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sábado, 3 de septiembre de 2016

LOS HOMBRES Y GENTES DEL BARRIO DE SAN JUAN. FOTOS Y EXPOSICIÓN 2002.


II  SUS HOMBRES.
                                   SIENDO  NIÑOS


                                                         Había surgido un afán por adquirir cultura en la población desde los primeros decenios del siglo XX. Sin embargo, a mediados de éste, en los años del hambre, los organismos públicos no podían ni pagar  a sus funcionarios, ¡cuánto menos, una familia de jornaleros se podía permitir el lujo de dejar a su hijo en la escuela y no emplearlo para el campo!. No obstante, los hubo que llevaron a sus hijos a los maestros garroteros, o a otras personas que andaban algo más preparados en los estudios, porque habían  recibido cierto bagaje cultural en algún seminario o se habían iniciado con algunos cursos de la carrera de Magisterio. Entre los primeros, abundaban las escuelas de mujeres, como la de Pilar Flores o la de Padilla, padre e hija ( foto 11),  en la que solían acudir los niños durante el periodo estival para librar a las madres de la guardería durante todo el día y, al mismo tiempo, cimentar las primeras letras en sillas de anea, escribiendo con el  pizarrín los primeros dictados.

Ay, inocencia infantil,
a los rapsodas porfiando,
recitan  tablas de uno a mil,
 Y sílabas de abecedario.

En la calle Real, se encontraba en una casona hidalga, desgraciadamente destruida por los años setenta, donde se albergaba una auténtica institución, la escuela del   maestro Garrido ( foto 12. En éstas, la ratio de profesor/ alumno sobrepasaba más de los treinta por unidad. No obstante, la vocación  y el amor de los maestros a los niños suplía, con creces.  El stress docente en medio tanta travesura.

A veces, en la misma escuela,  y en el contexto del nacional catolicismo se preparaba a los niños para la primera comunión. Trajes blancos contrastaban con la pobreza de los grises de los niños pobres ( foto 13). Así, en medio de la familia Garrido, los niños se convertían en ángeles por un día, el más esperado de su infancia, y respiraban el éter de los querubines con los devocionarios y el rosario en las manos,, y la cruz de nácar simulado colgada desde el cuello sobre el pecho. También algunos con las manos juntas imploraban al Creador para posar ante la foto y porfiaban por rellenar los bolsillos de los regalos de los vecinos. Para cuidar la higiene, las madres los llevaban a Víctor Sáez en la calle Llana, que rapaba sus cabelleras y peinaba con un flequillo empapado de agua. Pues todavía no había pasado todavía la moda de los Beatles.
 A finales del siglo XIX, se fundó el colegio de Cristo Rey, no era  terreno comprendido dentro del barrio, además allí en los primeros años acudían en la sala alta hijos de las personas hacendadas, pero también recogieron a gente humilde en la sala baja ( foto14).  Ya han pasado los años treinta, en el que el hábito religioso, con su túnica y  togado, se transformó en la manera de vestir como laicos. Mas, los pobres no tenían ni para poder comprar un  uniforme colegial  y aprovechaban los atuendos de unos a otros. El peinado corto de las niñas contrastaba con la majestuosidad de la moda religiosa de las hermanas religiosas. En la posguerra, también, cambió hasta el peinado infantil, introduciéndose la moda de los moños y trenzas, incluso  el hábito monjil se hizo más austero. La pobreza, sin embargo, impidió que el uniforme no llegara a propagarse entre los pobres   ( foto 15)
Hasta, en el sacramento de la comunión  existían clases, en el gran día del Amor para las niñas cada uno representaba el poder adquisitivo del  que disponía su familia. Como podemos comprobar en estas dos muchachas: una soñaba en ser princesa con la cofia  y la otra una sierva de la corte con su tocado. Pero, las dos respiran la pureza y el candor de la inocencia ( foto 16).
Unos años, más tarde se abrió, allá por el 1940, el colegio de la Sagrada Familia, donde se forjaron muchos profesionales de la metalurgia, de la electricidad y del estudio.  Bajo la égida del padre Villoslada, pasaron de  una casa alquilada o cedida la ciudad a construir unas instalaciones modélicas, donde se cantaba el himno de la Safa, se aprendían las primeras letras del Catón, y, más tarde,  el oficio de fresador o tornero. Fueron una institución don José Morillas, don Pascual Baca y don José Martín. A estos años corresponde  esta foto ( 17), en la que posan los que serán  muy buenos trabajadores en distintos ramos, un futuro cura- el único que salió de aquella generación que enviaba hasta una treintena al Seminario-, profesores y.. empresarios de la ciudad.

EN LA ADOLESCENCIA


Se iba al  parque Cinema, al teatro Martínez Montañés, y al Coto, a jugar al fútbol.  De tiempos de Gainza o de Zamora, es la foto en la que destaca la corpulencia de Puche ( foto18). Incluso, en los años cincuenta, existían varios equipos como el de la Palustra, que se componía de vecinos del barrio de san Juan. O, si no, comprobemos la alineación:, De pie,  Paco Varela, Nicolás, Joaquín Padilla, Antonio, Pepe Aceituno, Antonio Bellido, y José López; de rodillas Mogote, Núñez y Juan ( foto 19). 

