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domingo, 24 de mayo de 2020

CAPÍTULO XIII. DESDE LA PUERTA NUEVA A LA PLAZA.. EL DUENDE..




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         Tras hacer una pequeña estación, bajando al Bahodnillo de la Puerta Nueva, contemplando al descubierto la desnudez de la roca con su conquista humana  de bodegas y lagares, pozos y cámaras olvidadas, la ciudad troglodita, y enfrente la roca y la muralla, los restos de la casa del horno y las viviendas de los labriegos, comerciantes, mercaderes y artesanos,  se subieron a la entrada de  la nueva calle. Es el final del trayecto de la calle del Preceptor, que cambio de nombre por la de la Encarnación. Desde finales del siglo XVI, esta calle  salía de la Plaza Alta de la Mota en dirección hacia la Puerta Nueva, Esta  calle dejaba a un lado el horno de la plaza,  la casa de la Justicia y la de los Leyva,  se denominaba del Preceptor de Gramática, porque unas de las viviendas se alquilaban al Preceptor de Gramática de la Ciudad, un  rector o maestro de retórica que iniciaba a los niños de las clases privilegiadas en los estudios de la Gramática, la Filosofía y las Matemáticas. Era una casa que no ofrecía muchas comodidades a los estudiantes por ser muy estrecha, fría y húmeda y los alumnos se veían sometidos a la propagación de enfermedades contagiosas.  Servía también  de vivienda del preceptor, pero pronto la abandonó por sus incomodidades, cambiando de sitio al arrendarse  otra en el entorno del Trabuquete, junto a la Casa de Hurtado de Aranda Se sabe que finales de XVI, ejercía la docencia en la casa el cura licenciado Monte, una casa con muy poco espacio para acoger a los niños en las dependencias y en el recreo, además de verse afectada por las humedades
-Nos dijo que se llamaba también de la Encarnación¿ cual es la razón?
- Es muy sencillo- respondió el guía-.También se denominó  así con este nombre. porque en  1988 se fundó en la casa de Leonor Méndez de Sotomayor el monasterio dominico de Nuestra Señora de la Encarnación, una casa que lindaba con la de los Leyva, desde el año 1588 hasta el año 1601, precisamente el año cuando se bajaron al hospital de la Veracruz.  Junto a unas peñas, esta calle se abría cerca de la casa de Sancho de Aranda, toda ella con fachada de piedra.
 Leonor, hija de Alonso y María de Aranda,  fundó una memoria por la que aportaba  6.000 ducados con la reserva del enterramiento en la capilla mayor y   dos mojas de familia. Fue bendecida por el vicario de la provincia dominica fray Juan de Montoya el 24 de junio de este año, siendo sus primeras monjas y fundadoras  Ana de Rueda, de Almagro, y Isabel de Aranda de Jaén y María de Góngora.  En el mismo año, ya Juan Hernández y Miguel de Bolívar llevaban a cabo el claustro del convento.
- Los conventos no solían ubicarse en las ciudades, sino a extramuros tengo entendido.
- Alguna razón habrá. No es extraño que se ubicaran dentro de este recinto, pues la iniciativa partió de importantes caballeros de la ciudad,  entre ellos los regidores  Pedro y Juan de Aranda, Pedro de Pineda Góngora, Fernando de Ocón, y Pedro de Pineda Valenzuela junto con el clérigo Francisco de Valenzuela que los solicitaron al abad Mazimiliano de Austria para que diera la licencia, lo que hizo a cambio de ingresar sus hijas con una dote de 500 ducados.
