Archivo del blog

jueves, 5 de abril de 2018

CAPÍTULO X. LOS APÓSTOLES EN LA SEGUNDA MIAD DEL SIGLO XVIII,


Acuerdos de procesión y e enterramiento entre los pasos y la cofradía

           











Aunque permaneció  este mismo encargado en los años sesenta, en  1763, Juan Chiquero fue nombrado para dirigir y organizar el paso de los Apóstoles. Pero, lo importante no fue que  se mantuviera este paso junto con otros, sino que recibieron nuevas prerrogativas por parte  de la cofradía, como se especificaba en 1766, siendo encargado Juan Grande. Partió de los pasos de los Azotes, judíos y del resto de los  Gallardetes que  pretendían que se les concedieran los mismos derechos que  a la compañía de soldados, a la que  se les había concedido,  de modo que obtuvieron nuevas prebendas. Pues se les aumentaron hasta seis hachas de cera  para la asistencia de los entierros y se reservaron  42 reales de vellón para 18 misas rezadas y una cantada  con motivo de la muerte de uno de los hermanos de gallardete o cuadrilla, mujeres e hijos. No lo alcanzaron este año por faltas de recursos, pero, al siguiente,  se renovó este mismo compromiso  de acompañar con seis cirios  a los hermanos de la cofradía, Soldados, Sinagoga, Apóstoles  y demás pasos que componían la procesión. Por cierto que el paso de los apóstoles tenían a su cargo a José de Viana.
                        Una nueva familia de encargados: los Espinosa

            En 1768, era el encargado del paso Eulogio Espinosa, y junto a las imágenes del Cristo de la Columna,  la Cruz, Cristo de las Penas, San Juan y Nuestra Señora de la Soledad, todavía desfilaban los pasos de los Azotes ( a cargo de Antonio Hidalgo),   y el de los soldados a cargo de Manuel Aguilera, que se había pasado de la cofradía del D.N.J.
            En 1771, se inauguró un nuevo decenio y  siguió como encargado Eulogio Espinosa, que fue acompañado en 1772 por Juan Callejas, a cargo de los Azotes y, en 1774, la compañía de los  soldados a cargo de Juan García.  En  1775, se mantuvieron los pasos de los Azotes, de los Soldados y el de los Apóstoles; este último a cargo de Juan García. En 1778, un miembro de su familia  de Francisco Hinojosa asumió el cargo.

                                   En tiempos del abad Mendoza y Gatica


            En el decenio de los ochenta, se constata la existencia del Paso de los Apóstoles en la cofradía de la Veracruz. Pero en 1781, ya no existían pasos algunos en la manifestación religiosa del Jueves Santo,  debido al rigor que implantaron algunos provisores y abades.  No obstante, en 1784 Juan de la Cruz asumió el cargo y en las actas se alude que  se extinguió el paso de los Planetas, pero dicho paso despareció por completo en este año. Su carácter singular y único dentro de la Semana Santa presentaba una nota especial a la Semana Santa alcalaína. Sus cuadrilleros iban vestidos como los grandes cabezudos  con rostrillos de  cabeza de astros simulando al universo y sus vestimentas se asemejaban a las de las danzas de cascabel lustrina y tapiz. Paro era un paso que se parecía más bien a una danza del Corpus que realmente podía salir en una procesión seria de Semana Santa. De ahí que este año se prohibieran definitivamente , porque “ servía más de perturbación que de edificación catequética”. Además había caído en personas timoratas que afeaba su concurrencia de modo que primero la propia cofradía les ordenó que se abstuvieran de salir rompiendo todo tipo de lazos y compromiso y luego fuer ratificado este acuerdo por el propio Vicario Abacial.
            Por otra parte, de nuevo en 1785 Eulogio Espinosa asumió el cargo del paso de los apóstoles hasta 1788, fecha en que  Francisco de Arroyo  asumió las riendas que dejó al principio del siguiente año y decenio para Antonio Arroyo.
                                  
