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domingo, 31 de diciembre de 2017

LA PEDRIZA, UNA ALDEA DE TESOROS ENTRE CUENTOS Y LEYENDAS.EN JAÉN SEMANA










A lo largo de estas dos últimas semanas, apareció el mundo de tesoros de la Sierra Sur juntamente con las aldeas de Charilla y Ermita Nueva, pertenecientes al término de Alcalá la Real. Poner el punto final a este mundo es imposible, teniendo en cuenta de que no es raro el momento futuro del que pueda aparecer un nuevo hallazgo en estos pueblos con una  importante tradición legendaria.
Este es el caso de los partidos de campo de Cantera Blanca y  Valdegranada, donde se encuentran muchos rincones de un patrimonio perdido, tanto en los ajuares de las antiguas villas, alquerías y cortijos de conquista, como en las aldeas con pasado romano y musulmán. Y, como fue el caso de los tesoros comentados, en su entorno mantienen una tradición oral repleta de anécdotas, cuentos y leyendas. En Valdegranada, Ibn Jatib destaca aquel episodio del emir almorávide Tasfin ben Alí, que, al pasar por las Peñas de Majalcorón, el Prado de los Cuernos, se burló de su acemilero, manifestándole que todo aquel prado de cuernos, en este caso, de ovejas, era suyo, a lo que le respondió el vasallo, que más bien eran del emir y de su padre. Pero no podemos pasar de alto las leyendas de cuevas y tesoros escondidos por aquel entorno con arabismos como las de la Cañada Ámbar y del cerro de la Hortichuela. Pasadizos kilométricos imaginaban desde estas aldeas entre zonas de frontera, simulando a los terrenos palestinos actuales. Incluso, se atrevieron a divulgar la leyenda de la mezquita de columnas de oro en los  fondos subterráneos del Cerro de la Cruz.
            Pero, de seguro que la aldea de La Pedriza, con un pasado claramente musulmán  ofrece el campo propicio para tropezar con una sepultura pétrea musulmana  o una vasija de barro llena de monedas en su núcleo rural y en sus antiguos yacimientos del Castellón, Encina Hermosa o Fuente Nubes. Allá, por los años setenta del siglo pasado, aparecieron, con motivo de la pavimentación de sus calles, una auténtica necrópolis con tumbas antropomórficas excavadas en la roca del suelo, que quedaron selladas desgraciadamente con el cemento para la eternidad. Era un claro síntoma de un yacimiento poderoso, que se complementa con la cueva subterránea bajo la  placita de la aldea. Y, se ratifica con la lápida precalifal, encontrada cerca del cortijo del Toril y se exhibe en la Sala de la baja de la Campana de la Mota. No responde este elemento funerario a un simple objeto de unos coleccionistas que dejara abandonado en unos de los cortijos de los hombres de conquista, los que proliferan por estos lares con motivo de los diversos repartimientos de Alfonso XI y Carlos. Es una pieza valiosa de un caballero musulmán, datada en torno al año 872  y descubierta en la curva de la carretera de Montefrío hace unos cuarenta años. Además, cercano se encuentra  el cortijo del Toril  y el camino hacia Bajacar, un cortijo legendario. En este último se forjó la leyenda de La Encina Leona, y, en su entorno el cerro del Castellón, lo consideran los lugareños como un recinto fortificado desaparecido. Su etimología denota hasta un fundamento romano.
 Y el  cuento de aquel chaparro majestuoso, el de mayor frondosidad y sombra del entorno, anuncia y presagia un tesoro escondido. En días de luna, cuentan que su luz penetra entre las ramas fijando el lugar exacto del tesoro de la corona de la reina. Además, se reviste con el episodio de enriquecimiento de unos vecinos de Bajácar. 
Muy lejanos debieron ser los tiempos de aquel descubrimiento de una mujer viuda que acudió a la cita nocturna para encontrar el tesoro en esta famosa encina. Por su grandiosidad, le apodaban leona.  Los mismos ingredientes del relato del cortijo del Sotillo  charillero, en este caso, no fue un pozo, sino que se abrió el enorme tronco de aquel chaparro centenario. No disponía de manos aquella mujer acompañada de una niña pequeña para introducir las joyas de oro en su saco y canasto. Y mira por donde que, como todos los cuentos, no cumplió el condicionante desvelado, que debía acudir sola, sin acompañante. Por eso, se le esfumaron todo aquel caudal de joyas encontradas, porque ardió como la paja  en un solo instante transformando los vasos, platos, bandejas, colgantes, pulseras y adornos en pavesas que volaban en el aire. El terreno está sembrado de indicios para poner a la luz todo este tipo de tesoros. Incluso algunos objetos y monedas musulmanas se exhiben en el museo local. No es de extrañar que se hable de los tesoros numismáticos de La Pedriza. Es simple conjetura, habladuría de los pueblos, o se hizo realidad la leyenda de la viuda de Bajácar. Doscientos cincuenta años de frontera dieron para un patrimonio perdido y, a veces, irrecuperable. Un día apareció un astrolabio en un museo europeo, otro día en el museo jiennense el tesoro charillero, una copia de un manuscrito de un escrito de los Banu Said apareció en centros de estudios árabes. Oro día, el pasadizo condujo a un recinto olvidado como la Ciudad Oculta de la Mota en medio de la Leyenda de Caba.
Estos artículos de tesoros no han entrado en cuestiones profundas de investigación del mundo musulmán en al-Andalus, sino que tan solo su publicación se dirige a la defensa actitudinal del patrimonio artístico, en el campo de las artes no suntuarias. De seguro que otros estudiosos ya han aportado interesante aportaciones sobre la relevancia de estos tesoros o la continuidad y perduración de elementos de la cultura pre-islámica en el al-Andalus. Tampoco,  somos expertos en dilucidar la utilidad de las monedas en función monetal, atesorable y decorativa y decorativa, simplemente nuestra función es puramente divulgativa y descriptiva desde nuestro punto de vista, una contribución singular con inserción en la globalidad didáctica de los tesoros. .


sábado, 30 de diciembre de 2017

RELATO DE NAVIDAD, EL BELÉN DE ANA DE TORRES, BASADO EN UN DOCUMENTO ALCALAÍNO ANTIGUO.



EL BELÉN DE ANA DE TORRES

























Este villancico del siglo XVIII, era cantado por las capillas de música y coros de monjas. De seguro que se le cantaba al Portal de Belén, colocado en un lugar `privilegiado del presbiterio. Y nos trajo a colación el libro del cura don Francisco Espinosa de los Monteros que hablaba sobre un belén de este tiempo de la Ilustración realizado por una monja de este convento. Lo revivimos entre el grupo porque nos remontaba a los tiempos de aquel convento en pleno auge.  Finales del siglo XVII y principios del Siglo de la Ilustración, la fecha del villancico.  Se trataba de una obra espiritual y sublime de Ana de Torres, una alcalaína que sus padres confesores tildaban de sierva de Dios, con olor de santidad. una monja excepcional. Había sido predestinada para entregarse a la ascética desde la infancia, de modo que, ni siendo niña ni adolescente, manchó su biografía con ninguna mácula de falta leve. No digamos un pecado venial, y menos aún de perversión. Ya contaban que de sangre le viene al galgo, en n este caso en su versión femenina forjó un cúmulo de virtudes desde los primeros días de su nacimiento, con su esfuerzo piadoso y con su talante optimista de afrontar la adversidad.   Pues lo llevaba en sus genes: su padre el marteño Damián gozaba del segundo apellido adalid, un reconocimiento de los Reyes Católicos en los últimos tiempos de campaña de la conquista de Granada; y su madre Juana Espigares Bailón le había aportado los valores de santidad y valentía por la herencia del también segundo apellido, que se remontaba al fraile Pedro Bailón. Nada menos que un santo muy venerado en la diócesis jiennense. Se había enamorado de Jesús. Y le cantaba:
 Jesús, dulce enamorado,
 del alto cielo ha venido,
a ser Pastor del ganado,
que anda en el mundo perdido:
y como de amor herido
 está el divino Pastor,
con silbos de amor las llama,
y, ay Dios, qué fuerza de amor!
Y esta otra, al Niño Jesús:
Está una Virgen y Madre 
 un Niño, que es hombre y Dios;
 y en el seno de los dos
reposa el Eterno Padre:
quien busca bien que le cuadre

contra la mortal herida,
en Belén está la vida.
Y para el Niño Jesús recién nacido copiaba estos versos:
El nuevo Pastorcico
que hoy nace desnudo,
tenido por rey rico
muy sabio y nada rudo,
con resfrío tan crudo
al mundo es llegado.
Si muere por amores
libre es el ganado.

La Madre que lo cría,
es hija y criatura,
del mismo Dios hechura,
la cual llaman María;
y a ella el Padre había
de mil gracias dotado.
Si muere por amores
es libre el ganado.

En la fiesta de los Reyes Magos apuntaba lo siguiente:
Rey eterno, ¿qué será
verte reinar con el Padre?
Pues en brazos de tu Madre
tres Reyes te sirven ya.

Si ahora, que eres humano,
sujeto a miseria y muerte,
reyes de tan alta suerte
están debajo tu mano;
¿quién no se te rendirá
sabiendo quién es tu Padre?
Pues en brazos de tu Madre
tres Reyes te sirven ya.

Y, para terminar, otra inspirada en los discípulos de Emaús:
Mi Dios, pues voy pobrecillo
peregrinando cobarde,
queda conmigo, aunque tarde,
te he hospedado en mi castillo.
No te vayas, quitarás
de mí malos pareceres.
Pecador, tú bien podrás
hacerme quedar si quieres.