- El clero y el cabildo, sabían de la importancia de mantener con vecinos la ciudad fortificada. Perdían los privilegios, si no lo hacían.
-Juan de Aranda, otro regidor, - interrumpió el asesor del alcalde- llegó a donar seis mil ducados para su fundación.
-Sigamos con la casa, pues no era una  mansión cualquiera. Esta casa se recoge dentro del mundo mistérico, porque fue abandonada por familia propietaria y se donó como convento sin mucho éxito. Se cuenta cierta leyenda de que las monjas, hijas de muchos hidalgos, acrecentaron su presencia en esta casa. Pero pronto se vieron inmersas en un ambiente de enfermedades que achacaban a las aguas rojizas de sus aljibes y a la visita de un duende. Aunque los cabildos eclesiástico y civil no les permitieron trasladarse a un recinto más sano y menos estrecho. Al final, en 1602, llegaron a un acuerdo de transacción con el Hospital del Dulce Nombre de Jesús, que se encontraba en el Llanillo, que le cedió su edificio y lo permutaron por otros de la actual calle Caridad.
Es curioso que las viviendas de esta calle estaban habitadas por hidalgos descendientes de los primeros conquistadores  de las familias de los Cabrera , Cardera, Mazuelos, Góngora y Aranda, y por los nuevos advenedizos como acontecía con el alcaide Antonio López de Gamboa, hombre culto que escribió sobre las Antigüedades de la ciudad de Alcalá la Real y ejerció una gran influencia en la vida social y política desde finales del siglo XVI, heredando la alcaldía de sus padre, hasta mediados del  mismo siglo como regidor perpetuo.  Tampoco no faltaban los nombres de oficios como los escribanos y labriegos . Cerca de los Cabrera vivía Bartolomé López Montijano, casado con Francisca del Castillo.
-Ahora no encontramos en La Casa de los Cabrera arrimada a la muralla. Y en ella se abrió una calle, la calle delante del precepto como recogen los padrones. En el siglo XVI esta calle, por donde hemos subido,  se dirigía hacia extramuros de la ciudad por la Puerta Nueva y desde esta hasta San Bartolomé, solía tener bastantes hundideros, y era continuamente arreglada para la procesión del Corpus ( 4.12. 1612) Para hacer la ampliación de la Puerta hubo que comprar varias casas por los años treinta del siglo XVI. En esta fecha estaba hundida y muchos solares ya abandonados y las viviendas vacías, se reedificó por un cantero portugués colocando vara y media de pretil, que se conserva y con piedras hiladas con seis estibos. Se dividía en tramos, uno era la  calle Baja de Puerta Nueva. En 1611, la situación de este entrono está prácticamente derrumbado de modo que acudieron los dos miembros de la comisión de obras, Pedro de Cabrera y Ruiz Díaz y vieron la calle que se dirigía a la Puerta Nueva. Y de acuerdo con los maestros y alarifes de la ciudad, ordenaron que se debían entibar, macizar y terraplenar todos aquellos solares a consecuencia de que el paso estaba impedido con la caída de varias casas y era de uso púbico, porque la calle se sustentaba sobre ellas y se necesitaban para el tránsito de las personas. 
-Es los que vemos sin techumbres ni  paredes, ni tapiales, solo bodegas, y más bodegas, escaleruelas, suelos de viviendas, portalones….