Sin embargo, a finales del siglo XVIII, estaban casi extinguidos y prohibidos los pasos  de todas las cofradías que sacaban procesiones de Semana Santa; no obstante, y el abad  dio la posibilidad de constituirse en hermandades y sacar sus insignias, gallardetes y cuadros. Dicho decreto tuvo lugar el veinte de febrero de 1782 por parte del abad Esteban Lorenzo de Mendoza y Gatica. En 7188 el propio provisor envía una carta de provisión en la que aclaraba la posibilidad de los nuevos gallardetes o personas. Esto conllevó una gran labor normativa. Aunque  el decreto abacial viene referido a la Cofradía del Dulce Nombre de Jesús, algo pareció debió suceder al resto de hermandades y gallardetes Steniendo en cuenta que la cofradía de la Veracruz estaba gobernada y representada en sus cabildos por el provisor, lo que obligaba cumplir con mayor obediencia la normativa abacial. Primero, lo hizo con a las hermandades y pasos  que se integraran en la cofradía,  y que se consideraran dentro del Cuerpo regido por  las constituciones aprobadas por el abad; y, por otra parte, con la probabilidad de que algunos gallardetes quisieran  separarse. Para ello exponía. " y por lo que a las Cofradías o gallardetes que hasta ahora se habían entendido tener agregación a la Cofradía de Jesús; pero, es curioso que, si quisiesen  en adelante retener la distinción de estandarte y gallardete, con separación, como queda dicho, de la Cofradía del Dulce Nombre de Jesús, deberían realizar cada una los tratados y conciertos con la Comunidad religiosa , y se pasará aviso a su R.M.P. sin cuya aprobación serán de ningún valor, como los las anteriormente hechas sin las legítimas licencias". Por otro lado, había que dar acuerdo del orden procesional al gobernador de la abadía  de modo se controló con todo rigor  el funcionamiento cofrade a través de las normas impuestas. Esto a veces provocaba un conflicto ente  el abad y  los miembros de las cofradías, el prior, los gallardetes y pasos. Sobre todo, con estos últimos, como sucedió en 1789, siendo hermano mayor del Juego de Pilatos, la Túnica y Sinagoga Fernando de Salinas, que todavía no habían sido aprobadas las licencias necesarias  y necesitaban el permiso abacial para poder salir en la procesión.   Contando con que el corregidor también ordenaba lo mismo. Y se daba el caso de que aparecían  los soldados, los judíos y  los apóstoles, unos descubiertos y otros  tapados, algunos con túnica y  muchos sin túnica[1], lo que era fruto de que  debieron existir unos años de permisividad, de tal manera que tan sólo debieron ejecutarse más duramente en tiempos del Abad Palomino

