El corregidor Juan Cerón de la Cerda tuvo
además conflictos con la etnia gitana y con los hidalgos de la
ciudad, que perdieron los libros de actas. Estos últimos habían
formado un grupo cerrado , cada vez más disminuido, pues ya eran
muchas las familias que habían emigrado a otros lugares y solicitaban los padrones de hidalguía para el reconocimiento del abolengo de su
linaje, como los descendientes de los Roldanes,que ne 1628 pedía su
carta de hidalguía por medio del colegial de Cuenca don Pablos
Vázquez de Aguilar.
Los
grupos no privilegiados debieron sufrir las consecuencias de la
sequía en primavera, pues en este mismo año tuvieron que hacerse
varios repartos de trigo del Pósito a 27 reales y medio la fanega
por la mucha necesidad que había en la ciudad. En el verano, el
precio ya se había desorbitado y, en el momento de adquirir una
cantidad valorada en 7.000 ducados, en Granada se vendía a 37 y 40
reales la fanega frente a los lugares de la campiña y de la Orden de
Calatrava que mantenían los precios de mayo. Por eso se acudió
Porcuna y Bujalance aunque se encareciera con el transporte. Por el
otoño, la cosecha de estas ciudades de la campiña jiennense y
cordobesa incluso bajaban el precio a 22 reales la fanega y en el mes
de noviembre hasta 17 reales el que provenía de Castro y de la
Higuera . El grupo de labradores, campesinos y jornaleros eran los
más afectados por las circunstancias climatológicas, pero existía
un grupo artesanal significativo que desarrollaba cierta actividad
comercial derivada de la seda:
"en
la ciudad hay gran trato de seda, porque se traen muchas de Murcia y
se labran todas las de la tierra y se fabrican tafetanes y se venden
a forasteros y naturales".
Sin
embargo, los tejedores de paños, cardadores e hilanderas no se
plegaban fácilmente a los nuevos precios ni a la tasa de los
aranceles, y tuvieron que ser advertidos ante la denuncia del
sindico personero Juan de la Chica en el mes de junio de 1629.
En
el año 1629, se repitió la misma situación de sequía y de
escasez de trigo que se palió con la compra de 1.000 fanegas
adelantadas en el mes de agosto. Pero, debió ser más intensa ya
que se trajo en rogativa la imagen de Santa Ana por el mes de mayo
para celebrar un novenario. Aún más, se repartieron 1.600 fanegas
para socorro de los vecinos entre los vecinos más pobres y
menesterosos de los cuatro cuarteles que se dividieron la ciudad y
fueron administrados por los jurados: Casas del Cabildo, San Juan,
calle Llana y placeta del Llanillo. El precio del pan estaba valorado
en 18 maravedís el bazo y a 16 el blanco.
El
límite del término de Alcaudete, en la zona de la Sierra de San
Pedro, no ofrecía seguridad alguna, pues proliferaban los enfrentamientos con los clandestinos leñadores que
en patrullas de más de cincuenta hombres, bandera y seis u ocho
escopetas se llevaban la leña y el ganado de la dehesa de la Rábita
y Encina Hermosa1.
Con los ganaderos de Martos la situación fue muy diferente porque se
llegó a a un pacto de concordia similar al que años anteriores se
había firmado con la villa de Priego, permitiendo el usufructo de
las zonas limítrofes para evitar cualquier tipo de enfrentamientos 22.
El
característico mes seco de mayo y la prevención de la peste, que se
extendía por los pueblos comarcanos, obligaron a que se aplicasen todo
tipo de acciones para paliar desabastecimiento de la población, en
1627 hubo que comprar trigo en la campiña jiennense ( Arjona,
Higera, Martos) y se celebraran rogativas a la Señora Santa Ana en
el año 1629, que, pesar de estas circunstancias, fue un año de
buena cosecha. No obstante hubo que hacer conjuros en los montes por
medio del padre franciscano vecino de Baza Francisco de Baza ante la
extensión del gusano y langosta que podía perjudicar los cuatro mil
ducados por ingresos del fruto de la bellota, concedido por los reyes
a la ciudad.
