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domingo, 10 de mayo de 2020

AÑOS DE SEQUÍA y EPIDEMIAS. CAPÍTULO III. ALCALA LA REAL EN TIEMPOS DE CARLOS II.


Años de sequía y peste 

ALCALA LA REAL EN TIEMPOS CARLOS II (1665-1700)

CAPÍTULO TERCERO















Se había iniciado su reinado gobernando la Reina Regente Mariana de Austria ante la minoría del rey  Carlos II con un período de cortas cosechas a causa de los fuertes temporales  durante  los años 1665 y 1666, que se repite  por motivos distintos en los años 1673, con un largo período de nieves durante todo el mes de mayo y una plaga de gusanos por todo los encinares, y 1679, bastante seco,  y a mediados de su reinado en el 1685 y 1689 y 1690. Si los años de sequía provocaban algunos problemas, en los de abundantes lluvias y nieves como 1672, 1674 y 1675 y en las estaciones invernales como el 1684 y 1677, se acumulaban los problemas de arreglo de caminos, puentes  y calzadas, sobre todo, en el camino del Castillo hacia Valdepeñas, en los puntos  del Palancares, Guadalcotón y los Loberones, que impedía trajinar en los campos y el comercio con el reino de Córdoba y otros lugares del campo y, lo que era más grave, de arreglo de los arruinados edificios públicos y abasto de la ciudad a la que se obligaba a registros de trigo, acuartelamiento y distribución de mantenimientos.
Años de torrenciales lluvias como en el invierno de 1680 y 1684 obligaron al arreglo de puentes de la Ribera y, curiosamente, se vieron afectados por la carestía del pan, fruto de la sequía de otros años, y, además, temblores de tierra, que  en la noche del nueve de octubre del primer año afectó a muchos edificios religiosos, entre los que destacó la torre del Convento de san Francisco, y a todo el sistema de cañerías, arquillas y acueductos de abastecimiento de aguas.
La buena administración del Pósito, la adecuada cosecha para una pequeña población y los propios recursos de los labradores no acusaban unos efectos tan trágicos en la ciudad como sucedía en otras grandes capitales. De ahí que en el año 1666, por el mes de noviembre,  la  Chancillería de Granada solicitó una nueva saca de trigo para abastecer la población. Se hizo un registro que consiguió del casco 1. 666 fanegas sin tener en cuenta lo que había en el campo y en la villa del Castillo de Locubín. Junto con el abastecimiento de trigo comenzó a decaer el de la carne, obligando a que se registrara el ganado vacuno, caprino y lanar y se cumplieran las ordenanzas que no permitían que un cuarto de las reses registradas se enviaran a otros lugares, sobre todo, la feria de Noalejo, para su venta y se quedaran para el consumo de la ciudad.





Año

Lluvias

Sequía

Peste

Terremotos

Otros

1665

X









1666

X









1667











1668











1669











1670











1671

X Nieves







Plaga de la langosta


1672









Langosta

1673



x muy seco





Nieve en mayo y plaga de gusanos en montes  y langosta

1674

X Nieves









1675

X Nieves

Cosechas escasas







1676



Cosechas escasas







1677

X

Cosechas escasas







1678



Cosechas escasas







1679



X Cosechas escasas







1680

x invierno

Cosechas escasas





Terremoto en Octubre

1681



Cosechas escasas







1682



Falta de cosechas





Peste en Castillo

1683











1684

x abundantes invierno







Terremoto en julio

1685

X Abundantes lluvias a finales de junio y julio y septiembre.

X





Falta de pan
 Destrucción del puente del Castillo y una gran tormenta que arrasó todos los campos.

1686



















1687









Se agotaron los manantiales de las fuentes Granada, Peñuela, Cañuelo y Fuente Nueva.

1688

Nieves en enero

x muchos calores en junio







1689



X





Se hizo rogativa a la Virgen de las Mercedes

1690



X







1691











1692











1693











1694



X principio de año.
Pocas hasta el mes de junio.





Subida de pan y falta de abastecimiento.

1695

x
Lluvias  y heladas.

Excesivas nieves en el mes de enero y febrero.







