JUANA EXPÓSITO SÁNCHEZ
Hace unos años, escribí un obituario
con motivo de la muerte del entrañable Pepe Ibáñez Sánchez. Me extendía en la
larga y pausada conversación de un soldado que descansaba tras miles batallas,
el descanso ganado del guerrero. No olvidaba su inquietud cultural ni la deuda
que teníamos con su persona, sobre todo, en el renacimiento de la música
alcalaína y el regreso de la Agrupación Musical Pep Ventura. Recientemente
falleció su esposa Juana Expósito Sánchez. La recuerdo por las calles altas a la
falda del cerro de las Cruces, entre el callejón del Pintor y la Corredera
subiendo con dificultad los peldaños de un empedrado que se le hacía muy cuesta
arriba, cerca del entorno de la casa de su hija.
Y mira por donde que su figura siempre me
recordó al mítica Penélope, esa mujer paciente y heroína callada que esperaba
el regreso de su marido inserto en los avatares de la guerra de Troya. En este
caso, Juana escribió su poema épico de una Odisea mucho más prolongada, superior
a los nueve años de aquella contienda entre griegos y troyano. No sé quién desencadenó aquel enfrentamiento.
Pues, si seguimos el poema de Homero, todo se origina en torno al Juicio de
Paris, pero, si profundizamos en razones socioeconómicas, debió ser el control
de los intereses comerciales en la ruta de Oriente a Occidente.
Entre Juana y Pepe, se vivió una odisea similar que siempre
reflejó por escrito el diario secreto donde el marido ausente redactaba con una
prosa fluida y pasional su vida llena de aventuras. Juana era la esposa que
quedó en la Itaca de la ciudad de la Mota, al verse trucado el regreso por otra
guerra fratricida, en la que el joven Odiseo de la Sierra Sur entabló los
primeros pasos de su combate sobrevenido. Posteriormente, se desencadenó un
relato inverso al itinerario del poema griego, vinieron años en los que Juana
tuvo que tejer desde el lamento por la derrota,
el presidio cavernario en diversos escenarios de las cárceles, el destierro a tierras sevillanas, las
tentaciones de Calipso y Nausica, el tapiz retejido con miles de escenas no
deseadas recordando a los peligros de
los lotófagos y de Polifemo, el cuidado de su hija sin apenas conocer a su
padre hasta su adolescencia, los
Antinoos y al Laertes de turnos, y siempre, por encima de todo, tejiendo en el
tapiz la diosa Lealtad, mientras Pepe respiraba la libertad conseguida y
obligada a marchar por tierras
catalanas. Y, nunca pudo olvidar el regreso de su guerrero hacia la
tierra que le vio nacer, a su Ítaca ansiada en la que compartió su amor tejido
en la juventud. En la atalaya de la
Corredera como un faro de mar, compartió los últimos años de su esposo como si
quisiera recorrer todo el tiempo perdido de su ausencia, la propagación de la
afición de la música en recrear la nueva banda municipal, en fundar rondallas, o
en renovar la banda mixta, fue un pionero en crear academias para el fomento
del arte de la musa Euterpe. Y siempre Juana complaciéndolo en todas sus
aficiones de la época de júbilo como cronista visual y escritor de las
costumbres de la ciudad. Hasta el día que le dijo adiós definitivo hacia tierra
de Caronte, y se quedó bajo el cuidado de su nieta María José y de toda su
familia, que guardó los secretos de aquella Odisea y, sobre todo, cuidó con más
mimo incluso que la diosa Atenea a su abuela Juana hasta su óbito a la tierra
prometida, donde tejerá el tapiz definitivo.
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