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domingo, 5 de junio de 2016

6. DECADENCIA. SIGLOS XVIII Y XIX. EL CONVENTO TRINITARIO.



Durante los siglos XVIII y XIX, se mantuvo el convento, atrayendo a muchas jóvenes doncellas que ingresaron a su monasterio, a pesar de la decadencia poblacional que se producía en su arrabal de la Trinidad, según se manifiesta en un informe de traslado de las monjas desde la Mota al centro de la ciudad[1]. Como se abandonó la fortaleza de la Mota, esto dio lugar a que las iglesias de la nueva ciudad, asentada en el valle,  desempeñaran un papel fundamental en el papel del culto y enterramiento de muchas personas devotas.
            En la iglesia, tuvieron lugares actos importantes de bendiciones de imágenes  y estaciones de las procesiones de rogativas, Letanías de Mayo y del Santísimo Sacramento y de Semana Santa. Se trasladaron muchas ceremonias religiosas y protocolarias a este convento por parte de las autoridades locales[2]. En los primeros años del siglo XVIII, siendo abad Castell de los Ríos, el convento ocupaba un papel fundamental en la vida religiosa de la ciudad, era el lugar de recepción de la nueva imaginería abacial para completar el nuevo retablo de Manuel del Álamo sin olvidar su placeta, que era estación protocolaria para procesiones religiosas y cívicas. No es de extrañar que las imágenes de este retablo mayor, obras contratadas a Bernardo de Mora,  se recepcionaron en el convento y, a continuación se trasladaran a la Iglesia Mayor Abacial en procesión general: san Pedro se bendijo el día 9 de marzo de 1702 por el abad; el 13 de marzo de 1703 san Pablo y Nuestra Señora de la Asunción; el 11 de julio 1704, Santo Domingo de Silos y san Dionisio Areopagita.  Por los datos remitidos a la Real Cámara de Castilla, en 1785,  el convento albergaba 33  religiosas de coro y 13 legas y sus rentas alcanzaban la cifra de 55.766 maravedíes.
Durante el periodo de don Álvaro de Mendoza  y Sotomayor, se encuentra un análisis de la vida conventual muy objetivo, ya que se conservan muchos años de sus libros de cuentas. El convento presenció un cambio muy importante en la vida religiosa de la ciudad, porque la fortaleza de la Mota prácticamente abandonada y transformado el lugar del convento en uno de los centros neurálgicos de la ciudad, al final de la calle Real y cercano la iglesia de San Juan, que hacía de parroquia de Santa María la Mayor,   se acrecentaron los cultos y actos. Por aquel tiempo, cambió el itinerario de la procesión del Corpus Christi, pero mantuvo la   tradicional  estación en su placeta.
En su templo, se albergaba también  la hermandad de Santa Lucía  que llevaba a cabo la fiesta con todos sus gastos y dando una importante limosna a la comunidad; también solía  enterrarse familiares de  fundadores de memorias, capellanías y familiares de las monjas.  Seguían siendo importantes las fiestas de  Nuestra Señora de los Remedios bajo cuyo patronazgo estaba el  convento;  la de  la Santísima Trinidad era  la más solemne, en la que participaban los importantes oradores eclesiásticos que  impartían sermones el día de su fiesta y en la octava;  además se celebraba con un ágape especial  y se colgaban lienzos en su templo adornado con juncia y otros elementos vegetativos,    gayumba y  juncia,  esteras de junco y porcelanillas, y con la presencia de los  ministriles.  Además intervenía una capilla de  música y se tenía presencia  de autoridades  en sus bancos.