Afectaron  a la pérdida del ganado lanar.

1696











1697











1698

Lluvias y tormentas a finales de agosto







Huracán del día de san Agustín destruyó las Casas de Justicia por completo

1699















 En el 1677, el mal tiempo prohibió la salida de trigo a forasteros, debido a que se beneficiaban del precio módico a 38 y 39 reales la fanega que se entregó del Pósito para sembrar y a los panaderos. Esto sucedía por el mes de abril, en el que se repartía sesenta fanegas cada día por entre los cuarteles o barrios, y tan sólo se abastecía de pequeñas cantidades de arrieros forasteros y particulares, que  permitían abasto para una semana con una reserva de 1000 fanegas y  hasta el verano se necesitaba una cantidad de 2.300 fanegas. Por el mes de mayo, sin embargo se compraba al precio de 80 reales. La situación era bastante dramática, porque hubo que hacer registros del trigo y comprarlo de las comarcas cercanas (como Espejo), incluso se intentó en pueblos de Extremadura, y en los depósitos de los eclesiásticos.
 No se encontró apenas trigo alguno entre los particulares. En lugares rurales como la cortijada de Frailes, que solían autoabastecerse, los vecinos  hicieron, incluso, peticiones de abastecimiento. El pan se repartió en las diez panaderías de los tres barrios que definían la ciudad, san Blas, Rosario y Llanillo. Por los meses de julio, la expectativas de buena cosecha alivió la situación, aligerando los valores de los precios que comenzaron a decaer en la compra de los arriero que lo traían de Espejo, y se dictaron normas para impedir sacar trigo de las eras por forasteros de las mismas eras y a los vecinos revenderlo, ya que lo guardaban en sus casas y no querían venderlo al Pósito. Sin embargo las malas cosechas de los años anteriores, la helada de los campos, el cierre de los mercados comarcanos, motivado por la peste ( Cañete, Martos, Arjona, Bujalance, Castro y Baena y otros lugares del reino de Córdoba) y el abandono de muchos sembrados  dio lugar a que las medidas se recrudecieran ante los malos resultados de la campaña, pues hubo que repartir el pan por los cuarteles, hacer nuevos registros poner guardar en la  Puerta de los Álamos y cerrar las exportaciones o ventas del trigo de las rentas de los cortijos, capellanías y de los rendimientos de los eclesiásticos y comprarse para el abasto común, solicitando a la Corona una facultad real para pedir un préstamo:

Los clamores que hay en la ciudad de que no se halla pan y que hace no poderse trajinar por los caminos ni vendimiar las vides, ni se puede traer de otra parte y los arrieros traerlos a vender de la Campiña como ha sucedido todo este año y se ha hecho que los particulares y labradores no los hay, por corta cosecha que hubo este año, pues muchos labradores dejaron los cortijos perdiendo los barbechos.
Como dato significativo este año los cortijos de propios del Ayuntamiento no alcanzaban una producción de  429 fanegas de trigo y  261 de cebada en sus rentas con una extensión de   cuatro mil fanegas de tierra y  debieron venderse exclusivamente a los panaderos para abastecimiento de la ciudad. No obstante, todavía se prolongó la situación de desabastecimiento hasta el año siguiente, sin que ningún arriero acudiera al Peso  de la Harina y se apresaran alguno arriero de Vélez que pretendía evadir los controles municipales. Por no sacar, no se permitió ni la venta a forasteros de garbanzos. Hubo que gestionar préstamos con el Abad Pedro de Toledo para la adquisición de trigo. Esto dio lugar a continuas subidas de precios hasta 94 reales la fanega, decayendo por la cosecha del 1678.


