Durante los
siglos XVIII y XIX, se mantuvo el convento, atrayendo a muchas jóvenes
doncellas que ingresaron a su monasterio, a pesar de la decadencia poblacional
que se producía en su arrabal de la Trinidad, según se manifiesta en un informe
de traslado de las monjas desde la Mota al centro de la ciudad[1]. Como
se abandonó la fortaleza de la Mota, esto dio lugar a que las iglesias de la
nueva ciudad, asentada en el valle,
desempeñaran un papel fundamental en el papel del culto y enterramiento
de muchas personas devotas.
En la iglesia, tuvieron
lugares actos importantes de bendiciones de imágenes y estaciones de las procesiones de rogativas,
Letanías de Mayo y del Santísimo Sacramento y de Semana Santa. Se trasladaron
muchas ceremonias religiosas y protocolarias a este convento por parte de las
autoridades locales[2]. En
los primeros años del siglo XVIII, siendo abad Castell de los Ríos, el convento
ocupaba un papel fundamental en la vida religiosa de la ciudad, era el lugar de
recepción de la nueva imaginería abacial para completar el nuevo retablo de
Manuel del Álamo sin olvidar su placeta, que era estación protocolaria para
procesiones religiosas y cívicas. No es de extrañar que las imágenes de este
retablo mayor, obras contratadas a Bernardo de Mora, se recepcionaron en el convento y, a
continuación se trasladaran a la Iglesia Mayor Abacial en procesión general:
san Pedro se bendijo el día 9 de marzo de 1702 por el abad; el 13 de marzo de
1703 san Pablo y Nuestra Señora de la Asunción; el 11 de julio 1704, Santo
Domingo de Silos y san Dionisio Areopagita.
Por los datos remitidos a la Real Cámara de Castilla, en
1785, el convento albergaba 33 religiosas de coro y 13 legas y sus rentas
alcanzaban la cifra de 55.766 maravedíes.
Durante el
periodo de don Álvaro de Mendoza y
Sotomayor, se encuentra un análisis de la vida conventual muy objetivo, ya que
se conservan muchos años de sus libros de cuentas. El convento presenció un
cambio muy importante en la vida religiosa de la ciudad, porque la fortaleza de
la Mota
prácticamente abandonada y transformado el lugar del convento en uno de los
centros neurálgicos de la ciudad, al final de la calle Real y cercano la
iglesia de San Juan, que hacía de parroquia de Santa María la Mayor, se acrecentaron los cultos y actos. Por aquel
tiempo, cambió el itinerario de la procesión del Corpus Christi, pero mantuvo
la tradicional estación en su placeta.
En su templo,
se albergaba también la hermandad de
Santa Lucía que llevaba a cabo la fiesta
con todos sus gastos y dando una importante limosna a la comunidad; también
solía enterrarse familiares de fundadores de memorias, capellanías y
familiares de las monjas. Seguían siendo
importantes las fiestas de Nuestra
Señora de los Remedios bajo cuyo patronazgo estaba el convento;
la de la Santísima Trinidad
era la más solemne, en la que
participaban los importantes oradores eclesiásticos que impartían sermones el día de su fiesta y en
la octava; además se celebraba con un
ágape especial y se colgaban lienzos en
su templo adornado con juncia y otros elementos vegetativos, gayumba y
juncia, esteras de junco y
porcelanillas, y con la presencia de los
ministriles. Además intervenía una
capilla de música y se tenía
presencia de autoridades en sus bancos.
En su gobierno
abacial, se reformaron y se incrementaron
algunos bienes muebles y enseres: la ropa de sacristán y del refectorio;
el sobrepelliz del sacristán y una nueva casulla; se hizo una urna para
Nuestra Señora de los Remedios y un arca del Santísimo en Jueves Santo. Se tomaron 22 onzas de y tres cuartas
de plata para la lámpara de Nuestra Señora del Risco que importó 364 reales. También se compró un
rosario de granates para Nuestra Señora de los Remedios. Pequeños detalles se
adquirieron para el templo como pomas,
porcelanillas, lamparines, labor de tela de cáñamo; una campana del refectorio y se pintó el coro. En 1749 en concreto, se
llevó a cabo la venta de brocal de pozo,
se compró una pulsera para la Virgen y se hicieron obras
en cortijo y se adquirió un solar
en la Calle de la Antigua.