En su gobierno abacial, se reformaron y se incrementaron   algunos  bienes muebles  y enseres: la ropa de sacristán y del  refectorio;  el sobrepelliz del sacristán y una nueva casulla; se hizo una urna para Nuestra Señora de los Remedios y un arca del Santísimo  en Jueves Santo. Se  tomaron 22 onzas de y tres cuartas de plata para la lámpara de Nuestra Señora del Risco  que importó 364 reales. También se compró un rosario de granates para Nuestra Señora de los Remedios. Pequeños detalles se adquirieron para el templo como  pomas, porcelanillas, lamparines, labor de tela de cáñamo; una  campana del refectorio y  se pintó el coro. En 1749 en concreto, se llevó a cabo  la venta de brocal de pozo, se compró una pulsera    para la Virgen y se hicieron obras en cortijo y se adquirió un  solar en  la Calle de la Antigua.
En 1750, con la llegada del gobernador eclesiástico don Pedro Pablo de Vera Barnuevo Salcedo y Fuenmayor[3],  se cambiaron muchas costumbres  del territorio abacial, entre ellas  las procesiones y las rogativas, sometiéndolas a un rigorismo ilustrado que  a veces se enfrentó  con el propio cabildo municipal y dio lugar a una depuración de los elementos festivos de la  liturgia y manifestaciones religiosas.  Emitió varios edictos  sobre los días festivos, la prohibición de los matrimonios, veladas y procesiones nocturnas  en ermitas  salvo con licencia eclesiástica.   En esta línea no fue nada  de extrañar que  se sometiera a un riguroso control administrativo de las cuentas del convento con la presencia de su visitador o delegando en algún  miembro del  cabildo eclesiástico. Las cuentas recibieron un detallado recuento de bienes y gastos, tal como se exponen  en las tablas siguientes a partir del año 1754. En este año, se hicieron obras en chimeneas de las celdas, lo que nos demuestra el sistema  de calefacción de la época.   
Entre este año  y el siguiente,  se llevó a cabo la compra del solar de la Placeta de San Blas; se aderezaron los misales y se mantuvieron las visitas , en las que el vicario insistía en  que se debían convocar al gobernador, a la priora, depositaria, consiliarias  y otra cualquier religiosa con los libros al alcance de todas en el locutorio bajo; las cuentas debían exponerse claras  con especificación de  censos, arrendamientos de personas, cargos de granos , número de fanegas, heredades, censos , cortijos;  distinción de gastos de dinero y  especie, obras , pleitos, compras u otras cosas en cada año; debía  hacerse  una clara expresión  de la producción del grano;, los arrendamientos no debían ser  vitalicios sino subastados ante la prelada, consiliarios y mayordomos;  las obras del convento o cortijos y casas se debían hacer con la licencia del abad si se excedía de 10 ducados.  Lo mismo en ventas y compras;  las dotes o consumos de réditos de censos  debían  ponerse en  depósito o en el   archivo de tres llaves,  y los alcances puestos sobre personas, y obligaciones de pago,         En 1751, estaba el gobernador Vera y Barnuevo  enfermo  y se le dio su poder a don Agustín Garrido y Linares: entre otros acuerdos  se aprobaron el cambio del haza del Puente de Cardera por el cortijo de Gibralquite,  se compró  un  haza de la cofradía del  Santísimo Sacramento en Palancares (11 fanegas y media), se compusieron  la cruz y fuentes y una salvilla de plata. Este año, también,  el convento participó de la bula apostólica concedida por el papa con motivo de ser  declarado Año Jubilar, en el que se ganaban gracias e indulgencias, este mismo año  el convento se vio afectado por  la real orden  en la que  se sacaron mayores partidas del excusado  según le obligó don Manuel de los Cucto.
En 1752,  en el templo de su convento se llevó  a cabo  una tanda de confirmaciones por el arzobispo de Granada, don Onésimo de Salamanca y Zaldívar. Al mismo tiempo que concedieron indulgencias  para los devotos que acudieron al templo con imágenes y rosarios. Con motivo de su presencia del arzobispo, el  provisor de la abadía recibía  el título de examinador sinodal del arzobispado de Granada.  Se hizo la venta de  de una haza a  Francisco López y se sometió el convento a la  relación  de la Única Contribución, ordenada por el Marqués de la Ensenada; además se hizo la compra de solar de Lorenzo d la Cruz

En  1754, fue nombrado gobernado y provisor don Mateo Camaño[4] y, de acuerdo con el concordato  que se firmó entre el rey y el Papa,  el convento debió remitir la copia de de todos los bienes, capellanías y patronatos. También,  se instauró la fiesta de San Juan de Mata, con música, , sermón y la solemnidad que requería al patrón de la Orden Trinitaria. Era frecuente también en las fiestas la presencia de una capilla de música que interpretaba  canciones y villancicos apropiados de tal manera que el convento se obligaba a pagar su composición; Esta composición poco a poco se fue reservando para Navidad. 

