CHARILLA, LA TIERRA Y  EL HOMBRE
Pues, parece como si, en estos lares, se entablara  un  bello diálogo de  amor entre sus aldeanos y la tierra, un
diálogo de orgullo entre el ser   y el ensueño, 
un bello vínculo que se parece a todos aquellos enamorados de la poesía,
 el mismo que cantaba  Ben Jakán, poeta charillero,  cuando lo hacía con estas bellas palabras:
Me perdí, y
dejé mi continencia en el desierto;
Y monté mi
gozo a rienda suelta.
Me ofreció la
rosa de sus mejillas,
Y la
recogí  con la mirada sin pecado.
Quise
abstenerme de su amor, pero no pude,
Mostrándole
seriedad en medio de la broma.
Y dejé que mi
corazón fuese, por el ardiente afecto,
Como un ave
con la que vuelan, sin ala, los deseos.
Por eso, no es de extrañar que los charilleros siempre
se ufanen de que  han nacido en esta
tierra, y Charilla sea su escudo y honor, su tarjeta de presentación en
muchos  lugares de España, porque esta
tierra ha dado muchos frutos. Ya hace ciento cincuenta años, de esta manera nos
la describía bellamente  el ministro  Madoz 
en tiempos de Isabel II
“aldea con dos
alcaldes pedáneos en la provincia de Jaén. Es uno de  los doce partidos de campos de la ciudad de
Alcalá la  Real , y, por tanto,
corresponde a su partido judicial  y
abadía, distando de ella media legua. Está al sur al pie del cerro de la Torre , sobre la cañada de la Boca  de Charilla, en terreno
bastante alegre y pintoresco, por las muchas aguas que fertilizan sus ruedos y
la multitud de  cerros que la circundan,
formando variados paisajes. Su figura es irregular, sus once calles tortuosas y
la mayor parte sin empedrar, aunque casi todas llanas y  anchas; sus 184 casas, una de  un piso, dos de tres y las demás de dos
pisos””
   Esta tierra tiene vida, y  el agua 
oculta que llora, se esconde y y lagrimea de  sus manantiales para  convertir las tierras áridas en ricas
huertas. Esta tierra, la del nacimiento del río Juncal, con el que se regaban
los ricos frutales y hortalizas en otros tiempos, la de la Fuente Grade   y las de la Majadillas , Hoyo del
Peñón y Joya. De ahí que, al marchar a otros lugares,  nunca se olviden  de ella  sino que, en el lugar de la diáspora donde se asentaron
, siempre tengan  su alma puesta en
volver al sitio donde les vio nacer, o lo añoren en sus escritos o sus estudios
literarios, o, como decía vuestro famoso poeta
Mis alas se
agitan cada vez que se te menciona
O pasa tu
céfiro perfumado.
Y es que ese aire que baja de las Sierra del Marroquí,
Rompezapatos, el Marroquín  o  la
 Acamuña  les deja  una
huella imperdurable, e imborrable de la victoria del hombre  ante la aridez de la tierra y  el disfrute de la huerta conquistada. El
emigrante siempre añora estas tierras
labradas  y roturadas por sus manos en
los parajes agrestes de la
 Dehesa  o  de los
aledaños de los tajos cercanos al portillo de los Aspadores;   las tierras de olivos arrancadas de la madre
tierra de la Celada 
o de  los parajes asilvestrados de las
Entretorres;  soñará con los prados del
pastor en  las majadas cercanas al
Rompezapatos, La Lastra, Balazos, portillo de Alcalá o el Zurreadero; su  pensamiento se difuminar e n  los ensueños y encantaciones plasmados en
las  leyendas  y cuentos de fantasmas  y bandoleros de sus sierras, en  María Solís, la bella durmiente charillera de
uno de vuestros cortijos desimanados, donde se plasmaron tantas ansias de amor.
Si hablaran las paredes de las tinas, los techos de las caballerizas, se podría
formar una ruta turística de las leyendas imaginadas,  de relatos compartidos  y 
de  vivencias bucólicas al  amparo de 
viejas alquerías. ¡Cuánto podrían hablar  de ensueños y triángulos de amor  los cortijos del Hoyo del Peñón, la Nava , el Pozuelo, los
Sordos,  Sotillo, la Charloca  o los Barrios! …
En suma, esa lucha que hizo del charillero,  adalid del dominio de la naturaleza,  y  excelente
labrador que porfía en  convertir en  paraíso  muchos lugares en torno a los riachuelos, a
los pozos de las entrañas de la tierra y, sobre todo, en torno a la rica ribera
del arroyo del Guadalcotón. Por eso, me viene, estos versos de un poeta
jiennense que fue maestro en nuestra tierra Tomás Beviá, en forma de
fandanguillo:
La debla,
Tristísmo
canto….
El amargo
sudor
De tus
olivareros
Se hace óleo
santo.
Al venirme de
tu tierra
Fue mi adiós
un fandanguillo
Que canté
junto a un castillo..
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