A partir del siglo XVII, tres fiestas destacan durante
este tiempo en la vida de la ciudad: las festividad del Corpus Cristi, la de la
Virgen de las Mercedes y las de Semana Santa.Según el calendario de fiestas cristiano y abacial, era una fiesta movible entre los tres días de Pascua de Resurrección y la del Espíritu
Santo y el día de la Ascensión. En estos días se obligaba a la
asistencia de misa y a la observancia del precepto de no trabajar, se cerraban
todo tipo de comercio y trabajo artesanal y
las tabernas y mesones no se podían abrir hasta la salida de la misa de
la Iglesia Mayor. Tan sólo se permitía que en algunos lugares se pudiera
traficar el comercio, relacionado con los molinos por estar apartados de los
núcleos de población.[1]
En el año 1754, se recibió una prohibición real en la que se impedía trabajar
los días de fiesta.
Según las tablas de fiestas del cabildo municipal ::
El Corpus Christi se celebraba en
la vísperas, que subían los miembros del Cabildo a la Iglesia Mayor Abacial o a
la de San Juan sin la presencia del corregidor ni los caballeros comisarios,
organizadores de la fiesta. El Día del Corpus, acuden a la solemne función
religiosa y procesión; durante todas las tardes de la Octava acuden un
determinado número de caballeros. El día Octavo ,sube toda la ciudad en pleno.
Corría con el gasto de la cera y la que sobrara se la dará a Nuestra Señora.
A mediados del siglo XIX, tuvo
lugar la reducción de fiestas establecidas por un concierto entre el
ayuntamiento y el cabildo eclesiástico. Tan sólo, la festividad del Corpus, el
de Santo Domingo de Silos, San Blas y la de Virgen de las Mercedes se salvarán
del amplio repertorio.
LA FESTIVIDAD DEL CORPUS CRISTI
Como fiesta capitular, continúa celebrándose como la más importante
de todas hasta tal punto que se mantiene la obligación de nombrar comisarios en los cabildos últimos del año,
hacer presupuesto y contratar todos los elementos de la fiesta del día del
Corpus y su Octava, a pesar de las dificultades que asiduamente van resolviendo
los miembros del ayuntamiento para contratar y hacer frente a los gastos. Se
llega incluso a tomar créditos por los comisarios hasta que se les libra de los más recónditos
procedimientos: pagas de arbitrios. Hay momentos de que incluso se anulan las
suertes de los comisarios y se aplaza su nombramiento en las fechas próximas de
la festividad.
Lo normal de dicha fiesta
radicaba en que el cabildo municipal acudiera
formado como ciudad desde sus casas capitulares, yendo delante al
clarinero de librea, seguido de los porteros y el resto de la ciudad.[1]
En la iglesia recogían los comisarios al señor abad, vicario o gobernador, que
lo acompañaban hasta el coro; en la despedida los mismos comisarios lo hacían
hasta la puerta de la Iglesia en el caso del abad y hasta la sacristía con el
vicario, de donde lo sacaron. En el coro se repartía la cera por los porteros
parte al coro y otra a la ciudad sin entregarle a los regidores, portadores de
palio.
En la procesión general era
frecuente que acudieran todas las
cofradías, comunidades religiosas y el cabildo eclesiástico con sus
estandartes, cruces e imágenes, así como
las danzas y los gremios de la ciudad. Estos se vestían y formaban cuadrillas
de diablillos y no sólo con
ropas y rostros de tales, sino con los
de los sayones de Semana Santa y otros ridículos y extraordinarios trages, que
no vienen al casso para el culto,ni cossa de razón, sino para executar
licenciosamente toda suerte de desórdenes. Al final de la manifestación
religiosa iba el cabildo, precedido con ochos sujetos vestidos de librea y
asistidos por un oficial del cabildo, el clarinero o timbales, los porteros y
el resto de la corporación. Al Cabildo eclesiástico- beneficiados, capellanes y
clérigos- lo presidía el abad o el gobernador, que era acompañado por dos pajes
en el primer caso, asistiéndole con un cojín para bonete.[2]
La villa del Castillo de Locubín
también mantenía la tradición festiva y no era extraño que hasta muy entrado el
siglo XVIII cooperara el ayuntamiento municipal. Así Juan Beltran de Callava,
regidor, contrataba en el año 1742 con Mateo de Molina y Tomás de Santiago tres
danzas de dieciséis hombres y ocho mujeres con sus instrumentos para el trabajo
de los nueve días, la octava, fiesta y vísperas del Corpus, dándose 1100 reales
por persona [3].
Los conflictos entre el
estamento civil y religioso son frecuentes. No es extraño que se firme un nuevo
convenio de concordia el año 1721, donde se recoge entre otras cosas anteriores
como la salutación en los sermones y la presidencia y llaves en el día del
Jueves Santo, junto con el acompañamiento de dos pajes en la procesión.[4]
Se repiten en el año 1751, que se llega a la concordia con el fin de que todos
los estamentos municipales ganen el jubileo que había otorgado Benedicto X.[5]
Pero reverdecen a finales de siglo,con motivo de llevar la silla el abad,
entablándose un pleito que se hace comparar los privilegios con el de otros
obispados[6].
Incluso, en el año 1783 no acudieron a la fiesta por dicho motivo[7]
prorrogando el conflicto hasta el año 1793.
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