II SUS HOMBRES.
SIENDO NIÑOS
Había
surgido un afán por adquirir cultura en la población desde los primeros
decenios del siglo XX. Sin embargo, a mediados de éste, en los años del hambre,
los organismos públicos no podían ni pagar
a sus funcionarios, ¡cuánto menos, una familia de jornaleros se podía
permitir el lujo de dejar a su hijo en la escuela y no emplearlo para el
campo!. No obstante, los hubo que llevaron a sus hijos a los maestros
garroteros, o a otras personas que andaban algo más preparados en los estudios,
porque habían recibido cierto bagaje
cultural en algún seminario o se habían iniciado con algunos cursos de la
carrera de Magisterio. Entre los primeros, abundaban las escuelas de mujeres,
como la de Pilar Flores o la de Padilla, padre e hija ( foto 11), en la que solían acudir los niños durante el
periodo estival para librar a las madres de la guardería durante todo el día y,
al mismo tiempo, cimentar las primeras letras en sillas de anea, escribiendo
con el pizarrín los primeros dictados.
Ay,
inocencia infantil,
a
los rapsodas porfiando,
recitan tablas de uno a mil,
Y sílabas de abecedario.
En
la calle Real, se encontraba en una casona hidalga, desgraciadamente destruida
por los años setenta, donde se albergaba una auténtica institución, la escuela
del maestro Garrido ( foto 12. En
éstas, la ratio de profesor/ alumno sobrepasaba más de los treinta por unidad.
No obstante, la vocación y el amor de
los maestros a los niños suplía, con creces.
El stress docente en medio tanta travesura.
A veces, en la
misma escuela, y en el contexto del
nacional catolicismo se preparaba a los niños para la primera comunión. Trajes blancos
contrastaban con la pobreza de los grises de los niños pobres ( foto 13). Así,
en medio de la familia Garrido, los niños se convertían en ángeles por un día,
el más esperado de su infancia, y respiraban el éter de los querubines con los
devocionarios y el rosario en las manos,, y la cruz de nácar simulado colgada
desde el cuello sobre el pecho. También algunos con las manos juntas imploraban
al Creador para posar ante la foto y porfiaban por rellenar los bolsillos de
los regalos de los vecinos. Para cuidar la higiene, las madres los llevaban a
Víctor Sáez en la calle Llana, que rapaba sus cabelleras y peinaba con un
flequillo empapado de agua. Pues todavía no había pasado todavía la moda de los
Beatles.
A finales del siglo XIX, se fundó el colegio de
Cristo Rey, no era terreno comprendido
dentro del barrio, además allí en los primeros años acudían en la sala alta
hijos de las personas hacendadas, pero también recogieron a gente humilde en la
sala baja ( foto14). Ya han pasado los
años treinta, en el que el hábito religioso, con su túnica y togado, se transformó en la manera de vestir
como laicos. Mas, los pobres no tenían ni para poder comprar un uniforme colegial y aprovechaban los atuendos de unos a otros.
El peinado corto de las niñas contrastaba con la majestuosidad de la moda
religiosa de las hermanas religiosas. En la posguerra, también, cambió hasta el
peinado infantil, introduciéndose la moda de los moños y trenzas, incluso el hábito monjil se hizo más austero. La
pobreza, sin embargo, impidió que el uniforme no llegara a propagarse entre los
pobres ( foto 15)
Hasta, en el
sacramento de la comunión existían
clases, en el gran día del Amor para las niñas cada uno representaba el poder
adquisitivo del que disponía su familia.
Como podemos comprobar en estas dos muchachas: una soñaba en ser princesa con
la cofia y la otra una sierva de la
corte con su tocado. Pero, las dos respiran la pureza y el candor de la
inocencia ( foto 16).
Unos años, más
tarde se abrió, allá por el 1940, el colegio de la Sagrada Familia ,
donde se forjaron muchos profesionales de la metalurgia, de la electricidad y
del estudio. Bajo la égida del padre
Villoslada, pasaron de una casa
alquilada o cedida la ciudad a construir unas instalaciones modélicas, donde se
cantaba el himno de la Safa ,
se aprendían las primeras letras del Catón, y, más tarde, el oficio de fresador o tornero. Fueron una
institución don José Morillas, don Pascual Baca y don José Martín. A estos años
corresponde esta foto ( 17), en la que
posan los que serán muy buenos
trabajadores en distintos ramos, un futuro cura- el único que salió de aquella
generación que enviaba hasta una treintena al Seminario-, profesores y..
empresarios de la ciudad.
EN LA ADOLESCENCIA
Se iba al parque Cinema, al teatro Martínez Montañés, y
al Coto, a jugar al fútbol. De tiempos
de Gainza o de Zamora, es la foto en la que destaca la corpulencia de Puche (
foto18). Incluso, en los años cincuenta, existían varios equipos como el de la Palustra , que se componía
de vecinos del barrio de san Juan. O, si no, comprobemos la alineación:, De
pie, Paco Varela, Nicolás, Joaquín
Padilla, Antonio, Pepe Aceituno, Antonio Bellido, y José López; de rodillas
Mogote, Núñez y Juan ( foto 19).
