DE LA FERIA DE GANADO A LA FERIA ACTUAL
Alcalá la Real fue siempre un lugar de paso y de intercambio comercial, social y cultural entre los pueblos de los antiguos reinos de Granada, Jaén y Córdoba. Era, en efecto, un cruce de caminos obligado a los diversos tipos de viajeros que cruzaban y recorrían las tierras de Andalucía o bajaban de Castilla hacia el reino de Granada. Desde que se instituyó la Corte en Madrid, a partir del siglo XVII, el camino real era frecuentado por todos aquellos que se dirigían a Granada o volvían de la capital de España, a través de una importante vía que pasaba por el Llanillo alcalaíno. Secretarios, miembros del Consejo de Estado, escribanos de la Corte, abogados, religiosos de las nuevas órdenes y mercaderes pasaban por la ciudad alcalaína para pernoctar o, simplemente, de paso hacia sus destinos en donde debían resolver los pleitos judiciales en la Chancillería de Granada o los complicados asuntos relacionados con la Corona. Por el camino de Córdoba, los viajeros y los comerciantes de la campiña cordobesa y de las antiguas tierras de la orden de Calatrava se adentraban en una extensa red comercial, en la que grandes grupos de arrieros traficaban el vino, el aceite, el trigo y otros alimentos con destino a la capital granadina y malagueña. Por otro lado, desde Murcia procedía otra ruta comercial que, además de comercializar el trigo desde Totana y los puertos del Mediterráneo a través de Iznalloz, tuvo gran importancia en el abastecimiento de las libras de seda para este tipo de artesanía que fue muy pujante en Granada, y, también, en el siglo XVI y XVII en la comarca alcalaína. Desde Málaga, los playeros, hasta principios de siglo XX, acercaban a los pueblos de Córdoba y Jaén por un camino que desde Vélez –Málaga atravesaba la comarca alcalaína y se bifurcaba hacia Priego y el Castillo de Locubín. A todo ello hay que añadir las redes intercomarcales de los mercados de ganado y de productos básicos, cuyo centro más importante se asentaba por el mes de septiembre en la feria de Noalejo sin olvidar otros caminos de menor trasiego comercial que enlazaban con Montefrío, Castillo de Locubín, Baena, Priego o Moclín. Y, aunque un poco más lejanos, también comunicaban con los pueblos del corregimiento: Loja y Alhama de Granada.
Una red básica de ventas y mesones jalonaban estas rutas en La Venta de los Agramaderos, del Carrizal, de Acequia, de Fuente Granada, de la Rábita, y, sobre todo, todas aquellas ubicadas en la calle de los Mesones, cerca de la Mota, y, a partir del siglo XVI en una calle que se convirtió en radial de la ciudad tal cual fue el Llanillo. Curiosamente, una de aquellas aceras recibía también el nombre de los Mesones, porque era lugar de posada obligatoria para viajeros y caballerizas en el paso por la ciudad.
No es, pues, extraño que los propios alcalaínos trataran de institucionalizar y fijar en el calendario anual este comercio espontáneo, atendiendo al repertorio ferial de los pueblos del entorno. El primer intento se hizo en tiempos de Felipe IV, en el año 1655, cuando el cabildo municipal solicitó una feria, que comenzara el día de San Agustín a finales del mes de agosto hasta el cuatro de setiembre, aludiendo que era ya una costumbre este tipo de transacciones comerciales, sobre todo, entre los ganaderos de la comarca y en la que se vendía, además de las cabezas de ganado, enseres del campo y otras menudencias. Aunque, hasta el año 1684 Carlos II, no concedió el reconocimiento oficial de la feria, ésta se celebró de forma ininterrumpida porque era una fuente de crear riqueza e ingresos para la Corona por su voraz afán recaudatorio en tiempos de los Austrias Menores con motivo de la deuda del Estado comprometida en las guerras contra Portugal, Cataluña y Francia. Su ubicación era junto a la posada de los Álamos y el dispositivo de control corría a cargo de las autoridades municipales y del corregidor. El tráfico de mercancías consistía en la tradicional compraventa de ganado, y alimentos, al mismo tiempo que servía de foco de atracción de diversos tipos de artesanos que acudían a vender los utensilios de labranza y los objetos domésticos. Famosos eran por aquellos tiempos todos los objetos derivados de la calderería y del cobre de Lucena, así como los buenos vinos de las tierras cordobesas.