 No fue corto el trayecto vital de esta mujer por esta tierra. Nada menos que ochenta y tres años, dedicada a la oración y a la vida contemplativa. Parecía que le asistía la mano del Creador por doquier y en cualquier momento de su vida le había dejado una huella singular. Si en la infancia le salvó de un secuestro de un esclavo morisco, las apariciones de Jesús y de la Virgen proliferaron en momentos trascendentales de iniciarse en su vocación o de su comprometida vida. Y, la Navidad estuvo presente en los momentos cruciales de su vida ante la aparición del Niño Jesús, dos encuentros trascendentales para su futuro y el destino: primero, cuando le invitó a tomar los hábitos; en segundo lugar, al final del recorrido vital, para prepararse a entrar en la vida de ultratumba. Por eso, a su confesor le quedó gravado el pasaje del belén de Ana para narrarlo en el libro de su vida.
Salía humo por encima del antiguo convento y olía a retama. Nos obligaba a aligerar la marcha e interrumpir la ruta. Pero, porque uno preguntó si podíamos entrar y contemplar la celda de aquella monja, nos hizo detenernos y entrar por el patio del antiguo morabito. Pasamos el templo, la sala capitular y el claustro. Por unas escaleras, subimos a la sala de dormitorio.  Y, en la galería alta, contamos que la celda de Ana, hoy un corredor sin habitaciones, cierto día se había invadido de un olor especial en medio de una nebulosa de humo como si hubieran estallados cráteres de luces que exhalaban los más intensos olores.
Era el último domingo de Adviento, el tiempo de la espera y de maranatha. Ana tenía costumbre vestir a la Virgen María del Rosario y a San José, al mismo tiempo que se llevaba al Niño para vestirlo en su celda. Simulaba la escena para los que acudían al templo de La Huida de Egipto y el rapto del Niño.
Curiosamente, se esmeraba en vestirlo con muchos primeros, y le contó a su confesor con muchos más fervores, amores, y purezas. Pero, al colocar al Niño Jesús en la cuna antes de llevarlo al portal, no disponía de una colonia con un aroma penetrante de olor graciable. Y en su interior, entabló una conversación con el Niño:
-No tengo perfumes y aromas, vosotros disponéis de todos los mejores bálsamos y fragancias del mundo y el cielo. Hágase vuestra voluntad. 
E, inmediatamente, escuchó sus plegarias aquel Niño y encendiendo toda la celda con una gran cantidad de rayos de luz que expandían aromas los más fragantes y aromáticos que había conocido aquella doncella. No eran terrenales, parecían de otro planeta o estrella. Al final, se quedó aturdida y cayó arrodillada ante los pies del Niño, Le pidió que le concediera aquellos perfumes y la purificación de almas pecadoras. Lo hizo más de una hora hasta que cesó aquella traca de volcanes de luz y olor. Llamó a su sobrina Juana para que le acompañara de noche, como solía hacerlo, sin luz no pudo percibir nada porque era de noche. De madrugada, el olor todavía quedaba fijado en la neblina del cuarto. Se despertó la sobrina y comprobó lo que había intuido al entrar al cuarto al principio de la noche. Era un aroma distinto al del jazmín y de los cosméticos acostumbrados de las especerías alcalaínas. No lo podía describir. Y lo curioso que no se retiraba de la habitación. Se lo contó toda la experiencia de aquella noche su tía. Acudieron muchos vecinos durante ocho años a respirar este aroma celestial. El confesor daba fe y lo fundamentaba en que Ana había labrado un portal especial. Y así lo contaba.

 Fue también en Adviento. Preparaba Ana su íntimo portal en el que naciera el Niño. No era un portal grandioso como los que se elaboraban llenos de musgo y arena, tampoco artesanal recreándose en los talleres de su tiempo y de la época de Jesús de Nazaret con la exhibición de todos los oficios de aquel tiempo. Junto con su hermana, se esforzaban en que viniera el Niño Dios a su portal interior, y, lo curioso que lo forjó con los mismos elementos que contemplaba en el que tenía presente ante su mirada. En su ascesis místico sublimó todos sus deseos en preparar la venida del Señor en el portal de su alma. Intercambió un diálogo con él y le fue sugiriendo cada uno de los pasos y componentes de aquel simbólico portal. Se equipó de una serie de herramientas y objetos para hacerlo más real, lo que le susurraba el Creador, a la manera del cultivo de las virtudes. 
La escena se concentraba en una única dirección, de modo que el enfoque de la cámara de sus ojos contemplativos viraba en torno a un único sujeto.  Se centraba en la figura de Jesús, lo demás era el aparato ornamental. Como los tabernáculos de aquellos retablos barrocos que habían hecho desaparecer las calles y cuerpos rellenos de cuadros con relatos de la vida de Jesús y María en los altares colaterales de las iglesias locales y en los conventos de la ciudad, Muy lejos estaban los castilletes con orlas de filigrana dorada de los retablos platerescos como los de Santo Domingo de Silos.  Escogió para dosel de su belén el mejor lienzo de su alcoba, una seda amarillenta que refulgía como oro y reluciente como el sol. Sin otro color que descentrara la escena, sobre la que el niño no perdiera su protagonismo, parecía como si quisiera indicar que lo demás importaba relativamente poco con relación a este personaje que se asemejaba a un bebe viviente de carne y hueso, sólo le faltaba hablar. Se lo había donado su padre junto con la dote de su incorporación a la vida contemplativa. 
Pero, si mucho le importaba que aquel Niño se mostrara a la usanza de uno de Pablo de Rojas, recostado y una manecita en escuadra para recoger el sueño de la cabeza, no se quedaba atrás aquel lienzo escogido de su mejor colección de lienzos.  Quería que este se identificara con su alma limpia y pura de cualquier mancha.  Cosa curiosa no lo quiso exhibir raso y desnudo, se le presentaba con una serie de colgaduras a su alrededor, pero todas formaban un crisol que no invadía aquel lienzo. Unas eran pequeñas campanitas de plata como si tintinearan reclamando la atención de aquel infante, otras objetos de percusión simulaban  diminutas liras, arpas, zambombas, como si quisieran celebrar alguna fiesta en un corte celestial; trompetas y timbales se convertían en los heraldos de las fanfarrias  pregonando buenas noticias; incluso colgaban algunos objetos de cobre, en formas de vasijas y ánforas, a la manera de una oblación y  ofrenda a Dios  para reclamar que aquel niño divino se las rellenase de agua de gracia.
Se afanaba Ana para que simulasen los diversos objetos de colgaduras a los diversos tipos de oraciones.  Pero, le ponía todas las ganas para que aquel portal no resultara oscuro en aquella capilla del templo trinitario, y por eso, se trajo unos pequeños lucernarios con unas velas, colocados con tanto mimo y artificio que el oro de la seda estallaba en una sinfonía de rayos amarillos como si abrasaran en forma de fe a aquella monja.
No hacía sino pensar y cavilar en entender aquel misterio incomprensible para el ser humano, que el ser omnisciente y todopoderoso bajara a la tierra. En este momento sublime, se le hiciera presente a una humilde monja de clausura.  Y lo colocó en un pesebre simulado con cuatro pareditas y algunos troncos de madera que encuadraban al Niño envuelto en paja. Era la base, el receptáculo para recoger a aquella criatura. Sin duda, el confesor no se sorprendía, cuando hacía discusiones, y reflexionaba diciendo qué diferencia había con el entendimiento de aquella monja con aquel pesebre de acogida del Niño en este portal divino.
Ana colocaba aquel Niño Jesús en un blando colchón con ribetes dorados. La voluntad de Ana aparentaba su acogida placentera para poner a su disposición un regazo de blanda lana, dulce y llena de agrado.  Y el amor envolvía al Nacido con unas sábanas de lino blancas como las de los manteles de los altares. Le recostaba su cabeza en una almohada, repleta de dibujos en torno a un corazón muy grande.
Ana cuidaba de aquel portal de Belén con todo tipo de detalles, y no sólo físicos, lo empatizaba con su alma. Le colocaba un telliz verde, un envoltorio parecido al caparazón de los animales, que en los belenes italianos llamaban cobertura, sobre todo el cuerpo anunciando la esperanza que su persona proyectaba sobre aquel ser tan pequeño. Aquellas prendas de lujo de las caballerías sin silla ensalzaban su figura y su porte. Sobre esta colocó las flores de la castidad, para honrarlo con su virginidad mantenida desde que nació, y ejercitada mucho más intensamente en los meses otoñales. Todas eran blancas como si quisieran contrastar con el fondo del talliz, principalmente jazmines, azucenas y rosas mosquetas. De intenso olor, profundo, virginal y de aromas coloniales. El color y el olor sobrepasaban cualquier sensación de placer en ambiente humano que hubiera conocido.
Manos a la obra, la monja vistió al Niño antes de colocarlo en el portal. Le puso todo tipos de prendas interiores y vestidos a la vista. Y parecía que reflejaba su interior en cada uno de sus atuendos. La mortificación que practicaba quedaba representada en la faja que cruzaba su vientre pequeño con un ombligo redondo: con una camisita blanca apretaba su cuerpo, y lo elevaba a la categoría de una coraza de un arcángel ante cualquier ataque nocivo mientas lo destacaba con la paciencia de un niño bonachón. La humildad de sus pañales cubría aquellos miembros tiernos. Una mantilla arropaba al recién nacido y lo hacía con la caridad del calor del ser humano, lo mismo que le añadía unos paños con la mirada dirigida a su único ser de su vida.
Tras vestirlo, lo echó en la cuna, y lo cubrió con la reata y la cobija, lo hacía como si quisiera encerrarlo en la cueva de su memoria y de su perseverancia ante lo fugaz y lo efímero. Quería convertir en una escena eterna. Mientras su mano perfumaba todas aquellas ropas y vestidos con agua de ámbar, respondía a esa entrega obediente que siempre había mantenido con esa divina criatura. Unas joyitas, -a las que les llamaba Ana como dijes para el Niño de Jesús-, adornaban con bellas jaculatorias dedicadas al Niño Dios, mientras, con el silencio, colocaba todas las alhajas del Niño (una cruz de plata, una corona, unos clavos, unas tenacitas, unos alicates, unos flagelos y los demás signos de pasión). 
Y, se le acercó la Virgen María mientras estaba en puro éxtasis, y le dijo:
-No me ofreces todas estas cosas que has preparado para adornar y vestir a mi hijo.
-En qué las he de recoger para dároslas-le contestó Ana.
-En esto, se llama en este estado de tu alma, silencio.
Con este bagaje, se dirigió al templo de San Francisco, y, sin darse cuenta, en el amplio presbiterio compartiendo el rezo entre los cantos de maitines de los frailes, contempló el portal que estaba provisto de todos los preparativos que había conseguido durante el Adviento. Un joven muy bello y gallardo la raptó de la tierra y la transportó por los aires hacia el portal ansiado y preparado en la estación del Adviento.

En este instante, le acompañaron la figura de San José y una caterva de ángeles, a la manera de los cuadros de las inmaculadas canescas. Los había con símbolos de las letanías, escondidos bajo el manto de la madre, elevando las nubes del cielo y el mundo, repartiendo incienso y creando una nebulosa celestial. El escritor de su confesión no tenía palabras ni imágenes para transcribir las palabras de Ana. Era la gloria, los fulgores y resplandores de todos los seres celestiales envolvían aquella escena dejando sin visión a Ana, hasta el punto que se confundía con el ambiente.  Lo consideraba como una gracia que habían recibido otras almas, que nunca pudieron explicar cómo alcanzaron este estado de favores de recibir al Niño en su portal. Ya este Niño no era esa imagen tallada de la dote, sino algo excelso, espiritual que la elevaba a los cielos.
Mientras la Virgen le acercaba la canastilla, ella colocaba todos los objetos y adornos y la encadenaba con una cadena de rosas de tela encarnadas para ofrecérselas al Niño de la cuna. Lo hacía con prontitud, la misma que había empleado desde el día que se acercó al Niño y no puso obstáculos para prepararle su pesebre y portal. María, de nuevo, le dijo:
-Esa es la disposición que siempre has de tener con este Nacimiento en tu ser y alma.   
No quiso Ana reservarse esta sensación mistérica, a pesar de la dificultad de transmitir esta experiencia sobrenatural a los humanos. Quería con otras personas recibieran esta lección divina que les conducía a esta contemplación sin límites temporales. Dio todos los pasos adecuados y pertinentes, consultó con su confesor, el mismo que le había introducido en esta práctica de amor que quería extender a más humanos. Y le dijo al confesor para que lo transmitiera verbal o por escrito:

Alma, si quieres hospedar,
Procura un templo labrar,
De fervorosas virtudes,
Con que el mundo haga temblar”.

Y a doble columna iba anotando: portal/alma, colgaduras/oración, luz/ fe, pesebre/entendimiento, colchón/voluntad, sábanas/amor, almohada/ corazón. Entre paréntesis escribía porque solo a Dios ha de admirary seguía con las columnas: el telliz/la esperanza, las flores/ la castidad, la faja/la mortificación, la paciencia/la camisa, pañales /humildad, mantillas/ caridad, los paños /los ojos contemplativos, la reata/memoria, la perseverancia/ la cobija, agua de ámbar/obediencia, dijes/jaculatorias,  canastica/ silencio, cadena de rosas/ prontitud.

DIARIO DEL RUTERO POR LOS BELENES. ALCALÁ FIN DE AÑO. RELATO.



ASOCIACION DE VECINOS “HUERTA DE CAPUCHINOS”

ALCALÁ LA REAL (JAÉN)
RUTA ECOCOSTUMBRISTA DE LOS BELENES 2017
BOLETÍN EXTRAORDINARIO
I
SAN JUAN, EL LAGAR DE LOS VINOS, CÁRITAS, CONSOLACIÓN, TEJUELA, RAFAEL LÓPEZ Y CAPUCHINOS.
LIBRETO INFORMATIVO.
DIARIO DEL RUTERO POR LOS BELENES
  EL BELÉN DE ANA TORRES
DEDICADO A MI NIETO DAVID QUE ME ACOMPAÑÓ CON UN AÑITO PARA QUE LO LEA CUANDO SEA MAYOR
BELEN FAMILIAR
Como otros años, visitamos los belenes familiares. Este año un grupo más numeroso que el año anterior, unas setenta personas y mi nieto David, y muy  interesado en esta muestra artesanal y religiosa de algunas familias alcalaínas. Pasamos por los portales institucionales de la Borriquilla, iglesia de Consolación y de San Juan. También, los que se habían realizado en casas particulares como los de Javier Funes y Rafael López. Y en el de materiales modernos y eléctricos de la plaza del Ayuntamiento y el napolitano de la casa de Cáritas . Ya no abundaba aquel paisaje verde cubierto con el musgo de los peñascos y rocas de los Tajos y el cerro de la Mota, salvo el de la Tejuela de Javier Funers. Se apoderaba del panel de madera el amarillento serrín que transformaba aquel plano lígneo en un desierto repleto de dunas. Los ingenios de los belenistas hacían moverse los mulos en las eras de pan y trigo; los cangilones de las norias sacaban aguas de las corrientes turbulentas del ficticio río Jordán; los herreros golpeaban la barra de hierro, rojiza por la luz de fuego de fragua sobre el yunque; y los había que movían las ruedas de moler de los molinos harineros.  Simulaban los molinos de Huéscar entre cantos burlescos entre el arrendatario y su mujer con los usuarios del pan y harina.

Que vengo de moler, moler,
de los molinos de enfrente,
y hablo con la molinera,
y su marido lo consiente.

O los de las riberas junto al cortijo Cerrato.

Que vengo de moler, moler
 de los molinos de abajo,
y hablo con la molinera,
no me cobra los trabajos.


O los de la zona de Frailes y los del Cubo, Cabrera y cortijo de la Encarnación.
Que vengo de moler, moler,
de los molinos de arriba,
y hablo con la molinera,
y no me cobra las maquilas.

Iniciamos la ruta por la calle de  los Álamos. En la casa de la imprenta de Gutemberg, desde donde contemplamos las casas de las rejas y portón de la Cárcel Real de la ciudad de la Mota, nos acordamos de aquel villancico romanceado y titulado El Verde naranjuez, que cantamos la familia de la estirpe de los Martín, cuando la familia de Jesús hizo la primera ruta forzada por el rey Herodes:

La Virgen caminando,
lejitos para Belén,
y, en la mitad de camino,
pidió El Niño de beber.
-No pidas, mi Niño,
no pidas agua, Manuel,
que vienen turbios los ríos turbios,
y no se puede beber.
Una poco más adelante,
hay un verde naranjuez.
El que lo guarda es un ciego,
es un ciego que no ve.
-Dame, ciego, una naranja
para callar a Manuel.
-Entre usted, Señora, y coja
para el Niño y para usted.
La Señora fue tan corta,
no ha cogido más que tres.
Una la alargó al Niño,
otra alargó a José,
y otra se quedó con ella
para amortiguar la sed.
El Niño como era niño,
todas las quiere coger.
Y, a la salida del huerto,
empezó el ciego a ver.
Cuando el Niño se marchaba,
el viejo corre otra vez:
- ¿Quién ha sido esa Señora
que me ha hecho tanto bien?
¿Quién ha sido esta Señora?
¿Quién ha sido esta mujer?
-Ha sido la Virgen María,
y su esposo San José,
con su Niño en la mano
caminando hacia Belén.

 BELEN DE SAN JUAN

Acabamos en la iglesia de San Juan, contemplando su belén nos dejaron esta misa del Gallo, obra de auroros.  Cantos que se dividen en coplas, canciones de rosario, de misa y aguilando, villancicos y salves. Se remontan a la fundación de la cofradía de la Aurora por el siglo XVIII, y sufrieron una adaptación musical con el músico Villuendas, de la capellanía de la Iglesia Mayor de la Mota, a mediados del siglo XIX.
Vamos a sintetizar las con estas canciones que han quedado y que tienen la música de campanilleros y se cantan como villancicos de Navidad, del que participan del estribillo final.
 Para el Introito, sacaríamos esta:


A la puerta de San Juan llegamos,
Reparad, hermanos, al altar mayor,
y veréis al Cordero divino,
Colmado de luna, vestido de sol,
Digan con fervor:
Víva, viva, la Aurora María,
la Reina del Cielo, la estrella y el sol.

Con el cura, a los pies del presbiterio, nos persignaríamos con este canto:

En el nombre del Verbo comienzo,
son las tres personas de la Trinidad,
Padre, Hijo y Espíritu Santo,
bendigan y alaben con gran caridad,
Vamos a alabar
a esta Reina por calles y plazas
dándole cruel guerra contra Satanás.

Y, el perdón y Kirie, lo elevaríamos de tono celestial con esta versión:

Oh, Señor, ten piedad de nosotros,
perdónanos, Padre, Señor Ten `piedad,
que se acabe la lucha y la guerra,
 y que en todo el mundo ya reine la Paz,
Señor ten piedad,
te pedimos por la paz del mundo   
la gente que sufre el hambre y el mal.

Con las campanillas de los auroros, el triángulo percutiendo y la “carraca” ensordeciendo, la zambomba llenaría de Gloria la noche: 
Gloria, gloria, Cordero divino,
bendita María que supo aceptar,
ser la Madre de Dios, hecho hombre,
Para que nosotros poder perdonar.
Gloria, Gloria a Dios.
Te alabamos y te damos gracias
a Ti, esta noche, Divino Candor
en el ofertorio, este bello canto dedicaría al sacerdote:

Sacerdote, ministro de Cristo,
sólo con tus manos elevas a Dios,
y lo bajas del cielo a la Tierra
con cinco palabras de consagración.
Poned atención:
Que por chica que sea la Hostia
Es el cuerpo y Sangre de Nuestro Señor.

Solemne este Sanctus, con una introducción de elementos de cuerda:
Santo, santo Todopoderoso,
de cielos y Tierras, supremos Creador,
Santo, Santo, es este Dios hermoso,
que por redimirnos en la Cruz murió:
Santo con fervor:
Santo, Santo, Espíritu Divino
que, a su vez, procede el divino Amor.
Para la Paz que se dan los hermanos en la noche de amor:


Es María la Blanca Paloma,
que Santo Domingo la vio volar
y advirtió que en el pico llevaba
las cincuenta rosas del santo Rosal.
Devotos, llegad:
para unirnos las manos esta noche
y. ya ,todos juntos nos demos la paz.

Eso es lo que la copla de los auroros recoge en la Navidad: Paz, por encima de todas las desavenencias del año. Paz que os deseamos a todos. Pero, en el patín de la iglesia, se adaptaría este canto de auroras recogiendo este villancico alcalaíno.
Zapatero que estás remendando
 todica la noche a la luz del candil,
luego viene la Aurora y te llama,
Dices que no puedes, que vas a dormir.
No has de permitir,
por estarte otro rato en la cama
el Santo Rosario no pueda salir.
Y con gran fuerza, tocan en las estrías del vidrio de la botella de aguardiente:
Que le den
Con el rabo la sartén.
No se nos escaparían algunos villancicos muy deliciosos como los de Manolo Escobar: “Va el arriero, camino de Jaén”.


