No es esta la única epidemia ni la
primera peste que hemos sufrido en Alcalá la Real. Menos aún, faltaron los años de calamidades, unas veces
aquejados por la sequía de los campos, otras por los torrenciales, y, en otras
ocasiones, por pestes y terremotos. La hay cercanas como la que aconteció, a
primeros de siglo, con motivo de la
gripe o sus variantes. La del
coronavirus ha sorprendido mucho más por ser una pandemia, globalizada y romper
por completo los esquemas en los que el hombre actual andaba por la vida.
Parecía como si la sociedad del bienestar hubiera alcanzado el edén y el
paraíso terrenal, donde todo lo podía conquistar, hasta la luna. Y un bicho invisible nos ha desnudado y nos
ha puesto al descubierto nuestras
carencias individualistas, haciéndonos una llamada a la solidaridad y a la defensa del bien colectivo, y, sobre
todo, a la valoración pro excelencia de
la gratuidad de la vida. Podríamos compararla con la morfología, la evolución y
el final de muchas de ellas. Para una simple similitudn, nos vamos a remontar
a la epidemia de 1680, una de las que mayormente incidió en la comarca de la
abadía de Alcalá la Real, sobre todo en Alcalá la Real y Castillo de Locubín.
Venía precedida de años de periodos cortos de cosechas, una plaga de gusanos,
otra de langostas, fuertes torrenciales que destrozaban los puentes y los
caminos, y que impedían impedía el trajinar en
los campos y el comercio. Y, lo que era más grave, de arreglo de los arruinados
edificios públicos y abasto de la ciudad a la que se obligaba a registros de
trigo, acuartelamiento y distribución de mantenimientos. También, actualmente,
creíamos que remontábamos la crisis del
2008 y no hubo registros de otros bienes para luchar con el coronavirus. pero debieron tomarse medidas de coordinación superior.
La ciudad de Alcalá la Real tuvo
que hacerse cargo de toda la administración y sufrió una crisis especial al
tener que afrontar las prevenciones y la incidencia de la peste,
sobre todo, en la villa del Castillo de Locubín, que en el camino hacia Granada
tenía dificultades de control del camino de los forasteros en sus
Alamedas como ya previno el prior de los capuchinos en 1680. Sin embargo, las
medidas preventivas se remontaban al nueve de julio de 1676, cuando se anunció le
noticia del inicio de la peste en Cartagena por el Presidente de la
Chancillería de Granada. Con su rebrote en Cartagena y Crevillente en 1677
y, un año después en 1678, se intensificaron las medidas del cerco y cierre de
puertas en Arcos, Tejuela y san Bartolomé, y por las partes más abiertas que
eran la Peña Horadada, Capuchinos y Pilarejo. En la actual, se dieron las primeras
señales de alarma desde China, Irán, Italia. Y lo mismo que en en las anteriroes se han llevado a
cabo, el confinamiento y cerramiento de Alcalá; ahora no hay
puertas pero medidas de control han sido muy eficaces.
A finales del último año, los arrieros que comerciaban el pescado
con Alcalá y el trigo alcalaíno en Málaga trajeron nuevas noticias de su
contagio en muchas zonas, entre las que destacaban la capital y la
Ajarquía. La economía se resentía porque tan sólo se permitía a los
agricultores ir al campo a través del Barranco de Millán y la Cruz de
los Moros o quedarse en los cortijos, prohibiendo cualquier tipo de comercio.
Tan sólo, los molineros y los abastecedores de hortalizas tenían esta única
salida y entrada para comunicarse con la ciudad. La situación se hizo bastante
tensa hasta el punto que hubo que encarcelar a algunos labradores que no
podían soportar tantos días de inactividad y el propio corregidor propuso que
se les concedieran tres reales por cada noche de guarda que realizaba para poder
sustentar a sus familias.
