Archivo del blog

lunes, 18 de abril de 2016

I. HACIA LA FIESTA ROMERA DE LA VIRGEN DE LA CABEZA.

EL SOLDADO MANUEL NAVAJO  Y LA FIESTA DE LA VIRGEN DE LA CABEZA

           



Corría allá por el año 1753 y Alcalá la Real era una ciudad , donde se daban los últimos  hálitos de la Iglesia Mayor de la Mota, porque la mayoría de la población se encontraba en las calles de los barrios que se extendían desde la Viñuela o las Cruces hasta el barrio de Santo Domingo. Pero el culto de la Virgen de las Mercedes y su imagen  se habían convertido en un santuario intransferible dentro de aquella iglesia abacial, y no querían despojarse de los privilegios que comportaban su altar. El cabildo municipal ya no asistía a sus casas de la Mota, que las mantenía abandonadas y la casa del sacristán  de la iglesia mayor se encontraban con mucho deterioro hasta tal punto que había solicitado, en muchas ocasiones, se les entregase otras nuevas o se ampliasen. El cabildo eclesiástico consiguió del ayuntamiento que le cediesen en gran parte de las Casas de Cabildo. E, inmediatamente, se  pusieron manos a la obra hicieron unas pequeñas reformas en los tabiques de sus estancias superiores, donde se alojó, dejando la parte baja para los caballeros y regidores , porque lo necesitaban cuando acudían a las funciones principales de las fiestas de la tabla.      

PRETENDIENTE DE JUANA

    
Manuel Navajo era un mozo alcalaíno que se le habían despertado los amores en los primeros días de la primavera. Y he aquí que  le lanzó los tejos a una dama huérfana de padre, Juana Galabardo y Mendoza.Su familia estaba relacionada con el sastre Manuel Galabardo, que ejercía su oficio en  el Llanillo, era niña única con todos los inconvenientes de ser la reina de la casa.  No sabía cómo manifestarlo, pero, de vez en cuando aprovechaba alguno de sus amigos para insinuárselo  a su pretendienta. Y, asistió a varios encuentros a escondidas de los demás, sólo con ella, al mismo tiempo que la esperaba en las solemnidades religiosas a la salida de la misa mayor de todos los domingos. El requiebro primero dio sus frutos y , al cabo de unos meses, y a pesar de algunos pasos en falso se pasó a conversaciones serias y regulares con aquella dama de modo  que , con el consentimiento del a madre Ana de Mendoza, fijaron una fecha para declararse el compromiso matrimonial. No sabían cuándo, pues acababa la Cuaresma, y se escuchaban todavía los Oficios de Semana Santa , que imprimían una seriedad protocolaria en la sociedad alcalaína. e,  incompatible para celebrar gozosamente aquella decisión trascendental para sus vidas. Y lo programaron para un día muy sonado, al que  habían acudido en años anteriores, en la fiesta del domingo de abril dedicado a la Virgen de la Cabeza en la iglesia de San Marcos. 

EL DÍA DE LA VIRGEN DE LA CABEZA Y LAS ESPONSALES

Ya la gente no acudía apenas al cerro y los alcalaínos celebraban, en la ermita de los primeros tajos, la fiesta de Nuestra Señora de la Cabeza con una misa solemne y algún que otro convite, que congregaba mucho personal. Aquel día se convocaron en la casa de Diego de Molina, y acudieron a la cita Ana Delgado, que la pretendía Juan de Hinojosa,  y su hermana Josefa, que todavÍa no se había casado con Manuel de Hinojosa, otro jornalero;  querían comprometerse a unos esponsales a toda regla,  con testigos y en un día sonado, como un compromiso formal, a lo que vulgarmente le llamaban pedir la palabra. Lo único que faltaba era el párroco. Lo hicieron de palabra y solemnemente con juramento declarando que pronto se iban a casar y  otorgar las dotes ante notario. Incluso pidieron cita a los escribanos para llevarlas a cabo,. Aquel día,  Manuel se puso su mejor ropa y lo mismo hizo Juana. Ante su madre, le pidió casarse y contraer futuro matrimonio a Juana. La joven  le contestó con un rotundo acepto, seguido de acepto tus condiciones. Era la fórmula más corriente de aquellos tiempos, se la comunicaban como una norma de cortesía  y  protocolo social  para transmitírselo unas a otras  las doncellas entre ellas.  Y, no solo quedó en meras palabras, sino que le devolvió la promesa de matrimonio, para que el compromiso no quedara en el aire. Como eran de familias humildes, y no tenían un anillo ni un pañuelo para colgárselo al cuello, se cogieron las manos. Y sacó Manuel una cadena de plata con una medalla de Agnus Dei, un Cordero de Dios, que lo colgó sobre su cuello, como muestra de compromiso mutuo. Todo en regla y según el  convenio social. Pues hubo testigos, pero faltó el  párroco o el  capellán de la iglesia de San Marcos, lo que era muy frecuente en esta clase de familias humildes que no podían comprometerse al papeleo de los escribanos ni a los convites entre las familias de los contrayentes. A Diego de Molina de se le saltaron las lágrimas, porque sabia que el regalo de Manuel pertenecía a su propia madre, y era la única joya con la que solía adornarse en las fiestas ( Este agnus era pequeño, de tres esquinas, y con la cadenilla  de plata). El acto acabó con el regalo de una cruz argéntea  de Caravaca para Manuel   por parte de  Juana. Los anillos quedaban sustituidos por dos símbolos cristianos muy significativos.
            Andaban  locos, el  uno por el otro. Manuel no se recataba en hacerle regalos con el sueldo de los pocos jornales que conseguía en  los cortijos de la zona. Un día fue a casa de su madre Ana de Mendoza, que se encontraba con unas primas suyas, y le regaló una armilla de damasco con puntas de plata fina. Y, lleno de alegría se lo contó a su amigo de Leopoldo Peris. Otro día, estaban juntas las mismas,  y celebrando el aniversario mensual de su promesa le trajo unas corbatillas de oro . Pero mira por donde en 1754, la ciudad debía enviar un cupo de soldados al  regimiento de Caballería de Milán y el tuvo que enrolarse o alistarse para marchar a la milicia. En la despedida , se juraron y se juramentaron lo humano y lo divino. Sabía que no podía  romperse un vínculo de palabra, y , tan solo, quedaba que este matrimonio lo velara la iglesia. Como si quisiera ratificarlo diariamente, no perdía ocasión para agasajar a Juana. Un día, fue un relicario; otro una armilla de damasco con puntas de plata fina.
             Y tuvieron que despedirse e a los pocos días. Llegó al regimiento y el cabo furrier le preparó todos los Pronto cambió los amplios calzones por otros azules, la camisa por  la casaca, y para abrigarse  la chupa roja, mantilla y tapajuntas  azules con ojales de hilo o estambre amarillo con azul y divisa encarnada. Las alpargatas  dejaron paso a los botines altos.
 arlo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario