SU ESCUDO |
JUAN DE SORIA VERA (1630-1633)
DON MELCHOR DE SORIA, OBISPÒ DE TROYA |
Su linaje se remonta a unos vecinos de l pueblo soriano de Remieblas, que se asentó en la ciudad de Jaén en el siglo XV, lo que dio lugar a su apellido de los de Soria: también se entroncan con los de Vera y Aceves, y los apellidos López y Contreras, según Manuel Morales Rodrigo de Vera, apodado el de Soria, se casó c Isabel de Villavicencio, y ya se ele vio testando en 1498 en Jaén, De su hijo Tomás nació Melchor de Soria y Vera, que es el padre del corregidor alcalaíno. Por lo tanto, estuvo emparentado con la familia de los Vera y
Soria, que había coadyuvado con algunos de sus miembros a las buenas gestiones
en la Corte para recuperación del Castillo de Locubín, fue nombrado el 30 de
enero de 1630 por Felipe IV y se mantuvo en el corregimiento hasta el seis de
junio de 1633. Esta familia unida en lazos de sangre con los Núñez de Alarcón
formaba un grupo familiar muy cualificado e influyente en la primera mitad del
siglo XVII, que controlaba el poder municipal jiennese. Según el artículo de Francisco Mosquera sobre la Casa troncal de los doce linajes de Soria.
e Juan de Soria y Vera, era el primero de los hijos de don Melchor de Vera, quien contrajo nupcias el 19 de marzo de 1606 en el Sagrario, con doña Francisca Juana de Aguilar y Carrillo, natural de Torredelcampo, hermana del canónigo de Jaén don Bartolomé de Aguilar. Fueron padres de: Ana, nacida el 1608 y bautizada en San Bartolomé, Melchor, que es el continuador de la estirpe, nació en 1609; , Diego de Vera y Villavicencio, presbítero y arcediano que fue de la Iglesia de Jaén, nacido el primero de octubre de 1610, Catalina nacida en 1613., Francisco, caballero veinticuatro de Jaén, nacido en 1616 quien se casó con doña Agustina Gutiérrez de Figueroa., Bartolomé, nacido en el año 1617. , Estefanía en el 1619; y finalmente, María, que nació en 1622.
Frachada del Monasterio de Franciscanas Descalzas de Jaén
Este don Juan, por escritura de 22 de julio de 1602 ante Juan Morales, asegura que, dado que don Diego de Ceballos fundó en tiempos pasados un patronato que reformó posteriormente por otra escritura ante Miguel Milán el 20 de mayo de 1580, señalando por patronos a su sobrino don Bernardo de Ceballos y a los descendientes de éste, y también a don Melchor de Soria y Vera su padre; y por cuanto don Bernardo Ceballos había fallecido sin descendencia ni generación ninguna, el patronato le pertenecía al otorgante como hijo primogénito de su padre; y por cuanto en la fundación no se fija iglesia ni altar donde decir las misas, ni se fijaba residencia para los capellanes, en uso de las facultades que como patrón le corresponden señala por iglesia la de San Bartolomé, en la que radica la fundación de su padre, en el altar primero de la derecha, entrando por la puerta que linda con las casas de su morada, y el capellán estará obligado a residir y servir en dicha iglesia todos los días de las Pascuas de cada año, y servir en el coro de la misma; y si tal capellán tiene algún impedimento, sea cual fuere, éste podrá nombrar otro sacerdote que le sustituya en sus obligaciones. Y como primer capellán nombra a su hermano don Diego, presbítero y beneficiado.
Juan de Soria, antes de su estancia alcalaína, fue en la
primera mitad del siglo XVII, alcalde de la Santa Hermandad en el barrio de San
Bartolomé en el año 1610 y en 1619, provocando algunos conflictos con otros miembros del cabildo, también ocupó, como el anterior corregidor Cerón de la
Cerda, el puesto de caballero veinticuatro del cabildo jiennense- lo que no era
bien visto por la imposibilidad de ejercer ambos oficios. En 1627, se le
adjudicó la administración de la moneda forera y tuvo relaciones con la ciudad
alcalaína.
