El costumbrismo del olivar.
De
épocas anteriores procede un rico refranero y unas costumbres que
impregnan la manera de ser de estas
gentes. El aceite, en palabras de un
escritor de la Sierra Sur era medicina, alimento y alumbrado. No es
extraño que el aceite no sólo se empleara para curar muchas enfermedades, sobre
todo contra el estreñimiento , sino
también tenía un importante valor
cosmético. Así se empleaba , según
dice Manuel Urbano, en el ornato del cabello femenino:
“Aunque no hay que
remontarse a tiempos de Felipe III,. Nosotros mismos hemos presenciado en Jaén
y en aldeas de Alcalá la Real, cómo la higiene de las largas trenzas de pelo de
las señoras, las que enrollábanse en moño, consistía en aceite y uso de
peinillas o lendreras; de este modo perpetuaban la cultura clásica, en la que
fue empleado para conferir brillo a los cabellos”[1]
Ni qué decir de la importancia del aceite desde el punto de vista
gastronómico, para hacer los panes de higo o las comidas que el pueblo también
cantaba según refería el autor mencionado.
“Pero recojamos , desde unas
seguidillas de Alosno, todo un catálogo
miguero, el desayuno campesino por excelencia durante siglos, hasta el punto de
que, en numerosos lugares, caso de Alcalá la Real, al lucero del alba se le
conoce por <>
Con la sal y el aceite
Migas
me hago
Con
una chispa torta
Y
otra de ajo
Son
migas canas,
Yo
las mojo con leche
Y
tú con agua.”
Tan
enraizada esta la labor aceitunera entre
los hombres y mujeres de la Sierra Sur, que muchos pueblos comparten cantares,
aunque se aprecien variantes, fruto de su lógica difusión. Curiosa es esta que
referimos con motivo del regreso del
tajo de los aceituneros en Alcalá la Real, cuando cantaban:
Aceituneros del pío, pío,
¿Cuántas
fanegas
habéis cogío?
A
la que los niños de esta ciudad contestaban:
Fanega y media
Porque
ha llovío;
Si
no llega a llover
Cogemos
más de tres.
O el tradicional remate que suele coincidir con
las fiestas carnavalescas, donde el
“gasto” o convite era compartidos por el
patrón y la cuadrilla y acababa amenizado por algún baile o intervenciones de
comparsas campesinas que posteriormente intervenían en el Carnaval oficial. Y
no es extraño que el pueblo se lamentara de que aquella fuente de ingresos
desapareciera tras este acto como sucedía en Valdepeñas: /merqué un vestío/ a
la segunda puesta/se me ha rompío/”
Las maneras tradicionales de
toda la gama de actividades relacionadas
con el olivar han pervivido: la poda, la plantación, el abonado, la recogida entre otras. La poda de los árboles era frecuente en toda la zona
Sur. Sin embargo, se complicaban cuando se esquilmaban los olivos para
proveerse de leña para el invierno y la cocina
y así lo reflejan las continuas ordenanzas persiguiendo su tala, ya desde el siglo XVII, como refiere
el profesor Coronas Tejada en las zonas de
los Villares y Valdepeñas.
Incluso, los cantes flamenco
recogen la actividad del carbón de olivo, como hemos
encontrado en otros lugares, cuando cantaban
Madre,
mi carbonero
No vino anoche
Y lo estuve esperando
Hasta las doce.
Carbón,
Carbón de encina,
Picón de olivo.
Niña bonita,
Vente conmigo.
Las maneras de plantación por otra parte, no difieren de las épocas
anteriores que se remontaban al periodo hispanomusulmán : por estaca, por
garrotes o de palanca.
Por estaca se caracterizaba por trasplantar las piernas de los
plantíos de garrotal y de las sierpes
que nacen de los pies de olivos o de los
acebuches. Era uno de los más usados,
pero ha caído en decadencia a favor de los garrotes, denominados por esta
zona como plantones, que suelen
plantarse en fincas con humedad o
en los corralones de cortijos o casas de
las aldeas y barrios rurales. El de palanca
no se emplea apenas ` por el carácter industrial y práctico.
El
orgullo olivarero se reflejaba en canciones como ésta de Los Villares:
“Antequera está en un cerro
Y
Molina entre olivares,
El
Rosario en el Arroyo,
Y el Trabuco en Los Villares”.
Finales del siglo XVIII
A finales
del siglo XVIII, Bernardo Espinalt describía las distintas ciudades en su
Atlante Español[2]l.
Y ya resumía la riqueza de Alcalá con las siguientes palabras:
“su término es fértil en trigo,
cebada, maíz, aceite, vino y legumbre, y sus huertas en frutas y hortalizas;
está plantado de olivos, viñas, árboles frutales y sus montes de encinas,
pinos, alcornoques y chaparros, y hay en ellos caza mayor y menor, y buenos
pastos para la manutención de ganados”
Otros interesantes documentos de finales del siglo XVIII nos ilustran de esta fase algo
expansiva del olivar. Se refieren a las
licencias para roturar tierras entre 1776 y 1799 expedidos por la Corona.
