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lunes, 11 de mayo de 2020

CAPÍTULO IV. CARLOS II. LOS AÑOS DE DECADENCIA. Y RENACIMIENTO


TOTAL DECADENCIA DE ALCALÁ LA REAL EN EL PERIODO FINAL



Total decadencia












Muy relacionada con la contribución de la Corona está la relación entre los ganaderos y la nuevas roturaciones de los montes, y  los donativos de la ciudad, por lo que significaba de pérdida de terreno para sus pastos.. Durante este periodo, son reiterados los ejecutores de las cuentas de los arbitrios de tierras, no se detiene las sus revisiones, compromisos, concordias y conciertos para apañar donativos, los aplazamientos y alegaciones para librarse de las imposiciones y de gastos de la Corona. Por un lado, la ciudad estaba atosigada y no podía afrontar muchos gastos ni servicios, tratando de prorrogar  el recudimiento de las cinco mil fanegas de tierra concedidas en los años veinte del siglo XVII, las mil fanegas de Orduña y las tres mil fanegas de tierras nuevas. Por otro lado, la Corona enviando jueces, fiscales, órdenes reales, despachos de veredas y todo tipo de medidas coercitivas para poder conseguir sumas de dinero para afrontar los gastos nacionales de las guerras de Italia, Flandes y Francia. En el año 1682, con la culminación de la peste, la síntesis de la situación no era otra que el endeudamiento de la ciudad por el  terremoto, falta de cosechas, los temporales, las prevenciones de la peste y ayuda de los puestos comarcanos, que

“a esta ciudad la han estrechado que están sus vecinos tan pobres que no tienen para pagar lo que deben y lo que más le ha estrechado es la baja de la moneda que no había medios ni para despachar comisarios (Cf. 30.1.1682)



En el 1684, las epidemias, los continuos pagos de los censos y las malas cosechas y calamidades por el contagio de la peste del Castillo dieron lugar a que el rey Carlos II concediera una moratoria de seis meses ya que no se le podía pagar a los acreedores y el comercio se había prácticamente anulado. Debió ser un período muy negativo para la vida alcalaína los siete años que van y se extienden del 1677 hasta 1684[1], e, incluso todos los anteriores, donde abundan las concesiones de oficios y artesanos y solares de casas rurales a personas que no podían pagar los exámenes ni comprar ni alquilar solares.



 





Un cierto renacimiento


No obstante, hubo en estos años finales del siglo, corregidores que lograron ser muy aceptados  por la población y, gracias a su gestión, se mostró un renacimiento de la ciudad en medio de este reinado tan acuciado por las imposiciones, peste y miseria. Fernando de Cea y  Angulo, gentilhombre del rey y, posteriormente corregidor de Jaén, donde tuvo que soportar algunos problemas,  Pedro de Ariz  y Manuel Hurtado de Mendoza destacan en este tiempo hasta  tal punto que se asiste en la ciudad a un sentimiento de auténtica renovación calificada de edad de oro. Parecía como si el uso de señoría y las insignias de la ciudad  (mazas, escudos, cordones, sobremesa y  el dosel) quisieran acompasarse con la nueva situación y se confeccionaron  de nuevo  de plata y damasco, porque las anteriores de madera y se habían quebrado (Cf. 23.8.1675).
 En 1673, Jerónimo de Angulo propuso un nuevo sistema de arrendar los catorce cortijos y hazas municipales, al mismo tiempo que no se delegaran en personas subsidiarias los empleos del síndico ni de padre de menores, alcaldes ordinarios, u otras delegaciones y alguaciles mayores. Un año después, en esta misma línea de autonomía municipal frente a la figura del corregidor, es el acuerdo en el  que se exige el nombramiento de los seis guardas de la ciudad por los regidores, abandonando la misión que tenía de ministros de la justicia, que entregaran las medias varas y los escudos de la ciudad y no se les permitiera ir  a caballo, que era solo facultad del síndico procurador del campo, cargo que recaía en los regidores por sorteo.


 





La Pax augusta de Ariz y Yanguas y Manuel Hurtado de Mendoza: el nacimiento de la Feria de Septiembre.

Los  documentos califican este  período e los años ochenta y noventa como pax augusta por la resolución de varios contenciosos con el estamento eclesiástico y con cierta estabilidad económica al resolver ciertas imposiciones. Tuvo lugar esta situación gracias a la colaboración de estos tres corregidores que mantuvieron sus buenas relaciones con la Corte: Cea y Angulo, Pedro de Ariz y Yanguas  y P^rietoy  Manuel Hurtado de Mendoza, que gobernaron Alcalá en los años finales del reinado de Carlos II.


 En tiempos del primero, el antiguo litigio entre la jurisdicción abacial y civil se plasmó en una provisión real que logró la concordia entre los dos cabildos el 24 de septiembre del 1675 y la marcha del abad San Martín hacia el obispado de Toledo permitió unas nuevas relaciones con el abad don Pedro de Toledo. Las calzadas, los caminos y los puentes tuvieron importantes renovaciones como el del camino hacia Valdepeñas en el puente del Castillo (Cf. 7.1.1676). Se le debe el traslado definitivo de las carnicerías  de la Mota hacia el Llanillo, donde se ubicaba la arteria comercial de la ciudad y se plasmó el actual diseño de la ciudad de Alcalá, pues supo superar la división de los regidores como constatan estas palabras:

por el mayor servicio de Su Majestad y más conservación de vecinos, respecto a aberse totalmente arruinado los barrios de la Mota y barrio de Santo Domingo, en los quales avía más de mil vecinos, y, oy no permanecen en ellos catorce vecinos, sin aver casas y donde puedan avitar otros. En Barrio de  San Bartolomé, Peña Horada y San Sebastián, que están contiguos a los dichos barrios de la Mota y Santo Domingo, en los quales su merced está informado,  no vivían mas de trescientos, y oy no quedan cincuenta casas ni casas donde vivan, porque  las que avían se an caydo y no ay más de los asientos de solares y aberse ido abajo y estaba toda la población en la calle del Llanillo y demás barrio como es público.     
La medida era un acto consumado, porque el abasto de la carne ya  prácticamente no se hacía en la fortaleza de la Mota. Pues los vecinos no subían a ella por la aspereza del terreno y compraban en las casas de particulares, sobre todo, los eclesiásticos, incluso a mayor precio para evitar acudir tarde a los tajos. Si a esto añadimos el deseo de trasladar la cárcel pública a la parte llana por falta de seguridad, la sentencia de la Mota estaba firmada y se consumó en los primeros años del siglo XVIII. Además, se había permitido la tienda de carnicería de Lucas Romero que años después comprará la ciudad. Como medida de transición  se mantuvieron dos Carnicerías, la de la Mota para los que subían a pagar la Colectudería Abacial y para los vecinos de aquellos barrios, y la de Lucas Romero adquirió carácter oficial, porque en el Llanillo donde se recogían los trabajadores para las labores del campo y se conseguía que los trabajadores llegar a tiempo (Cf. 14.4.1676).
Aunque tuvo algunos problemas de abastecimiento de carne supo solucionarlos.  En su tiempo se prohibieron  las licencias de albergues, chozas, y casas en el campo por las muchas que se habían concedido. La relación de este corregidor con la Corte favoreció muchísimo a la ciudad en varios litigios  que perduraban de tiempo atrás: la contribución a los tercios militares de los dos reinos de Granada y de Jaén, quedando restringido en la colaboración al pago el tercio provincial de Jaén.


El corregidor Ariz fue  uno de los más emprendedores en la renovación de la ciudad. Trasladó la Fuente de la Mora baja a un sitio más idóneo de la calle Real, porque estaba inservible y era necesaria en el abastecimiento de los vecinos y del ganado. Para ello se valió de las monedas de molino  recogidas en anteriores registros.  Cambió algunas arquetas como la de la imagen de la Virgen de las Mercedes reutilizando los antiguos materiales. El convento del Rosario, centro neurálgico de su barrio, recibió ayudas de 50 ducados para finalizar la capilla mayor, que levantaba la cofradía del Dulce Nombre de Jesús y la sacristía que daba a la calle Llana. Mostró en su tiempo  un sentido racionalista en el diseño  de las calles. Los caminos, calzadas de entrada de la ciudad recibieron un fuerte impulso de renovación. Era consciente del valor estratégico de la zona alcalaína, que motivaba el arreglo de muchos de ellos, el de Granada, Bramaderos, Córdoba, Frailes, Noalejo, Puertollano:

 el puente del camino que va a Córdoba y barranco Moriana ,que es el paso más principal de Andalucía y benida a esta ciudad y a la de Granada sin aber otra parte para el comercio

