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jueves, 31 de marzo de 2016

CONTINUACIÓN DE JUAN CERÓN DE LA CERDA. EL CORRAL DE LAS COMEDIAS DE ALCALÁ LA REAL.
























El corregidor Juan Cerón de la Cerda tuvo además conflictos con la etnia gitana y con los hidalgos de la ciudad, que perdieron los libros de actas. Estos últimos habían formado un grupo cerrado , cada vez más disminuido, pues ya eran muchas las familias que habían emigrado a otros lugares y solicitaban los padrones de hidalguía para el reconocimiento del abolengo de su linaje, como los descendientes de los Roldanes,que ne 1628 pedía su carta de hidalguía por medio del colegial de Cuenca don Pablos Vázquez de Aguilar.
Los grupos no privilegiados debieron sufrir las consecuencias de la sequía en primavera, pues en este mismo año tuvieron que hacerse varios repartos de trigo del Pósito a 27 reales y medio la fanega por la mucha necesidad que había en la ciudad. En el verano, el precio ya se había desorbitado y, en el momento de adquirir una cantidad valorada en 7.000 ducados, en Granada se vendía a 37 y 40 reales la fanega frente a los lugares de la campiña y de la Orden de Calatrava que mantenían los precios de mayo. Por eso se acudió Porcuna y Bujalance aunque se encareciera con el transporte. Por el otoño, la cosecha de estas ciudades de la campiña jiennense y cordobesa incluso bajaban el precio a 22 reales la fanega y en el mes de noviembre hasta 17 reales el que provenía de Castro y de la Higuera . El grupo de labradores, campesinos y jornaleros eran los más afectados por las circunstancias climatológicas, pero existía un grupo artesanal significativo que desarrollaba cierta actividad comercial derivada de la seda:

"en la ciudad hay gran trato de seda, porque se traen muchas de Murcia y se labran todas las de la tierra y se fabrican tafetanes y se venden a forasteros y naturales".
Sin embargo, los tejedores de paños, cardadores e hilanderas no se plegaban fácilmente a los nuevos precios ni a la tasa de los aranceles, y tuvieron que ser advertidos ante la denuncia del sindico personero Juan de la Chica en el mes de junio de 1629.
En el año 1629, se repitió la misma situación de sequía y de escasez de trigo que se palió con la compra de 1.000 fanegas adelantadas en el mes de agosto. Pero, debió ser más intensa ya que se trajo en rogativa la imagen de Santa Ana por el mes de mayo para celebrar un novenario. Aún más, se repartieron 1.600 fanegas para socorro de los vecinos entre los vecinos más pobres y menesterosos de los cuatro cuarteles que se dividieron la ciudad y fueron administrados por los jurados: Casas del Cabildo, San Juan, calle Llana y placeta del Llanillo. El precio del pan estaba valorado en 18 maravedís el bazo y a 16 el blanco.

El límite del término de Alcaudete, en la zona de la Sierra de San Pedro, no ofrecía seguridad alguna, pues proliferaban los enfrentamientos con los clandestinos leñadores que en patrullas de más de cincuenta hombres, bandera y seis u ocho escopetas se llevaban la leña y el ganado de la dehesa de la Rábita y Encina Hermosa1. Con los ganaderos de Martos la situación fue muy diferente porque se llegó a a un pacto de concordia similar al que años anteriores se había firmado con la villa de Priego, permitiendo el usufructo de las zonas limítrofes para evitar cualquier tipo de enfrentamientos 22.
El característico mes seco de mayo y la prevención de la peste, que se extendía por los pueblos comarcanos, obligaron a que se aplicasen todo tipo de acciones para paliar desabastecimiento de la población, en 1627 hubo que comprar trigo en la campiña jiennense ( Arjona, Higera, Martos) y se celebraran rogativas a la Señora Santa Ana en el año 1629, que, pesar de estas circunstancias, fue un año de buena cosecha. No obstante hubo que hacer conjuros en los montes por medio del padre franciscano vecino de Baza Francisco de Baza ante la extensión del gusano y langosta que podía perjudicar los cuatro mil ducados por ingresos del fruto de la bellota, concedido por los reyes a la ciudad.
Las guerras exteriores y las campañas militares incidieron de diverso modo en la ciudad. La compañía de soldados de la ciudad quedó formada en el mes de junio de 1627 ante la petición del duque de Medina, capitán general de la Costa por la llegada de unos navíos enemigos en la costa. Tampoco, se vio privada Alcalá del alojamiento de soldados, pues el 22 de febrero de 1628 una compañía del tercio de la armada de la Carrera de las Indias tuvo que alojarse, lo mismo que otras lo hicieron en Loja, Alhama y Antequera. De nada sirvieron las alegaciones de su carácter privilegiado y fronterizo, lo que no le permitía realizar dichos servicios. O las prevenciones ante los tumultos y otros inconvenientes que daban lugar a alborotos entre los vecinos y los soldados. Tuvo que aceptar la orden del duque de la Medina recibiendo dicha compañía, que provenía de Cádiz a través de Rota, Morón, Pueblo de Cazalla, el Puente por Herrera, el Gallo, Monturque, Cabra, Alcaudete hasta Alcalá la Real, lo que sería un eje básico de carretera de Andalucía en los siglos siguientes. Se le dieron lo básico para su alojamiento: sábanas, camas, aceite, pan y leña. Y, aunque se distribuyeron por la ciudad, se alojaron en las casas de alquiler de la calle de la Peste y en las que se desocuparon de sus vecinos, que fueron distribuidos desde la calle san Blas a la del Rosario, Oteros, san Bartolomé y la Mota. Una tercera medida que le afectó a la población fue la llegada de militares graduados para alistar gente para la guerra, como aconteció en julio de 1629.



