EL SOLDADO MANUEL NAVAJO Y LA FIESTA DE LA VIRGEN DE LA CABEZA
Corría allá por el año 1753 y Alcalá la Real era una ciudad , donde se daban los últimos hálitos de la Iglesia Mayor de la Mota, porque la mayoría de la población se encontraba en las calles de los barrios que se extendían desde la Viñuela o las Cruces hasta el barrio de Santo Domingo. Pero el culto de la Virgen de las Mercedes y su imagen se habían convertido en un santuario intransferible dentro de aquella iglesia abacial, y no querían despojarse de los privilegios que comportaban su altar. El cabildo municipal ya no asistía a sus casas de la Mota, que las mantenía abandonadas y la casa del sacristán de la iglesia mayor se encontraban con mucho deterioro hasta tal punto que había solicitado, en muchas ocasiones, se les entregase otras nuevas o se ampliasen. El cabildo eclesiástico consiguió del ayuntamiento que le cediesen en gran parte de las Casas de Cabildo. E, inmediatamente, se pusieron manos a la obra hicieron unas pequeñas reformas en los tabiques de sus estancias superiores, donde se alojó, dejando la parte baja para los caballeros y regidores , porque lo necesitaban cuando acudían a las funciones principales de las fiestas de la tabla.
PRETENDIENTE DE JUANA
Manuel Navajo era un mozo
alcalaíno que se le habían despertado los amores en los primeros días de la
primavera. Y he aquí que le lanzó los
tejos a una dama huérfana de padre, Juana Galabardo y Mendoza.Su familia estaba
relacionada con el sastre Manuel Galabardo, que ejercía su oficio en el Llanillo, era niña única con todos los
inconvenientes de ser la reina de la casa. No sabía cómo manifestarlo, pero, de vez en
cuando aprovechaba alguno de sus amigos para insinuárselo a su pretendienta. Y, asistió a varios
encuentros a escondidas de los demás, sólo con ella, al mismo tiempo que la
esperaba en las solemnidades religiosas a la salida de la misa mayor de todos
los domingos. El requiebro primero dio sus frutos y , al cabo de unos meses, y a
pesar de algunos pasos en falso se pasó a conversaciones serias y regulares con
aquella dama de modo que , con el
consentimiento del a madre Ana de Mendoza, fijaron una fecha para declararse el
compromiso matrimonial. No sabían cuándo, pues acababa la Cuaresma, y se
escuchaban todavía los Oficios de Semana Santa , que imprimían una seriedad
protocolaria en la sociedad alcalaína. e, incompatible para celebrar gozosamente aquella
decisión trascendental para sus vidas. Y lo programaron para un día muy sonado,
al que habían acudido en años anteriores,
en la fiesta del domingo de abril dedicado a la Virgen de la Cabeza en la
iglesia de San Marcos.
Ya la gente no acudía apenas al cerro y los alcalaínos celebraban,
en la ermita de los primeros tajos, la fiesta de Nuestra Señora de la Cabeza con
una misa solemne y algún que otro convite, que congregaba mucho personal. Aquel
día se convocaron en la casa de Diego de Molina, y acudieron a la cita Ana
Delgado, que la pretendía Juan de Hinojosa, y su hermana Josefa, que todavÍa no se había casado
con Manuel de Hinojosa, otro jornalero; querían comprometerse a unos esponsales a toda
regla, con testigos y en un día sonado,
como un compromiso formal, a lo que vulgarmente le llamaban pedir la palabra.
Lo único que faltaba era el párroco. Lo hicieron de palabra y solemnemente con
juramento declarando que pronto se iban a casar y otorgar las dotes ante notario. Incluso pidieron
cita a los escribanos para llevarlas a cabo,. Aquel día, Manuel se puso su mejor ropa y lo mismo hizo
Juana. Ante su madre, le pidió casarse y contraer futuro matrimonio a Juana. La
joven le contestó con un rotundo acepto, seguido de acepto tus condiciones.
Era la fórmula más corriente de aquellos tiempos, se la comunicaban como una
norma de cortesía y protocolo social para transmitírselo unas a otras las doncellas entre ellas. Y, no solo quedó en meras palabras, sino que
le devolvió la promesa de matrimonio, para que el compromiso no quedara en el aire.
Como eran de familias humildes, y no tenían un anillo ni un pañuelo para colgárselo
al cuello, se cogieron las manos. Y sacó Manuel una cadena de plata con una
medalla de Agnus Dei, un Cordero de Dios, que lo colgó sobre su cuello, como muestra
de compromiso mutuo. Todo en regla y según el
convenio social. Pues hubo testigos, pero faltó el párroco o el capellán de la iglesia de San Marcos, lo que
era muy frecuente en esta clase de familias humildes que no podían comprometerse
al papeleo de los escribanos ni a los convites entre las familias de los
contrayentes. A Diego de Molina de se le saltaron las lágrimas, porque sabia
que el regalo de Manuel pertenecía a su propia madre, y era la única joya con
la que solía adornarse en las fiestas ( Este agnus era pequeño, de tres
esquinas, y con la cadenilla de plata). El
acto acabó con el regalo de una cruz argéntea de Caravaca para Manuel por parte de Juana. Los anillos quedaban sustituidos por
dos símbolos cristianos muy significativos.
Andaban locos,
el uno por el otro. Manuel no se
recataba en hacerle regalos con el sueldo de los pocos jornales que conseguía en
los cortijos de la zona. Un día fue a
casa de su madre Ana de Mendoza, que se encontraba con unas primas suyas, y le
regaló una armilla de damasco con puntas de plata fina. Y, lleno de alegría se
lo contó a su amigo de Leopoldo Peris. Otro día, estaban juntas las
mismas, y celebrando el aniversario
mensual de su promesa le trajo unas corbatillas de oro . Pero mira por donde en
1754, la ciudad debía enviar un cupo de soldados al regimiento de Caballería de Milán y el tuvo
que enrolarse o alistarse para marchar a la milicia. En la despedida , se
juraron y se juramentaron lo humano y lo divino. Sabía que no podía romperse un vínculo de palabra, y , tan solo, quedaba
que este matrimonio lo velara la iglesia. Como si quisiera ratificarlo
diariamente, no perdía ocasión para agasajar a Juana. Un día, fue un relicario;
otro una armilla de damasco con puntas de plata fina.
Y tuvieron que despedirse e a los pocos días. Llegó
al regimiento y el cabo furrier le preparó todos los Pronto cambió los amplios
calzones por otros azules, la camisa por la casaca, y para abrigarse la chupa roja, mantilla y tapajuntas azules con ojales de hilo o estambre amarillo
con azul y divisa encarnada. Las alpargatas
dejaron paso a los botines altos.
arlo.
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