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domingo, 14 de septiembre de 2014

DIARIO DEL RUTERO. EN EL BARRANCO DE LAS SALINAS.

´Hemos madrugado el segundo domingo de septiembre. A las nueve de la mañana. Tras recoger la prensa y toparnos con la procesión de la Virgen de la Aurora y el cristo de la Misericordia en medio de  los misterios del Rosario y una sarta de letanías, nos juntamos una veintena de senderistas de Huerta de Capuchinos. Nos dirigimos por la carretera de Priego y , por la nueva carretera de la Rábita, viramos hacia las Grajeras hasta llegar al Centro Social. En un cruce de caminos, emprendimos uno arrecifado de zahorra con dirección hacia el barranco de las Grajeras, en medio de una naturaleza plaga de olivares de riego, moteada de encinares y de cortijos transformados en nuevas casas rurales habitadas por súbditos europeos, principalmente ingleses.
Bajando una cuesta pendiente, topamos con la encina del Muerto que se yergue a las faldas del barrancal casi dando la copa con el cauce del barranco, y , unos pasos más adelante,  tras unos peldaños naturales preparados por el guía José Antonio Conde y su homónimo hijo, entre retamales y arbustos de monte bajo , nos adentramos en lo más profundo del barranco, que, como cauce sin agua, había dejado a diestro y siniestro pedruscos, restos de fósiles y de vez en cuando algún detritus arrastrado por las aguas primaverales. De una piedra yesera y estalactita, pero sobre todo de arrañal, rojizo, pasamos a una cubierta con una capa fingidamente nívea.
Unos trescientos metros recorrimos en medio de este paisaje hasta llegar a la fuente de agua salobre, que reventó de la tierra por debajo de la antigua fuente marcada por un cerco de mampuesto abandonado, del que surtía un canal y varios parterres o estanques abandonadas donde se evaporaba el agua para dar lugar a la sal. En torno a la fuentecilla, las rocas, algunas fósiles del mar antiguo de Tetis, estaban cubiertas de varias pulgadas de sal concentrada, muy apetecida por los curanderos y vecinos de este partido de campo, un lugar donde bajaban con las bestias a recoge este bien de la naturaleza supervalorado en tiempos de Austrias y Borbones. En alguna poza, junto el agua renacuajos que nos explican el origen de la vida con palabras sencillas del chiquillo.
Tras recoger algún que otro pedrusco y rellenar la botella de agua, subimos una vereda  escorzada y en rampas con gran desnivel hasta llegar un paraje similar al del principio entre olivares, linderos de alcaparrones, higueras y chumberas. Y muchas eras que recordaban  los cortijos nacidos allá por los repartimientos de Carlos III donde se conquistó  el monte bajo por medio de la roturación de tierras hasta convertirlas en tierras de labor de tercera y cuarta categoría según el Catastro de la Ensenada.    


Muchos alcaparrones, alguna que otra chumbera e higueras irritaron la  piel de algunos que intentaron acercarse a lo vetado por su piel de pinchos. Divisamos en la cornisa del barranco las antiguas cuevas, sustituto de los chozones de los aventureros de minas de aguas y de otra índole. Y en torno a un moral bajamos a la Fuente de los Gitanos, contemplamos pozos de paisaje  medieval y minas de mano de hombre que horadaron la tierra. Allí, nos refrescamos en el lavadero del paraje de las Grajeras y cayó una mora negra que otra en la ropa y en la boca.
Algún que otro desaprensivo había dejado en el camino un enser olvidado, existiendo puntos limpios. Por un carretera de asfalto llegamos a la fábrica de Alcalá Oliva, un aceite de lujo. Higueras negras, blancas, dulces como la miel.
El guía, a quien no hay palabras para agradécele la excelente visita, nos condujo a las Grajeras Medias entre ladridos de algún que otro mastín. Un pequeño parque natural de viviendas rurales nos mostró algún onagro y una muestra museística de aperos del campo, Al fin llegamos al Centro Social. Vuelta por el mismo lugar. Un aperitivo. Cerveza sin alcohol  y coco cola.  Un monumento al guía e hijo, que se vio lastimado y le hizo perder la paciencia aquel azogue de pinchos puntillosos que no podía quitarse y decía que necesitaba una lupa. Me invitó el lugar a escribir el relato del toldero Gómez. Os prometo que será la segunda parte del Relato del Diario del Rutero.
 



 


 

 



 












 











 











 


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