La feria
Pero su gran gestión ( el corregidor Manuel Hurtado) tuvo lugar en el 17 de marzo de 1688 con la obtención de una cédula para
una feria perpetua que el Rey concedió a la ciudad desde el doce de septiembre
hasta el día veinte y dos en cada un año[1],
pues no solamente no era perjuicio a la Real Hacienda sino
que será de gran conveniencia, las cuentas crecerán en el valor , más y más, y las alcabalas pagándolas esta ciudad como con las paga por los privilegios de Su Majestad no se le
sacará perjuicio a la
Real Hacienda, y los naturales y circunvecinos de esta ciudad
tendrán ese alivio, y se animarán a tener algunos tratos y comercios y ganados
de que esta ciudad se halla hoy en su mayor esterilidad.
A pesar de que, por aquel tiempo, la feria de Noalejo
mantuvo cierta hegemonía en los tratos ganaderos por su antigüedad y prestigio
de la comarca, e, incluso, logró cambiar las fechas de la feria alcalaína por
sus anteriores privilegios anteriores a la alcalaína, a partir de
1688 se institucionalizó esta actividad que ya desde mediados de siglo existía en la comarca alcalaína. Esta
concentración comercial obligaba a la ciudad a un gran esfuerzo organizativo en
el que los comisarios regidores y jurados controlaban el registro de ganado en
una aduana establecida el mesón de los Álamos. Guardas a pie y caballo,
corredores, almotacenes llevaban a cabo la vigilancia de seguridad y comercial
para que se ejecutaran las transacciones sin alborotos, y con fialdad de pesas
y medidas, cobrando los impuestos del ciento y de millones. Por otra parte, los
panaderos estaban obligados a disponer
del abastecimiento de todos los forasteros, así como las carnicerías hacían
matanzas extraordinarias. También se permitían tiendas de caza y pesca en el
Llanillo y en la placeta del Rosario. Las tabernas surtían de los mejores vinos
por estas fechas y, ante los frecuentes alborotos, se adecuaban cárceles en el
Llanillo en un solar que anteriormente había sido de carnicerías (Cf.7-9 1688).
Objeto de preocupación especial eran los abrevaderos de la Fuente de la Mora , Álamos, y Fuente
Granada, que debían de surtir de agua a los ganados.
No era de extrañar que a finales del mes de
diciembre los propios regidores solicitar la prórroga de su corregimiento por la recta orden de justicia con gran
limpieza de paz y concordia en que han
vivido los vecinos sin experimentar
vejaciones (Cf.19.10)
Ganaderos y
agricultores
La ganadería se mantenía como una de las fuentes de
ingreso de muchos vecinos, que se veían favorecidos por las ordenanzas que les
permitía el abastecimiento de pastos en todos los montes por ser realengos.
Generalmente, solía abastecer de carne a la ciudad, aunque cualquier incidencia
como en 1695 provocaba la ruina de
toda la cabaña y había necesidad de importar ganado.
El conflicto con los criadores de ganado comenzó en
los primeros años de la gobernadora madre ya que se impidieron muchos lugares
roturados como los Llanos y otros dedicados a aguaderos y descansaderos del
ganado en la Acamuña ,
Pasada Baena, Majada de Zarzalejos, y cerro los Vaqueros. Y no sólo les
preocupaba a los ganaderos, sino también
los labradores trataban de que tuvieran agua los manantiales cercanos a
los ruedos antes de que se iniciaran las cosechas.
En el año 1666 se denunció exceso de tierras en
las roturaciones concedidas anteriormente, sobre todo, en las 3.000 fanegas de
tierra de la cuerda de Córdoba. Con la llegada del corregidor Luís López de
Mendoza en 1672, se recrudecieron las medidas de protección de los montes y
abastos, impidiéndose la entrada en las heredades y terrenos cultivados. En 1677, tuvo lugar un pleito importante de roturación de tierras, en las que
los propios regidores se vieron
afectados al ser requeridos por un relator de la Corte que les reclamaba una
extensa cantidad de dinero. Además, las necesidades de la guerra obligaron a la
cría caballar para el transporte de bagajes. Por eso se incitó a que se
aumentara la extensión de n la dehesa de
yeguas y caballar y contratara a picadores. Entre ellas, está la dehesa de
potros en los Jaralejos entre el camino de Jaén, Maleza de Santo Domingo,
Alberquilla y Dehesa de Charilla hasta el Guadalcotón.
