alborotos, se adecuaban cárceles en el Llanillo en un solar que anteriormente había sido de carnicerías (Cf.7-9 1688). Objeto de preocupación especial eran los abrevaderos de la Fuente de la Mora, Álamos, y Fuente Granada, que debían de surtir de agua a los ganados.
No era de extrañar que a finales del mes de diciembre los propios regidores solicitar la prórroga de su corregimiento por la recta orden de justicia con gran limpieza de paz y concordia  en que han vivido los vecinos  sin experimentar vejaciones (Cf.19.10) 
  

 



Ganaderos y agricultores

La ganadería se mantenía como una de las fuentes de ingreso de muchos vecinos, que se veían favorecidos por las ordenanzas que les permitía el abastecimiento de pastos en todos los montes por ser realengos. Generalmente, solía abastecer de carne a la ciudad, aunque cualquier incidencia como en 1695 provocaba la ruina de toda la cabaña y había  necesidad de importar ganado.  


El conflicto con los criadores de ganado comenzó en los primeros años de la gobernadora madre ya que se impidieron muchos lugares roturados como los Llanos y otros dedicados a aguaderos y descansaderos del ganado en la Acamuña, Pasada Baena, Majada de Zarzalejos, y cerro los Vaqueros. Y no sólo les preocupaba a los ganaderos, sino también  los labradores trataban de que tuvieran agua los manantiales cercanos a los ruedos antes de que se iniciaran las cosechas. 
En el año 1666 se denunció exceso de tierras en las roturaciones concedidas anteriormente, sobre todo, en las 3.000 fanegas de tierra de la cuerda de Córdoba. Con la llegada del corregidor Luís López de Mendoza en 1672, se recrudecieron las medidas de protección de los montes y abastos, impidiéndose la entrada en las heredades y terrenos cultivados. En 1677, tuvo lugar un pleito importante de roturación de tierras, en las que los propios regidores se vieron  afectados al ser requeridos por un relator de la Corte que les reclamaba una extensa cantidad de dinero. Además, las necesidades de la guerra obligaron a la cría caballar para el transporte de bagajes. Por eso se incitó a que se aumentara la extensión de n  la dehesa de yeguas y caballar y contratara a picadores. Entre ellas, está la dehesa de potros en los Jaralejos entre el camino de Jaén, Maleza de Santo Domingo, Alberquilla y Dehesa de Charilla hasta el Guadalcotón.
Relacionado con la ganadería era  la protección del ganado yeguar y caballar, a través de las distintas cédulas reales y por el interés de los ganaderos alcalaínos, que todavía mantenían esta fuente de riqueza para el país.

La protección de los montes por las talas clandestinas  de leña obligaba al corregidor y a los regidores a emprender medidas de justicia variadas, entre las que destacan la vigilancia en  el 1685 o la delimitación de zonas que se señalaban sobre todo en las zonas de Frailes y de la Hoya Redrada. La primera comprendía desde la bajada del agua de las Loberas y su nacimiento que estaba situado en la Atalaya de Pedro Sánchez, continuaba por el mismo arroyo y el que bajaba por el Portillo del Espinar hasta el mojón de Valdepeñas, entrando la Cañada de Melión y Bermejales. La segunda en los caudales de la hoya Redrada hasta el Portillo del Gueso.

También en 1691 se llevaron a cabo fórmulas mixtas y hubo intentos de venta de tierras en los terrenos cercanos a la ciudad, como la Dehesilla o Dehesa de los Caballos,  que trataban de mantener más de trescientas  fanegas sin romper para el pasto del ganado de las carnicerías y transformar otras 230 en labor. Muy escasas son las confrontaciones con ganaderos de otros pueblos comarcanos. Tan sólo en 1691, hay algunas con el administrador de Priego.

Un conflicto muy localizado en los 1688 y 1689 se ocasionó en el cuarto de lengua vendido al Marqués de los Trujillo, donde leñadores gallegos facultados por el propietario roturaron grandes extensiones de encinar para transformarlo en carbón, a pesar de ser tierra común de pastos para los vecinos de Alcalá tal como se fijó en las cláusulas de su venta. El corregidor tuvo que incautar en varias ocasiones las cargas de leñas, apresar a roturadores y entablar un pleito con el propietario que llegó a  ganarlo en la Chancillería de Granada. Sin embargo, la reacción de este no se hizo esperar, porque significaba una intromisión en una jurisdicción ajena. Esto obligó a una orden real por la que ordenaba devolver la tala y a un castigo de doscientos ducados al corregidor, porque

  dando  con el quebrantamiento ocasión a graves disturbios que se habían embarazado por su parte, despojándole de hecho y con violencia de una posesión tan justa, titulada y legítima (cfr.Granada 2.3.1688)
La ciudad,  sin embargo mantuvo el pleito hasta 1692.
Sin embargo las talas a veces eran permitidas como la del entresaco de la Cañada de Alcalá, Melión y Matahermosa en 1689 que afectó a ochocientas fanegas, con el fin de hacer carbón y pagar los sesenta mil reales para conveniar todos los desfalcos de las cuentas de deudas anteriores. Otra tala en 1691, se hizo en el mojón del Palo aguas vertientes hasta las Peñuelas de Valdeinfiernos  por la Loma hasta la majada del Cerezo y de la Zarza hasta el Puerto del Lobo pasando por el camino que va al Juego de la Esgrima. Este era otra fuente de conflicto porque se producían invasiones de ganado en los montes bajas con motivo de las talas.

En enero de 1696, se llevó a cabo un registro de yeguas en la mayoría del territorio nacional, y se fijó la Hoya Redrada como dehesa de potros desde el portillo de la Hoya hasta la Guesa y desde allí hasta las Cuevas y de las Cueva al Toril y de allí al portillo de Robledo y de allí al portillo de la Hoya. En 1697 el Consejo de Castilla ordenó un registro de estas y el acotamiento de la dehesa de Charilla, evitando y delimita el tiempo porque sufrían la invasión de terrenos por el ganado vacuno.


[1] AMAR. Acta del cabildo del 5 de marzo de 1688 se nos refleja la entrada en el archivo del privilegio de la Feria que esta ciudad tiene está ya estampada la imagen de Nuestra Señora de las Mercedes y las armas de la ciudad. También se nos refiere que ha sido encuadernado por Marcos de Viana en la cantidad de doce reales.   

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