No quisieron detenerse por la calle delante del Precepto, pero el guía le informó  que  allí se   encontraban las viviendas de las familias de los Frías, Valenzuela, Trasierra, Escobar y Jamilena entre otros. Lindaba con el palacio abacial y otras calles, entre ellas la Calancha. Podría enmarcarse entre calle antigua del muro de la Especiería y Despeñacaballos. El jeque se interesó por la casa del monasterio  Dominico y preguntó.
-¡Qué extraño que no permanecieran mucho tiempo en una casona de una ilustre familia! En medio de casas tan protegidas por el linaje y su buena conservación.
-Es largo de contar. Su marcha ha dado lugar a un relato entre ficción y novela, le titulan la Casa del Duende.
-¿Cómo duendes en la Mota?. Dígame, cuénteme, me interesa.
-Ya se lo he  había comentado. Lo ha pasado por alto. Le  aseguro que muchas leyendas son verdaderas, o, al menos, tienen viso de realidad. Y esta es una de ellas. Nobleza y alcurnia no le faltaban, pero todos los vecinos  se referían a   esta casa como la casa del misterio, incluso con más intriga  que los misterios  de las cuevas del Bahondillo y del  arrabal de Santo Domingo. La casa de los Aranda Méndez de Sotomayor  hacía a tiempo que su familia  la había abandonado a duras penas. La había recibido Leonor Méndez de Sotomayor como el último eslabón de la herencia paterna por ser descendientes de las familias de los conquistadores de la ciudad. lA  abandonaron,  aunque los poderosos  la consideraban de gran valor sentimental y crematístico  por haber sido vecina del palacio de los primeros señores musulmanes, y, luego, de los  alcaides de la fortaleza, -entre ellos el conde de Cabra-. No podían soportar vivir desgraciadamente en aquella casa que todo el mundo  bautizaba como La Casa del Duende. A ello se añadió un  pariente, por cierto escritor de la genealogía de los Aranda, sufría ataques de melancolía y delirios.
         Tras su abandono, pronto se extendió como la pólvora las habladurías de los criados de esta familia: afirmaban que sus señores habían  vuelto a aquella casa, de noche y con sigilo, porque los llamaban seres extraños produciendo ruidos en las cámaras altas.
         -Siga, siga, muy interesante..
-Este fue el comienzo de  esta historia.  Sin embargo, cada día surgían nuevos imprevistos y acciones mágicas, donde se mezclaban los ruidos ocultos con los seres de ensueño y  los  efectos fantasmales  de la luz y la oscuridad.  Al principio, los    vecinos  achacaron los sonoros ruidos  a los fuertes vientos, tan frecuentes por los altos de la ciudad,  los que arremolinaban los aperos de labranza  y los arrastraban contra las puertas  golpeándolas desordenada y escalonadamente como si cayera ruidosamente un castillo de naipes. Tampoco, le dieron importancia a los apagones  intermitentes de una lámpara que  parecía que portaba  un encorvado fantasma. Aunque la visita ocasional de los esporádicos inquilinos lo achacaban a un duende, que había albergado la familia, los vecinos creían que no era sino una simple alucinación de las mentes de aquellos señores, víctimas de su afán por la usura de bienes. Lo cierto es que aquel duende les hizo perder la cabeza a aquellos señores y, un día sin esperarlo, ya no volvieron a aquella casa y se bajaron a los llanos de la ciudad para aliviarse de aquella persecución que no sabían interpretar si era fruto de los duendecillos  o del diablo en forma de fraile.
-Mejor sitio no pudo ser para elegir la ubicación de un convento.
                  