Cualquier incidencia climatológica daba lugar a bajas cosechas y este año las vegas y los llanos se anublaron y perdieron hasta la sexta parte, ocasionando que una carga de dos fanegas y media no pesara ni una fanega y el consiguiente perjuicio para el año 1679, que hubo que dejar de barbechar una gran parte por la falta de trigo recogido. En estos momentos la única solución para la comarca consistía en la compra de los trigos de la campiña que eran más tempranos y además obligaba a la bajada de los precios. En estos tiempos tan difícil, solían valerse de la influencia de miembros de la nobleza como el Duque de Sesa y Baena o el  marqués de Valenzuela para poder comprar trigo en Baena y Luque. Además de extremar la situación, se hicieron  registros de trigo y cebada y la compra de lo recolectado por el diezmo y por las dos tercias partes correspondientes que habían de enviarse a la Capilla Real de Granada. Para impedir que los panaderos se aprovecharan del poco abasto con su correspondiente subida de precios, se controló con fuertes tazmías, en las que se calculaba el rendimiento de la carga de  trigo  para la elaboración de panes. El simple control del cabildo daba lugar a que se rebajara de unos meses anteriores el precio de la fanega a 86 reales o, en un pequeño descuido, en pocos días, subiera a los 95 reales. Una muestra de la incidencia de los cambios de precio nos lo ofrece el siguiente cuadro:



















Mes de Junio 7.6.1678

Mes de junio 15.6.78

94 reales

85 reales

Petición de los vecinos

Octubre 7.10.78
Octubre 15.10.78

86 reales
95 reales



Enero 10.1.1679

Enero 13.1.1679

Marzo 18.3.1679

2.5. 1679


4.7.1679



6.7.1679

80 reales
79 reales
88 reales

80 reales

72 reales



71 reales

60 reales


en Baena
Se compraron 609 fanegas.
14 cuartillos

Particulares/79 reales el oficial/85 reales en cuarteles.
68 reales el forastero
10 el cuartillo.

1.12.1682

11 y 12 reales  subió a 18 y 19 reales



30.6.1684

30 reales la fanega



15.7.1686
Finales de año

14 reales la fanega.
30/51/64 reales la fanega.




4.5.1692
21.10.1692

12 a 15 reales la fanega
24 reales la fanega y 14 el celemín


la sal

30.3.1694

35 reales la fanega
y cuatro días después a 38 reales




25.5.1695

17 reales la fanega

Venta de 100 fanegas

   




            La epidemia de langostas afectó en los años comprendidos entre el 1671-73 en gran cantidad en los campos del término alcalaíno, sobre todo, en la dehesa de Entretorres, de los Caballos, cerro Gordo y Alamoso y Castillo de Locubín. Aunque se tomaron las medidas normales de recogida del canutillo, su encierro en los pozos del pie de la cárcel vieja, e, incluso, los conjuros y rogativas de Santa Ana no alcanzaron los efectos deseados y repercutieron en la corta cosecha de aquellos años, que obligó a los labradores a solicitar préstamos anticipados de trigo  y a la colaboración económica del estamento eclesiástico. Como motón de muestra, solamente en el Castillo  de Locubín  se recogieron en los lienzos 119 fanegas de langosta. Los campos se vieron afectados por la ausencia de cosecha y se buscó el abasto de otros lugares.

El bienio 1682-3 puede calificarse de  ser uno de los peores del siglo, porque se   tomaron todas las medidas posibles para que la ciudad no quedara desabastecida. Se controlaron y registraron secretamente todos los productores de trigo. Aun así fue imposible impedir la venta clandestina a arrieros forasteros y hubo que tomar medidas severas de vigilancia, controlándose en la red de caminos que se dirigían a Granada, a la venta de Bramaderos, Córdoba, Puertollano, Salobral hacia Noalejo, y hacia Frailes y todos los del ruedo de la ciudad. En el siguiente bienio1684-1685 la situación era muy semejante por la falta de agua, provocándose alborotos y tumultos en la ciudad, y se registraron casas de particulares y eclesiásticos para conseguir trigo. Con este ambiente  el trigo comprado logró repartirse   entre los barrios  ante el temor de nuevos levantamientos de la ciudad.
Cuatro años más tarde, ante la petición del servicio de millones por parte del corregidor de Jaén el Conde de Torrepalma, que luego sería de Alcalá, esta era la situación:
Esta ciudad está tan apurada de medios y vecindad, pues, siendo sus principales frutos los del trigo y de la cebada y habiendo tenido tan cortos, pues los años antecedentes  y el presente ha sido motivo para dejar sus casas  muchos labradores y la labor de los cortijos que tenían en arrendamiento de los vecinos de esta ciudad, con que a todos generalmente a tocado las pérdidas que a ávido
A esto se añadía las continuas vejaciones y molestias de dos tercios del regimiento de la Armada, el envío de dieciocho soldados a la Costa y otros servicios como envío de acémilas y donativo de las bodas reales. 
 En el año 1694, muchas ciudades comarcanas quedaron desabastecidas y por el mes de abril comenzó a subir el precio del pan hasta treinta y ocho reales. Esto venía motivado porque lo guardaban preventivamente algunas personas en sus casas, dando lugar a que el Pósito tuviera que abastecer a los vecinos.