Relacionado con la ganadería era la protección del ganado
yeguar y caballar, a través de las distintas cédulas reales y por el interés de
los ganaderos alcalaínos, que todavía mantenían esta fuente de riqueza para el
país.
La protección de los montes por las talas
clandestinas de leña obligaba al
corregidor y a los regidores a emprender medidas de justicia variadas, entre
las que destacan la vigilancia en el
1685 o la delimitación de zonas que se señalaban sobre todo en las zonas de
Frailes y de la Hoya
Redrada. La primera comprendía desde la bajada del agua de
las Loberas y su nacimiento que estaba situado en la Atalaya de Pedro Sánchez,
continuaba por el mismo arroyo y el que bajaba por el Portillo del Espinar
hasta el mojón de Valdepeñas, entrando la Cañada de Melión y Bermejales. La segunda en los
caudales de la hoya Redrada hasta el Portillo del Gueso.
También en 1691 se llevaron a cabo fórmulas mixtas y
hubo intentos de venta de tierras en los terrenos cercanos a la ciudad, como la Dehesilla o Dehesa de
los Caballos, que trataban de mantener
más de trescientas fanegas sin romper
para el pasto del ganado de las carnicerías y transformar otras 230 en labor. Muy escasas son las confrontaciones con ganaderos de
otros pueblos comarcanos. Tan sólo en 1691, hay algunas con el administrador de
Priego.
Un conflicto muy localizado en los 1688 y 1689 se
ocasionó en el cuarto de lengua vendido al Marqués de los Trujillo, donde
leñadores gallegos facultados por el propietario roturaron grandes extensiones
de encinar para transformarlo en carbón, a pesar de ser tierra común de pastos
para los vecinos de Alcalá tal como se fijó en las cláusulas de su venta. El
corregidor tuvo que incautar en varias ocasiones las cargas de leñas, apresar a
roturadores y entablar un pleito con el propietario que llegó a ganarlo en la Chancillería de
Granada. Sin embargo, la reacción de este no se hizo esperar, porque
significaba una intromisión en una jurisdicción ajena. Esto obligó a una orden
real por la que ordenaba devolver la tala y a un castigo de doscientos ducados
al corregidor, porque
La ciudad, sin embargo
mantuvo el pleito hasta 1692.
Sin embargo las talas a veces eran permitidas como
la del entresaco de la Cañada
de Alcalá, Melión y Matahermosa en 1689 que afectó a ochocientas fanegas, con
el fin de hacer carbón y pagar los sesenta mil reales para conveniar todos los
desfalcos de las cuentas de deudas anteriores. Otra tala en 1691, se hizo en el
mojón del Palo aguas vertientes hasta las Peñuelas de Valdeinfiernos por la Loma hasta la majada del Cerezo y de la Zarza hasta el Puerto del
Lobo pasando por el camino que va al Juego de la Esgrima. Este era
otra fuente de conflicto porque se producían invasiones de ganado en los montes
bajas con motivo de las talas.
En enero de 1696, se llevó a cabo un
registro de yeguas en la mayoría del territorio nacional, y se fijó la Hoya Redrada como
dehesa de potros desde el portillo de la Hoya hasta la Guesa y desde allí hasta las Cuevas y de las
Cueva al Toril y de allí al portillo de Robledo y de allí al portillo de la Hoya. En 1697 el Consejo
de Castilla ordenó un registro de estas y el acotamiento de la dehesa de
Charilla, evitando y delimita el tiempo porque sufrían la invasión de terrenos
por el ganado vacuno.
[1] AMAR.
Acta del cabildo del 5 de marzo de 1688 se nos refleja la entrada en el archivo del privilegio de la Feria que esta ciudad tiene
está ya estampada la imagen de Nuestra Señora de las Mercedes y las armas de la
ciudad. También se nos refiere que ha sido encuadernado por Marcos de Viana
en la cantidad de doce reales.
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