EN LA CASA, UN CONVENTO DOMINICO


-Pero, pasaron algunos años y nadie les quiso alquilar aquella casa. Mas, no hay mal que por bien no venga...  Pues esto le vino muy  bien a los planes de  aquella familia. Pronto,  a aquellos señores se les ocurrió  una feliz idea con  la que les  hiciera purificar aquel lugar y cambiar la mala reputación  y fama  que se había extendido sobre su familia y sobre  ellos entre algunos vecinos de la ciudad.
-¿ Cómo lo hicieron?
-El ama, una devota y señora emprendedora, huérfana  de padre y madre, pensó fundar un convento. Cedió su casa, buscó  personas influyentes y poderosas entre los notables y ayuntamiento de la ciudad para que le ayudaran a hacer realidad el proyecto: No tuvo, al principio, muchas dificultades, porque la mayoría de los regidores y jurados  eran familiares suyos relacionados con las diversas ramas de  los Aranda. Como se suele decir, mató dos pájaros de un tiro, porque su plan contribuía con la defensa municipal de que  no se abandonara la privilegiada fortaleza, y, por otra parte,  sabía que le era imposible fundarlo en otro sitio, porque a nadie se  le permitía  edificar  edificios religiosos en los bajos de la ciudad.
         En los primeros momentos, los hechos se fueron desarrollando como si los marcaran inexorablemente las agujas del reloj  de la Mota. El prelado de los dominicos dio el visto bueno al proyecto; el abad hizo lo mismo dentro de su jurisdicción, también a Leonor  se le aceptaron todas las cláusulas de su contrato con el nuevo convento: dos monjas reservadas a la familia y privilegios de enterramiento  para los miembros de la familia en la capilla mayor del templo. Se trajeron monjas de  otros lugares como Almagro para constituir la cédula inicial de aquel convento,
          Cada día, con  el  crecimiento de miembros del convento se renovaban la ilusión y la alegría de Leonor Méndez de Sotomayor, porque continuamente se veía obligada a acudir a  los escribanos de la plaza alta para recibir las dotes de las novicias. Además, no se quedaba  su gozo en el grupo humano, sino que se amplió el recinto del convento con las nuevas casas de los Monteses y Valenzuela; y aún más,  se comprometió  con los mejores  canteros  de la familia Bolívar a renovar aquella casa con un claustro porticado, una capilla y dormitorios para las hermanas; en pocos años, aquella casa  albergó a más de veinte  monjas.
         Pero, pronto, comenzaron  a surgir raros inconvenientes,  acontecimientos  extraños e inesperados sobresaltos. Las primeras monjas  venidas de Almagro y Jaén, como no sabían nada de  la historia reciente  de aquel convento,  tan solo se quejaban de las malas condiciones que ofrecía aquella casona al sotavento  y frío del cerro de la Mota. Pero, con la entrada de las nuevas inquilinas de Alcalá, muchas de ellas, procedentes de famosas familias hidalgas de la ciudad, comenzaron a revivir  las antiguas habladurías que corrían de boca en boca a lo largo de la ciudad. A ello se añadió que  se produjeron varias muertes de las doncellas más delicadas,  y  comenzaron a levantar los más inesperados comentarios sobre  la salubridad del convento.
-El agua rojiza de los aljibes, como adelantaba.
        
                            REGRESÓ EL DUENDE

-A la hora de la verdad, las monjas tan sólo discutían y deliberaban en sus cabildos lamentándose de estas tristes circunstancias, pero no quedaban en nada,  porque no sabían a qué achacárselo, de tal modo que les hacía conformarse con resignación cristiana a aquellas adversidades del local y  la  vida en comunidad. Es verdad, se decían, que  se podría echar la culpa  al  frío invernal  de la Mota  que  les hacía mella en su salud , pero , muchas  muertes acontecieron en otras estaciones del año; por eso , no olvidaban los calores de agosto  que causaban tabardillos y  funestas fiebres de verano;  y , por lo que más se inclinaban y,   de común acuerdo, solían achacarlo al aljibe de la casa que  cambiaba el color  del agua convirtiéndola en una especie de vidueño rosado.  Por mucho que el  físico les recomendaba que le echaran  a los vasos y jarras de beber  unos  polvos medicinales mezclados con un jarabe especial elaborado en la  botica de la Plaza Baja,  muchas se veían afectadas por una continua descomposición del cuerpo, que no daba abasto para limpiar los pozos ciegos abiertos en la roca de la fortaleza. Para colmo, aquellos desarreglos provocaban  una  anemia  corrosiva de los cuerpos que afectaba  hasta la voluntad de sus almas. La mente se les turbaba, veían visiones a su alrededor.
         - De seguro que afectó a la convivencia.
-Claro, y evidente. No tardaron en producirse algunas bajas o deserciones  marchándose del  convento, y, eso que casi se incrementaba el claustro a dos novicias por año y se les quedaba aquella casa estrecha y sin posibilidad de albergar a tantas doncellas que esperaban la llamada del mayordomo para ajustar la dote ante el escribano. El agua  les había puesto nerviosas y enfermas, por un lado; por otra parte, tampoco podían soportar los cotilleos frecuentes   entre  ellas sobre unos  ruidos nocturnos que se asemejaban  a  los lobos  de la  sierras; también , se asustaban por otros  muchos imprevistos:  pues, de un día para otro, un  objeto estaba sobre un bufete y a la mañana siguiente, aparecía colgado en la cámara; o lo que más acontecía , el hecho de que un velón apagado al anochecer  en un cuarto de dormir a la hora de completas, a  los matines del otro día   había aparecido en el comedor; y, por encima de todo,  les colmaba la paciencia que  desparecieran  con mucha frecuencia  los ramos de flores del altar de la capilla  y al día siguiente  aparecieran  pisados con gran violencia como si quisieran  destruirlos. La priora no se lo tomaba a broma, sino que se le achacaba al antiguo espíritu que se había cobijado en algún escondrijo de las cámaras y  renacía moviéndose de un modo imprevisto   por las diferentes habitaciones y cuartos.  
-Ya entiendo que el duende sea un personaje que  influyó en muchas personas por estos tiempos, incluso en los escritores escribieron comedias sobre los duendes.  
- Por eso, entre ellas, de nuevo reapareció en sus conversaciones  la antigua figura del duende de la casa cumpliéndose aquel dicho que “a perro muerto  todo son pulgas”.
- ¿Se lo inventa esto?
Ni corto ni perezoso, el guía saca de su cartera unos documentos. Y los entrega a los presentes. Decían así:
Acta de 23 de noviembre de 1601 Pleito por la pretensión vecinal de querer poner parroquia en la Veracruz y haberse ido las monjas de la Encarnación al Llanillo.

