No
hubo mejor nombre para nombrar a una discoteca. La Belle Époque. Corrían
los tiempos, en los que ambientes rurales se pasaban de los salones de bodas,
casinos y entidades recreativas al fenómeno social de la diversión colectiva,
en este caso en los nuevos locales de
las discotecas. Como es lógico, comenzó
la moda por las capitales de provincia y grandes ciudades y se extendió
al resto de las poblaciones. Nació al socaire de las nuevas marcas
discográficas que hacía su agosto con las canciones de verano, invierno y, si cabe el registro, de la canción año.
Aconteció en los años comprendidos entre el final del franquismo y la
transición. Sustituían un modo de divertirse, en parte controlado por el
suprego establecido en sociedad de la posguerra en torno a los pilares
tradicionales, para abrirse a nuevas formas y aventuras de relaciones grupales,
En aquellos antros oscuros, con la estridencia de la música de máximo voltaje y
los focos movibles y repartiendo ráfagas de rayos, el individuo podía diluirse
en una masa coral y danzante, que tan solo dejaba resquicios de la soledad para
los cubículos de los asientos que rodeaban la pista. A veces se han adentrado los artistas al
costumbrismo más variopinto, singular y rural con la composición de obras en
los más diversos campos del arte. Pero el fenómeno discotequero creó escuela e
historia del ocio. Abrió horizontes a las parejas y a las personas solitarias,
hizo compartir eventos que sobrepasaban a los entornos de las fiestas populares
o familiares. Nació una nueva industria de servicios que tendió a romper los
moldes del monótono salón de baile.
Curiosamente,
por estos primeros días de agosto tuvo lugar la presentación del libro local,
pero con una dimensión de un fenómeno generalista “Memorias de la Belle” de
Rafael García Medina. Si Camilo José Cela levantara la cabeza, con esta obra se
encontraría con este fenómeno de expansión de la nueva libertad de los primeros
años de la transición democrática dentro de la columna humana de una discoteca
alcalaína, símbolo de las relaciones humanas imbuidas por la libido y el thanatos, Por eso, es un fiel reflejo de los
primeros pasos que en muchas ciudades y, sobre todo, en el mundo rural se dio
en la libertad sexual, el mundo de la droga, el consumismo, el fenómeno de
masas y la idiosincrasia de la nuevas diversiones. Sin olvidar, un lirismo introductorio
y descriptivo que embauca al lector desde el comienzo de la obra, e incita a su tensión lectora hasta consumir
el final de este paseo enmarcado con los estaciones del año en medio de las
modas, olores, costumbres, modus vivendi y de pensamiento que invadieron
pueblos como Alcalá la Real. Y todo tamizado por una redacción que deja asomar
una socarrona ironía y muestras de un sano humor para paliar las rarezas de
este mundo especial de la noche
alcalaína.
Su
autor, Rafael García Medina, una persona autodidacta que se ha adentrado en los
diversos campos del arte: desde la poesía hasta la pintura pasando por la
música coral y la investigación local. Su intuición poética le movió a recoger en verso el alma de muchos rincones de la ciudad de la
Mota, como lo ha hecho presente en varias poblaciones locales y en sus dotes de
pregonero. También, inauguró un tema inaudito como fue la investigación del
mundo de las campanas de las iglesias del municipio de la Sierra Sur, a los que
dedicó trabajo y años. Esta nueva aventura
lo introdujo en la literatura vital, porque Rafael no escribe una novela
de ficción, en la que los personajes son recreados. Son de carne y hueso,
prototipos del mundo de la noche y del alterne, de la soledad y de la
sublimación.
Tampoco,
son unas memorias idealizadas de un
tiempo, que lo marcó como persona, a pesar de estar imbuido en el mundo de la
noche lorquiana. Pues hay pasajes de escenas exóticas y singulares como las de
una práctica de espiritismo, que sólo
pueden ser relatadas si se ha estado presente desde el mirador de una barra del
bar en una noche insólita y solitaria. Por eso, García Medina, no busca
caricaturizar ni deformar a los numeroso actantes de su periplo literario,
sino que los desnuda estéticamente con su ágil pluma. Rafael vivió y traspasó el umbral
del diario de su armario en un relato reflexivo. Pues, describió descarnadamente a través de
su testimonio personal el mundo del ocio nocturno, donde se agrupaban
las pasiones humanas con todos sus vicios y defectos que comenzaron a expandirse
por estos tiempos. El embrujo especial del autor de la Belle Époque convierte en atractivo y en un libro de
lectura de verano una obra local, símbolo de un periodo en el que comenzaban a
nacer los aires de libertad. Muchas
historias pueden nacer del mundo discotequero, lo importante es dar el primer
paso. No era un lugar de encuentro
pueblerino, sino que, a veces, se convertía en antro cosmopolita de pareceres y
personas. Y esto ha hecho Rafael García.
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