 

DE LA ADOLESCENCIA AL TRABAJO           


Casi  todo el mundo  trabajaba en el campo; algunos afortunados  eran  criados, mozos de almacén o aprendices de un oficio, muy pocos ejercían oficios de pluma, los contados con los dedos de la mano izquierda, más bien la derecha, porque la primera era casi inutilizable. Y lo hacían en primavera y verano, en las labores de huerta,  y en el secano  sobre todo en lo relacionado con los cereales.  El agosto,  era la estación más preferida tanto por los jornaleros- pues tenían casi asegurado el jornal diario- por como los pegujareros. Pues estos últimos llevaban el trigo al Silo, llenaban sus trojes de trigo para la futura sementera, de paja y cebada para  los animales y podían gastar más en las fiestas de agosto y septiembre. Aunque se comenzaba con la labor de escarda, la siega era el trámite final del cereal, que continuaba con su transporte en carros de madera o en mulos, llenos de haces hasta los topes, que daba lugar a muchos accidentes, ( foto 20) después se trillaba y se aventaba la parva en la  era o en el Coto ( foto, 21),  una era mancomunada con el pueblo y la Mota a sus espaldas. Esta se mantuvo comunal a pesar e todas las desamortizaciones. No pudo con ella ni la de Mendizábal, ni la de Madoz, tan sólo, Franco la transformó en escuela comarcal, con lo fácil que hubiera sido mantener las escuelas rurales de las aldeas. Tal vez no le interesaba la dispersión  cultural. Al final, se limpiaba y se guardaba en sacos hasta que se tenía número para llevarlo al antiguo Pósito en las narrias ( foto 22 y 23. Y, al final de toda la labor, se aprovechaba hasta la paja, transportada en el mismo carro con un juego de redes para impedir la caída en las calles, que quedaban empolvadas a su paso y eso que no había mascarillas para evitar las alergias de verano.  ( foto 24) Estos hombres son los que hicieron

                        Del encinar para reses,
            se convirtió en viñedo,
            aquel famoso terreno
            fundo anterior de mieses,


Algunos poseían algún animal doméstico, perro, cabras u ovejas, y una yunta para la labor y carga. Muchos solían dejárselos a los cabreros para que pastaran en invierno y primavera y rastrojearan en verano y otoño. La salida era por el camino de san Marcos, la cruz de los Muladares o por el Barrero (Foto 25), donde se contempla la cruz, otra vez protectora de las salidas de la ciudad.

            Junto a la casa del pobre,
            la cruz se va convirtiendo
            en despojo y en privanza
            de riqueza y atuendo.

En otoño, la vendimia  permitía renovar las arcas vacías de los lares  del barrio, cuyos fondos se habían gastado en la feria de Septiembre. Existían lagares de tabernas tradicionales y de particulares, así como  pilones donde, artesanalmente, se extraía el mosto a duras penas. Primero, se transportaba en carros, cuando la  hacienda era de un pajarero con más de cincuenta fanegas, ( foto 26) o en mulos con canastas, como representa este pequeño labrador en la calle Ancha ( foto 27), .. y en unas parihuelas se metía en la casa para el lagar y la prensa. Claro ejemplo son estos campesinos que meten la  uva  la taberna de García en la calle los Caños ( foto 28). Y así cantaban con el terreno por las noches en las tabernas de la calle Llana:
                       
Que no falte la bebida,
                        ni los premios al mejor,
                        De la pareja de dos,
                        En este juego de  brisca.
                       

El hombre del campo, junto con su mujer, esperaba como el agua de mayo, que pasara el día de Navidad, para ir a la aceituna. Las casas quedaban abandonadas; tan sólo las abuelas daban de comer a los pequeños, pues no existían guarderías.  La mujer llevaba su espuerta de esparto y el hombre la vara, nada de objetos mecánicos. Se pasaba frío, pero se paliaba con aquellos faldones que no dejaban ver ni la pantorrilla     ( foto 29). Todo, se obtenía con la fuerza del hombre. Pues con las manos la aceituna se  vareaba, se limpiaba en la criba, se cargaba y transportaba en los mulos, y se pesaba en la romana en el molino de Terreras de la Cruz de los Muladares. 

La industria escaseaba, salvo los molinos aceiteros o los hornos. No obstante, muchas mujeres del barrio acudían por los años treinta y cuarenta a la fábrica de tejidos de  Santa Casilda, propiedad de don Francisco Serrano, que solía invitar a sus obreros  por algunas fiestas ( foto 30. Los artesanos también eran poco numerosos, a pesar de  que en la calle Llana abrieron varias zapaterías  y varias tiendas de comestibles( foto 31). Y qué decir de los funcionarios, pues a lo más que, en las familias,  se encontraba,  era algún municipal que otro  como algún miembro de la familia Sáez, Pérez,...(32),



Lo que sí se frecuentaba, era complementar los oficios. El albañil se hacía jornalero en la aceituna. El zapatero, vendimiador, la mujer de ama de  casa pasaba a criada, jornalera o dependienta en una taberna, y, los más  favorecidos, miembros de la banda municipal a las órdenes de don Ambrosio, que aparece en esta foto del año 1934, tras la intervención de una velada musical con motivo de la feria de Septiembre ( 33.















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