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sábado, 9 de mayo de 2020

ABADES, CORREGIDORES Y MUNÍCIPES EN TIEMPOS DE CARLOS II. CAPÍTULO SEGUNDO




las relaciones con el estamento eclesiástico

 El propio abad san Martín envió una carta a la ciudad refiriendo su deseo de dejar las casas abaciales y bajarse al Llano, que se va a ubicar definitivamente en este reinado. Su llegada en 26 de junio de 1666 complicó las relaciones con el corregidor y la ciudad por una serie de pleitos protocolarios en los que se cuestionaba no sólo la jerarquía sino la independencia de ambos estamentos, dando lugar hasta llegar a la excomunión del corregidor Marqués de la Torre y el alcalde mayor, porque se habían opuesto a las nuevas normas de protocolo introducidas por este abad, hijo bastardo de Felipe IV.
Siempre las disputas y diferencias entre las dos jurisdicciones civil y religiosa habían existido, más por razones de puro protocolo que económicas y sociales. En estos años se agravaron dando lugar a inasistencia de las ceremonias religiosas,  al no llegar a un acuerdo en asuntos de formulismos de cortesía en las ceremonias religiosas, las llaves del Jueves Santo, la palma del Domingo de Ramos y el acompañamiento de pajes en la procesión del Corpus Christi, los miembros municipales desde la iglesia mayor  trasladaron sus fiestas a los conventos.
No obstante, su influencia en la Corte fue muy relevante para la ciudad, ya que, por sus gestiones, consiguió algunos favores como la concesión de que se nombrase algunos capellanes de la Capilla Real de Granada, que recibían los dos tercias partes de los diezmos.

     Se frecuenta la ciudad por frailes que piden limosna para cautivos en Africa, Asia y los lugares más inhóspitos y abundan las celebraciones de canonizaciones como Santa Rosa y san Pedro de Alcántara en 1669 por los dominicos y franciscanos, o la fiesta de canonización del rey san Fernando.     
El punto más álgido del conflicto entre la jurisdicción eclesial y civil tuvo lugar en 1674 con el corregidor Luís López de Mendoza que se enfrentó abiertamente con el abad San Martín, dando lugar a que fuera apartado de la ciudad durante un tiempo a Loja y Montefrío por razones de grande excesos y desatenciones tan notorias y públicas a la ciudad. No obstante, los regidores no estaban de acuerdo con la decisión y recurrieron a la autoridad eclesiástica para aligerar las acusaciones del fiscal que al fin fueron resueltas mediante la mediación de don Gonzalo Fernández de Córdoba, que por aquel tiempo ostentaba la presidencia de la Casa de Contratación, logrando la benignidad del propio abad para lograr la quietud y la paz de los dos estamentos.
Este conflicto nos muestra la participación de los miembros de la Corte en los órganos de poder municipal que todavía no eran ajenos a las influencias y beneplácitos de los miembros del Consejo de Estado, e, incluso, los señores que ejercían en algunos territorios como era el caso del Duque de Sesa y Marqués de Priego, tan ligado a la ciudad de Alcalá, que le rinde todo tipo de honores y pleitesía al mismo tiempo que es su valedor en la Corte y protector en situaciones de dificultades económicas y sociales, procurando el trigo y los mantenimientos de la ciudad hasta muy avanzado el siglo XVII, como sucedió con la peste del 1679.
 Pero no sólo fue este el único caso de excomunión planteado por el abad, sino que el corregidor Fernando de Cea y Angulo también se vio involucrado en otra condena del mismo tipo por preeminencias con motivo del patronato de Pedro Fernández de Alcaraz que otorgaban la presidencia al regidor más antiguo. En otros la iniciativa de la separación de poderes partía del estamento civil como en el año 1689, que rompe con la iglesia por simples cuestiones protocolarias en la procesión del día dieciocho de junio, cosa muy frecuente de todo el Barroco. No obstante, casi siempre estas decisiones debían tener un trasfondo de conflictividad subyacente por las medidas de proteccionismo de intereses y la jerarquía eclesiástica trataba de conciliar siempre la situación.
Aunque el rey y los Breves de los papas obligaron en algunos momentos a la cooperación eclesiástica, algunos servicios de los millones dieron lugar a grandes litigios con este estamento, obligando a continuos aplazamientos como aconteció con el servicio de millones de 1683. En el año 1686, finalmente, pudo consumarse un acuerdo con este estamento que por ser mucho el estado eclesiástico, tenían un gran control en la ganadería y en los viñedos. No obstante, siguieron pidiendo aplazamientos en el nuevo establecimiento del cabezón de los 24 millones y de ocho mil soldados. En 1689, el propio corregidor debió emprender medidas de aforo de los eclesiásticos y la prohibición de vender vino en sus propias tabernas. El clero regular, por su parte, se libró de la imposición de millones por las concesiones y mercedes  reales. El camino lo iniciaron los franciscanos observantes en el año 1690 (Cf. 1-9)

Otro conflicto que agravaba la situación de los menos privilegiados eran los producidos por las competencias judiciales, cuando algún preso se recluía en el recinto eclesiástico, dando lugar a una serie de molestias en las clases más desfavorecidas que debían llevar a cabo la guarda del edificio, hasta tanto se aclararan las jurisdicciones. Debieron extenderse a finales del siglo XVII, pues los vecinos se quejaron en 1688 porque debían abandonar sus labores y sus casas se veían mermadas, solicitando que el alcalde nombrara a los desocupados (Cf.7.10)
Aunque algunos enfrentamientos solían superarse, otros, puramente protocolarios, no se solventaba fácilmente. En 1690, el abad intervino a través de las buenas labores del vicario y capellán de la Real Capilla Bartolomé del Melgar para limar  las relaciones provocadas por el protocolo en llevar las imágenes de la patrona Santa Ana y la Virgen de las Mercedes en la fiesta del dieciocho de junio. Para ello tratando de conservar la amistad y concordia, ante la negativa de los regidores de acudir a las fiestas religiosas, el día de Santiago la ciudad acepta de nuevo acudir a dicha festividad.       
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