No sólo era la sequía la que producía dificultades de abastecimiento, sino que los inviernos de nieve, helada y lluvia ocasionaban otros males a la ciudad. En el año 1695, es un claro ejemplo, de la unión de los tres males: falta de abasto de alimentos, en este caso, la carne, paro y hambre, que incidía también sobre la ganadería:
la rigurosidad del invierno con tan excesivas nieves y yelos se a muerto todo lo más del ganado de lana y lo que a quedado está muy flaco y sin que  sea de gusto ni sustento para enfermos y en caso de que algunos tengan algunas carnes capadas  y de bastante carne no las pueden comer ...se traigan carnes de calidad a veinte y diecinueve cuartos la libra.....atendiendo a la calamidad de los tiempos y que esta ciudad  se compone de mucha gente pobre trabajadores del campo que por el rigor de los yelos, niebes y aguas a más de dos meses que no pueden valerse de su trabajo (Cf. 19.2. y 1.3. 1695) 

   La peste de 1682 en el Castillo de Locubín

Una de las más importantes epidemias que influyeron en la comarca, concretamente en la villa del Castillo de Locubín, fue la peste que se extendió desde Cartagena desde 1676. En la comarca, al principio, afectó en el gran desembolso económico que suponía los preparativos, prevenciones y colaboraciones con otras ciudades, y, la villa sufrió los efectos mortales en 1682, que tuvo una gran trascendencia en la vida económica de la comarca.  
Hubo necesidad de solicitar nuevas roturaciones de tierras para afrontar todos los gastos que se produjeron relacionados con la peste y otros muchos que se pueden concretar en la reedificación de casas y murallas, las malas cosechas de años anteriores, la baja de la moneda, el pago de los cuarenta guardas diarios que suponían cuatrocientos ducados para lo que se vendieron 100 fanegas de trigo. La construcción del nuevo lavadero de Mari Ramos, el pago de los donativos anteriores y la parte correspondiente del servicio ordinario que suponía cada año 121.653 maravedís y no se habían pagados en el trienio de 1667 al 1668.
 
La ciudad de Alcalá la Real que tuvo que hacerse cargo de toda la administración sufrió una crisis especial al tener que afrontar las prevenciones y la incidencia de la  peste, sobre todo, en la villa del Castillo de Locubín, que en el camino hacia Granada tenía dificultades de control del camino de  los forasteros en sus Alamedas como ya previno el prior de los capuchinos en 1680. Sin embargo, las medidas preventivas se remontaban al nueve de julio de 1676, cuando se le noticia del inicio de la peste en Cartagena por el Presidente de la Chancillería de Granada don Carlos Villamayor Urbano. Con su rebroote en Cartagena y Crevillente en 1677 y un año después en 1678, se intensificaron las medidas del cerco y cierre de puertas en Arcos, Tejuela y san Bartolomé, por las partes más abiertas que eran la Peña Horadada, Capuchinos y Pilarejo.