La nueva ciudad que había surgido en el valle y llano a lo largo del siglo anterior, se acrecentaba por diversos motivos. Los comerciantes de la Mota se quejaban por el mal estado de las tiendas situadas en los arrabales de la Mota, ya que en el año 1624 se había caído una gran parte del adarve y había causado la muerte de un vecino. El abandono de las tiendas de la Iglesia y su transformación de otras muchas en solares comenzaban a dar un aspecto desolador a la plaza alta. Al mismo tiempo, una gran parte de los comerciantes ya había instalado todos sus establecimientos en la calle Real. No obstante, el corregidor obligó a que se cumplieran las ordenanzas consistentes en mantener las tiendas en la Mota, a que fueran restauradas, al mismo tiempo que aplicó las normas de la limpieza y basura. Las tiendas tenían un sistema de contribución basado en tablas y tercio, que alcanzaban las siete tablas, de las que participaba la Iglesia seis tercios, que, por este tiempo arrendaba para las obras de la iglesia Mayor. Pero esta postura de resistencia iba contracorriente, porque el Llanillo se reclamaba como vía comercial para las tiendas como la botica de Ana de Agreda que solicitaba su traslado desde la Mota en 1628. Un año después es palpable la ruina del comercio y tan sólo resistían en la fortaleza de la Mota la Iglesia Mayor, las Casas de Cabildo, las de la Justicia y las Abaciales, la plaza pública, las Carnicerías, la Pescadería, las tiendas de propios y  algunas casas de gente principal. Los escribanos habían comenzado a bajarse su documentación a sus casas que se habían edificado en los arrabales de la Mota, a pesar de que se les obligaba a asistir a los negocios públicos mañana y tarde y a los asuntos de la Audiencia por la mañana. Ya no servían las amenazas de ejecutorias contra los comerciantes como Diego López Núñez, Pedro Cecilio o Juan de la Cruz, porque en la plaza baja tan sólo existían las tiendas de la mazmorra y de la especería y las demás tiendas se habían colocado desde la primera puerta de la fortaleza, propiedad de Juan de la Hinojosa hasta otra tienda de Pedro Cano situado en la parte baja de la calle Real sin entrar en ninguna callejuela pues estaba prohibido.
No sólo la ruina afectaba a las tiendas, sino que las murallas estaban resentidas por la parte lindera con los corredores de los escritorios y de la cárcel pública, tal como lo manifestaba el informe del maestro alarife Miguel Sánchez Meléndez. La ciudad era consciente que la simple lluvia podía ocasionar su desprendimiento. Las casas de mampuesto y de poca consistencia como las del Matadero cercano a la Mota se habían derrumbado. Eran continuos los retejos en los edificios como la Casa de la Justicia, que en el 1628 se adecentó on un encerado.
Por otro lado, la nueva ciudad avanzaba extendiéndose en el llano, valle y las dos laderas. Los vecinos del Calvario, las actuales Cruces, comenzaban a asentarse en lugares más inhóspitos y a surtirse del abastecimiento del agua con los remanentes de dicho cerro, como era el caso de Juan Pérez de Castilla. No era extraño de petición de licencias de casas en los solares de la calle María Rosa. Ni tampoco que se construyera un nuevo pilar junto al Corral del Concejo, donde se encerraba el ganado de abastecimiento de la ciudad y que estaba cercano a la calle Corredera. Para que sirviera de consumo humano y abasecimiento del ganado se instalaron dos caños y se puso el escudo de la ciudad. 
 Con la visita de los padres capuchinos, la parte llana recibió un gran impulso, pues el ejido recibió un nuevo asentamiento en la parte más meridional, donde el abad de la ciudad les concedió licencia para edificar un convento. Anteriormente, el padre fray Buenaventura el 17 de marzo de 1629 había trasladado el convento desde el barrio alto de San Bartolomé a la calle de la Peste en medio de una procesión que fue acompañada por los vecinos y el ayuntamiento con dos danzas y 20 velas portadas por los caballeros. 
No era este el único convento que daba un nuevo aspecto a la calle de travesía de Alcalá la Real, sino que el convento de la Encarnación recibía un fuerte empuje edilicio a partir del año 1627. Pues, desde el 1610 la iglesia había quedado paralizada por las bajas rentas de sus censos que dedicaban a la construcción, tan sólo las paredes de su planta de cajón y sin techumbre, y solamente utilizaban un cuerpo de casa, en bajo y pequeño, en el que se tenía una pequeña capilla que albergaba indecentemente el sagrario. Por eso solicitaron una subvención de mil ducados para que fuera aprobada por la Corona. Cosa que fue concedida por una facultad real que permitía el uso de los arbitrios destinados con motivo de los fondos de la moneda forera. Del mismo modo en el año 1629, el prior del convento del Rosario solicitó una cantidad similar para la fábrica de su iglesia, que trataba de reedificarse y se encontraba en los cimientos, utilizando un simple oratorio como capilla del Santísimo Sacramento. La ciudad manifestó que se le había ayudado en el 28 de marzo de 1628.
Aunque en otro lugar diferente, se concedió otra ayuda y basada en los mismos fondos al convento de San Francisco en la cantidad de mil ducados para levantar su iglesia que estaba en peligro de ruina y sus religiosos apenas recibían limosnas. Y se levantó un pilar en el convento de la Trinidad.
En una ciudad que trataba de mantener el equilibrio entre la ciudad moderna y la fortificada, en 1627 las Casas de Comedias, por un lado, recibieron un fuerte impulso junto a la iglesia de la Veracruz y los Corredores de la Plaza Alta de la Mota, también se restauraron en los altozanos de la Mota. En las primeras, ligadas a la cofradía de la Veracruz, intervinieron varios maestros del momento, entre ellos Miuel de Bolívar y Pedro Arévalo del Portillo, que tasó las obras. Como canteros, Juan Pérez, Miguel Calvo, Marcos Ruiz y Juan Roldán. La obra de carpintería tan importante en este tipo de edificios corrió a cargo del maestro carpintero Eugenio de la Carrera, que hizo los bancos, escenarios y puertas. Durante el 1628, siendo hermano mayor Martín Hernández Cantarero, las obras constructivas consistieron en el aposento de la ciudad- un cuarto asentado sobre cuatro pilares, formado por cuatro columnas y enlucido bellamente-, escalera, ventanas, portada del edificio- con columnas y pedestales-, vestuario, escenario, parte cubierta de la batea con una bóveda de media naranja en cuyo centro presidía la cruz de la cofradía y cuyas paredes estaban construidas con olumnas y arcos de piedra.