Su vivienda en la Mota definitivamente se trasladó a la casa de don Rodrigo de Sotomayor en la calle Real, por muchos años la sede del corregimiento, y lo mismo hizo con las carnicerías que se establecieron primero en el Llanillo y posteriormente en la calle Real.
  La ciudad completamente arruinada y endeudada por la peste, los años de sequía, la baja de la moneda y la falta de comercio durante siete años, necesitaba una operación de saneamiento de la hacienda local. La Mota estaba completamente despoblada y no había más que cuatro o cinco vecinos. Los corredores de la plaza se encontraban convertidos en pajares para las cabalgaduras de los regidores. Los pocos vecinos de los arrabales de san Bartolomé y Peña Horadada abandonaban sus casas y solares y en los solares de la nueva ciudad edificaban nuevas mansiones con los materiales reutilizados. Sus edificios como el matadero se encontraba en similares condiciones. Este era el panorama de la peste del año 1682:
  ha obligado a dejarse de cultivar muchos sus campos que era el fruto único con que se mantenían los naturales, por lo qual dejan sus casas y se ban a otras probincias como se ha reconocido en la ruina que desde dos años a esta parte se hallan en barrios y calles, acortándose el número cada día, pues en el de la Mota que había 350 vecinos an quedado cuatro, en el de Santo Domingo de sesenta han quedado catorce o quince, en de rastro de sesenta y cien sólo han quedado doce, en el de san Bartolomé y Peña Horadada de ciento cincuenta o ciento sesenta a dieciocho, el de san Sebastián de cien vecinos han quedado veinticuatro, el de san Blas, Cava hasta la Cruz de Piedra, en la Cava de ciento sesenta a treinta, y en de la Cruz la tercia parte de los que había, sin otras muchas casas arruinadas y dejadas perdidas del todo, lo que no llega el número de los perviven en esta ciudad, entrando pobres y biudas a 1500 vecinos, quando se regulaba tres mil.
A la  peste se le añadió la carestía de trigo y llevó a cabo una serie de medidas secretas para la compra de trigo y registro entre los labradores y eclesiásticos, impidiendo su venta a  forasteros, logrando que la ciudad no pasara las calamidades que en otras ciudades se estaba percibiendo.


A finales de año, por el éxito de sus acciones consiguió arrebatar a los labradores que vendían trigo a forasteros  dos mil fanegas, evitando el alboroto y ruido. Y a estas calamidades se amontonaban la falta de liquidez del ayuntamiento que tenía sus bienes embargados e hipotecados por los gastos de la peste que alcanzaba cuatro mil ducados en el Castillo, la mala cosecha de siete años ininterrumpidos, la deuda de los arrendamientos de tierras que alcanzaban los ochenta mil reales, la falta de comercio y granjería por no poder recoger los frutos con motivo de la peste de 1682, las continuas acciones represoras de ejecutores, jueces y receptores de la justicia que venían a la ciudad para cobrar los retrasos de los arbitrios e impuestos. Las tierras roturadas que hasta ahora solían cubrir muchos gastos extraordinarios habían sido abandonadas y era muy importante el número de suertes de tierras que estaban sin arrendar. Excesivo precio  alcanzaron algunos productos básicos como el pan, el aceite y la carne, poco a poco logró que se establecieran precios más moderados, en 1684 la panilla de aceite consiguió bajarla de 22 maravedís a veinte, la carne de carnero a 17 cuartos y la de vaca a once cuartos. Los frutales y hortalizas de los forasteros que acudían a la ciudad se regularizaron por falta de medidas de pesos.
En la peste destacaron varias medidas de prevención y restablecimiento económico entre las que sus gestiones con el presidente de la Audiencia de Granada consiguieron  el restablecimiento del comercio con Granada. El Castillo de Locubín  pudo contar con los medios y recursos necesarios ante la fuerte incidencia, y, la ciudad de Alcalá logró salvarse a su dedicación recorriendo a pie y caballo todos los puestos de control. El hospital de la ermita de san Marcos se mantuvo en cuarentena impidiendo incluso la entrada del médico para evitar cualquier tipo de contagio.