En 1750, con
la llegada del gobernador eclesiástico don Pedro Pablo de Vera Barnuevo Salcedo
y Fuenmayor[3], se cambiaron muchas costumbres del territorio abacial, entre ellas las procesiones y las rogativas,
sometiéndolas a un rigorismo ilustrado que
a veces se enfrentó con el propio
cabildo municipal y dio lugar a una depuración de los elementos festivos de la liturgia y manifestaciones religiosas. Emitió varios edictos sobre los días festivos, la prohibición de
los matrimonios, veladas y procesiones nocturnas en ermitas
salvo con licencia eclesiástica.
En esta línea no fue nada de
extrañar que se sometiera a un riguroso
control administrativo de las cuentas del convento con la presencia de su
visitador o delegando en algún miembro
del cabildo eclesiástico. Las cuentas
recibieron un detallado recuento de bienes y gastos, tal como se exponen en las tablas siguientes a partir del año
1754. En este año, se hicieron obras en chimeneas de las celdas, lo que nos
demuestra el sistema de calefacción de
la época.
Entre este año y el siguiente, se llevó a cabo la compra del solar de la Placeta de San Blas; se
aderezaron los misales y se mantuvieron las visitas , en las que el vicario
insistía en que se debían convocar al
gobernador, a la priora, depositaria, consiliarias y otra cualquier religiosa con los libros al
alcance de todas en el locutorio bajo; las cuentas debían exponerse claras con especificación de censos, arrendamientos de personas, cargos de
granos , número de fanegas, heredades, censos , cortijos; distinción de gastos de dinero y especie, obras , pleitos, compras u otras
cosas en cada año; debía hacerse una clara expresión de la producción del grano;, los
arrendamientos no debían ser vitalicios
sino subastados ante la prelada, consiliarios y mayordomos; las obras del convento o cortijos y casas se
debían hacer con la licencia del abad si se excedía de 10 ducados. Lo mismo en ventas y compras; las dotes o consumos de réditos de
censos debían ponerse en
depósito o en el archivo de tres
llaves, y los alcances puestos sobre
personas, y obligaciones de pago, En
1751, estaba el gobernador Vera y Barnuevo
enfermo y se le dio su poder a
don Agustín Garrido y Linares: entre otros acuerdos se aprobaron el cambio del haza del Puente de
Cardera por el cortijo de Gibralquite, se compró
un haza de la cofradía del Santísimo Sacramento en Palancares (11
fanegas y media), se compusieron la cruz
y fuentes y una salvilla de plata. Este año, también, el convento participó de la bula apostólica
concedida por el papa con motivo de ser
declarado Año Jubilar, en el que se ganaban gracias e indulgencias, este
mismo año el convento se vio afectado
por la real orden en la que
se sacaron mayores partidas del excusado
según le obligó don Manuel de los Cucto.
En 1752, en el templo de su convento se llevó a cabo
una tanda de confirmaciones por el arzobispo de Granada, don Onésimo de
Salamanca y Zaldívar. Al mismo tiempo que concedieron indulgencias para los devotos que acudieron al templo con
imágenes y rosarios. Con motivo de su presencia del arzobispo, el provisor de la abadía recibía el título de examinador sinodal del
arzobispado de Granada. Se hizo la venta
de de una haza a Francisco López y se sometió el convento a
la relación de la Única Contribución, ordenada por el
Marqués de la Ensenada ;
además se hizo la compra de solar de Lorenzo d la Cruz
En 1754, fue nombrado gobernado y provisor don
Mateo Camaño[4] y, de acuerdo con el
concordato que se firmó entre el rey y
el Papa, el convento debió remitir la
copia de de todos los bienes, capellanías y patronatos. También, se instauró la fiesta de San Juan de Mata,
con música, , sermón y la solemnidad que requería al patrón de la Orden Trinitaria.