Curiosamente, una gran parte de las peticiones afectaban a dos pueblos de la
comarca de la Sierra Sur. En un caso, Valdepeñas su destino consistía en
plantar olivos y vides, porque estos terrenos, al ser montes y dehesas, eran
más válidos para este cultivo que para los cereales y, por otro lado, el
concejo municipal tenía necesidad de su
cultivo para abastecer a la población
que carecía de este producto para el
abastecimiento de la población y con el fin de dar trabajo a los jornaleros .
Debido a que el trabajo de desmonte y plantación suponía una fuerte inversión en los colonos,
se optó por el censo enfiteútico. El terreno de la dehesa boyal se dividió en
68 lotes de una fanega para repartirla
en igual número de personas
( jornaleros tres fanegas y labriegos de 3
yuntas 8 fanegas) Debían plantarla en un plazo de dos años y en terrenos baldíos
y dehesas que, a partir de su rotura, impedían el paso del ganado[3].
En Alcalá es muy ilustrativo el informe del alcalde mayor ante la solicitud hecha en 1794
a la Corona[4],
pues refería en la Junta de Propios que
muchos terrenos cambiaban el cultivo de los cereales por el del olivo y la vid
en los terrenos de la Dehesilla y Llano , ya que en atención de lo pedregoso de aquellos terrenos, y que si todos los
plantasen de vides y olivos, es preciso expender mucho gasto en ello, y sería de gran utilidad, respecto que para
siembra sólo pueden 3 o 4 años, y que la mayor utilidad de dichos terrenos es
para olivos y vides” .
El siglo XIX
Los datos generales de la provincia de Jaén demuestran que el
subsector del olivar resulta fundamental para comprender la evolución de su
agricultura, dentro del marco regional de Andalucía oriental donde se situaba.
Aunque se han hecho algunos estudios aproximativos, entre ellos los del
profesor Jiménez Blanco[5], las conclusiones , muy
matizadas para la comarca de la Sierra Sur y, sobre todo, para cada una de las
localidades, se pueden dividir, a lo largo del siglo XIX, en cuatro fases de acuerdo con dos parámetros fundamentales, la superficie plantada
de olivar de 1935 y la del año 1879, en la que ya estaba plantado el 61 % de la
extensión de olivar.
En una primera fase de iniciación en la transición del Antiguo Régimen
se vio favorecida por la primera desamortización de 1798 y por la estabilidad
de los terrenos de colonos, sobre todo, en los pueblos de la subcomarca de Alcalá
la Real, afectados por los anteriores rendimientos que iniciaban a dar
rendimientos: Castillo de Locubín, Frailes y aldeas como Charilla.
En una segunda fase, comprendida entre 1837 y 1855, se llevó a cabo
un mayor crecimiento de la extensión del olivar, favorecido por las
desamortizaciones de estos años, aunque en la subcomarca mencionada, el cereal
era muy significativo y el viñedo sufrió un fuerte caída debido a la filoxera.
Sin embargo, comenzaron a ponerse los cimientos con la plantación de estaca que
dará su mayor rendimientos a finales del siglo.
En la tercera fase, se produce un estancamiento en la extensión del
olivar, sobre todo, de los pueblos de la subcomarca norteña de la Sierra Sur ,
debido a la crisis agrícola y ganadera, aunque en la subcomarca de Alcalá la
Real comienzan a surgir nuevas
plantaciones y una extraordinaria industria molinera acercándose a los núcleos
rurales. Así, según Luis Garrido, el olivar de secano, asociado y de regadío había alcanzado en Alcalá la
extensión de 4.566 Has., en el Castillo311 (¿), y en Alcaudete, 5.227 Has, los
Villares 3.403 Has, Fuensanta 2039 Has y Frailes1.773 Has. Y ninguna en Noalejo
.
En la cuarta fase, a principios de siglo XIX, se asiste a un nueva
etapa de crecimiento de menor intensidad que la segunda fase, y muestra clara
de ella fue el nacimiento de importantes industrias aceiteras ( almazaras y de
extracción de orujo) que, en el caso de la Fábrica de Nuestra Señora de las
Mercedes de Alcalá la Real ocupaban uno
de los primeros puestos de la provincia.
En el Castillo de Locubín conviene hacer una aclaración, pues los
cambios de la estructura de la propiedad en el siglo XIX fueron
acompañados a las nuevas condiciones del mercado provincial y nacional. Pues,
coincidimos con las palabras de Masur
“La agricultura castillera
ha estado orientada al mercado desde hace tiempo. Los habitantes ha n cultivado
huertas y olivos para el beneficio de otros o han ofrecido su labor a cambio de
jornales. Hasta hace poco tiempo mucha tierra ha sido de propietarios
forasteros. Al menos durante 100 años han buscado los cultivos más lucrativos,
dadas las condiciones locales, por ejemplo, en el siglo XVIII moreras para los gusanos de seda; en el siglo XIX,
más olivos y en el XX, cerezos..”.
Producto
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Cantidad
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Consumo
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Precio fanega
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Trigo
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55.750 fanegas 42.350 fan .
45 reales
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Cebada
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23.960 fanegas 20.000
fan 25 reales
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