Ante esta situación, logró una moratoria de seis meses para poder afrontar los pagos de los censos y sus réditos, consiguiendo pagar a todos los prestamistas que tenían hipotecada la ciudad. Para ello se valió de los noventa mil reales de moneda de molino que se convirtieron en los cuarenta y cinco mil para pagar de los réditos valorados en cuarenta y cinco mil reales. Llegó a cabo un concierto con Leonardo de la Cueva, administrador real de los cuatro por ciento sobre productos de la aceite, vino, carne y jabón, que tenían atrasos, desde los años setenta, por fallidos sin caudal ni posesión, y desde el año 1674 no se habían pagado hasta el 1682, alcanzando la cantidad de 3.576.178 maravedíes. Para ello se tomaron medidas de encabezamiento y reparto de vecinos, y se condonó la mitad de la deuda.
 Las cargas militares eran una gran rémora para la ciudad. La libró de varios alojamientos y medidas de reclutamiento militar que tanto agravaban la hacienda pública, reduciendo las levas y aportaciones a los tercios provinciales ( de veintiséis soldados a 22 en Alcalá, de a catorce en Loja y siete en Alhama).  Así libró de la deuda de 25.000 reales para el pago de milicias, de varias arboladas y de cuarenta y siete soldados para el tercio de Jaén.       El Pósito logró recobrar su vitalidad cobrando atrasos de labradores.

Como medida de modernización de la ciudad, intentó bajar las casas de Cabildo a la calle del Rosario, y  la cárcel en la calle Tejuela, y reconstruyó toda la cañería de abastecimiento, que  se remontaba al tiempo de los conquistadores de la ciudad- según las noticias, era de 1283- y levantó la fuente nueva de la Mora en el año 1682, que se componía de un frontis, coronado de relieve, paseo, pilón, tres caños y donde puso asientos entre el pilar y en el frontis mandó grabar sus armas y el nombre del corregidor, y aún mas importante renovó toda la cañería del agua, obra del arquitecto Francisco Rueda, maestro de cañería que se hallaba en Alcaudete:



Librar dos mil ducados para los gastos de cañerías y ocho mil reales vellón para pagar la fuente nueva que se está fabricando enfrente del convento de Consolación, para el abasto de los vecinos de esta ciudad, frontis, pilón y todo lo demás necesario que las subastó Diego de Lara y Garrido.

Durante su tiempo, los cortijos de propios, comenzaron a levantar casas, caballerizas, tinados, pajares, dando lugar al asentamiento de la población rural en Acequia la Baja, Cabeza Carnero, de piedra y teja, Acequia Alta, la Mesa. Las tierras roturadas ofrecían una situación bastante penosa en la que muchas tierras se encontraban baldías y yermas y abandonadas  y otros se habían aprovechado de  la situación entrando en abrevaderos, aguaderos, caminos y tierras sin roturar, lo que dio lugar a que llevara una remedida de todas estas tierras para clarificar la situación en la Rábita, dehesa de los Caballos. Había casos como el de Felipe Cañadas con diecinueve fanegas sin ningún tipo de arrendamiento en la Rábita.      

Para ello emprendió la realización de un nuevo padrón de viviendas, población y movimientos porque:

“el no averse hecho nuevos padrones a sido causa averse le dado bolsas fantásticas de dichos derechos y estar oy por cobrar muchas cantidades ... y por no tenerse noticias de muchos de los contribuyentes y, aviendo estos muerto, no se sabe quienes tienen herederos  a haberse ido muchos vecinos de esta ciudad a otras”.