DE LA ADOLESCENCIA
AL TRABAJO
Casi todo el mundo
trabajaba en el campo; algunos afortunados eran
criados, mozos de almacén o aprendices de un oficio, muy pocos ejercían
oficios de pluma, los contados con los dedos de la mano izquierda, más bien la
derecha, porque la primera era casi inutilizable. Y lo hacían en primavera y
verano, en las labores de huerta, y en
el secano sobre todo en lo relacionado
con los cereales. El agosto, era la estación más preferida tanto por los
jornaleros- pues tenían casi asegurado el jornal diario- por como los
pegujareros. Pues estos últimos llevaban el trigo al Silo, llenaban sus trojes
de trigo para la futura sementera, de paja y cebada para los animales y podían gastar más en las
fiestas de agosto y septiembre. Aunque se comenzaba con la labor de escarda, la
siega era el trámite final del cereal, que continuaba con su transporte en
carros de madera o en mulos, llenos de haces hasta los topes, que daba lugar a
muchos accidentes, ( foto 20) después se trillaba y se aventaba la parva en la era o en el Coto ( foto, 21), una era mancomunada con el pueblo y la Mota a sus espaldas. Esta se
mantuvo comunal a pesar e todas las desamortizaciones. No pudo con ella ni la
de Mendizábal, ni la de Madoz, tan sólo, Franco la transformó en escuela
comarcal, con lo fácil que hubiera sido mantener las escuelas rurales de las
aldeas. Tal vez no le interesaba la dispersión
cultural. Al final, se limpiaba y se guardaba en sacos hasta que se
tenía número para llevarlo al antiguo Pósito en las narrias ( foto 22 y 23. Y,
al final de toda la labor, se aprovechaba hasta la paja, transportada en el
mismo carro con un juego de redes para impedir la caída en las calles, que
quedaban empolvadas a su paso y eso que no había mascarillas para evitar las
alergias de verano. ( foto 24) Estos
hombres son los que hicieron
Del
encinar para reses,
se convirtió en viñedo,
aquel famoso terreno
fundo anterior de mieses,
Algunos
poseían algún animal doméstico, perro, cabras u ovejas, y una yunta para la
labor y carga. Muchos solían dejárselos a los cabreros para que pastaran en
invierno y primavera y rastrojearan en verano y otoño. La salida era por el
camino de san Marcos, la cruz de los Muladares o por el Barrero (Foto 25),
donde se contempla la cruz, otra vez protectora de las salidas de la ciudad.
Junto a la casa del pobre,
la cruz se va convirtiendo
en despojo y en privanza
de riqueza y atuendo.
En otoño, la
vendimia permitía renovar las arcas
vacías de los lares del barrio, cuyos
fondos se habían gastado en la feria de Septiembre. Existían lagares de
tabernas tradicionales y de particulares, así como pilones donde, artesanalmente, se extraía el
mosto a duras penas. Primero, se transportaba en carros, cuando la hacienda era de un pajarero con más de
cincuenta fanegas, ( foto 26) o en mulos con canastas, como representa este
pequeño labrador en la calle Ancha ( foto 27), .. y en unas parihuelas se metía
en la casa para el lagar y la prensa. Claro ejemplo son estos campesinos que
meten la uva la taberna de García en la calle los Caños (
foto 28). Y así cantaban con el terreno por las noches en las tabernas de la
calle Llana:
Que no falte la bebida,
ni los premios al mejor,
De la pareja de dos,
En este juego de brisca.
El hombre del
campo, junto con su mujer, esperaba como el agua de mayo, que pasara el día de
Navidad, para ir a la aceituna. Las casas quedaban abandonadas; tan sólo las
abuelas daban de comer a los pequeños, pues no existían guarderías. La mujer llevaba su espuerta de esparto y el
hombre la vara, nada de objetos mecánicos. Se pasaba frío, pero se paliaba con
aquellos faldones que no dejaban ver ni la pantorrilla ( foto 29). Todo, se obtenía con la fuerza
del hombre. Pues con las manos la aceituna se
vareaba, se limpiaba en la criba, se cargaba y transportaba en los
mulos, y se pesaba en la romana en el molino de Terreras de la Cruz de los Muladares.
La industria
escaseaba, salvo los molinos aceiteros o los hornos. No obstante, muchas
mujeres del barrio acudían por los años treinta y cuarenta a la fábrica de
tejidos de Santa Casilda, propiedad de
don Francisco Serrano, que solía invitar a sus obreros por algunas fiestas ( foto 30. Los artesanos
también eran poco numerosos, a pesar de
que en la calle Llana abrieron varias zapaterías y varias tiendas de comestibles( foto 31). Y
qué decir de los funcionarios, pues a lo más que, en las familias, se encontraba, era algún municipal que otro como algún miembro de la familia Sáez,
Pérez,...(32),
Lo que sí se
frecuentaba, era complementar los oficios. El albañil se hacía jornalero en la
aceituna. El zapatero, vendimiador, la mujer de ama de casa pasaba a criada, jornalera o dependienta
en una taberna, y, los más favorecidos,
miembros de la banda municipal a las órdenes de don Ambrosio, que aparece en
esta foto del año 1934, tras la intervención de una velada musical con motivo
de la feria de Septiembre ( 33.
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