Se comprende perfectamente el
motivo de cambio de nombre del primer mes del año. En el calendario lunar con
sus diez meses , se consagraba a Marte, y, no es de extrañar que invocaran a
este dios guerrero en unas sociedades, en las que el espíritu bélico se imponía
por todos los rincones de la tierra. Pero, en el siglo V a.C., el sistema solar
y los mentores del calendario numano
cambiaron al dios guerrero por el dios Jano: un dios bifronte, el sol y la luna, la noche
y el día, la guerra y la paz. Acertaron aquel gremio de sacerdotes astrólogos,
porque este mes presenta, en su recorrido temporal, su doble cara antagónica.
Participaba de las fiestas de las Saturnales, cristianizadas
con las del tiempo litúrgico de la
Navidad de Jesús de Nazareth. Y, acababa, en muchas
ocasiones, con el preludio del Carnaval anunciado los tiempos duros de la Cuaresma. Y es que este mes de enero
es la vida misma, una de cal y otra de arena, agridulce como las naranjas
mandarinas. En el marco de la
civilización occidental, la tradición presenta este mismo aspecto con un
principio de mes que se inicia con las
fiestas de la infancia de Jesús, continúa con las luminarias de la noche de San
Antón y acaba con el mismo fuego
destructor de la víspera de la Candelaria. En su primer tramo, el gozo es
inmenso para todos los miembros de las familias, porque el oro, incienso y
mirra se multiplican por miles de hogares
y la ilusión se personifica y metamorfosea
en personajes que van desde Santa Claus hasta los Reyes Magos pasando por el
papa Noel que reparte regalos a miles. El final de mes, sin embargo, una ansia destructiva invade al personal y el
fuego de las hogueras consume los trastos viejos, y aparece, de vez en cuando,
pasto de las llamas un cabalito de palo roto y destrozado que ilusionó a los
niños en la primera semana de enero.
Escuché
una vez a un psicólogo amigo que
reducía el reconocimiento del
comportamiento humano en dos únicos
finales de obras, el premio o el castigo. Y, girando en torno a estos dos, la persona se
ejercita con relación a los demás o paga
los servicios de su prójimo, su
otro. El regalo es, por tanto, el
hilo conductor de la vida de las personas. Claro que el regalo puede ser el juguete esperado, o la
sorpresa de la inocencia prefigurada, en
el aspecto positivo de las conductas.
Las personas se despertaron en los primeros días del mes confundiendo hasta el más pintado con su
zurrón repleto de los juguetes más
variopintos. Pero los hubo los que recibieron
el saco de carbón, como castigo de
no haber cumplido con su tarea, o
de sufrir la sanción social de su sentido negativo en el esfuerzo
colectivo.
Está claro
que los regalos definen perfectamente tanto a los donantes como a los
receptores sin olvidar la tipología del propio regalo . Está claro que los
donantes se suelen revestir de un espíritu mágico relacionado con
personajes fantasiosos y con un poder de atracción
hacia el interlocutor. Por su
parte, los receptores reaccionan ante el regalo de muchas maneras, desde la
imperturbabilidad a ser maleables y
entregar su voluntad a los pies de los
caballos del donante. Por eso, la
historia brinda ejemplos de personajes y reacciones diferentes ante la recepción de los regalos. En los momentos actuales, en este enero de
2017, el
biógrafo Nepote recoge estas palabras sobre Trasíbulo muy
aconsejables para la sociedad: actual " Por
esta razón, no quiero más que 100 pasos de bueyes que indiquen mi moderación de
animo y vuestro buen afecto. Pues los pequeños regalos son duraderos, y los
grandes no suelen durar, porque están expuestos a la envidia”.
Este
personaje fue un ejemplo ideal de
comportamiento cívico ante sus vecinos,
los liiberó de la tiranía, y mira por donde cuantos Trasíbulos se necesitan
actualmente para liberar a la sociedad
de tantas tiranías que continuamente
invaden diariamente el panorama actual. Por otra parte, frente a una actitud de revancha y rencor creó nuevos
comportamientos positivos como la ley de
la amnistía, protegió a los vencidos sin permitir despellejarlos y se ganó del
fervor de sus vecinos. La mano tendida, la creación de levantar puentes, la moderación y la prudencia fueron
los regalos con los que recompensó
a la sociedad. Y, Trasíbulo a su vez,
recibió simplemente una corona del honor, lo que le hace escribir a su biografo latino :
“ por tan señalados servicios, hecha de dos ramas de olivo entretejidos.
Porque estaba agraciado con el amor de los ciudadanos y no la había adquirido por violencia, nadie le tuvo
envidia en su vida y le fue muy
honr
osa”.
Qué
pena que en este mundo no se cubran muchas cabezas de coronas de olivo por todos los rincones del mundo. Y,
sin embargo, la envidia defina las relaciones de muchos personajes, sobre todo,
de la vida pública. Otro gallo nos cantaría compartiendo conductas de personas
que llegaron a ser clásicas, no por ejercer la agresividad en los
comportamientos sino por la generosidad y la fraternidad. Entonces el zurrón
del carbón negro se quedaría para caldear las piras de las armas abandonadas
tras el final de las guerras y del terrorismo.
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