Existía
una figura popular en las ciudades que llamaban “El Sereno”. A veces, podían
nombrarse varios serenos, los que necesitara cada pueblo según su población.
Parecía como si fueran los sustitutos de los antiguos animeros que con una
campanilla y negras vestimentas asustaban a los vecinos de modo que impedían cualquier movimiento
nocturno, y, mucho más, cualquier
intento de cometer delito. Así, nos podíamos remontar a las guardias y vigilias
de noche que se repartían entre caballeros y regidores de la ciudad en tiempos
de guerra o de inseguridad ciudadana por
el simple hecho de que aparecieran partidas de monfíes, bandolertos ( y me
refiero antes del siglo XVIII, para evitar entuertos) o ladrones. En ese
caso, la voluntariedad predominaba sobre
el oficio y la profesionalidad.
Pero
, curiosamente, en aquellos años en los que la Ilustración proclamaba
por muchos lugares, el principio de la
libertad junto con la igualdad y la fraternidad, como una columna básica de las
personas y los países, surgió la familia del sereno, ese gendarme nocturno que
voceaba “las doce y el sereno” y obligaba a los vecinos a cerrar las casas y
mantener la seguridad nocturna. Dicen que el sereno nació en el siglo XVIII
como “ encargado nocturno de vigilar las calles y regular el alumbrado público y,
en determinadas ciudades o barrios, de abrir las puertas de la ciudad”. En
Alcalá, se veía obligado a cerrar las de
los Arcos y Villena; y en tiempos
de epidemias, los portillos de la cruz
de los Moros, Tórtolas, Barrero, Campo, Peste,
y otras en torno a los barrios
altos. Por eso, no extraña que se
recuerde el sintagma de la hora y sereno
al principio de la noche. E, incluso, en
en algunas épocas y países, solían anunciar cada hora de la noche y susvariaciones
atmosféricas. También controlaban el alumbrado de la ciudad desde tiempos que
se colocaron las lámparas de aceite en las calles de la ciudad de la Mota. De seguro que, a las personas que peinan canas no les haya
quedado como reliquia de este personaje aquel grito de “las cuatro y el sereno” que
también se proclamaba, pero muchos dormían como lirones en el sueño de los justos.
Disfrutaban de la seguridad. Es verdad
que se frecuentaba que el sereno se equipase de
un garrote o chuzo, también que para hacerse sentir se serviera de un
silbato e, incluso, una trompetilla que
daba señales de alarma en
situaciones sospechosas, en las que se presentía un delito y había que alertar al vecino de una casa o de un barrio de modo que provocara la espantada del
furtivo de turno.
Curiosamente, esta figura me vino a
mi presencia en una acta municipal de finales de diciembre de 1789, que proponía con el título “Sobre
serenos”: “ teniendo la ciudad
presentes los robos e insultos que se advierten de poco tiempo a esta
parte como la ha sido el que se
experimentó en el estanco de la calle Utrilla y otros, y advirtiendo que sería
muy útil y conveniente el que hubiese algunas personas celasen las calles de
noche en calidad de serenos, como los hay en la ciudad de Granada y otras,
acuerda dar comisión a los señores don Fermín de Callava y don Fernando de Tapiu, regidores de efecto,
de que avistándose con todos los vecinos para que el que voluntariamente quiera
contribuir mensualmente con alguna cantidad, formen una lista con toda distinción y claridad y ejecutado la
traigan a esta ciudad para que puedan acordar con el debido conocimiento a fin
de evitar los dichos insultos nombrando
personas que sirvan este empleo”. Perfecto
programa de seguridad de emergencia que se mantuvo durante dos siglos.
Allá por los primeros decenios de la mitad del siglo XX, el sereno Abdón colgó
su traje, y guardó su placa y su bastón
en uno de los anclajes de la percha de su casa del barrio de San Juan. Tiempos
después, se aumentaba la plantilla y las horas nocturnas de las fuerzas de
seguridad locales y nacionales; más recientemente se creó la figura de los
servicios de los guardas jurados y complementaron con los anteriores en
prevención de la seguridad de personas y edificios. Además, muchas funciones
del sereno fueron asumidas por otros funcionarios, empresas públicas, y avances
tecnológicos que acercan a las personas la prevención de la seguridad y no
digamos a las prevenciones del tiempo
atmosférico e, incluso, regulan los servicios de alumbrado y control de sonidos.
Por tanto, aquella figura
prácticamente ha desaparecido y ningún osado reclama su restablecimiento en las
ciudades que disponen de otras medidas de seguridad con mayor eficacia y
eficiencia gracias a los profesionales que están a cargo de salvaguardar la
vida y bienes de las personas. Pero, es una petición popular dar respuesta
a lo que, recientemente la prensa publica con otros nombres parecidos
a “los robos e insultos” comentados y
a lo que pueden aplicarse las
medidas preventivas, programas, leyes o normativas como la ordenanza de ruidos.
Pues, antes referían que se obligaba
a los serenos “ a recorrer las
calles de su demarcación protegiendo de robos y posibles asaltos de
malhechores, evitar las peleas (incluso las domésticas); dar aviso de incendios
y prestar auxilio a todo aquel que lo necesitara”. Es decir, se tomaban
mediadas según los recursos y
circunstancias, ahora se necesitan
nuevas fórmulas de presencia
preventiva y la aplicación de medidas sociales para evitar
la existencia de los excluidos de la sociedad. Esa es la tarea comprometida de todos los miembros de la
sociedad y, sobre todo, de sus representantes . Tal vez, de otro modo como lo
hacían los serenos en algunas ciudades
que se llamaban unos a otros por medio del silbato o voceaban
contraseñas entre ellos , ahora se necesita de nuevas señales para proteger a
los miembros de las ciudades. Y expertos
en tomarlas haylos. Y más recursos que en
tiempos pasados se disponen.
Pues, como dice Fernando Savater, las dos columnas básicas que definen la sociedad son la autoridad y la libertad, y ninguna de
ellas puede hacer dejación de sus funciones con falsas demagogias.
Mi abuelo Vicente, creo que fué el último sereno de Alcalá, recuerdo su uniforme de paño y que bajo este, en el pecho, se ponia papel de periodico para aguantar el frio nocturno. Uno de sus cometidos era acompañar a las comadronas, Doña Ana y Doña Prudencia, a las casa que eran requeridas.
ResponderEliminar