EL NIÑO DEL CORO

Pero, no todos los belenes mostraron su presencia física a los ruteros de aquella tarde. En el trayecto del recorrido belenístico, nos  imaginamos que salíamos de la iglesia de San Juan en dirección hacia la calle Real. Y topábamos con el reconstruido convento trinitario de Nuestra Señora de los Remedios. De primeras, nos vino a la mente el Niño del Coro, que se manifestó en las faldas de una monja por estas fiestas en una navidad muy lejana. Nos imaginamos aquel cosario que transportaba desde Granada varios géneros para venderlos en la Mota, y, un encargo especial guardado en una pequeña arqueta donde se cobijaba un bambino divino. Lo habían encargado las monjas dominicas que vivían en el Llanillo, ya que se habían bajado de su convento situado en la calle del Preceptor de Gramática, junto a las casas del Corregidor. Al pasar ante la portada de la Trinidad, su mula no quiso proseguir la marcha; y eso que el arriero, para paliar el peso, descargó varias sacas repletas de algunos encargos de pesado calibre. Despojó al animal de toda la carga oneraria. Y, solamente, sin darse cuenta, en el fondo de la jerga dejó el relicario que encerraba a aquel Niño divino. Lo intentó una y mil veces. No podía sacarlo en modo alguno de aquellos serones.
No se le ocurrió otra cosa sino en dejarlo en el monasterio trinitario. Y así lo hizo. Ya no ofreció más problemas de traslado, en el coro; luego en la casa de los Fernández de Moya y, hoy día, en el retablito del lateral de la epístola de su templo de la Fuente del Rey.  En medio de este relato, ante la pregunta de recordar la vivencia navideña de aquellas monjas, algunos comentaron aquel bello villancico alcalaíno Cuando el Eterno se quiso hacer Niño… que creíamos que debió nacer de un convento alcalaíno, y, sin embargo, provenía de tierras malagueñas, obra de un canónigo de la Santa Catedral de Málaga Francisco Pascual, natural de Arfanate, al que se le añade otros dos tradicionales (Alegría, alegría, que ha parido la Virgen María y el de los Zagales):

Cuando el Eterno se quiso hacer Niño,  
le dijo al ángel con mucho cariño:           
Mira, Gabriel, baja Galilea,
 
y encontrarás una pequeña aldea.                       
Hay una casa que de David viene,
con una niña que quince años tiene.
Está casada con un carpintero
es pobrecita y así yo la quiero.
Pues baja y le da todos los honores,
que de  ella quiero tener  todos sus favores.
Dile si quiere en su vientre hospedarme,
 
que de ella quiero tomar carne y sangre.

Alegría, alegría, alegría,
y más alegría, que ha parido la Virgen María
un Infante eterno,
con el frío y rigor del invierno,
y los angelitos
cuando vieron a su Dios chiquito,
metido entre pajas,
le bailaban y le hacían sonajas.
Como eran montañas,
Se oyeron desde una cabaña,
Se asombra el ganado.
Los pastores bajaron al prado viendo de repente
Que en aire bailaba la gente.
Fue el angelito volando a sus vientos
Hasta llegar su humilde aposento
Y así que vio a la hermosa María
Dio la embajada que allí le traía        :
-Ave María en gracia, el señor, me envía.
Parirás un Hijo, que Jesús se diga.
-Calla, por Dios, Ángel,
-Mira que soy una niña-
-Si José lo sabe, a fe que me riña-
-No temáis, Señora, Princesa divina.
Que el Espíritu Santo pondrá su cortina.
-Pues, siendo así, Ángel, aquí estoy rendida,
A las voluntades de Aquél que te envía.
ESTRIBILLO
Viendo la Niña todo favorable,
Dice que quiere ser Virgen y Madre.
Y fue cumplido el anuncio del Ángel,
 como lo dijo se hizo al instante.
Fue el angelito con mucha alegría,
A dar la embajada del sí de María.
Cuando su esposo la vio preñada,
toda su alma se quedó pasmada.
Y fue tan fino, tan amante y tan dueño,
Que jamás dijo ni malo ni bueno.
Y vino entonces un parte de Roma,
Que se llegasen los dos en persona.

ESTRIBILLO Y ESTRAMBOTE

Y nadie se asombre,
que esta fiesta se hace por el hombre,
 Dicen: zagales,
arrimarse hacia estos portales,
Nuestro Dios es profundo,
Qué hora buena viniste al mundo. 



En Consolación ilustramos sobre el nacimiento de villancicos, tipos napolitano y artesanal, el significado simbólico del portal, los Niños Jesús de las monjas de clausura  y narramos este relato. 

EL BELÉN DE ANA DE TORRES
Este villancico del siglo XVIII, era cantado por las capillas de música y coros de monjas. De seguro que se le cantaba al Portal de Belén, colocado en un lugar `privilegiado del presbiterio. Y nos trajo a colación el libro del cura don Francisco Espinosa de los Monteros que hablaba sobre un belén de este tiempo de la Ilustración realizado por una monja de este convento. Lo revivimos entre el grupo porque nos remontaba a los tiempos de aquel convento en pleno auge.  Finales del siglo XVII y principios del Siglo de la Ilustración, la fecha del villancico.  Se trataba de una obra espiritual y sublime de Ana de Torres, una alcalaína que sus padres confesores tildaban de sierva de Dios, con olor de santidad. una monja excepcional. Había sido predestinada para entregarse a la ascética desde la infancia, de modo que, ni siendo niña ni adolescente, manchó su biografía con ninguna mácula de falta leve. No digamos un pecado venial, y menos aún de perversión. Ya contaban que de sangre le viene al galgo, en n este caso en su versión femenina forjó un cúmulo de virtudes desde los primeros días de su nacimiento, con su esfuerzo piadoso y con su talante optimista de afrontar la adversidad.   Pues lo llevaba en sus genes: su padre el marteño Damián gozaba del segundo apellido adalid, un reconocimiento de los Reyes Católicos en los últimos tiempos de campaña de la conquista de Granada; y su madre Juana Espigares Bailón le había aportado los valores de santidad y valentía por la herencia del también segundo apellido, que se remontaba al fraile Pedro Bailón. Nada menos que un santo muy venerado en la diócesis jiennense. Se había enamorado de Jesús. Y le cantaba:
 Jesús, dulce enamorado,
 del alto cielo ha venido,
a ser Pastor del ganado,
que anda en el mundo perdido:
y como de amor herido
 está el divino Pastor,
con silbos de amor las llama,
y, ay Dios, qué fuerza de amor!
Y esta otra, al Niño Jesús:
Está una Virgen y Madre 
 un Niño, que es hombre y Dios;
 y en el seno de los dos
reposa el Eterno Padre:
quien busca bien que le cuadre

contra la mortal herida,
en Belén está la vida.
Y para el Niño Jesús recién nacido copiaba estos versos:
El nuevo Pastorcico
que hoy nace desnudo,
tenido por rey rico
muy sabio y nada rudo,
con resfrío tan crudo
al mundo es llegado.
Si muere por amores
libre es el ganado.

La Madre que lo cría,
es hija y criatura,
del mismo Dios hechura,
la cual llaman María;
y a ella el Padre había
de mil gracias dotado.
Si muere por amores
es libre el ganado.

En la fiesta de los Reyes Magos apuntaba lo siguiente:
Rey eterno, ¿qué será
verte reinar con el Padre?
Pues en brazos de tu Madre
tres Reyes te sirven ya.

Si ahora, que eres humano,
sujeto a miseria y muerte,
reyes de tan alta suerte
están debajo tu mano;
¿quién no se te rendirá
sabiendo quién es tu Padre?
Pues en brazos de tu Madre
tres Reyes te sirven ya.

Y, para terminar, otra inspirada en los discípulos de Emaús:
Mi Dios, pues voy pobrecillo
peregrinando cobarde,
queda conmigo, aunque tarde,
te he hospedado en mi castillo.
No te vayas, quitarás
de mí malos pareceres.
Pecador, tú bien podrás
hacerme quedar si quieres.


 No fue corto el trayecto vital de esta mujer por esta tierra. Nada menos que ochenta y tres años, dedicada a la oración y a la vida contemplativa. Parecía que le asistía la mano del Creador por doquier y en cualquier momento de su vida le había dejado una huella singular. Si en la infancia le salvó de un secuestro de un esclavo morisco, las apariciones de Jesús y de la Virgen proliferaron en momentos trascendentales de iniciarse en su vocación o de su comprometida vida. Y, la Navidad estuvo presente en los momentos cruciales de su vida ante la aparición del Niño Jesús, dos encuentros trascendentales para su futuro y el destino: primero, cuando le invitó a tomar los hábitos; en segundo lugar, al final del recorrido vital, para prepararse a entrar en la vida de ultratumba. Por eso, a su confesor le quedó gravado el pasaje del belén de Ana para narrarlo en el libro de su vida.
Salía humo por encima del antiguo convento y olía a retama. Nos obligaba a aligerar la marcha e interrumpir la ruta. Pero, porque uno preguntó si podíamos entrar y contemplar la celda de aquella monja, nos hizo detenernos y entrar por el patio del antiguo morabito. Pasamos el templo, la sala capitular y el claustro. Por unas escaleras, subimos a la sala de dormitorio.  Y, en la galería alta, contamos que la celda de Ana, hoy un corredor sin habitaciones, cierto día se había invadido de un olor especial en medio de una nebulosa de humo como si hubieran estallados cráteres de luces que exhalaban los más intensos olores.
Era el último domingo de Adviento, el tiempo de la espera y de maranatha. Ana tenía costumbre vestir a la Virgen María del Rosario y a San José, al mismo tiempo que se llevaba al Niño para vestirlo en su celda. Simulaba la escena para los que acudían al templo de La Huida de Egipto y el rapto del Niño.
Curiosamente, se esmeraba en vestirlo con muchos primeros, y le contó a su confesor con muchos más fervores, amores, y purezas. Pero, al colocar al Niño Jesús en la cuna antes de llevarlo al portal, no disponía de una colonia con un aroma penetrante de olor graciable. Y en su interior, entabló una conversación con el Niño:
-No tengo perfumes y aromas, vosotros disponéis de todos los mejores bálsamos y fragancias del mundo y el cielo. Hágase vuestra voluntad. 
E, inmediatamente, escuchó sus plegarias aquel Niño y encendiendo toda la celda con una gran cantidad de rayos de luz que expandían aromas los más fragantes y aromáticos que había conocido aquella doncella. No eran terrenales, parecían de otro planeta o estrella. Al final, se quedó aturdida y cayó arrodillada ante los pies del Niño, Le pidió que le concediera aquellos perfumes y la purificación de almas pecadoras. Lo hizo más de una hora hasta que cesó aquella traca de volcanes de luz y olor. Llamó a su sobrina Juana para que le acompañara de noche, como solía hacerlo, sin luz no pudo percibir nada porque era de noche. De madrugada, el olor todavía quedaba fijado en la neblina del cuarto. Se despertó la sobrina y comprobó lo que había intuido al entrar al cuarto al principio de la noche. Era un aroma distinto al del jazmín y de los cosméticos acostumbrados de las especerías alcalaínas. No lo podía describir. Y lo curioso que no se retiraba de la habitación. Se lo contó toda la experiencia de aquella noche su tía. Acudieron muchos vecinos durante ocho años a respirar este aroma celestial. El confesor daba fe y lo fundamentaba en que Ana había labrado un portal especial. Y así lo contaba.