Cuando Carlos II la reconoció atendió el interés social y económico, pues la comarca se encontraba abatida por la epidemia que por los años 1680-1682 había asolado una parte de la comarca, sobre todo, en el Castillo de Locubín, perteneciente a la ciudad de Alcalá la Real. Con la instauración de la feria se pretendía reavivar la decadencia de la economía local afectada por los años de sequía y la falta de recursos provocados por la decadencia de la industria local, principalmente, la seda que había decaído con el cierre de un gran número de talleres transformadores de la seda. Además, era notoria la primacía de la agricultura sobre la ganadería, ya que se habían roturado un gran número de campos para poder afrontar todos los gastos de las empresas locales, derivadas por la política nacional comentada. A todo esto había que añadir que el pujante comercio del vino ya no tenía una salida en el mercado regional, afectado por los nuevos vinos cordobeses y la competencia de los vinos locales del reino de Granada. Sirva de ejemplo, que el mantenimiento de la dependencia del Castillo de Locubín, entre otras deudas, provocó una carga financiera enorme en la depauperada hacienda local.
Cuando el corregidor Alfonso Montoya, los miembros del cabildo y el grupo de expertos, que elaboraron el Catastro de la Ensenada, respondieron a la rentabilidad de la feria alcalaína a mediados del siglo XVIII, no debía ofrecer gran rentabilidad a la entidad municipal, pues la respuesta era de la siguiente manera: .” Hay una feria que se celebra el día 14 de septiembre y sigue los ocho días siguientes y la utilidad, que contempla y resulta de ella, es para el ramo del viento, la que ascenderá a 1.000 reales que percibe el arrendatario de est ramo, que lo s Pedro Mellado, a quien no pueden considerar alguna por el respecto a tener que pagar rentas provinciales 8.100 reales, en que está arrendado y que no hay otra cosa”.
No obstante, la feria ya se encontraba plenamente institucionalizada, y ya se había trasladado la fecha de comienzo, para no hacer competencia a la de Noalejo que se celebraba en los primeros días de septiembre, y había apelado a la Corona por el impedimento que daba lugar a los ganaderos que acudían a ella.
Nuevas vicisitudes provocaron que en el siglo XIX, tanto la ubicación del recinto ferial se ampliara hasta la calle Real, se alquilaran las dependencias del Palacio Abacial para fines comerciales en los días de feria, y que el Llanillo, la zona anexa a la iglesia de San Antón y el Paseo de los Álamos se convirtieran en el lugar de la feria. El auge de ésta fue cada vez mayor en una comarca dependiente de la agricultura y de la ganadería en un porcentaje de más del 80 % de población. A su reclamo acudieron atracciones y divertimentos de la época, sobre todo, el teatro, y, posteriormente, en estas fechas se realizaban las sesiones de cine a partir de principios del siglo XX.
La historia de la feria es variopinta, pues junto a las transacciones comerciales, surgieron algunos conatos de enfrentamientos entre los cobradores de impuestos y los forasteros, que obligaban a intervenir a las autoridades públicas. Es un cúmulo de momentos de suspensiones por motivos de salud, sobre todo, en el siglo XIX, en el que afectaron las epidemias a muchas comarcas de Andalucía. Pero no todo era alegría, sino que la gran masa de jornaleros a veces se veía sumida en la más extrema pobreza, de ahí que un acto obligatorio del programa lo constituyera el reparto de pan entre los pobres por medio de los regidores y comisarios acompañados de los párrocos de la localidad. Esto se mantuvo hasta los años treinta del presente siglo, momento que fue transformando paulatinamente nuestra feria, que era una de las de mayor arraigo comercial en una feria festiva en detrimento de la actividad comercial que se generaba a su amparo. Las antiguas barracas, que a principio de siglo compró el ayuntamiento para actividades comerciales, se convirtieron en tabernas temporales, en casetas de baile, hasta que recientemente, con el traslado del recinto ferial en el paraje de la Magdalena, se ha culminado el proceso de cambio de una feria comercial, eminentemente, ganadera, en otro tipo de feria de influencia sevillana, quedando como un residuo nostálgico la celebración de la feria de ganado.
Por ello, son dignos de aplaudir todos los intentos que han tratado de mantener la actividad comercial en los diversos momentos de la historia ferial con las exposiciones ganaderas, ferias artesanas, y, recientemente, con la feria de maquinaria agrícola y ganadera y el Salón del desarrollo local recuperando el local del Servicio Nacional del Trigo para desarrollar y proyectar nuestra comarca en el ámbito comercial y económico.
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