No escatimó esfuerzo ni tiempo, y, menos aún, dilató el asunto por si quedaba algún hilo de esperanza. Pronto, se
dirigió a su bufete y escribió el primer alegato contra Juana Gallardo. Era el ocho de marzo , cuando presentó, ante el
alcalde mayor, el escrito de reclamación de los objetos donados o, en su pérdida, su cobro si
no les quedaban o habían desaparecidos . Comenzaba alegando la fidelidad de
Manuel que había mantenido el compromiso
de esponsales en todos los lugares en donde había vivido y se había alojado
el regimiento. Insistía que su cliente Manuel
no había cometido fraude alguno con su Juana y la correspondencia mantenida
entre ambos era una señal inequívoca de
que aquel acto culminaría con el matrimonio. Nada menos resaltaba y subrayaba que habían
mantenido aquel lazo común durante cinco años hasta que realizó su pretendienta
nuevas esponsales con Lorenzo Navas. Le trajo a colación las impugnación de su
madre Ana de Mejías y las cartas presentadas al vicario. Y el carpetazo del
Tribunal Eclesiástico haciendo pasar el tiempo
y no permitiendo que su cliente presentara
el escrito de reclamación, porque se produjeron los desposorios de Juana y
Lorenzo. Enumeró alhaja por alhaja, y no dejó escapar ninguna alhajilla, al
mismo tiempo que le reclamaba la devolución de todos los regalos o el valor en
dinero por la ruptura del contrato o compromiso de Juana. Y le escribía al juez
" de haberse burlado Juana en la
realidad y engañado q Manuel con nueva
resolución matrimonial". Además, le solicitaba que se presentara ante el
juez y , junto con su marido se apremiara a restituir todo aquello.
El alcalde, tras leerlo, llamo al alguacil mayor Manuel
González para que, al día siguiente, fuera a casa de Juana Gallardo y le dijera
que presentara en la sala de la audiencia de la Justicia de la sala alta de las
nuevas Casas de Cabildo. Así lo hizo. Y
A primeras horas de la mañana siguiente
estaba sentada Juana en los bajos de la primera casa de la calle Real
ante el alcalde mayor. Este le hizo jurar por Dios ante la cruz y, acompañada de su esposo
Lorenzo Navas. Prometió decir la verdad, No comenzaba bien la declaración, pues
negó que hubiera recibido el agnus Dei
de plata con sus cadena, y el relicario ni el abanico. No sabía cómo
iba reaccionar el procurador, pero
estaba claro que los símbolos de los esponsales se venían abajo. Además, justificaba
las demás prendas con las siguientes
palabras:
-Señoría, no se crea nada de las peticiones del
procurador. Que yo le entregué nada menos que
siete pesos de plata a quince reales para que me comprara las corbatillas de oro, y otros 75 reales armilla de damasco con puntas
de plata. En otra ocasión..
-Siga, siga, con su declaración
-Tampoco recibí pañuelo alguno,
( ah bueno, sí uno de lienzo estampado) ni la paletina, ni las medias de seda y estambre.
-Y ¿qué me dice del corte de guardapiés?
-En modo alguno.
-Y ¿del sombrero fino?.
- Tampoco
-Y el ceñidor de seda y la
viguela?
-Nada, de nada.
-Entonces,¿ cómo se relaciona
todo en esta acusación contra usted?.
-Se los dio a mi madre y en su
poder paran.
-
Recogió el alcalde las
declaraciones y se marchó a las habitaciones de su casa.
Parecía que el asunto se había
derrumbado por completo. O era un edificio en ruinas que no tenía por donde
meterle mano. Tan solo, una nimiedad, un
simple pañuelo podría denunciarse. Mal cariz tomó este juicio para Manuel
Navajo. Había sido una pura ficción, Delirios. Bravuconadas de un toro herido.