Era frecuente también en las fiestas la presencia de una capilla de música que
interpretaba canciones y villancicos
apropiados de tal manera que el convento se obligaba a pagar su composición;
Esta composición poco a poco se fue reservando para Navidad.
Entre 1755
y 1760, el nuevo gobernador Mateo Díez Castaño, abogado de los Reales
Concejos, vicario, juez de rentas , y
nueva priora sor Manuela del Espíritu Santo,
superiora Mariana de san Juan de Dios. Ana de san Jacinto depositaria, junto con el mayordomeo Ceferino de Torres
llevaron a cabo una renovación administrativa:
- Se fundó una memoria de misa cantada por don Pedro García
Tendilla, que era jurado de la ciudad, sobre una casa en la calle Llana. Debía
decirse con sermón y dedicada a Nuestra Señora del Risco en el convento[5]
-Se adquirieron varias casas en calle de la Yedra. Se pagaron varios
censos de Cádiz - E n 1755, Priego y
Castillo. Carca buey y Granada, y
de un
escribano del cabildo.Pero, entre 1756 y
1757 , el convento tuvo que afrontar significativos gastos( 216 reales
de tala y devastación ) para afrontar
la epidemia de la langosta que se
extendió en muchas posesiones. En concreto e n 1760, el
convento hizo varias gestiones para el
cobro de sus censos en la villa de Pegalajar, donde viajó el mayordomo.
La
administración de convento tuvo un auge muy grande entre los años 1760 y
1770 comprando solares como en la calle Parras y reedificando casad nuevas como la de Francisco Rosales; otra en la casa esquina de
calle Llana y Caridad por Manuel Peñalver, otra en la calle
Veracruz por José Vinuesa), otra en la calle Veracruz,
propiedad de la familia Cabrera,
herederos de los bienes del presbítero Manuel del Álamo. Y se adquirieron otras hazas en Portillo Cerrado, 17 fanegas
en el arroyo de Charilla a la familia de Bernabé de Alba, y un nuevo cortijo
con 7 fanegas de tierra en la Hortichuela. Ascendía la producción anual a 32. 868 reales de vellón
A principios
de 1761,
murió el abad en Madrid y fue enterrado en el
convento de san Gil. Se acrecentaron los alquileres de las casas, y, entre ellas,
un nuevo mesón se adquirió en el
Llanillo, junto a la calle Braceros, que era propiedad de doña Josefa Cedillo.
Al morir ésta, los tomó el convento para
satisfacer los 1.800 ducados que sobre
sus bienes estaban impuestos de las dotes las madres sor Ana de san José Muñoz,
sor doña María de san Miguel y sor Ana de san
Cristóbal Ávila, difunta. Además el convento se enriqueció con obras
menores de platería, se compró el
esterado para sala del coro, sala de labor y otras oficinas. Se hicieron
reformas y reparaciones en la Iglesia, huerto, cuarto común, alhorí
y cuarto del carbón, al mismo
tiempo que se limpiaron los escombros de los cuartos quemados de un
incendio que se produjo en estas dependencias y en el que intervinieron ocho peones a los que el convento dio pan,
vino y salario en su extinción. Durante,
este año se estableció como fiesta importante y la celebración de su Función
religiosa, el día de los de Inocentes,
y se adquirió romero para dar mayor solemnidad al día de la
Purificación. Eran importantes las celebraciones de Cuaresma, las fiestas de
los patriarcas, y la de la Santísima Trinidad, porque acudían
importes presbíteros para realizar los
sermones.
.
Como bienes
espirituales, en 1779 el presbítero Juan Díaz de Arjona recibió de parte de
Pedro Puchol, vecino en Roma, una donación de varias reliquias de santos (San
Justo, san Celestino, san Vicente y santa Fructuosa, todos mártires), que se lo
donó a su hermana y esta al convento; un año después, el mismo presbítero
recibido de otro vecino romano Juan
Valladares las reliquias de los
San Crescencio, san Severiano, y Santa Victoria realizando la misma donación al
convento. El mismo año el padre fray Cristóbal de San Miguel envió y donó al
convento el brazo del beato fray Miguel de los Santos. Al año siguiente, se
extiende la devoción de la Santísima Trinidad: se hizo un arco a ella en la
placeta de Consolación, se realizó un trisagio y se colocaron cuadros en
distintos sitios públicos.