Entre 1755 y 1760,  el nuevo gobernador  Mateo Díez Castaño, abogado de los Reales Concejos, vicario, juez de rentas  , y nueva  priora sor Manuela del Espíritu Santo, superiora Mariana de san Juan de Dios. Ana de san Jacinto depositaria,  junto con el mayordomeo Ceferino de Torres llevaron a cabo una renovación administrativa:
- Se fundó una memoria  de misa cantada por don Pedro García Tendilla, que era jurado de la ciudad, sobre una casa en la calle Llana. Debía decirse con sermón y dedicada a Nuestra Señora del Risco en el convento[5]
-Se adquirieron varias  casas en calle de la Yedra. Se pagaron varios censos  de Cádiz - E n 1755, Priego y Castillo. Carca buey  y Granada, y de  un  escribano del cabildo.Pero, entre  1756 y  1757 , el convento tuvo que afrontar significativos gastos( 216 reales de tala  y devastación )  para afrontar  la  epidemia de la langosta que se extendió en muchas posesiones. En concreto e n 1760, el convento hizo  varias gestiones para el cobro de sus censos en la villa de Pegalajar, donde  viajó el mayordomo.



La administración de convento tuvo un auge muy grande entre los años 1760 y 1770  comprando solares  como en la calle Parras  y reedificando  casad nuevas como la de  Francisco Rosales; otra en la casa esquina de calle Llana y Caridad  por  Manuel Peñalver, otra en la calle Veracruz  por  José Vinuesa), otra en la calle Veracruz, propiedad  de la familia Cabrera, herederos de los bienes del presbítero Manuel del Álamo. Y se adquirieron  otras hazas en Portillo Cerrado, 17 fanegas en el arroyo de Charilla a la familia de Bernabé de Alba, y un nuevo cortijo con 7 fanegas de tierra en la Hortichuela. Ascendía la producción anual  a 32. 868 reales de vellón
A principios de  1761,  murió  el abad en Madrid y fue enterrado en el convento de san Gil. Se acrecentaron los alquileres de las casas, y,  entre ellas,  un nuevo mesón  se adquirió en el Llanillo, junto a la calle Braceros, que era propiedad de doña Josefa Cedillo. Al morir ésta, los  tomó el convento para satisfacer los 1.800 ducados  que sobre sus bienes estaban impuestos de las dotes las madres sor Ana de san José Muñoz, sor doña María de san Miguel y sor Ana de san  Cristóbal Ávila, difunta. Además el convento se enriqueció con obras menores  de platería, se compró el esterado para sala del coro, sala de labor y otras oficinas. Se hicieron reformas y reparaciones en la Iglesia, huerto, cuarto común,  alhorí  y cuarto del carbón, al mismo  tiempo que se limpiaron los escombros de los cuartos quemados de un incendio que se produjo en estas dependencias y en el que intervinieron  ocho peones a los que el convento dio pan, vino  y salario en su extinción. Durante, este año se estableció como fiesta importante y la celebración de su Función religiosa, el día  de los  de Inocentes,  y se adquirió romero para dar mayor solemnidad al día de la Purificación. Eran importantes las celebraciones de Cuaresma, las fiestas de los patriarcas,  y  la de la Santísima Trinidad, porque acudían importes presbíteros para  realizar los sermones. 
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Como bienes espirituales, en 1779 el presbítero Juan Díaz de Arjona recibió de parte de Pedro Puchol, vecino en Roma, una donación de varias reliquias de santos (San Justo, san Celestino, san Vicente y santa Fructuosa, todos mártires), que se lo donó a su hermana y esta al convento; un año después, el mismo presbítero recibido de otro vecino romano Juan  Valladares  las reliquias de los San Crescencio, san Severiano, y Santa Victoria realizando la misma donación al convento. El mismo año el padre fray Cristóbal de San Miguel envió y donó al convento el brazo del beato fray Miguel de los Santos. Al año siguiente, se extiende la devoción de la Santísima Trinidad: se hizo un arco a ella en la placeta de Consolación, se realizó un trisagio y se colocaron cuadros en distintos sitios públicos. 
            En 1785, el convento tenía 1 religiosa de coro,  33 monjas, 13 legas y un presupuesto de 55.766 maravedíes, según se recogía por las aportaciones a las rentas decimales en los archivos de la Abadía y aportados a la Cámara de Castilla.  No era de extrañar que,  a finales del siglo XVIII, se hicieran órdenes por el señor abad Palomino Lerena en el convento de la Trinidad con motivo de la fiesta de la Santísima Trinidad.

