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domingo, 29 de abril de 2018

EN EL DIARIO JAÉN. DE ROMERÍA EN ROMERÍA







DE ROMERÍA EN ROMERÍA
Los meses de la primavera jiennense se visten de fiestas y romerías. Desde la Sierra Sur hasta Sierra Morena pasando por los rincones más recónditos de una aldea de otras sierras, como la del Sur, Mágina, Condado, Cazorla y Segura. No hay lugar del Santo Reino donde no se celebren encuentros festivos en honor a una festividad religiosa. Desde un santo hasta una advocación mariana o cristiana, se hacen eco de aquellos versos lorquianos, que cantaban: Si tú vienes a la romería /a pedir que tu vientre se abra, /no te pongas un velo de luto /sino dulce camisa de holanda. /.
            Han cambiado los tiempos de aquellas romerías que relataron Cervantes o Lope de Vega, y se asiste a un renacimiento romero, en el que se ha quedado para el arcón del recuerdo los viejos romances de ciegos, que, en forma descriptiva, rememoraban milagros y aspectos singulares y pintorescos de las romerías, mediante sus composiciones en pliego de cordel. Atrás quedó aquella religiosidad de poetas populares con el alcalaíno Lucas de Moya cuando escribió esta quintilla para la fiesta de la Virgen de la Cabeza en los primeros decenios del siglo XVIII: quien viene con devoción /a esta santa romería/ contrito de corazón/ le sanáis Virgen María, / de toda pena y lesión. Tiempos más recientes fueron aquellos en los que la poetisa María del Pilar Contreras, recogía el ambiente romero de esta patrona diocesana, símbolo de la espiritualidad de los vecinos de Jaén: ¡Pintoresca romería¡!/En cada pueblo que entran/hallan almas fraternales/ y las reciben con muestras/ de indescriptible entusiasmo/ que en cada jornada aumentan/como va aumentando el número,/ de fieles que se congregan.// Y no es esta la única romería que atrae a poetas anónimos y populares, sino que en cualquier punta de la provincia de Jaén surgen compositores para cantar estas fiestas romeras. Lo mismo acontece en Tíscar como en Campillo de Arenas o en cualquier rincón aldeano o de un santuario ancestral. Muy ilustrativas son los las coplas y letrillas dedicadas a Santa Lucía, una romería a medio camino entre Granda y Jaén, en un paraje resguardado del rocoso monte, en el que se levanta una ermita dedicada nada menos a una santa italiana a la que le cantan.  Todos en Puerta Arenas, /cantamos a porfía/cuando en la primavera, / vamos en romería. /Y por aquellos tajos, /de pinos y olivares, /los pájaros te cantan, /Lucía Santa grande.
O la romería de tierras quesadeñas del pintor Za1baleta, donde este asistía siempre con entusiasmo y reflejó en sus obras, y en un entorno donde el propio Machado le cantaba a aquella Virgencita mozárabe:  Y allí donde nadie sube/ hay una virgen risueña/con un río azul en brazos. /Es la Virgen de la Sierra. No responden las romerías a un simple cambio estacional, son un movimiento de conciencia colectiva. Pues la primavera transforma la naturaleza jiennense y se cubre de la esperanzada del manto verde por todos los rincones, al mismo tiempo que se refresca purificadora y regeneradora con las aguas cristalinas que brotan por los manantiales y bañan los cauces de los ríos y arroyuelos. No es de extrañar que la mayoría de los lugares romeros ocupen miradores serranos, cuevas convertidas en sitios de peregrinación y, lugares aledaños a manantiales, alamedas y fuentes, que, a veces, remonten su pasado a un sitio donde se encontraban los remedios sanatorios y curativos de muchas personas hasta tiempos lejanos de la historia actual. Se hacen hipótesis de la calidad de sus aguas, de la ventilación de sus aires o de los aromas de su entorno ecológico. Tampoco, puede pasarse por alto su patrimonio legendario. No hay que fijarse más que en el cúmulo de leyendas y relatos que transformaron el primer encuentro con aquel lugar de algún personaje religioso o divino. Las hay de tiempos de los primeros discípulos cristianos que pisaron tierras hispanas en el Imperio, como los santos de Arjona; abundan las que se relacionan con la tradición mozárabe en la que las imágenes se esconden como tesoros y se descubrieron tras la conquista cristiana, como en Tíscar o en Sierra Morena; se entroncan en los concursos de gente y ferias ganaderas de unas épocas, en la que la agricultura cedía el puesto de productividad económica al contacto con los animales. Algunas desparecidas como la de Guadajoz.
Y curiosamente, la caballería en sus diversas modalidades, dejó su huella, en los grupos que participaban y siguen manteniendo sus costumbres caballerescas. Los desfiles, las banderolas, los estandartes, los pendones, la procesión o marcha de carrozas, los elementos anunciadores como la pólvora o la campana, los reclamos al aleo tamboril y la chirimía de trompetas, el alojamiento efímero a través de tiendas de campaña, los juegos y concursos festivos que se añaden al calendario romero. No era sino una manera de trasladar el concurso festivo urbano hacia el ambiente rural, purificador, y en contacto con la naturaleza que se abre a los pies de muchos santuarios. Unas veces, serán marianos, como los de las Vírgenes de Tíscar, Encina, Cabeza, Estrella, Fuensanta, Alharilla, Villa, o Linarejos; otras veces, lo serán de Cristos, como los de Chircales, del Consuelo, de la Salud, o Misericordia.  A veces, no son las fechas romeras en los meses primaverales, sino se prolongan en patronales a lo largo del verano con festividades patronales como Santa Ana, y advocaciones como Alcázar, Guadalupe o Mercedes. O reservan para la primavera otros acontecimientos relacionados con ellas, como la bajada a las poblaciones cercanas al santuario, que las celebran como patrona. Otras veces, se celebra la festividad de santos protectores de la agricultura, como San Isidro Labrador, y abunda este espíritu romero en las entidades menores como las aldeas de poblaciones agrícolas y en Lopera, Villanueva, Puente Génave. En medio de la primavera, se fija la festividad de la Cruz a primeros de mayo, un símbolo que representa una historia personal y colectiva, cada cruz es un traslado de un seguidor cristiano que compartió un relato de amor, una tragedia personal o una autoafirmación de un agradecimiento grupal o colectivo. Es la romería pequeña, la de barrio, la de calle, la del cruce de caminos o la del rincón preferido.
Pocas romerías rememoran acontecimientos profanos, a pesar de que no puede olvidarse que antiguamente las grandes concentraciones obreras se organizaban en torno a lugares estratégicos para celebrar los primeros de mayo.
            Por esos estos versos recogen perfectamente este amiente romero colectivo y estacional: Que pasa que por los campos/ hay primaveras sagradas/ que las nubes tras las peñas/ se han hecho palomas blancas/ y hasta el sol ríe de fuego/ alegrando la jornada. //


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