En 1785, el
convento tenía 1 religiosa de coro, 33
monjas, 13 legas y un presupuesto de 55.766 maravedíes, según se recogía por
las aportaciones a las rentas decimales en los archivos de la Abadía y
aportados a la Cámara de Castilla. No
era de extrañar que, a finales del siglo
XVIII, se hicieran órdenes por el señor abad Palomino Lerena en el convento de
la Trinidad con motivo de la fiesta de la Santísima Trinidad.
En
estos años, el convento sus bienes y
rentas seguían siendo estar administradas por un presbítero. Debieron sufrir algunas
mermas de sus bienes, debido a las
diferentes desamortizaciones que se fueron sucediendo desde Godoy, porque
afectaron a muchas memorias y capellanías
y a las cofradías de la ciudad
En la
actualidad se reduce a 21 monjas profesas , de velo negro, y seis de blanco, habiéndose escalustrado una
de ellas, estuvieron sujetas al provincial y demás prelados de su orden hasta
el año 1560. que obtuvieron una bula de Pío IV para estarlo al ordinario de la
ciudad. Los ornamentos y vasos sagrados son muy buenos y sus bienes eran muy
cuantiosos". En concreto, en un
cuadro adjunto, detallaba que el convento poseía 1.572 fanegas de tierra, 19
celemines, 12 casas, un horno, un mesón
y una posada en los Álamos.
Descendía
el número de monjas con el paso de los
años y prácticamente todos sus alrededores mirando a la fortaleza de la Mota,
se habían convertido en solares, huertos y fincas abandonadas. En 1838, el
convento albergaba 22 monjas (18 de velo
negro y 8 de velo blanco), dos sirvientas y una laica y, e 1850, Madoz
comentaba en su Diccionario: "
En
julio de 1855, el Gobierno quiso aplicar el Decreto de agosto de 1831 por el
que se disponía que se suprimieran los conventos de monjas que no tuvieran doce
monjas profesas. Aunque el monasterio de las dominicas tuvo problemas, y se
salvó gracias ala mediación del ayuntamiento
alegando que prestaba buenos servicios a la comunidad con una escuela de niños en su convento, el convento trinitario superaba con creces el
número de monjas e exigido y no fue objeto de debate[6].
En
1884, se produjo un giran terremoto que afectó a muchos edificios públicos de
Alcalá e hizo resentirse gravemente la estructura del inmueble de las monjas
trinitarias.
En 1878, formaban el convento unas 24 monjas, varias
de Frailes y una de Alcaudete. En el
mismo convento, se encontraba la vivienda del sacristán, que era José Muñoz
Ortega, casado con Mercedes Valverde Armenteros, cuya casa de vecindad era la nº 81, En el padrón de 1891, solo eran 27 monjas
y el convento no tenía numeración de la calle Real, pero rondaba el
número 100 de vecindad: La mayoría de las monjas son alcalaínas, salvo 4 fraileras y una de Alcaudete.
[1] AMAR. Acta de cuatro de
enero de 1670.
[2] MARTÍN ROSALES, Francisco.
Carlos II. Arrabal 09. Pág.
[3] Era un soriano que había
alcanzado la sede episcopal de Osma y
disfrutaba de la confianza del arzobispo de Burgos, don Pedro de la Cuadra y Hachiaga, a quien
confió la visita de su arzobispado porque confiaba en sus conocimientos
jurídicos ya que era abogado de los Reales Concejos.
[4] Natural de Villava,
licenciado en leyes, abogado de los Reales Concejos, beneficiado de la iglesia
de Adalid, provisor y vicario de la villa de Oviedo. También,
[6] AMAR. Acta de 9 de agosto
de 1855.
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