-Miércoles del pasado cabildo se hizo el recaudo por don Francisco de Pineda Mesía al señor abad  de que “se le expuso lo inconvenientes  anteriormente puestos ante sus antecesores de poner parroquia en los arrabales de la Mota ante Alonso Ramírez.”
-Lo hacía en defensa de la ciudad y lo trataron con los curas Francisco de Góngora y  Villalobos que le  dieron las gracias.
-Las monjas han intentado pasarse a las casas de Cristóbal de Ibáñez junto a la ermita  de la Veracruz para hacer en ella su convento  sin habérselo advertido al abad  ni el beneplácito de la ciudad, lo mismo era injusto  e iba  en contra de los intereses de la fuerza y conservación de la Mota
-Solicitaba que no se hiciera la  mudanza del convento.
.-Se hace referencia de que el abad estaba en Valladolid en la Corte
-Se  pide que hablase con el  prior del convento de los dominicos para que no se bajen porque no tienen decencia ni custodia las casas que ahora viven. ( postura de  Narváez , Mejorada y Diego de Cabrera).
-El regidor Sotomayor dice que no está a favor  de esa medida y vota en contra.

Acta del cabildo de 20 de febrero de 1602.Sobre el traslado de la Casa de Mancebía por estar cercana al Convento de las Dominicas.

“La ciudad, atento que la casa pública de las mugeres está junto a el convento de momxas de la Encarnación y de la Veracruz, barrio muy puro,  aquerda y manda que Pedro Veneroso regidor vea un sitio honesto y secreto,  donde con comodidad pueda estar la dicha casa pública y alquile la casa en nombre de la dicha ciudad u otro sitio que le pareciere y haga se pasen a él y lo demás que convenga, de manera que haya efecto y el mayordomo dé  lo necesario”
Acta de 23 de abril  de 1602. Petición de Fernández Alcaraz para que el convento se traslade al Hospital del Dulce Nombre de Jesús. Historia y leyenda. Lo presenta Pedro Fernández de Alcaraz