Su alcalde mayor recayó desde el 22 de mayo de 1631 hasta 6 de junio
de 1633 en la persona del licenciado Francisco Fernández Arrioja. El alguacil
mayor fue desempeñado por un regidor que delegó en don Francisco de Ávalos
Rosillo.
Su nombramiento estuvo ligado
con la política real de contentar a los procuradores jiennenses en las Cortes
españolas. A través suyo, se
canalizaron varias medidas que coadyuvaron a sanear la difícil situación
económica, a la que se añadía la sequía
de los primeros años de su corregimiento (1631, 1632). La ciudad estaba
sumamente empeñada por tres contribuciones especiales: la composición del tributo de las alcabalas, el de la moneda
forera y un donativo de 24.000 ducados. A todo ello, había que añadir la compra
del Castillo de Locubín, que sangró a la ciudad en la cantidad en más de
setenta mil ducados. El panorama se oscurecía
todavía más con el pago de los intereses y las deudas de los préstamos asumidos
para hacer frente a todo este tipo de gastos.
Además, para el abasto de la
villa de Madrid se enviaron, en los
meses de mayo y junio de 1631, desde Alcalá la Real mil ochocientas fanegas de
trigo, cifra muy inferior a las diez mil solicitadas por la Corona por
mediación de don Francisco de Valcárcel, alcaide de la Corte. Prueba de la
voracidad impositiva fue la contratación de unos arrieros de la Campiña por no
poder afrontar los gastos ni los recursos humanos y animales de caballerizas,
carros y arrieros, al mismo tiempo que tuvo que imponerse una imposición de
dos maravedís por libra de carne a los 1.300 vecinos de Alcalá y 500 de su
villa del Castillo de Locubín. Por otra parte, los hidalgos y el estamento
eclesiástico trataban de liberarse de semejantes cargas, y revestían su
cooperación con fórmulas un tanto pintorescas como la compensación de los 1.100
reales de la sisa del pescado y de la carne por el dorado de la capilla del Santo
Cristo de la Columna, como aconteció en el año 1632 ante la protesta de los
sesenta clérigos[1]
de la ciudad.
En 1631 también se puso otro
nuevo tributo que afectaba a todos los que ejercían cargos y oficios públicos
en la ciudad. Se denominaba la media annata y consistía en una imposición sobre
una parte de los emolumentos de su salario. Fue un momento importante para
conocer su situación administrativa y económica, porque sus datos se
mantuvieron casi toda la década de los años treinta. Tenía Alcalá 1624 vecinos
y no había distinción de estados. Era gobernada por un corregidor, que a su vez
nombraba un teniente corregidor. Era asistido por los siguientes cargos de los que reflejamos en un cuadro el importe
de sus ingresos y el tributo.
El corregidor cobraba 30. OOO maravedís, el alcalde mayor 13.600, el alguacil mayor 3750, el alguacil
del juzgado no tenía salario 620,
Algunas medidas recaudatorias
paliaron en cierta medida la situación
con la imposición de un maravedís por la panilla de aceite, las asaduras , la
arroba de lana o el derecho del disfrute de la bellota de los montes. Incluso,
las más frecuentes y más accesibles que se basaban en la roturación de las
tierras ,habían incidido en cuatro mil fanegas para la composición de alcabalas,
setecientas para la moneda forera u quinientas para el donativo. Sin embargo,
resultaron insuficientes ante el cumplimiento de un préstamo de veinte mil
ducados que cumplía por aquellos años y , porque muchas tierras se encontraban
cansadas e improductivas.
En su tiempo se recrudecieron
las luchas de bandos entre las familias
hidalgas de la ciudad. CONTINUARÁ
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