El absentismo de los regidores en la asistencia de los cabildos era excesivo y lo regularizó penalizando y distribuyendo las suertes entre los regidores que acudieran a 33 cabildos anuales. En esta línea de saneamiento administrativo, los regidores tuvieron que devolver el trigo que habían recibido del Pósito desde los tiempos de Luis Gudiel en 1646, que superaban las mil fanegas y se confirmaron los privilegios que tenía la ciudad desde los reyes anteriores, dando lugar a que no le afectaran el servicio ordinario ni extraordinario de los que estaba exenta la ciudad por la exención de alcabalas.
Puso orden al abuso de escribanos, que solían enredar pleitos con ejecutores y evadiendo controles con el traslado de documentos a sus casas, entre ellos los de Domingo de Santiago, que logró recuperarlos para la población. El desorden era tal que en 1684 se decretaron  varias paulinas de excomunión contra todos los que tenían ocultos documentos en sus casas, obligándolos a que los devolvieran. Lo mismo acontecía con los guardas del campo, nombrados por los regidores y  provistos de varas de justicia, se aprovechaban del cargo y se apropiaban de las pagas de los arbitrios de las caserías y cortijos, al ser denunciados no le falto valor para destruirlos. 
Consiguió la facultad real de tres mil ducados para los gastos de la peste, sobre todo, la del contagio del Castillo, a la que suspendió del servicio de millones. Los vecinos del Castillo pretendían que se les liberarse de deudas como las de los millones a causa de la incidencia de la peste y consiguieron que de los 52834 reales quedaran en 34.890. Hasta el final de su corregimiento consiguió nuevas provisiones que aliviaron la situación de la hacienda.

Tras su estancia alcaláina, pasó a  Antequera, como corregidro. 

En el mes de mayo se nombró a Manuel Hurtado de Mendoza. Mientras ocupó el cargo y el corregidor Ariz se encontraba en Madrid la situación de desgobierno y falta de justicia se agravó.
En el mes de septiembre de 1685 se constata la siguiente situación que el cabildo del día 24 nos  describe junto con el  cuadro de una corta cosecha, en la que se añadía el fraude de los  privilegiados en otras actividades, solicitando al alcalde mayor que pusiera fin a todos estos excesos:


públicamente, de día y de noche, desde que se empezó a seguir la cosecha de este año, se está sacando el trigo de esta ciudad, llevándolo vecinos de otras partes, y esto con tanto exceso, que oy día , según las cabalgaduras que salen cargadas, parece pasarán de cuatrocientas fanegas de trigo además que dentro de esta ciudad se la llevan diferentes personas de Granada, Écija, Espejo y Castro y otros lugares con cantidades de dinero de pronto y públicamente están comprando trigo y remitiéndolo en carreta cabañas que continuamente van y bienen que atento a la cosechas de esta ciudad es incierta  podría faltar el trigo en los meses de abril y mayo.....

dando lugar a que se padezca falta de pan y alborotos y ruidos que sobre ello suceden , como lo experimentó en el mes de mayo próximo pasado,- refiriéndose a 1684- que en sólo dos días que ubo falta de pan se  experimentó el daño que consigo trujo, obligando a hallanar las casas y sacar el trigo que tenían para  sus gastos para evitar mayores incovenientes..

“ es notorio  que, en muchas casas así de eclesiásticos como particulares seglares, públicamente y sin ningún emboco ni tener privilegio ni excepción, se están vendiendo y pesado el carnero y vaca en grave perjuicio de los derechos reales como del buen gobierno, asimismo todos los montes propios de esta ciudad y los arbitrios de que usa y de los particulares públicamente los está talando y destruyendo sin que se castigue ni se ponga remedio a esto”

Cuando en el mes de noviembre  se incorporó a la ciudad desde el corregimiento de Soria, este caballero de la Orden de Santiago, emprendió una serie de acciones que lo calificaron como uno de los mejores corregidores de Alcalá. La remedida de tierras roturadas  se emprendió por medio del juez de la Corte Julio Rospillosi. Se estableció una comisión que llevó a cabo la elaboración de un libro donde se encontraba señalado el número de trances y suertes, el control de las tierras arrendadas, y las que estaban vacantes  de arrendamiento. Afectaron a la zona de Mures, por donde se principió la actividad. La situación se nos describe en el año 1688:

    hace  mucho tiempo que no se remiden ni  se arriendan mucha parte de las roturas de que esta ciudad usa para sus negocios, y que nuevos an roto las lindes, por cuya causa se han confundido unos con otros sin poder distinguir la cantidad de fanegas que cada uno tenga (Cf.25.2.)”