            En estos años, el convento  sus bienes y rentas seguían siendo estar administradas por un presbítero. Debieron sufrir algunas mermas de sus bienes, debido a  las diferentes desamortizaciones que se fueron sucediendo desde Godoy, porque afectaron a muchas memorias y capellanías  y a las cofradías de la ciudad
            En la actualidad se reduce a 21 monjas profesas , de velo negro,  y seis de blanco, habiéndose escalustrado una de ellas, estuvieron sujetas al provincial y demás prelados de su orden hasta el año 1560. que obtuvieron una bula de Pío IV para estarlo al ordinario de la ciudad. Los ornamentos y vasos sagrados son muy buenos y sus bienes eran muy cuantiosos".  En concreto, en un cuadro adjunto, detallaba que el convento poseía 1.572 fanegas de tierra, 19 celemines, 12 casas, un horno, un mesón  y una posada en los Álamos. 
Descendía el número de  monjas con el paso de los años y prácticamente todos sus alrededores mirando a la fortaleza de la Mota, se habían convertido en solares, huertos y fincas abandonadas. En 1838, el convento albergaba  22 monjas (18 de velo negro y 8 de velo blanco), dos sirvientas y una laica y, e 1850, Madoz comentaba en su Diccionario: "
            En julio de 1855, el Gobierno quiso aplicar el Decreto de agosto de 1831 por el que se disponía que se suprimieran los conventos de monjas que no tuvieran doce monjas profesas. Aunque el monasterio de las dominicas tuvo problemas, y se salvó gracias ala mediación del ayuntamiento  alegando que prestaba buenos servicios a la comunidad con una escuela de niños en su convento, el convento trinitario superaba con creces el número de monjas e exigido y no fue objeto de debate[6].
            En 1884, se produjo un giran terremoto que afectó a muchos edificios públicos de Alcalá e hizo resentirse gravemente la estructura del inmueble de las monjas trinitarias.

En 1878,  formaban el convento unas 24 monjas, varias de Frailes y una de Alcaudete.  En el mismo convento, se encontraba la vivienda del sacristán, que era José Muñoz Ortega, casado con Mercedes Valverde Armenteros, cuya   casa de vecindad era la nº 81,  En el padrón de 1891, solo eran 27  monjas  y el convento no tenía numeración de la calle Real, pero rondaba el número 100 de vecindad: La mayoría de las monjas son alcalaínas, salvo  4 fraileras y una de Alcaudete.




[1] AMAR. Acta de cuatro de enero de 1670.
[2] MARTÍN ROSALES, Francisco. Carlos II. Arrabal 09. Pág.
[3] Era un soriano que había alcanzado la sede episcopal de Osma  y disfrutaba de la confianza del arzobispo de Burgos, don Pedro de la Cuadra y Hachiaga, a quien confió la visita de su arzobispado porque confiaba en sus conocimientos jurídicos ya que era abogado de los Reales Concejos.  
[4] Natural de Villava, licenciado en leyes, abogado de los Reales Concejos, beneficiado de la iglesia de Adalid, provisor y vicario de la villa de Oviedo. También,
[5] AMAR. C



aja 25 legajo 18
[6] AMAR. Acta de 9 de agosto de 1855.

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