Por el camino, Juana y Lorenzo prepararon todo tipo de acciones para evitar cualquier
tipo de sospecha y burlar a su anterior pretendiente y a la justicia. Se ayudó de su marido a la hora de encubrir
aquellas alhajas. Ya al anochecer , salieron hacia la calle Bordador, donde
vivía su madre en una casas cercana a la de Manuel de Lastres. Se valió la oscuridad para ocultar debajo en
su cesto las joyas que recogió de un antiguo arcón. Su madre le acosó de
inmediato por la acción que llevaban a cabo y le increpó diciendo:
--No te las lleves, Juana. Te
pueden causar problemas.
-Contigo, no va el asunto.
Vienen a por mí y ya sabré lo que tenga que responder cuando se me pregunten
por ellas. Son mías , y sólo mías, no sabe usted madre que yo las adquirí con
mis ahorros .
Al escuchar las voces, los vecinos salieron de
su casas, y, entre ellos se encontraban el alguacil eclesiástico Francisco
Moreno entre otros, a los que le contó Ana de Mendoza que su hija se llevaba
las prendas de Manuel Navajo.
Por la calle Llana, el
matrimonio joven marchó al barrio del Barrero
y las subió a un pajar de su casa.
De esta manera, creían que no dejaban pistas algunas para aclarar el asunto.
El alcalde mayor, preocupado
por estas declaraciones. quería que se
resolvieran pronto las contradicciones. Y lo debía aclarar lo más pronto posible: Dos días después,
llamo al procurador de nuevo. Y este
alegó que se recibiera la declaración de Ana de Mendoza , la madre de Juana
para aclarar el asunto .
DECLARACIONES DE ANA DE MENDOZA
Para sentirse más seguro del
interrogatorio el Juez convocó a Ana de Mendoza una mujer que rondaba los
cuarenta y ocho años, y era viuda de un jornalero. Dudaba si aquel enamoramiento
había sido solo una ficción de Manuel y unos simples intentos de acercarse a
Juana. Le hizo jurar a la viuda ante la
cruz y le prometió decir la verdad. Desde el banquillo Ana de Mendoza.
Así le contestó a la pregunta de su relación
de parentesco.
-Sí usía, soy la madre de Juana
Galabardo, me llamo Ana de Mendoza y me
casé con Juan Galabardo.
-Promete decir la verdad,
- Sí, mi señor.
Le leyó el alcalde mayor el
pedimento de las alhajas que le había
regalado Manuel Navajo a su hija con motivo de los esponsales para casarse en
un futuro. Y Lo primero que le preguntó:
-¿Es verdad que Manuel
Navajo le regaló todas estas alhajas a su hija Juana?
-Si. totalmente, es cierto y
verdadero. Esas mismas que se contienen en el pedimento de ese señor.
-Podemos ir a su casa y verlas.
No , mi señor. Se encuentran desde la noche de la declaración de mi hija en su casa. Aquel día, su esposo la
atosigó en muchos momentos y ,juntos, acudieron a mi vivienda. Se llevaron el
agnus Dei con la cadenilla, , el relicario, el abanico, las corbatillas de oro,
la armilla, tres pañuelos ( el de seda, el de lienzo estampado y el de la china), el corte de guardapiés de
la indiana, la palatina con lentejillas de plata, el sobrero fino, los dos
pares de medias, y la vigüela.
-¿Todo?, Ana. ¿No quedó ni un
recuerdo para usted?
-No, mi señor, me he
precipitado al responderle. Aquel recuerdo quedó en mi casa.
-Explíquese.
- Por un lado, un pañuelo
de lienzo estampado que se consumió por
el uso; y el sombrero y la vigüela y el ceñidor quedaron en mi casa,
-Ah, ¿alguien compromiso tenía
con vd.?
-Nada, cuando quiera, mi señor,
las pongo en su poder. No quiero nada de lo que no es mío.
-Bueno, bueno, se aclara el
asunto. Su hija me ha engañado como un
pardillo. Le pregunto si le dio dinero a
Manuel Navajo para comprar todos estos vestidos y alhajas.
-En modo alguno, de dónde podía
sacarlo.
...........
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