A finales de este año, los arrieros que comerciaban el pescado con Alcalá y el trigo alcalaíno en Málaga trajeron nuevas noticias de su contagio en muchas zonas, entre las que destacaban la capital y la Ajarquía. A esto se añadió la situación financiera embarazosa de retrasos en los pagos y la morosidad de muchos labradores, sobre todo, en los impuestos de millones y rentas reales, que se quejaban ante la ciudad de las medidas de los receptores, como aconteció a finales del año 1678. Los gastos de veinte guardas a caballo y de las puertas de los Álamos, Tejuela y San Bartolomé, recaían en vecinos y trabajadores elegidos a suerte sobrepasando los 550 reales diarios, con el fin de impedir la llegada de vecinos de Málaga y obligar a los transeúntes a la correspondiente cuarentena.
La economía se resentía porque tan sólo se permitía a los agricultores ir al campo a través del Barranco de Millán y la Cruz de los Moros o quedarse en los cortijos, prohibiendo cualquier tipo de comercio. Tan sólo, los molineros y los abastecedores de hortalizas tenían esta única salida y entrada para comunicarse con la ciudad. La situación se hizo bastante tensa hasta el punto que hubo que meter encarcelar a algunos labradores que no podían soportar tantos días de inactividad y el propio corregidor propuso que se les concedieran tres reales por cada noche de guarda que realizaba para poder sustentar a sus familias. A las circunstancias de la peste se unía la carestía del pan, acudiendo al Duque de Sesa que les conseguía salvar la situación con el envío de 600 fanegas desde Baena.   

A pesar del cerco de la ciudad y del Castillo de Locubín, y, tras haber adoptado medidas oportunas en los cortijos y caserías, habiendo avanzado su contagio a los pueblos cercanos de Íllora  por la parte de Granada, a Lucena y Priego por Córdoba y por el norte a Torredonjimeno y Alcaudete en la provincia de Jaén, también afectó a la comarca, particularmente al Castillo de Locubín en el 1682. Para ello de nuevo se cerraron las puertas, se puso un aduana a media legua de la ciudad y se prohibió el comercio y la salida de sus habitantes, tan sólo se permitió la entrada para los hombres del campo por las puertas de los Álamos y Tejuela mediante registro de dos caballeros y en el portillo del Cambrón a través del Postigo. Tampoco sirvieron las medidas de restricciones a mesoneros, bodegueros y taberneros impidiendo el alojamiento de personas sin licencia,  ni el que las boticas dispusieran de las medicinas necesarias, sobre todo la trinca de Toledo, el control sanitario de las personas viajeras, los 60 guardas de día y de noche ni la comisión especial para asuntos de urgencia, constituida por varios regidores y jurados y el corregidor, ni los registros ni la prohibición de ventas y comercio de ropa, lienzos, paños ni especería.
La población de los doscientos cincuenta cortijos  también se vio afectada con medidas de alojamiento de mujeres y niños en Alcalá y control exhaustivo de los hombres que tan sólo se les permitía ira a trabajar o, a lo más residir en los cortijos durante el contagio, recibiendo el alimento necesario en las puertas de la ciudad para impedir que metieran  el trigo y la cebada entre las ropas. Se impidió que la población lavara la ropa en el lavadero de la Fuente Rey, levantándose el de Mari Ramos.  El comercio se cerró con Motril, Antequera y algunas ciudades de Málaga contagiadas; tan sólo se permitió el abastecimiento con los campos cercanos a través de las puertas de Cambrón y Cruz de Los Moros. Incluso, algunas medidas llegaron a ser trágicas como la demolición de las casas y albergues de Frailes y el alojamiento de sus vecinos a Alcalá por la primavera de los años 1680:


O salgan del término por no estar cercadas dichas casas y es contingente que reciban en dichas algún forastero que benga de parte contagiosa y que participe  con lo que residen en dichas Casas de Frailes a los vecinos de esta dicha ciudad por tener en ella libre entrada
En el Castillo, en el año 1680, había avisos de que los forasteros, que corrían por las alamedas, pudieran estar afectados y de que el ganado caprino se veía afectado por una peste de zangarriana.