“Por ser notorio a esta ciudad las causas,  por do procede El señor Abad mayor tiene descomulgadas a las monxas de la Encarnación no las refiero más de que
Don Pedro Fernández Alcaraz Cabrera digo que,  al servicio de Dios Nuestro Señor y a el Rey y bien de esta república, conviene que esta ciudad nombre dos caballeros de este ayuntamiento que, representándoles,  por su parte  se les suplique al Señor abad haga merced de absolver de excomunión, que tiene puesta a la priora y superiora de la Encarnación, sirviéndose de no vejarlas más, porque en haber dejado, por primera y segunda vez,  desmantelado el monasterio- que tenían en esta Mota-, piadosamente se les debía permitir por muchas causas, que se podrían referir, -entre las cuales de más de no ser capaces  y enfermas las dichas casas-; por ser como son frías y de verano muy calurosas  y con otros inconvenientes más que son tener como tienen  duende que las tenían muy  inquietas; el cual sabemos los traían tanto a los que vivieron antes que fue monasterio en las dichas casas; que traían sacerdotes exorcistas para que lo conjurasen; a cuya causa la dejarían deshabitada, como es notorio, y asimismo, por esta causa  con ser como es el dicho monasterio, tan ejemplar, huían todas las que lo servían de recibir en el hábito. Y, si se las hubieran tenido allí abajo en los arrabales, estuviera muy poblado y no estuvieran ellas con el extremo y pobreza,   que no tienen con que se pueden sustentar ni pagar las deudas y corridos de censos que tienen pereciendo de hambre.
         Otro sí que asimismo se le debe suplicar a el dicho señor abad haga merced a esta ciudad que, quedándose la pila de bautismo  como hoy está en la Sancta Veracruz, que la dé a las dichas monjas, llevándose siempre las obvenciones sus clérigos y administrando desde allí su parroquia para que quede perpetuada en ellos para siempre jamás. Pues no impide el estar allí las dichas monxas para que deje de serlo, como lo es en la ciudad de Granada la Encarnación,  y para  esta dejando en su buena honra e fama la orden y prelados de Santo Domingo,  se podría imprecar un breve de Su Señoría, el señor abad,  y de los más ordinarios que en esta abadía de aquí en adelante hubiere; y, en esto,  no sería en contra el intento de la fundadora , porque, con su acuerdo  y por su orden, se juntó la ciudad  en casa del corregidor   Juan de Guedeja y por la ciudad se suplicó a su Señoría  la dicha gracia, para que quedasen sujetas la dichas monjas de su fundación al ordinario  (y,  en este dicho cabildo , a lo que me quiero acordar  fueron uno de los señores Pedro Pineda Góngora y don Francisco de Pineda Mexía y yo,  y uno de los escribanos del cabildo, Pedro de Contreras  y Miguel de Molina ante  quien pasó).
         Otrosí digo que no va en contra de la conservación de la dicha Mota, en que vaya la dicha parroquia en la dicha Sancta Veracruz ni es razón- por las causas que diré- que a ello la ciudad haga contradicción con que siempre los oficios que, por la real ejecutoria, mandan vivan  en ella, en la forma que lo manda, y se castigue con el rigor de ella siempre para que se perpetúe y guarde. Lo otro porque no a sido parte del no haber habido hasta hoy perroqua,  para que deje de estar poblada, como es tanto,  todos aquellos arrabales tan remotos de la parroquias, que hay en esta ciudad; a cuya causa han acabado muchas personas, las grandes como recién nacidos, los unos sin confesiones ni los demás sacramentos,  e las criaturas sin bautismo: cosas de grañidísima lástima y sentimiento. Y esto que ha hecho  el dicho abad de haber  puesto la dicha pila sancta, no mira al interés de su renta , pues antes se añade quiebra  de ella por aumentar un escusado;  que esto mira al bien común  de las ánimas; y así, por estas causas como por otras muchas que avía bien que decir, pido en suplico a la ciudad nombre dos caballeros de ella para todo lo dicho tocante a esta causa de que favorezcan a estas sanctas monxas- Y si el señor abad no fuere servido( que sí será pues es tan cristiano e caballero) que, si no quisiere hacer merced a esta ciudad de lo que aquí se suplica de manera que se consiga lo que se le suplica  y, si no hubiere en ello, se nombre  dos caballeros comisarios para que les ayuden  a defender las dichas monjas en todo lo conforme a conciencia  y justicia pudieren , Pues en esto   será  bien no ir contra  el dicho señor abad, - que no es razón esta ciudad imagine tal,  que es nuestro prelado-  y  sino por ser justa e sancta defensa; y ansí lo pido e suplico y lo pido por testimonio don Pedro Fernández Alcaraz Cabrera.