 Fue también en Adviento. Preparaba Ana su íntimo portal en el que naciera el Niño. No era un portal grandioso como los que se elaboraban llenos de musgo y arena, tampoco artesanal recreándose en los talleres de su tiempo y de la época de Jesús de Nazaret con la exhibición de todos los oficios de aquel tiempo. Junto con su hermana, se esforzaban en que viniera el Niño Dios a su portal interior, y, lo curioso que lo forjó con los mismos elementos que contemplaba en el que tenía presente ante su mirada. En su ascesis místico sublimó todos sus deseos en preparar la venida del Señor en el portal de su alma. Intercambió un diálogo con él y le fue sugiriendo cada uno de los pasos y componentes de aquel simbólico portal. Se equipó de una serie de herramientas y objetos para hacerlo más real, lo que le susurraba el Creador, a la manera del cultivo de las virtudes. 
La escena se concentraba en una única dirección, de modo que el enfoque de la cámara de sus ojos contemplativos viraba en torno a un único sujeto.  Se centraba en la figura de Jesús, lo demás era el aparato ornamental. Como los tabernáculos de aquellos retablos barrocos que habían hecho desaparecer las calles y cuerpos rellenos de cuadros con relatos de la vida de Jesús y María en los altares colaterales de las iglesias locales y en los conventos de la ciudad, Muy lejos estaban los castilletes con orlas de filigrana dorada de los retablos platerescos como los de Santo Domingo de Silos.  Escogió para dosel de su belén el mejor lienzo de su alcoba, una seda amarillenta que refulgía como oro y reluciente como el sol. Sin otro color que descentrara la escena, sobre la que el niño no perdiera su protagonismo, parecía como si quisiera indicar que lo demás importaba relativamente poco con relación a este personaje que se asemejaba a un bebe viviente de carne y hueso, sólo le faltaba hablar. Se lo había donado su padre junto con la dote de su incorporación a la vida contemplativa. 
Pero, si mucho le importaba que aquel Niño se mostrara a la usanza de uno de Pablo de Rojas, recostado y una manecita en escuadra para recoger el sueño de la cabeza, no se quedaba atrás aquel lienzo escogido de su mejor colección de lienzos.  Quería que este se identificara con su alma limpia y pura de cualquier mancha.  Cosa curiosa no lo quiso exhibir raso y desnudo, se le presentaba con una serie de colgaduras a su alrededor, pero todas formaban un crisol que no invadía aquel lienzo. Unas eran pequeñas campanitas de plata como si tintinearan reclamando la atención de aquel infante, otras objetos de percusión simulaban  diminutas liras, arpas, zambombas, como si quisieran celebrar alguna fiesta en un corte celestial; trompetas y timbales se convertían en los heraldos de las fanfarrias  pregonando buenas noticias; incluso colgaban algunos objetos de cobre, en formas de vasijas y ánforas, a la manera de una oblación y  ofrenda a Dios  para reclamar que aquel niño divino se las rellenase de agua de gracia.
Se afanaba Ana para que simulasen los diversos objetos de colgaduras a los diversos tipos de oraciones.  Pero, le ponía todas las ganas para que aquel portal no resultara oscuro en aquella capilla del templo trinitario, y por eso, se trajo unos pequeños lucernarios con unas velas, colocados con tanto mimo y artificio que el oro de la seda estallaba en una sinfonía de rayos amarillos como si abrasaran en forma de fe a aquella monja.
No hacía sino pensar y cavilar en entender aquel misterio incomprensible para el ser humano, que el ser omnisciente y todopoderoso bajara a la tierra. En este momento sublime, se le hiciera presente a una humilde monja de clausura.  Y lo colocó en un pesebre simulado con cuatro pareditas y algunos troncos de madera que encuadraban al Niño envuelto en paja. Era la base, el receptáculo para recoger a aquella criatura. Sin duda, el confesor no se sorprendía, cuando hacía discusiones, y reflexionaba diciendo qué diferencia había con el entendimiento de aquella monja con aquel pesebre de acogida del Niño en este portal divino.
Ana colocaba aquel Niño Jesús en un blando colchón con ribetes dorados. La voluntad de Ana aparentaba su acogida placentera para poner a su disposición un regazo de blanda lana, dulce y llena de agrado.  Y el amor envolvía al Nacido con unas sábanas de lino blancas como las de los manteles de los altares. Le recostaba su cabeza en una almohada, repleta de dibujos en torno a un corazón muy grande.
Ana cuidaba de aquel portal de Belén con todo tipo de detalles, y no sólo físicos, lo empatizaba con su alma. Le colocaba un telliz verde, un envoltorio parecido al caparazón de los animales, que en los belenes italianos llamaban cobertura, sobre todo el cuerpo anunciando la esperanza que su persona proyectaba sobre aquel ser tan pequeño. Aquellas prendas de lujo de las caballerías sin silla ensalzaban su figura y su porte. Sobre esta colocó las flores de la castidad, para honrarlo con su virginidad mantenida desde que nació, y ejercitada mucho más intensamente en los meses otoñales. Todas eran blancas como si quisieran contrastar con el fondo del talliz, principalmente jazmines, azucenas y rosas mosquetas. De intenso olor, profundo, virginal y de aromas coloniales. El color y el olor sobrepasaban cualquier sensación de placer en ambiente humano que hubiera conocido.
Manos a la obra, la monja vistió al Niño antes de colocarlo en el portal. Le puso todo tipos de prendas interiores y vestidos a la vista. Y parecía que reflejaba su interior en cada uno de sus atuendos. La mortificación que practicaba quedaba representada en la faja que cruzaba su vientre pequeño con un ombligo redondo: con una camisita blanca apretaba su cuerpo, y lo elevaba a la categoría de una coraza de un arcángel ante cualquier ataque nocivo mientas lo destacaba con la paciencia de un niño bonachón. La humildad de sus pañales cubría aquellos miembros tiernos. Una mantilla arropaba al recién nacido y lo hacía con la caridad del calor del ser humano, lo mismo que le añadía unos paños con la mirada dirigida a su único ser de su vida.
Tras vestirlo, lo echó en la cuna, y lo cubrió con la reata y la cobija, lo hacía como si quisiera encerrarlo en la cueva de su memoria y de su perseverancia ante lo fugaz y lo efímero. Quería convertir en una escena eterna. Mientras su mano perfumaba todas aquellas ropas y vestidos con agua de ámbar, respondía a esa entrega obediente que siempre había mantenido con esa divina criatura. Unas joyitas, -a las que les llamaba Ana como dijes para el Niño de Jesús-, adornaban con bellas jaculatorias dedicadas al Niño Dios, mientras, con el silencio, colocaba todas las alhajas del Niño (una cruz de plata, una corona, unos clavos, unas tenacitas, unos alicates, unos flagelos y los demás signos de pasión). 
Y, se le acercó la Virgen María mientras estaba en puro éxtasis, y le dijo:
-No me ofreces todas estas cosas que has preparado para adornar y vestir a mi hijo.
-En qué las he de recoger para dároslas-le contestó Ana.
-En esto, se llama en este estado de tu alma, silencio.
Con este bagaje, se dirigió al templo de San Francisco, y, sin darse cuenta, en el amplio presbiterio compartiendo el rezo entre los cantos de maitines de los frailes, contempló el portal que estaba provisto de todos los preparativos que había conseguido durante el Adviento. Un joven muy bello y gallardo la raptó de la tierra y la transportó por los aires hacia el portal ansiado y preparado en la estación del Adviento.

En este instante, le acompañaron la figura de San José y una caterva de ángeles, a la manera de los cuadros de las inmaculadas canescas. Los había con símbolos de las letanías, escondidos bajo el manto de la madre, elevando las nubes del cielo y el mundo, repartiendo incienso y creando una nebulosa celestial. El escritor de su confesión no tenía palabras ni imágenes para transcribir las palabras de Ana. Era la gloria, los fulgores y resplandores de todos los seres celestiales envolvían aquella escena dejando sin visión a Ana, hasta el punto que se confundía con el ambiente.  Lo consideraba como una gracia que habían recibido otras almas, que nunca pudieron explicar cómo alcanzaron este estado de favores de recibir al Niño en su portal. Ya este Niño no era esa imagen tallada de la dote, sino algo excelso, espiritual que la elevaba a los cielos.
Mientras la Virgen le acercaba la canastilla, ella colocaba todos los objetos y adornos y la encadenaba con una cadena de rosas de tela encarnadas para ofrecérselas al Niño de la cuna. Lo hacía con prontitud, la misma que había empleado desde el día que se acercó al Niño y no puso obstáculos para prepararle su pesebre y portal. María, de nuevo, le dijo:
-Esa es la disposición que siempre has de tener con este Nacimiento en tu ser y alma.   
No quiso Ana reservarse esta sensación mistérica, a pesar de la dificultad de transmitir esta experiencia sobrenatural a los humanos. Quería con otras personas recibieran esta lección divina que les conducía a esta contemplación sin límites temporales. Dio todos los pasos adecuados y pertinentes, consultó con su confesor, el mismo que le había introducido en esta práctica de amor que quería extender a más humanos. Y le dijo al confesor para que lo transmitiera verbal o por escrito:

Alma, si quieres hospedar,
Procura un templo labrar,
De fervorosas virtudes,
Con que el mundo haga temblar”.

Y a doble columna iba anotando: portal/alma, colgaduras/oración, luz/ fe, pesebre/entendimiento, colchón/voluntad, sábanas/amor, almohada/ corazón. Entre paréntesis escribía porque solo a Dios ha de admirar, y seguía con las columnas: el telliz/la esperanza, las flores/ la castidad, la faja/la mortificación, la paciencia/la camisa, pañales /humildad, mantillas/ caridad, los paños /los ojos contemplativos, la reata/memoria, la perseverancia/ la cobija, agua de ámbar/obediencia, dijes/jaculatorias,  canastica/ silencio, cadena de rosas/ prontitud.