Aunque se aplicaron en el año 1680  dichas medidas y la proliferación de  grandes rogativas dedicadas a la patrona santa Ana, Virgen de las Mercedes, San Roque y San Sebastián, en el Castillo de Locubín, su alcalde  Sebastián Pérez de Aranda anunció en veinte de mayo de 1682 que la peste se había propagado en la villa en  donde se habían encargado dos regidores locales y los alcaldes ordinarios y también se había cercado.
El comisario de la peste don José de Narváez estaba ausente en su cortijo y hubo que nombrar nuevos comisarios. Pronto se tomaron las medidas sanitarias, médicas y hacendísticas, cerrando por completo las puertas y cercas de Alcalá mediante una aduana y unos 36 hombres de guarda y solicitando una provisión real de más de tres mil ducados para afrontar los gastos. Afectó a más de noventa y cuatro casas, ciento cincuenta personas tuvieron que curarse de cuarentena, y murieron unas ciento diez personas. El comercio quedó completamente paralizado y no se permitió la salida al trabajado en la villa del Castillo. Como la villa estaba desabastecida de Hospital y servicios médicos, se invirtieron cuatro mil ducados en un hospital en las Almenillas, servicios médicos, farmacéuticos y cuatro franceses para quemar los enseres de los afectados. Además durante los meses de mayo hasta parte de agosto debieron vivir de las limosnas la mayor parte de la población, y, sobre todo, la parte jornalera. El efecto de la peste fue enorme simplemente la quema de todo tipo de enseres, la pérdida de cosechas, la ausencia de comercio y el abandono de los campos supusieron unas pérdidas de treinta tres mil reales para aquella villa, a lo que había que añadir los cuatro mil ducados invertidos por la ciudad de Alcalá la Real y la limosnas de los vecinos para alimentarlos durante este período.    Se vieron afectadas noventa y cuatro familias en los que ellos llamaban estar picadas sus casas, murieron ciento diez personas, no se pudo comerciar y se perdieron muchos alquileres de casas, que alcanzaba la cifra catorce mil cien reales según la tasación de los albañiles del Castillo de Locubín.
 
La peste también influyó en el año 1680 en el abandono de los barrios altos de la ciudad, ante la imposibilidad de poner guardas en una gran extensión amurallada, debido a la pobreza y las malas cosechas, obligaron a los pocos vecinos del barrio de San Bartolomé
Que todos son gente pobre y trabajadora se recojan y abriguen en el cuerpo de esta dicha ciudad y la de toda la cerca que ay desde la Puerta de Santiago hasta las casas de don Francisco Angulo y Peña Horadada.
También se produjo un fuerte movimiento migratorio y una pobreza que no podía ni corresponder con los servicios recaudatorios de la Corona hasta el punto que se había reducido el consumo de abastos un cuarto,  pues


 En el Castillo por epidemia murieron y se ausentaron muchos vecinos, se consumieron y quemaron muchos caudales y quedó tan aniquilada que pide se le perdone de todas las contribuciones... y los vecinos en la suma pobreza en que se hallaban como al presente lo están hasta la ruina fue motivo de que se fuesen a otros lugares, donde no tuviesen dicha bravosidad
La  calle Nueva, junto a la Cruz de los Moros, cerraba la parte suroriental de la ciudad en el año 1682.
La higiene de la ciudad dio también lugar a la de edificación de  un nuevo pilar en la zona distante del recinto amurallado en la zona del corral del Concejo cerca del nacimiento de agua de los Llanos, junto al pilar de Mari Ramos, obra de Manuel del Álamo con un presupuesto de 2400 reales, compuesto  de unos acueductos para conducir el agua, estanque, lavadero y caños y orlado con las armas de la ciudad. 
El final de la peste dejó otras huellas importantes, pues la baja de la moneda de molino de cuatro maravedís a uno y de ocho a dos, provocó situaciones de desabastecimiento de trigo. En 1681, se había trasladado una gran cantidad de moneda de molino a la Casa de Moneda para ser fundida en vellón grueso. Sólo en arbitrios 1034 reales.
        

No obstante se recompensó a la ciudad con una feria, que era tradicional entre los comarcanos, donde se  vendía, sobre todo, ganado y había entrado en litigio con la de Noalejo que se celebraba por las mismas fechas. La importancia económica de dicha  feria consistió en convertirla
 Perpetua, desde el día doce hasta el veinte de septiembre de cada año, pagándose alcabalas y demás derechos reales de todo lo que no es franco y reservado más de  que por sí dicha Ciudad en virtud de privilegios estuviese excepta.




























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