El culto dedicado a Santa Teresa de Jesús y promovido por el rey se celebró en el cinco del mes de octubre de 1627 con una procesión solemne, luminarias e invenciones de fuego. No eran estas celebraciones esporádicas sino que cualquier motivo de defensa de la cristiandad servía de pretexto para la celebración de una fiesta y dar limonas municipales a iglesias y conventos. Sirva de ejemplo que en el primer domingo de Cuaresma de 1628, se celebró en el convento de San Francisco la beatificación de los veinte mártires muertos en Japón. Las tradicionales fiestas del Corpus contaron con la presencia del maestro de danzas Juan de Padilla, cuyos gastos hubo que pagarlos con el adelanto del cortijo de propios de la Cabeza el Carnero y del Pósito( importaron 1.010 reales).
Como curiosidad un espectáculo importante de las fiestas, las corridas de toros, comenzaba a extenderse en las clases populares, lo que no era bien visto por los grupos privilegiados que se hacían esta reflexión con motivo de unas fiestas de septiembre:
"se quieren hacer fiestas de toros por algunos moços del campo y sacar compañía y que tratan de pedir licencia a la Real Audiencia de Granada y porque de darla es la cosa más perjudicial que se puede dar en esta ciudad por las muchas desgracias que en esta fiesta suceden como gente desbastada y sin gobierno y que la ciudad debe mirar por su república y no dar lugar a semejante cosa"
Por ello, reclamaba que se impidiera el espectáculo por ser fiestas de poca estima y sin autoridad y aber começado la bendimia.
1AMAR. Acta del cabildo del 5 de marzo de 1629.

2.AMAR. Acta del cabildo del 24 de junio de 1629.

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