A
pesar del cerco de la ciudad y del Castillo de Locubín, y, tras haber adoptado
medidas oportunas en los cortijos y caserías, habiendo avanzado su contagio a
los pueblos cercanos de Íllora por la parte de Granada, a Lucena y Priego
por Córdoba y por el norte a Torredonjimeno y Alcaudete en la provincia de
Jaén, también afectó a la comarca, particularmente al Castillo de Locubín en el
1682. Para ello de nuevo se cerraron las puertas, se puso un aduana a media
legua de la ciudad y se prohibió el comercio y la salida de sus habitantes, tan
sólo se permitió la entrada para los hombres del campo por las puertas de los
Álamos y Tejuela mediante registro de dos caballeros y en el portillo del
Cambrón a través del Postigo. Tampoco sirvieron las medidas de restricciones a
mesoneros, bodegueros y taberneros impidiendo el alojamiento de personas sin
licencia, ni el que las boticas dispusieran de las medicinas
necesarias, sobre todo la trinca de Toledo, el control sanitario de las
personas viajeras, los 60 guardas de día y de noche, ni la comisión especial
para asuntos de urgencia, constituida por varios regidores y jurados y el
corregidor, ni los registros ni la prohibición de ventas y comercio de ropa,
lienzos, paños ni especería. Se impidió que la población lavara la ropa en el
lavadero de la Fuente Rey, levantándose el de Mari Ramos. El
comercio se cerró con Motril, Antequera y algunas ciudades de Málaga
contagiadas; tan sólo se permitió el abastecimiento con los campos cercanos a
través de las puertas de Cambrón y Cruz de Los Moros. Incluso, algunas medidas
llegaron a ser trágicas como la demolición de las casas y albergues de Frailes
y el alojamiento de sus vecinos a Alcalá por la primavera de los años 1680.
Y, en nuestras aldeas, la situación parece
distinta, como aconteció en la peste de 1680. Pues la población de los
doscientos cincuenta cortijos también se vio afectada con medidas de
alojamiento de mujeres y niños en Alcalá y control exhaustivo de los hombres
que tan sólo se les permitía ir a trabajar o, a lo más residir en los cortijos
durante el contagio, recibiendo el alimento necesario en las puertas de la
ciudad para impedir que metieran el trigo y la cebada entre las
ropas. Este fue el principio de la peste, lo mismo que nos encontramos ahora hasta la
solución de una vacuna y los medicamentos adecuados para combatirla, ahora toca a cuidarse, avecinarnos con otra
forma de vida que corte lo que aconteció en los rebrotes posteriores de muchas
epidemias.
Aunque se aplicaron en 1680 todas estas medidas y la proliferación
de grandes rogativas dedicadas a la patrona santa Ana, Virgen de las
Mercedes, San Roque y San Sebastián, en el Castillo de Locubín, su
alcalde Sebastián Pérez de Aranda anunció en veinte de mayo de 1682
que la peste se había propagado en la villa (muertes, contagios, confinamientos
fuera de la ciudad…) . Con la extensión
de la epidemia de la peste, el bienio 1682-3 puede calificarse
de ser uno de los peores del siglo, porque
se tomaron todas las medidas posibles para que la ciudad no
quedara desabastecida. Aun así fue
imposible impedir la venta clandestina a arrieros forasteros y hubo que tomar
medidas severas de vigilancia, controlándose en la red de caminos que se
dirigían a Granada, a la venta de Bramaderos, Córdoba, Puertollano, Salobral
hacia Noalejo, y hacia Frailes y todos los del ruedo de la ciudad.
Afortunadamente, en los tiempos actuales el abastecimiento y la distribución de
suministros se ha conseguido y mejorado con relación a otros tiempos, donde
eran propicios el aumento de precios, el
contrabando y estraperlo. En la comarca, al principio, afectó en el gran desembolso económico que
suponía los preparativos, prevenciones y colaboraciones con otras ciudades, y,
la villa sufrió los efectos mortales en 1682, que tuvo una gran trascendencia
en la vida económica de la comarca. En la misma situación, desde el gobierno de
la nación hasta el local se afronta la situación con ERTEs, Salario Mínimo,
Plan Real, ayudas de la Junta y de la Diputación. Sin olvidar la ayuda inconmensurable
del voluntariado, ONGs, particulares, mundo del transporte, lugares de
alimentación, tiendas básicas. Servicio
a Domicilio, Auxiliares sociales…Y, por encima de todo la sanidad pública, con sus profesionales , desde los médicos hasta el último celador o auxiliar. La lección histórica es evidente y el comparativismo nos sirve para adelantarnos a los años posteriores que fueron
duros. Curiosamente, tuvo una recompensa por aquellos tiempos el Rey Carlos II concedió
una feria, la actual feria de septiembre que, en los primeros años, se celebraba en
San Agustín para restaurar el decaimiento de la ciudad. Esperemos que del coronavirus pasemos a la feria sin que se desarrollen los
periodos posteriores. En nuestras manos está, cuidarnos y cuidarse.
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