Las
guerras exteriores y las campañas militares incidieron de diverso
modo en la ciudad. La compañía de soldados de la ciudad quedó
formada en el mes de junio de 1627 ante la petición del duque de
Medina, capitán general de la Costa por la llegada de unos navíos
enemigos en la costa. Tampoco, se vio privada Alcalá del alojamiento
de soldados, pues el 22 de febrero de 1628 una compañía del tercio
de la armada de la Carrera de las Indias tuvo que alojarse, lo mismo
que otras lo hicieron en Loja, Alhama y Antequera. De nada sirvieron
las alegaciones de su carácter privilegiado y fronterizo, lo que no
le permitía realizar dichos servicios. O las prevenciones ante los
tumultos y otros inconvenientes que daban lugar a alborotos entre los
vecinos y los soldados. Tuvo que aceptar la orden del duque de la
Medina recibiendo dicha compañía, que provenía de Cádiz a través de Rota, Morón, Pueblo de Cazalla, el Puente por Herrera, el Gallo,
Monturque, Cabra, Alcaudete hasta Alcalá la Real, lo que sería un
eje básico de carretera de Andalucía en los siglos siguientes. Se
le dieron lo básico para su alojamiento: sábanas, camas, aceite,
pan y leña. Y, aunque se distribuyeron por la ciudad, se alojaron en
las casas de alquiler de la calle de la Peste y en las que se
desocuparon de sus vecinos, que fueron distribuidos desde la calle
san Blas a la del Rosario, Oteros, san Bartolomé y la Mota. Una
tercera medida que le afectó a la población fue la llegada de militares graduados para alistar gente para la guerra, como aconteció
en julio de 1629.
La
nueva ciudad que había surgido en el valle y llano a lo largo del
siglo anterior, se acrecentaba por diversos motivos. Los comerciantes
de la Mota se quejaban por el mal estado de las tiendas situadas en
los arrabales de la Mota, ya que en el año 1624 se había caído una
gran parte del adarve y había causado la muerte de un vecino. El
abandono de las tiendas de la Iglesia y su transformación de otras
muchas en solares comenzaban a dar un aspecto desolador a la plaza
alta. Al mismo tiempo, una gran parte de los comerciantes ya había
instalado todos sus establecimientos en la calle Real. No obstante,
el corregidor obligó a que se cumplieran las ordenanzas consistentes
en mantener las tiendas en la Mota, a que fueran restauradas, al
mismo tiempo que aplicó las normas de la limpieza y basura. Las
tiendas tenían un sistema de contribución basado en tablas y
tercio, que alcanzaban las siete tablas, de las que participaba la
Iglesia seis tercios, que, por este tiempo arrendaba para las obras
de la iglesia Mayor. Pero esta postura de resistencia iba contracorriente, porque el Llanillo se reclamaba como vía comercial
para las tiendas como la botica de Ana de Agreda que solicitaba su
traslado desde la Mota en 1628. Un año después es palpable la ruina
del comercio y tan sólo resistían en la fortaleza de la Mota la
Iglesia Mayor, las Casas de Cabildo, las de la Justicia y las
Abaciales, la plaza pública, las Carnicerías, la Pescadería, las tiendas de propios y algunas casas de gente principal. Los escribanos
habían comenzado a bajarse su documentación a sus casas que se
habían edificado en los arrabales de la Mota, a pesar de que se les
obligaba a asistir a los negocios públicos mañana y tarde y a los asuntos de la Audiencia por la mañana. Ya no servían las amenazas
de ejecutorias contra los comerciantes como Diego López Núñez,
Pedro Cecilio o Juan de la Cruz, porque en la plaza baja tan sólo
existían las tiendas de la mazmorra y de la especería y las demás
tiendas se habían colocado desde la primera puerta de la fortaleza,
propiedad de Juan de la Hinojosa hasta otra tienda de Pedro Cano
situado en la parte baja de la calle Real sin entrar en ninguna
callejuela pues estaba prohibido.
No
sólo la ruina afectaba a las tiendas, sino que las murallas estaban
resentidas por la parte lindera con los corredores de los
escritorios y de la cárcel pública, tal como lo manifestaba el
informe del maestro alarife Miguel Sánchez Meléndez. La ciudad era
consciente que la simple lluvia podía ocasionar su desprendimiento.
Las casas de mampuesto y de poca consistencia como las del Matadero
cercano a la Mota se habían derrumbado. Eran continuos los retejos
en los edificios como la Casa de la Justicia, que en el 1628 se
adecentó on un encerado.
Por
otro lado, la nueva ciudad avanzaba extendiéndose en el llano, valle
y las dos laderas. Los vecinos del Calvario, las actuales Cruces,
comenzaban a asentarse en lugares más inhóspitos y a surtirse del
abastecimiento del agua con los remanentes de dicho cerro, como era
el caso de Juan Pérez de Castilla. No era extraño de petición de
licencias de casas en los solares de la calle María Rosa. Ni tampoco
que se construyera un nuevo pilar junto al Corral del Concejo, donde
se encerraba el ganado de abastecimiento de la ciudad y que estaba
cercano a la calle Corredera. Para que sirviera de consumo humano y
abasecimiento del ganado se instalaron dos caños y se puso el escudo
de la ciudad.