El testimonio de Antonio de Gamboa  y don Francisco de Góngora Pineda se resumía en los siguientes puntos
:
-“En días pasados tratan algunos vecinos de poner pila en la ermita de la Veracruz por ser notorios los daños que resultaban  y destrucción toda de esta fuerça y parroquia de Santo Domingo se denegó por el perlado pasado”
-Se trajo juez apostólico a la ciudad  que la contradijo y estaba el pleito pendiente.
-Hay  noticia de que el abad mayor había puesto de hecho y contra derecho pila en la dicha ermita, so color que por esta vía impedir que las monjas de la Encarnación  no puedan ni sigan su justicia  y excluirles de la pretensión que tienen a la dicha ermita llevando el impuesto a su particular; y no a lo que esto sea a el servicio de Su Majestad y a el bien público en la conservación de esta fuerza y de que de ello nazcan otros pleitos contra su libertad y franqueza.
-El licenciado Haro, abogado de la ciudad,  para conservación de su franqueza pidió cumplir la ejecutoria…  y solicitó mande auto y diligencia para quitar la pila  ante su Majestad 
Apoya Sotomayor esto y no se gasten dineros de los propios,   no está de acuerdo en que la ciudad entre en este pleito entre abad y monjas siguiendo el recaudo hecho a  los curas Francisco de Góngora Aranda y Juan de Villalobos  en el cabildo pasado para que se lo transmitieran al abad. 


Acta de cabildo de siete de mayo de  1602. La pila estaba puesta.

Ya se había puesto la pila en la Veracruz por el abad e hizo requerimiento Antonio de Gamboa, ordena que  lo lleven a cabo los comisarios al abad    

Archivo Histórico provincial. Legajo 4748. Folios 237 y ss. Acta notarial ante Alonso Ramírez  con fecha de 27 de septiembre de 1602. Compra del hospital del Dulce Nombre de Jesús y  venta de las casas de Alonso Ballartas, compradas por el convento de la Encarnación,  junto a la iglesia de la Veracruz, para se instale el Hospital
-Se solicitaba al abad” por mandato del provincial, se trasladaron a las casas que compraron Pedro Martínez Serrano, vecino de la ciudad (…) aunque han surgido algunas diferencias, con el de buscar la paz y la quietud, y ser un lugar de más anchura, sano y cómodo con sol y agua” y se le pedía al señor abad dé licencia con varias  condiciones para la compra del Hospital. Entre ellas, con los bienes muebles, ornamentos, retablos y otros elementos se quedaba este último y a cambio se le daba la casa de Ballartas y unirlo con el de la Veracruz. También se pagaron varias cantidades  por la transacción
ARCHIVO HISTÓRICO PROVINCIAL. Legajo 4847. Año 1603. Escribano Alonso Ramírez. Venta de las casas  DOMINICAS de la Mota Francisco de Córdoba.

