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lunes, 2 de enero de 2017

LYSANDRO




El




El espartano Lisandro dejó una estela de una gran fama sobre su persona, conseguida más por la fortuna  que por su valor. Pues parece que este ateniense acabó la guerra contra los espartanos que mantuvo durante 26 años. No se oculta con razón cómo consiguió esto. Pues, no por el valor de su ejército, sino que lo consiguió por la falta de disciplina de sus adversarios, que, porque no obedecían a sus jefes, según lo dicho, dispersados en los campo, y, abandonadas sus naves, cayeron en manos de los enemigos.
Hecho esto, los atenienses se entregaron a los espartanos. Lisandro, ufano de esta victoria, habiendo sido siempre enredador y osado, de tal modo soltó sus riendas a sus pasiones que los espartanos se hicieron muy odiosos por su culpa a toda Grecia. Pues como los espartanos hubieran ido diciendo que el motivo que ellos sostenían para hacer la guerra era abatir el desenfrenado dominio de los atenienses, después que junto al río Egos Lisandro se apoderó de la armada de los enemigos, no maquinó otra cosa que el mantener bajo su dominio todas las ciudades, simulando que el mismo hacía esto por la causa de los espartanos. Pues, una vez echados los que se habían puesto de parte de los intereses de los atenienses, había elegido diez vecinos en cada una de las ciudades, para delegarles el más alto militar y el poder de todos los asuntos. Nadie era admitido entre estos, sino el que mantuviese con él la correspondencia de hospitalidad o al que le había hecho juramento de estar en todo a su disposición.
II


Una vez establecido el poder decemviral en todas las ciudades, con una simple señal suya todas las cosas se gestionaban. Acerca de su crueldad y su perfidia, basta exponer un solo asunto a modo de ejemplo, con el fin de no fatigar a los lectores con la enumeración muchas cosas más. Al regresar vencedor de Asia y tras haber torcido el camino hacia Tasos, que era la ciudad muy fiel con los atenienses, -como si no solieran ser los más firmes amigos los mismos que habían sido los perennes enemigos- deseó ganarla para si. Pues vio que, a no ser que hubiese ocultado su voluntad en esto, sucedería que los de Tasio huirían y se preocuparían por sus propios intereses…
III




Así pues, los lacedemonios quitaron el poder de los decenviros organizado por Lisandro. Irritado por este hecho doloroso tomó la resolución de quitar a los reyes. Pero el se daba cuenta que el mismo no podía hacer esto sin la providencia de los dioses, porque los espartanos acostumbraban a consultar todas las cosas a los oráculos. En primer lugar intentó sobornar al oráculo de Delfos.
Tras no poder conseguir esto, se dirigió a Dodoma. Fue rechazado también de este lugar y dijo que el mismo había hecho votos de presentar algunos dones a Júpiter Hannón y que tenía que cumplirlos, creyendo que mismo sobornaría a los africanos con mayor facilidad. Habiendo marchado con esta esperanza a África, los sacerdotes de Júpiter lo engañaron. Pues no solo pudieron ser sobornados, sino que enviaron legados a Esparta para acusar a Lisandro, porque intentó sobornar a los sacerdotes del templo. Fue acusado por este delito y absuelto por las sentencias de los jueces; tras ser enviado en ayuda de los orcomenios, fue matado por los tebanos cerca de Haliarto.
Todo el fundamento cierto de su enjuiciamiento  sirvió de prueba una frase -que tras la muerte fue encontrado en su casa,- en el que persuadía a los espartanos que, una vez disuelto el poder, fuera elegido como jefe para llevar a cabo la guerra, pero esta frase fue escrita de tal manera que parecía que estaba conforme con los oráculos de los dioses, los cuales no dudaban lograrlo   confiando en su dinero.. Se dice que Cleón de Halicarnaso le  había escrito esta sentencia.
IV
Y en este asunto no debe pasarse por alto el hecho de Farnabazo, rey sátrapa. Pues, como Lisandro, siendo jefe de la armada, hubiera cometido muchas cosas con crueldad y avaricia y sospechase que sus propios paisanos habían tenido noticia de algunas de estas cosas, pidió a Farnabazo que le diese un testimonio para presentarlo a los éforos, con cuánta veneración había llevado a cabo la guerra y se había comportado con los aliados y que escribiera sobre este asunto sin cuidado alguno, afirmándole que grande sería la autoridad de Farnabazo en este asunto. Le hizo promesas generosas a este; escribió un libro muy difuso, que le pudiese servir de testimonio con muchas palabras, con las cuales lo ponía sobre las estrellas. Tras haberlas leído y aprobado este libro, al tiempo del poner el sello, puso debajo otro firmado de igual tamaño, y tan parecido que no podía distinguirse, en el que él había acusado con descuido su avaricia y perfidia. Lisandro tras haber regresado a su patria y después que había hablado lo que había querido sobre la gestión de sus asuntos ante el más alto magistrado, le entregó como testimonio el libro dado a Farnabazo.

Habiendo hecho retirar a Lisandro, después de haber leído el libro, ellos mismos se lo dieron para leerlo. Así pues, el mismo Lisandro, por ser imprudente, fue su propio acusador. 

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