Con la visita de los padres capuchinos, la parte llana
recibió un gran impulso, pues el ejido recibió un nuevo
asentamiento en la parte más meridional, donde el abad de la ciudad
les concedió licencia para edificar un convento. Anteriormente, el
padre fray Buenaventura el 17 de marzo de 1629 había trasladado el
convento desde el barrio alto de San Bartolomé a la calle de la
Peste en medio de una procesión que fue acompañada por los vecinos
y el ayuntamiento con dos danzas y 20 velas portadas por los
caballeros.
No
era este el único convento que daba un nuevo aspecto a la calle de
travesía de Alcalá la Real, sino que el convento de la Encarnación
recibía un fuerte empuje edilicio a partir del año 1627. Pues,
desde el 1610 la iglesia había quedado paralizada por las bajas
rentas de sus censos que dedicaban a la construcción, tan sólo las
paredes de su planta de cajón y sin techumbre, y solamente
utilizaban un cuerpo de casa, en bajo y pequeño, en el que se tenía
una pequeña capilla que albergaba indecentemente el sagrario. Por
eso solicitaron una subvención de mil ducados para que fuera
aprobada por la Corona. Cosa que fue concedida por una facultad real
que permitía el uso de los arbitrios destinados con motivo de los
fondos de la moneda forera. Del mismo modo en el año 1629, el prior
del convento del Rosario solicitó una cantidad similar para la
fábrica de su iglesia, que trataba de reedificarse y se encontraba en
los cimientos, utilizando un simple oratorio como capilla del
Santísimo Sacramento. La ciudad manifestó que se le había ayudado
en el 28 de marzo de 1628.
Aunque
en otro lugar diferente, se concedió otra ayuda y basada en los
mismos fondos al convento de San Francisco en la cantidad de mil
ducados para levantar su iglesia que estaba en peligro de ruina y sus
religiosos apenas recibían limosnas. Y se levantó un pilar en el
convento de la Trinidad.
En
una ciudad que trataba de mantener el equilibrio entre la ciudad
moderna y la fortificada, en 1627 las Casas de Comedias, por un lado,
recibieron un fuerte impulso junto a la iglesia de la Veracruz y los
Corredores de la Plaza Alta de la Mota, también se restauraron en los
altozanos de la Mota. En las primeras, ligadas a la cofradía de la
Veracruz, intervinieron varios maestros del momento, entre ellos
Miuel de Bolívar y Pedro Arévalo del Portillo, que tasó las obras.
Como canteros, Juan Pérez, Miguel Calvo, Marcos Ruiz y Juan Roldán.
La obra de carpintería tan importante en este tipo de edificios
corrió a cargo del maestro carpintero Eugenio de la Carrera, que
hizo los bancos, escenarios y puertas. Durante el 1628, siendo
hermano mayor Martín Hernández Cantarero, las obras constructivas
consistieron en el aposento de la ciudad- un cuarto asentado sobre
cuatro pilares, formado por cuatro columnas y enlucido bellamente-,
escalera, ventanas, portada del edificio- con columnas y pedestales-,
vestuario, escenario, parte cubierta de la batea con una bóveda de
media naranja en cuyo centro presidía la cruz de la cofradía y
cuyas paredes estaban construidas con olumnas y arcos de piedra.
El culto dedicado a Santa Teresa de Jesús y promovido por el rey se celebró en el cinco del mes de octubre de 1627 con una procesión solemne, luminarias e invenciones de fuego. No eran estas celebraciones esporádicas sino que cualquier motivo de defensa de la cristiandad servía de pretexto para la celebración de una fiesta y dar limonas municipales a iglesias y conventos. Sirva de ejemplo que en el primer domingo de Cuaresma de 1628, se celebró en el convento de San Francisco la beatificación de los veinte mártires muertos en Japón. Las tradicionales fiestas del Corpus contaron con la presencia del maestro de danzas Juan de Padilla, cuyos gastos hubo que pagarlos con el adelanto del cortijo de propios de la Cabeza el Carnero y del Pósito( importaron 1.010 reales).
Como
curiosidad un espectáculo importante de las fiestas, las corridas de
toros, comenzaba a extenderse en las clases populares, lo que no era
bien visto por los grupos privilegiados que se hacían esta reflexión
con motivo de unas fiestas de septiembre:
"se
quieren hacer fiestas de toros por algunos moços del campo y sacar
compañía y que tratan de pedir licencia a la Real Audiencia de
Granada y porque de darla es la cosa más perjudicial que se puede dar
en esta ciudad por las muchas desgracias que en esta fiesta suceden
como gente desbastada y sin gobierno y que la ciudad debe mirar por
su república y no dar lugar a semejante cosa"
Por
ello, reclamaba que se impidiera el espectáculo por
ser fiestas de poca estima y sin autoridad y aber começado la
bendimia.
1AMAR.
Acta del cabildo del 5 de marzo de 1629.
2.AMAR.
Acta del cabildo del 24 de junio de 1629.
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