Las medidas contra el absentismo de los regidores se recrudecieron para evitar que los asuntos reales se aplazaran. Para ello, se suspendió de voto, activo o pasivo, y de todo tipo de preeminencias  en actos públicos al que no acudiera por seis meses, cuatro meses y un año según el número de asistencias. Persuadió a cumplir su delegación a algunos regidores que dejaban olvidados asuntos de su delegación sobre todo, de la protección de los montes y sobre la caza y la pesca.
El estado lamentable de calzadas, puentes y calles se arreglaron con la colaboración de los vecinos, sobre todo la de las calles Braceros, Santillán, Llanillo hasta Álamos e Izquierdo, la calzada de la Magdalena desde el Coto hasta la Peña el Yeso, la vereda del Carmen,  puente de la Ribera y  del arroyo de las Parras y del río Carrizal. Lo mismo se arregló el aguadero de las Caserías de san Isidro, situado entre las dos Moralejas, en el camino real que se dirigía a Priego desde la Fuente  Tejuela y la fuente del Pozuelo de san Juan. En este tiempo, el servicio de locomoción en los coches de caballos obligaba a todas estas reformas, sobre todo, los del Presidente de la Audiencia de Granada y, por otra parte, no se podía olvidar el importante comercio de esta zona de Andalucía.  El Corral de las Comedias se remozó en los aposentos de la ciudad  fijando las armas reales, de la ciudad y de la Cofradía de la Veracruz. La iglesia del convento de  san Francisco, afectada por el terremoto de 1680, acabó de terminarse, lo mismo que las bóvedas del Convento del Rosario que recibieron una limosna de doscientos reales.  De su tiempo data la ordenanza que no permitía la entrada de ganado en la ciudad, salvo el caprino, estableciendo una distancia de un cuarto de legua. Solicitó una provisión real para levantar las obras públicas de la Carnicería, del Cabildo y de la Cárcel en sitios cercanos al Llanillo. Fue muy interesante el debate de la ubicación de cada una de ellas que fijaban como centro el triángulo Llanillo, Real hasta el Rosario, y Tejuela, ya que, si hubiera conseguido la facultad real, pudo haber salvado este barrio en siglos posteriores. Sus propuestas hubieran significado  la recuperación, al menos, de muchos materiales de las antiguas  dependencias que hubieran servido para la creación de las nuevas, aunque todavía permanecen testigos de aquellas por no llevarse a cabo esta decisión. Fue una realidad la nueva ubicación de las Carnicerías en la calle Real, y, prueba del dinamismo que se experimentaba en la ciudad:



    de sólo averse empeçado la fábrica, se reconoce que se an reparado las casas que se caían, y  arrendadas, las que estaban desiertas Cf. 15,2,1687

Tuvo que hacer frente  a partir de este año al nuevo encabezonamiento para el servicio de 24 millones y ocho mil soldados, realizando un control exhaustivo de medidas, aforos, pesas y de entrada y salida de la ciudad en las puertas de Álamos y Tejuela y concertando la contribución eclesiástica con el abad Pedro de Toledo en una cantidad de cuatro mil reales a los 916,3000 maravedíes  para el servicio de millones y 130.900 de los ocho mil soldados, lo que suponía 1.047.200 maravedíes. Sin  embargo su gestión no fue fácil, ya que las dificultades en cobrarlo y repartirlo eran muy poderosas sobre todo, en los continuos aplazamientos que provocaban el estamento eclesiástico y los vecinos del Castillo de Locubín, dando lugar a la excomunión de los comisarios en el año 1688.(Cf. 23.7.)


































[1]AMAR. Caja. 285. Pieza 21. Cedula Real.

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