-Estos son los documentos, y su final.
- Días después, de que, regresara de  Valladolid  el abad  mayor y  mantuviera  la excomunión de todas las monjas, al mismo tiempo  les tramó un ardid jurídico muy complicado. Convirtió en parroquia la ermita de la Veracruz, con lo que conseguía que no se pudieran levantar iglesia y convento cercano a sus  alrededores. Pero as monjas no podían aguantar más. Habían vencido la casa de los duendes. Y ahora se veían rotas por los abandonos,  deshechas por los sinsabores de la ciudad y arruinadas  porque no podían afrontar la destrucción económica de sus bienes.  Como si se tratara un milagro, a  primeros de año 1602,  nació un rayo de esperanza en la comunidad dominica. No podían levantar un convento, pero sus patronos le sugirieron que podían comprar y trasladarse a un recinto en forma de convento. Se buscó un lugar casi religioso, un hospital que, por supuesto,  tuviera un oratorio; y lo consiguieron, en el Llanillo, junto a la iglesia de la Veracruz. Le llamaban Hospital del Dulce Nombre de Jesús, donde se albergaba la imagen de la Coronada, patrona de los Desamparados y Madre de la Caridad.  Aquel  amplio recinto de casas tenía capacidad para albergar aquella numerosa familia religiosa, Tan sólo, debían  buscarle traslado al hospital y les compraron las casas de enfrente, las que estaba anejas a la ermita de la Veracruz. La jugada era perfecta.
         Además le favorecieron las circunstancias, el cambio de criterio de las autoridades  y hasta  el tiempo. La peste intensa que azotaba a la ciudad  fomentó la marcha de la fortaleza de muchas personas  y  los regidores cambiaron de opinión con respecto a las monjas. Consideraban que los nuevos barrios de la ciudad necesitaban de servicios religiosos y, si el abad  había permitido la instalación de la parroquia  en la ermita de la Veracruz, no creía que fuera un obstáculo que estos se realizaran, como en otros lugares y obispados, en las nuevas dependencias del  monasterio.
         Por eso, no es extraño, que un famoso regidor alzara el tono y dijera en la sesión  del veinte de febrero de 1602 tocando el corazón  de los presentes:
         “No le demos más vueltas, y dejemos que las monjas  tengan allí el convento y se hagan en su templo los servicios religiosos de  impartir los sacramentos, Lo digo con mucha razón, porque no ha sido parte del no haber habido hasta hoy parroquia  para que deje de estar poblada como están  todos aquellos arrabales tan remotos de la parroquias antiguas que hay en esta ciudad. Por cuya causa,  han acabado muchas personas, grandes como recién nacidos,  los unos sin confesiones y  los demás sacramentos;  e las criaturas sin bautismo: cosas de grandísima lástima y sentimiento. Y  esto que ha hecho el dicho abad de haber  puesto la dicha pila santa,  no mira al interés de su renta , pues, antes, se añade quiebra  de ella por aumentar un escusado;  y que esto( que yos os digo) mira al bien común  de las ánimas;  y así,  por estas causas como por otras muchas que avía bien que decir, os  pido e  suplico a la ciudad nombre dos caballeros de ella para todo lo dicho tocante a esta causa de que favorezcan a estas santas monjas y, si el señor abad no fuere servido , (que sí será,  pues es  tan cristiano e caballero) de que, si no quisiere hacer merced a esta ciudad de lo que aquí se suplica de manera que se consiga lo que se le suplica  y , si no hubiere en ello,  se nombre  dos caballeros comisarios para que les ayuden  a defender las dichas monjas en todo lo conforme a conciencia  y justicia pudieren. Pues en esto  sería bien no ir contra a el dicho señor abad,  que no es razón  para esta ciudad que lo imagine tal  que es nuestro prelado,   y  sino por ser justa e sancta defensa y así lo pido e suplico y lo pido por testimonio don Pedro Fernández Alcaraz Cabrera"

         No hizo falta más. Se trasladó el convento al Hospital, el duende quedó en la Mota, en la casa vendida en 1603 a un  tal Francisco de Córdoba; que sepamos años después se abandonó  todo el recinto fortificado y con ella su casa. Por un encanto especial de aquel rincón los cernícalos y las aves  migratorias solían posar en los recovecos de las bodegas y planta baja de la casa del misterio, del duende, buscaban tal vez matar al duendecillo.

























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