EL BELÉN NAPOLITANO
Calle Bordador arriba, nos dirigimos al Belén napolitano de la antigua casa de Francisco Rubio Piqueras, actualmente casa de Cáritas Interparroquial, y
seguimos la ruta con un villancico a la manera de los antiguos aguilanderos, de las aldeas de La Rábita, Hortichuela y San José, donde a veces sustituyen Caminito de Belén, por de Egipto para Belén:

Camina la Virgen pura, viva el amor,
camina la Virgen pura, viva el laurel,
caminito de Belén,
viva el amor, viva el laurel,
caminito de Belén.
Lleva el Niño de la mano, viva el amor,
Lleva el Niño de la mano,  viva el laurel,
caminito de Belén,
viva el amor, viva el laurel,
caminito de Belén
Va en una borrica mansa, viva el amor,
va en una borrica mansa, viva el laurel,
con el niño y San José,
viva el amor, viva el laurel,
con el niño y San José.
Como el camino es tan largo, viva el amor,
como el camino es tan largo, viva el laurel,
pide el niño de beber,
viva el amor, viva el laurel,
pide el niño de beber.
-No pidas agua mi vida viva el amor,
-no pidas agua mi vida
viva el laurel,
que no se puede beber,
viva el amor, viva el laurel,
que no se puede beber.
-Que los ríos bajan turbios, viva el amor,
-que los ríos bajan turbios,
viva el laurel,
y no se puede beber,
viva el amor, viva el laurel,
y no se puede beber.
Un poquito más arriba, viva el amor,
un poquito más arriba, viva el laurel,
hay un viejo naranjuez,
viva el amor, viva el laurel,
hay un viejo naranjuez.
El que lo cuida es un viejo, viva el amor,
el que lo cuida es un viejo, viva el laurel,
y el pobre no puede ver,
viva el amor, viva el laurel,
y el pobre no puede ver.
-Ciego, deme una naranja, viva el amor,
-ciego, deme, una naranja, viva el laurel,
para calmarnos la sed,
viva el amor, viva el laurel,
para calmarnos la sed.
-Entre usted señora y coja, viva el amor,
-Entre usted señora y coja, viva el laurel,
para el niño y para usted,
viva el amor, viva el laurel,
para el niño y para usted.
La Virgen como es prudente, viva el amor,
la Virgen como era prudente,  viva el laurel,
no cogió namás que tres,
viva el amor, viva el laurel,
no cogió namás que tres.
Una era para ella, viva el amor,
una era para ella, viva el laurel,
y dos para San José,
viva el amor, viva el laurel,
y dos para San José.
El niño como era niño, viva el amor,
el niño como era niño, viva el laurel,
no paraba de coger,
viva el amor, viva el laurel,
no paraba de coger.
Cuantas más cogía el niño, viva el amor,
cuantas más cogía el niño, viva el laurel,
más echaba el naranjuez,
viva el amor, viva el laurel,
más echaba el naranjuez.
A la salida del huerto, viva el amor,
a la salida del huerto, viva el laurel,
el ciego comienza a ver,
viva el amor, viva el laurel,
el ciego comienza a ver.
-¿Quién ha sido esa señora?, viva el amor,
¿quién ha sido esa señora? viva el laurel,
que me ha hecho tanto bien,
viva el amor, viva el laurel,
que me ha hecho tanto bien.
Será la Virgen María, viva el amor,
será la Virgen María, viva el laurel,
y su esposo San José,
viva el amor, viva el laurel,
y su esposo San José.
Con el niño de la mano, viva el amor,
con el niño de la mano, viva el laurel,
caminito hacia Belén,
viva el amor, viva el laurel,
caminito hacia Belén.
Y de allí nos detuvimos ante el Belén y su anacrónica de vestimenta nos sugirió recordar este villancico del Niño Perdido, que titulaban el Niño Jesús Carpintero:

San José salió a la calle
Dejando al Niño en la tienda;
Hizo una cruz con tres clavos
Y recreándose en ella,
Le dijo: -Cruz venturosa,
Recreo de mis potencias,
¿cuándo ha de llegar el día
Que yo en tus brazos me tienda.

A los requiebros del Niño,
Salió la sagrada reina:
-Vente, Hijo mío, vente,
Y no me des tantas penas.
Al otro día de mañana
El Niño se le ha perdido
Qué dolor le dio a su madre,
Se quedó sin su hijo.
Salió a la calle a buscarlo
Por calles y callejuelas,
llega a casa de tres mozas,
Que las tres eran doncellas.
Le pregunta a la mayor
Que, si había visto pasar
A la Rey de Cielos y tierra.
-De ese Niño que usted busca,
Señora, de usted las señas.
-Llevaba zapatos blancos
Y unas moraditas medias
Y lleva al cuello una cruz
En una cadena puesta.
-Ese Niño que usted busca,
Ayer pasó por mi puerta,
Pidiéndome una limosna
Y hice por tenerla.
Yo lo convidé a comer,
Cenó conmigo en la mesa,
Le puse una buena cama
Con almohada de seda.
Por corto y por retrechero
No quiso dormir en ella,
Y en el rincón más oscuro
Hizo cruz por cabecera.
Y al otro día de mañana,
El Niño se levantó
Diciéndole a la Señora
Que se quedara con Dios:
Que se iba al templo,
Que allí era su casa,
Que allí fueran todos,
A darles las pascuas.:

Nos dirigimos al Lagar de los Vinos y contemplamos el nacimiento en la cueva, lugar de cobijo, y al ver a la familia ante una venta, nos vino a la mente de todos, el romance de la Posada, que recogimos de estas mujeres que hemos comentado:
La Virgen y san José
Se pusieron de camino,
Porque ya iba a nacer
Nuestro celestial divino.
María le dice:
Yo me veo cansada
Ve al parador
Y busca allí posada.
San José marchó adelante
En busca de la posada.
Al legar al parador,
La puerta encontró cerrada.
Empezó a llamar;
Nadie respondía;
San José aburrido,
Le dijo a María:
-Esposa mía querida,
Vámonos para Belén,
Que he llegado al parador
Y no han querido responder.
La Virgen le dice;
-Pues vuelve a llamar,
Que si están los dueños
Han de contestar.
- ¿Quién ha llamado a mi puerta?
Respondía el mesonero.
-         Soy un padre anciano
-Con mi esposa encinta,
Que voy caminando.
-No se les abre a los pobres
A deshora mucho menos.
La Virgen y san José,
Llegaron al campo,
Pasaron para Belén
Y vieron el portal
Y se metieron dentro,
Y se pusieron a limpiar.
José limpia pesebres
Va arrinconando la paja,
Para que el verbo divino
Su madre lo calentara.
Ya se pone mala
La virgen María
San José la cuida
Con mucha alegría.
Eran las once y media
Y no se habían quedado dormidos.
San José marchó por leña,
Porque se helaban de frío.
Y la Virgen le dice
De pronto a José:
El rey de los cielos,
Pronto va a nacer.
A las doce de la noche
Vio un inmenso resplandor
Era un ángel hermoso
Que todo el mundo alabó.
Bajan los pastores
A cuidar el ganado,
Uno le echa capotes,
Otra marcha por leña
Para calentar al Niño
Que nació la Nochebuena.
Adoramos todos
Al Rey celestial
Que ese que nos da
Un soplo inmortal.
Y el que le negó posada
Al divino san José
Al meterse dentro
Se le descompuso el pie.
Fue tanto el dolor
Que le ha sucedido,
Que se quedó un rato
Casi sin sentido.
Al meterse por la cuadra
Sin saber por donde iba
Las patadas de las bestias
El rompieron dos costillas.
Eso sucedió a aquel mesonero
Por negarle posada.
Al Divino Verbo.
Tambores y guitarra,
Clarines y panderetas,
Cantaremos una coplilla,
Quede su Madre contenta.
Adoremos todos
Al rey Celestial,
Que es el que nos da
El soplo inmortal.

Con este portal, muchos celebraban la Navidad. Caían en lo que referían las constituciones abaciales de Juan de Ávila, que, por estas fechas, se hacían en algunas iglesias y ermitas “algunas representaciones, juegos o remembranzas u otras cosas semejantes”, por cierto, a veces “no muy honestas”, porque, como hemos referido, en la celebración de aquellos autos o teatros menores se introducían algunos versos graciosos “las célebres morcillas” teatrales. Escuchaba los cantos de los largos romances. Preciosos y llenos de lirismo le resultaba el villancico “Cuando el Eterno se quiso hacer Niño”, o del “Niño Jesús Carpintero”, o el más universal “Los desposorios de San José”, “La huida a Egipto”, o “la Posada”. Eran parte y herencia de los misterios medievales, pero los abades tuvieron que prohibirlos en su tiempo que se realizaran en las iglesias por causarse algún que otro escándalo. Un siglo después, estos villancicos y estas representaciones se refugiaron en las fiestas profanas, con el nombre “farsa, aunque sea en lo divino”, lo que demuestra la pervivencia de estos romances y misterios de Navidad, como recogen la constitución 5 del título XIII del abad Pedro de Moya. En nuestros tiempos, estas escenificaciones quedaron como un testigo deformado en los colegios y en algunos templos.
VILLLANCICOS DEL SIGLO XVIII

Ante el portal




































, recogimos este romance de las gentes del Castillo de Locubín anunciando la Adoración de PASTORES, con música romanceada navideña al estilo del célebre canto popular de San Antonio de Padua:

