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lunes, 8 de agosto de 2016

EN EL JAÉN DE HOY, OBITUARIO A CONSIUELO CANO ÁLVAREZ, LA PENÉLOPE ALCALÁINA.

CONSUELO CANO ÁLVAREZ

Mira por donde que mi amigo Antonio  López y yo estábamos conectados familiarmente por un nombre clásico de mujer. Un nombre que se remonta a la literatura y filosofía clásica latina de manos de nuestro antepasado hispanorromano Lucio Anneo Séneca, ese cordobés que sufrió en su cuerpo y alma las garras del nefasto emperador Nerón. Este polifacético escritor de la edad argéntea  desarrolló y explotó un género  muy  acorde con el mundo clásico del  imperio, y, sobre todo, con el segundo periodo del estoicismo medio, esa filosofía que impregnó a muchos autores y personas del pueblo andaluz. Me refiero al modelo de carta filosófica denominada “consolación”, por medio del cual el escritor trata de reconfortar y apaciguar  a sus familiares ( a  su madre  Helvia apenada por el exilio de su hijo , el propio Séneca,  acusado del adulterio de Julia, hija de Germánico; a  Marcia, por la muerte de sus hijos, y al liberto Polibio por la la muerte de su hermano). Y realiza la consolación  impregnándola de un sentido positivo,porque asume el dolor  y la aflicción humana, pero les recomienda la contención ante la desmesura mediante las normas moralistas de la entereza y la ataraxia, que frecuentaban los estoicos. Y esas consolaciones debieron extenderse en los primeros momentos del cristianismo aplicándolos a advocaciones de Jesucristo y de María, como se recogen al bautizar a muchas personas con el nombre de Consuelo. Mi tía Consuelo y la  madre de Antonio, con la  misma advocación mariana de este sentimiento humano conformista,  mantenían en la pose y en las relaciones humanas, idénticos modales, prestancia y saber estar. Pues, esas imágenes me quedaron  gravadas de ambas parientas, mi tía cuando vivía con mi tío José en aquella casa del último trayecto de la calle Mesa y, en mis últimos años de mi niñez visitaba con mi padre ; y estos mismos   de Consuelo Cano Álvarez, cuando tuve la suerte de acompañar a su hijo Antonio en las últimas visitas que realizó antes de marcharse al centro geriátrico de Cabra. Ese senequismo se reflejaba en una paciencia inmensa para elaborar todo tipo de tapices, adornos, tapetes, cuadros con esa artesanía de la paciencia del punto, que consume los millones de horas para acabar la margarita de blancos pétalos o para plasmar en el lienzo de hilo una copia de un cuadro de un artista universal. Tuve la suerte de que Antonio me condujera a esa atalaya de su piso de la calle los Álamos, donde resonaban los cortometrajes del antiguo parque Cinema,  y contemplar aquella obra de esta Penélope alcalaína, esperando a su marido Antonio tras su recorrido de casi maratón matutino por los campos alcalAÍnos. Una lección de amor, de pareja y familia.
            Con sangre joyera y charillera, se había afincado en Alcalá por los últimos años de su vida madura, tras la etapa de estancia en la aldea de Santa Ana, donde crió a sus hijos ( Antonio, Manuel  y Rosa) allá por los aledaños de las Casas Nuevas, donde formaban una nueva familia con todos aquellos vecinos en torno a las huertas y las canteras de esta aldea mayor del municipio alcalaíno.  Y esta mujer de mito hesiodiaco, parecía como si hubiera encontrado el apropiado momento  de su encuentro amoroso en un paraje a la faldas de las Entretorres, por entre el Navazo y los Cipreses, cuando su padre Malaquías arrendaba un cortijo cercano a aquel paraje de pastizal donde solía acudir Antonio López, su futuro marido e  hijo de antiguos pastores alcalaínos,  a pastorear  su ganado caprino.
            Esta mujer encontró  su pareja ideal y la lealtad compartida, que mantuvo hasta el final de su vida y plasmó en los hijos de su descendencia. Parece como si le cuadraran estos versos virgilianos aludiendo a la serenidad de espíritu que mantuvo hasta el final de su vida con la sonrisa placentera de las visitas filiales: Después, cuando alcances la edad viril plena, el viajero dejará de cruzar el mar, y el náutico leño no mercará los bienes: todo campo surtirá todas las cosas. No sufrirá el arado la tierra, ni la vid será podada; y a su vez el labriego desuncirá los robustos bueyes. No aprenderá la lana a mentir con variados colores; antes, ya en rojo múrice, ya en azafranada ajedrea, mudará el morueco en los prados su suave vellón; por sí mismo el minio vestirá al cordero que pace. ¡Rodad tales siglos!, dijeron a sus husos las Parcas.

            Y esta mujer convirtió como otros muchos ese consuelo senequista connatural en una vivencia personalizada por medio de su sencilla práctica religiosa al amparo de aquellas monjas egabrenses que le tendieron las manos en los últimos años de su vida. Cuando el cayado caritativo se necesita a pesar de los gran avances de las leyes de promoción social de la dependencia. Y así resonaron las palabras de consuelo cuando su féretro a los pies de la última angustia recibía el agua de la purificación y de la despedida en el templo dominico. Y resonaron estos versos de salmódicos Tu:, que me has hecho ver muchas angustias y males,/ Volverás a darme vida,/ Y de nuevo me levantarás de los abismos de la tierra. /Aumentarás mi grandeza,/ Y volverás a consolarme./ DESCANSE EN PAZ CONSUELO CON ESTE CONSUELO.







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