Es el ángel san Gabriel,
El que anunció a los pastores,
Que había nacido el Mesías,
El amor de los amores.
Todos nosotros contentos,
Con júbilo y con bondad,
Todos llevamos regalos
Al Cordero Celestial.
Un pastor en su rebaño,
Veía gente pasar,
Y, conforme iban pasando,
Les pregunta dónde van.
-Vamos todos a Belén,
Dicen que ha nacido un Niño,
Y le vamos a adorar
Con muchísimo cariño.
El pastor alza el ganado,
Y marcha para el portal,
Y con la flauta que lleva
No para de tocar.
Cuando llega al portalillo,
Se quedó como pasmado,
Al ver entre la humilde paja
Aquella vara de nardo.
Le dicen Niño precioso,
Medita mis pensamientos,
Que eres un ángel divino
Que viene del firmamento.
Anunciado por profetas,
Se tenía que presentar.
El hijo de Dios al mundo
Guiando a la humildad.
María estaba contenta
Y San José mucho más
Por la persona del Ángel
Que se lo vino anunciar.
Para madre de un cordero
El mismo rey celestial,
Que nos enseña el camino
Dándonos fraternidad.
Niño Jesús de mi vida,
Cariño y amor del bien,
Un lucero misterioso
Que ha encendido nuestra fe.
Ha venido en la miseria
Por dormitorio un portal,
Este cuerpo tan divino
¡Qué frío, qué frío está!
María alegre estaba,
 Muy pensativa esperando
Las palabras que del cielo
Le venían anunciando.
El ángel le dijo que venga,
Por obra del celestial
Tienes que ser la madre
Del rey de la humanidad.
María con alegría,
Le dice con ansiedad,
Si es por obra de Dios PADRE
Cúmplase la voluntad.
En el belén de Dolores Aguayo, nos imbuimos del espíritu nocturno de aquellos tiempos, con el juego de luces y oscuros nocturnos. Y no fijamos
en la Virgen y San José huyendo hacia Egipto. Me recordaron:






ROMANCE DE LA HUIDA A EGIPTO

La Virgen va caminando
huyendo del rey Herodes
y en el camino han pasado
muchos fríos y dolores.
Al niño lo llevan
con mucho cuidado
porque el rey Herodes
quiere degollarlo.
María le dice:
- ¡Hijo de mi alma,
qué lástima fuera,
si te degollaran!
Y yendo por unos caminos,
Con un labrador se encuentran
le ha preguntado la Virgen:
-Labrador, ¿qué es lo que piensas?
El labrador le dice:
-Señora, siembro estas piedras.
-Pues, si siembras piedras,
piedras se te vuelvan
Fue tanta la multitud
que el Señor le mandó de piedras
que parecía su haza 
una grandísima dehesa.
Este fue el castigo
Que le dio el Señor 
por ser mal hablado 
aquel labrador.
Andan poco más adelante,
otro labrador se encuentra.
Le ha preguntado María
-Labrador ¿qué es lo que siembras?

El labrador dice:
-Señora, este trigo
Para que el año que viene,
dé lo prometido.
-Vuelve mañana a segarlo
sin ninguna detención
que este favor te lo pide 
el Divino Redentor
y, si por aquí pasan,
por mí preguntando
dile que me has visto
estando sembrando.
El labrador vuelve a su casa,
llenito de confusión,
y, a su mujer le contaba
tanto y cuánto pasó.
Y su mujer le dice:
¿Cómo puede ser
en tan poco tiempo
¿Sembrar y coger?
Y al otro día de mañana,
Fueron a buscar peones
y a otro día fueron a segar,
para segar el trigo,
 que valía mil doblones.
Estando segando el trigo
Cuatro con cuatro caballos.
por una mujer y un niño
y un viejo, van preguntando.
El labrador dice
"Cierto que los vi, 
sembrando este trigo,
pasaron aquí.

Se miran unos a otros.
Unos a otros renegaban:
-Ya no nos puede salir
el intento que llevaban.
El intento era,
el intento fue,
degollar al Niño,
matar a José.
         Uno de los ruteros nos comentaba que esta versión era la urbana, como las que le recitaron y cantaron Mercedes Montañés y Pilar Gálvez. Pero existía otra muy parecida que cambiaba en algunas estrofas. Una de ellas era:
La Virgen por descansar,
Sea metido en un barranco.

Y en otras meten la morcilla acostumbrada, a veces sin rima:

Y el labrador le dice:
-Señora, sembrando
Unos pocos cuernos
para el otro año.
Fue tanta la multitud
Que de cuernos le dieron,
Que parecía su haza,
La tienda de un carnicero.
Tiran por otro camino,
Otro labrador que vieron
Le ha preguntado la Virgen:
--Labrador, ¿qué estás haciendo?
Incluso añaden alguna que otra estrofa:
-Usted no nos engaña,
La mujer es muy bonita
Y el Niño parece el Sol.
Y el que le acompaña
Parece más viejo,
Le lleva a ella
Diez años lo menos.
Vuelven a atar los caballos,
Llenos de ira y de rabia
De ver que no puedo ser
El intento que llevaban.
El intento era
Degollar al Niño
Para experimentar
Los clavos de Cristo,
VILLANCICOS SIGLO XIX
                                              
Llanillo abajo, comentamos que ya nada quedó de aquellas representaciones, salvo la letra de estos villancicos navideños. Decíamos que más reciente y, en  parte conservada, era la tradición de los aguilanderos, grupos espontáneos de hermanos de cofradías ( en  Alcalá y en las aldeas, hay noticias de las de las Ánimas , del Pecado original o la de Nuestra Señora de la Aurora) que iban de una casa a otra de los hermanos con rústico acompañamiento musical de zambombas, panderos, panderetas,  instrumentos de percusión, algún violín , guitarra o  laúd  cantando villancicos, que culminaba con el canto del  aguilando real “ El aguilando real
Son tres Kilos de tocino,
Cuatro de bacalao
Y arroba y media de vino,
Con el kiriki,
Con el kirikando,
De aquí no me voy
Sin el aguilando,
Dámelo con ligereza,
Que la vecina de enfrente
Me llama con la cabeza
Con el kiriki,
Con el kirikando,
De aquí no me voy
Sin el aguilando.
Si no me das el aguilando,
Al Niño le voy a decir
Que te dé un dolor
De muelas
Que no te dejé dormir.
Con el kiriki,
Con el kirikando,
De aquí no me voy
Sin el aguilando


Y la guinda final
Vamos cantando
 a la vez que pedimos
 el aguilando.
Que le den con el rabo
 en la sarten.
 Su finalidad no era otra sino recaudar fondos (materiales y de dinero) para una rifa que se realizaba en los primeros días de Navidad. Con ellos, mantenían los cultos y fiestas de la cofradía, y obligaciones caritativas con sus hermanos, generalmente misas por el alma de los cofrades fallecidos. También, no olvidaban a acudir a la misa del Gallo, con su coro y faroles de limpio y brillante cristal. Desgraciadamente, solo ha quedado restos de aquella hermandad de Nuestra Señora de la Aurora en el coro que se prepara para las fiestas por la Hermandad del Cristo de la Salud en la Noche de la Misa del Callo, la Muestra y Ofrenda de Villancicos.  Y los sones de este canto auroro:
 “Eres madre de tierra y doncella
 y madre del Niño que en Belén nació.
Y eres de cristal dorado,
 donde Jesucristo vivo se encerró,
nueve meses con tanta grandeza
y quedaste Virgen y Madre de Dios.
Al pasar por las dominicas, nos fijamos en su portal y recordamos un villancico de las madres mercedarias:
En el portal de Belén,
Hay un niñito
Que le llaman Jesús Rey
Y el pobrecito
Ropa no tiene.
Duérmete niño,
Duérmete leve.
Qué serenita cae la nieve,
Que menudita
Cae la nieve
En el portal de Belén
Hay un niñito
Que llaman Jesús Rey,
Es muy bonito y chiquito.
Qué serenita cae la nieve
Que menudita cae la nieve
 Y qué bonita
Que es la canción
No cabe duda
Que, al escuchar,
Una segunda
Repetición,
Es más bonito
 Y bello cantar

.

Referimos que ero, esto no fue siempre así. Hoy vivimos otros tiempos, en los que el banquete de la Misa del Gallo se ha sustituido muchas veces por la comida familiar; el programa extraordinario televisivo ha suplantado los cantos colectivos de las familias tras la asistencia a la misa; y el alumbrado extraordinario de nuestra ciudad, con su estrella de oriente en la Mota, ha ocupado el lugar de los cantos de aguilanderos, animeros y auroros, que hacían de heraldos de las fiestas de la Navidad. Nos ha invadido la técnica para mal menor; con su aspecto consumista y como adormidera, les ha quitado la ternura a nuestras fiestas de amor y familia.


VILLANCICOS DEL SUR
Al pasar por la calle Veracruz, nos imaginamos un altar mayor con un retablo renacentista. Y no hay mejor modo de con jugar el villancico que con los retablos renacentistas. En las noches de Navidad de muchas iglesias del sur de Jaén, las canciones o villancicos cantados por capillas de cámara o por los coros del Niños del pueblo compartían con las calles y los cuerpos del retablo el mensaje salvador del Niño de Belén.

            En la predela, con música de campanilleros de la campiña cordobesa, se pondrían estas escenas cantadas por las auroras, los coros de adultos con instrumentos de percusión y viento (carracas, guitarras, violines, objetos estriados, castañuelas, y panderetas...)
En el primer cuadro, María como una paloma se aparecería a los españoles:



Es María la blanca paloma
Que un día en España
La vieron volar
En el centro de una hermosa nube
Vino a Zaragoza
En carne mortal
Y Santiago como lo sabía
Cayó de rodillas
Al pie del pilar.
(De Juan Barranco, de las Ventas del Carrizal, 62 años en 1995)

No olvidaría cantos rocieros con timbales, dulzainas y guitarras al ritmo de sevillanas:

Al atajo las carretas,
Que ya está la noche encima (bis)
Ole, ole, ole
Ese cachito de cielo,
Que viene por la marisma,
Y la divina Pastora que está con el Niño
Ole, ole, ole, ole
Cuando la Virgen está ronca,
Yo le canto esta nana
Nanita, nanita, nana,
Que mi niño se duerma
Por sevillanas.
(Elisa Gallego)

O esta variante popular del villancico de los Reyes Magos:
En Oriente hay una estrella
Que a los Reyes Magos guía
Y en el portal de Belén
Nace el hijo de María.
Dale la zambomba,
Dale al cascabel
Que está noche nace
Jesús en Belén-
(Esther Ramos)

Y, acordándonos que en medio de la predela suele colocarse un Niño Jesús de Pasión, a la manera de Martínez Montañés:

En el portal de Belén,
Hay un clavel encarnado
Que, por redimir al mundo,
Se ha vuelto lirio morado.

Que nos evoca los pequeños belenes napolitanos colocados, en este caso pintado en el extremo de la predela:
En un portalico
De cal y arena
Nació Jesucristo
Por la Nochebuena

En torno al tabernáculo central, se colocarían varios cuadros de villancicos, con música tradicional del villancico de la marimorena y escenas de María en la calle de la izquierda. En el primer cuadro con contexto de las huertas castilleras

            La Virgen estaba lavando
Debajo de una higuera
Y los hilillos bailaban
Al son de la lavandera.

            En el segundo cuadro, con otra escena doméstica:

La Virgen se está peinando
Debajo de una noguera
Y los pechos son de oro
Y el pelo de primavera.

            En el cuadro tercero, la naturaleza cantaría hasta la propia María:

La Virgen se fue a lavar
Sus manos blancas al río,
Y el sol se paró a mirar
Y el agua perdió su brío.

El Tabernáculo central, recogeríamos la escena del Portal de Belén con este original villancico acompañado de un solemne y pausado canto al son de zambombas, panderos, violines y   triángulos:
           

En la Noche Buena,
Con gran alegría,
Todo el mundo canta,
Al Niño Mesías
Todo el mundo adora
Al Niño Mesías.
Redentor del mundo,
Al Niño veréis,
Le dan sus calores,
Le dan sus alientos
La mula y el buey.
Cantad, cantad, pastores,

  Cantad al ver al Niño,
Soñad con ver al Niño,
Venid al Portalillo.


…Cantemos al Niño,
Cantemos a Dios,
 Cantemos al Niño
La dulce canción (bis)

            En la calle de la derecha, la conocida escena de la Huida a Egipto, se contextualiza en los montes de la Subbética:

La Virgen va caminando
Por una montaña oscura
Del vuelo de una perdiz
Se le ha espantado la mula

O con la llegada a la posada que la convierten el cantante en un palacio real o una casa señorial de los hidalgos renacentistas:

…Gracias a Dios, que llegamos
A este palacio real
Donde habitan las palomas
 Con las plateás.

O, se hace el villancico jaenero con estos versos:

Entre olivares y cantos,
Lo mismo que en Israel
Entre olivares y cantos,
Lo mismo que Israel,
El Niño de Dios debiera
Haber nacido en Jaén.


En el dintel del retablo cambiara el Pantocrátor o la escena del Calvario, con este villancico, síntesis de la figura de Cristo:

Por lo más alto del cielo,
Va mi Dios hecho pastor,
Y las hondas son de seda
Y el cayado de pastor.

Las columnas de las calles y los cuerpos, las revestiríamos con los versos de la canción andaluza de sabor navideño e invernal:

A la una canta el gallo,
A las dos el perdigón
A las tres la tortolilla
Y a las cuatro canto yo.

O con estos versos de música y letra de nana:


Ya se acerca la nana sombría,
Ya se esconden los rayos del sol,
Ya de estrellas se cubren los cielos,
Ya la luna su disco asomó.

No faltaran algunos adornos de angelotes con estas canciones en sus estelas:

Los pastores de Belén
Daban saltos de contentos
Al ver que los angelitos
Tocaban los instrumentos

 Y al salir de la iglesia, me imagino los niños del coro cantando canciones entre jocosas y navideñas:

María, abre las puertas
Que te traigo el aguilando
Una batata cocida,
Sopla que viene quemando.


O esta otra más profana en medio de los cortijos de la Rivera del Palancares o del río san Juan:

¿De quién será esta casita
Con estas torres tan altas?
De Antonia o de Victoria,
Dios les dé muy buenas Pascuas.

(Yolanda García,)
Que irían repitiendo con cambio de letras en los versos: De quién será esta casita/ con estos chorros de nieve/ y estas niñas tan bonitas/ dichoso el que se las lleve.

Después, cambiarán con el ritmo romancístico del villancico del Naranjal, Cuando el eterno se quiso hacer el Niño…, y en el éxtasis final y orgía de la fiesta, la familia la tomaría con san José con esta bella canción recogida en las Ventas del Carrizal de Virtudes Navas

San José bendito,
Bien salves mis peras
Pídele a tu Hijo
Que se apiade de ellas.

O de una manera testaruda y con el vino en la cabeza acabaríamos rompiendo el pellejo de la zambomba con este estribillo
Por su amor profundo,
Por su inmensa fe
Es un villancico,
No lo olvidaré,
Bajo la luz de aquel monte,
Por ver la cara de Dios
Debió nacer aquel Niño,
En esta tierra de amor           
Por su amor profundo,
Por su inmensa fe
Es un villancico,
No lo olvidaré,



Entre el belén de Rafael López y el de Capuchinos, recogimos este reportorio actual:   
 Pero en recientes años, el villancico se ha imbuido de las bulerías, de los tangos, y, sobre todo, de la copla. La copla con su lirismo como se denota en estos versos:

Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad.
Adoraremos a la Virgen y a Jesús que nacerá.
Damos, danos, aunque sea un poco.
Un gorrión entero y la mitad de otro.

            O con el tradicional villancico de la Gatatumba, que procede del elenco de los Villancicos Populares Andaluces:


Gatatumba
Gatatumba, tumba, tumba,

un pandero sin sonajas;
gatatumba, tumba, tumba,
no te metas en las pajas.

Gatatumba, tumba, tumba,
toca el pito y el rabel,

gatatumba, tumba, tumba,
tamboril y cascabel.

            Pero el más recordado por todos es el que se inicia “Hacia Belén va una burra…” con esta versión corta de Córdoba:
(1)
Hacia Belén va una burra,
rin, rin, yo me remendaba, -yo me remendé,
yo me eché un remiendo, -yo me lo quité.
María, María -ven acá corriendo
que el chocolatillo -se lo están comiendo.
(2)
En el portal de Belén
gitanillos han entrado
y al niño que está en la cuna
los pañales le han robado;
rin, rin, yo me remendaba –yo me remendé,
yo me eché un remiendo, -yo me lo quité.
María, María – ven acá volando
que los pañalitos –los están llevando
Y quien puede olvidar el de la popular Marimorena
Ande, ande, ande La Marimorena
Ande, ande que es la Nochebuena
En el portal de Belén hay estrellas, sol y luna
la Virgen y San José, y el Niño que está en la cuna
Ande, ande, ande La Marimorena
Ande, ande que es la Nochebuena
Y si quieres comprar pan más blanco que la azucena
en el portal de Belén la Virgen es panadera
Ande, ande, ande La Marimorena
Ande, ande que es la Nochebuena
Un pastor comiendo sopas en el aire divisó
un ángel que le decía ha nacido el Redentor
Ande, ande, ande La Marimorena
Ande, ande que es la Nochebuena
De Oriente salen tres Reyes para adorar al Dios Niño
una estrella les guiaba para seguir el camino.
Ande, ande, ande La Marimorena
Ande, ande que es la Nochebuena
A esta puerta hemos llegado
cuatrocientos en cuadrilla
si quieres que nos sentemos
saca cuatrocientas sillas
Ande, ande, ande La Marimorena
Ande, ande que es la Nochebuena
Saca una para mí
y otra "pa" mi compañero
y los que vengan detrás
que se sienten en el suelo
Ande, ande, ande La Marimorena
Ande, ande que es la Nochebuena
En el portal de Belén
han entrado los ratones
y al bueno de San José
le han roído los calzones
Ande, ande, ande La Marimorena
Ande, ande que es la Nochebuena
En el Portal de Belén hay un hombre haciendo gachas
con la cuchara en la mano repartiendo a las muchachas
Ande, ande, ande La Marimorena
Ande, ande que es la Nochebuena
Una estrella se ha perdido y en el cielo no aparece,
se ha metido en el Portal y en Su rostro resplandece.
Ande, ande, ande La Marimorena
Ande, ande que es la Nochebuena
En el Portal de Belén hacen Luna los pastores
para calentar al niño que ha nacido entre las flores.
Ande, ande, ande La Marimorena
Ande, ande que es la Nochebuena



 O los famosos villancicos “Los Peces del RÍO”


Los Peces en el Río
Pero mira cómo beben los peces en el río
Pero mira cómo beben por ver al Dios nacido
Beben y beben y vuelven a beber
Los peces en el río por ver a Dios nacer.
La Virgen está lavando
y tendiendo en el romero
los pajaritos cantando
y el romero floreciendo.
Pero mira cómo beben los peces en el río
Pero mira cómo beben por ver al Dios nacido
Beben y beben y vuelven a beber
Los peces en el río por ver a Dios Nacer.
La Virgen se está peinando
entre cortina y cortina
los cabellos son de oro
y el peine de plata fina.
Pero mira cómo beben los peces en el río
Pero mira cómo beben por ver al Dios nacido
Beben y Beben y vuelven a Beber
Los peces en el río por ver a Dios nacer.
 Este otro villancico andaluz “Ay del Chiquirritín”
Ay del chiquirritín chiquirriquitín
metidito entre pajas
Ay del chiquirritín chiquirriquitín
queridin, queridito del alma.
Entre un buey y una mula Dios ha nacido
y en un pobre pesebre lo han recogido.
Ay del chiquirritín chiquirriquitín
metidito entre pajas
Ay del chiquirritín chiquirriquitín
queridin, queridito del alma.
Por debajo del arco del portalico
se descubre a María, José y al Niño.
Ay del chiquirritín chiquirriquitín
metidito entre pajas
Ay del chiquirritín chiquirriquitín
queridin, queridito del alma.
No me mires airado, hijito mío
mírame con los ojos que yo te miro.
Ay del chiquirritín chiquirriquitín
metidito entre pajas
Ay del chiquirritín chiquirriquitín
queridín, queridito del alma.


  Y el  de  Campana sobre Campana

Campana sobre campana
y sobre campana una
asómate a la ventana
verás a un niño en la cuna.
(Coro)
Belén
Campanas de Belén
que los ángeles tocan
que nuevas me traéis.
(Estrofa con diferente entonación a las demás)
Recogido tu rebaño
a donde va,  pastorcillo?
Voy a llevar al portal
requesón, manteca y vino
(coro)
Campana sobre campana
y sobre campana dos
asómate a la ventana
porque está naciendo Dios
(Coro)

Caminando a media noche
¿dónde caminas pastor?
le llevo al niño que nace
como a Dios mi corazón
(coro)
Campana sobre campana
y sobre campana tres
en una cruz a esta hora
del niño va a padecer

Pero al llegar a la casa, lloraba un Niño, me recordaba el de portal de Ana Torres. Encendí el ordenador, le puse pendrive y comencé a escuchar.
Ea, ea, / Ea, nanita, nana, Nanita sea/Mi Jesús tiene sueño, /Bendito sea, /Ea, ea. /Cuáles son tus ensueños/Y tus alhelíes, /Qué es lo que tu estás soñando/Que te sonríes, /Ea, ea, Ea, /nanita, nana, anita, ea. 4

FELIZ NAVIDAD 2017
Y PRÓSPERO AÑO 2018