                                   Los apóstoles y el abad Palomino
                                                      
            El punto de máxima decadencia del paso de los apóstoles tuvo lugar a partir del mes  de abril de 1791. El abad Palomino Lerena publicó y fijó en las puertas de las iglesias un edicto, por el que se prohibía salir todas las procesiones de Semana Santa  bajo amenaza de  excomunión mayor a todos los cofrades, hermanos y cofradías que participaran en  dichas manifestaciones religiosas, lo que afectó a la procesión del Jueves Santo  de la cofradía de la Veracruz por primera vez desde su erección canónica allá a mediados del siglo XVI.
            El hermano mayor Florencio Serrano convocó la Junta Directiva, a la que acudieron varios escribanos e hidalgos de la ciudad ( José Gutiérrez Hinojosa, y José Gutiérrez Nieto, Antonio y Juan Gutiérrez García, José Antonio Núñez) jurados como Alfonso Ruiz Ruano, Antonio López Nieto,  Felipe Cabrera y  Juan Muñoz Peñalver, y regidores  como Nemesio de Torres y miembros del cabildo eclesiástico como José Suárez. Pronto se pusieron mano a la obra sin ninguna divergencia: por un lado, obedecían y prometían cumplir el contenido del decreto de modo que dispusieron comunicarlo a los padres de ánimas y encargados de los pasos y gallardete; por otro lado,  se les hacía desistir a todos de la salida en la procesión. Como es lógico, esta medida  afectó a la salida del  paso de los apóstoles. No obstante, se nombró a José Gutiérrez Hinojosa para que se emprendieran  acciones jurídicas para que pudieran al fin  restablecer los derechos que le asistían.
            No debieron andar bien los autos, porque no pudo celebrarse un cabildo convocado para el 17 de abril de 1791 y, además, el propio presidente de la Chancillería colaboró con esta medida escribiendo una carta al juez real o corregidor para que colaborase con el abad a la hora de reprimir  o zanjar cualquiera alteración del orden público. El 9 de junio  del mismo año, el abad Palomino visitó la iglesia de la Veracruz y cedió la iglesia, que era propia de la Cofradía, a la Santa Iglesia Mayor de la Mota con todas sus dependencias ( sacristía, patio de comedias..) salvo el patronato de la capilla mayor con el panteón y la bóveda establecida debajo del altar mayor  para que usaran el pavimento y entierro   todos los individuos de la cofradía. Se hicieron obras en su altar mayor y se trasladó el Santísimo Sacramento al Sagrario prohibiéndose llevar a cabo misas en el altar hasta que se purificase dicho altar y se  sacaran los cadáveres. No obstante, se permitió a la cofradía elegir un lugar dentro de la iglesia para conservar el privilegio que tenían como patronato de enterrar a los fallecidos entres sus cofrades y hermanos de gallardetes y pasos. También afectó la medida a las cofradías de la Virgen del Carmen, de la Alegría y de la Aurora que se hallaban ubicadas en el templo y tuvieron que salir del templo, esta última a la iglesia de la Caridad. Eligieron como el lugar más decente para panteón  y de menos costo “ la bóveda de la nave en medio  de la citada iglesia y por bajo  del plan de la dicha capilla mayor, por ser del mismo tamaño a corta distancia del panteón prohibido”. Un mes después, el nuevo hermano mayor Nemesio de Torres se quejaba del abandono  de los documentos y el impago de las rentas procedentes de censos, memorias y fundaciones  y, la Junta de la cofradía  le dio los poderes para que ejerciera todas las acciones jurídicas pertinentes hasta ser restituidos de sus bienes. Pero, no solo afectaron las obras a la colocación del Cristo de las Penas en el altar mayor ocupando el nicho de la Santa Cruz y dejando los otros nichos para la Soledad y San Juan, sino que se excusaron de afrontar gasto alguno en todas las obras y adujeron las numerosas obligaciones  que tenían de cera para los entierros de sus individuos, mujeres y sus hijos  y para la demás hermandades y gallardetes de la cofradía de la Veracruz.
            A partir de este año, la cofradía decayó y se perdieron todos los documentos hasta tal punto que ni siquiera fueron capaces de reconocer que sus vida alcanzaba hasta 1550, sino que solo llevaban dos siglos y realizaban la procesión de Jueves Santo tan devota, seria y respetable que servía al público de objeto de la mayor contemplación y devoción con el Cristo bajo la advocación de las Penas, la del Señor de la Columna y Nuestra Señora de la Soledad.  Y no olvidaron nunca la celebración de la Santa Cruz a primeros del mes de mayo con toda la solemnidad, acompañamiento de capilla de música en la función de iglesia y orquesta en las vísperas y día de fiesta para regocijo de los hermanos, devotos y vecinos. 
Estas medidas  y estas nuevas circunstancias de traslado de la parroquia de Santo Domingo de Silos a la iglesia de la Veracruz afectaron a la procesión del Jueves Santo, porque salían solamente los penitentes con túnica sin participación de pasos como los Judíos, Azotes y Apóstoles. Y afectó a la vida de la cofradía de la Veracruz que, al trasladarse esta parroquia, se entró en un litigio con la organización de la Semana Santa, en concreto Jueves Santo y con  los enterramientos. Pero los pasos  no debieron perderse. No querían perder este aspecto tradicional y así manifiestan en 1792. Sirva este ejemplo de la cofradía del Dulce Nombre de Jesús, que defendió a ultranza la salida tradicional en contraposición de otras formas de salida sin rostrillos ni vestidos antiguos, que causaban el escarnio y burla: "En la ciudad de Alcalá la Real a diez y nueve de junio de mil setecientos noventa y dos años, estando juntos en el Convento del Rosario Orden de Predicadores, juntas las dos Cofradías de Madre de Dios y del Dulcísimo Nombre de Jesús, convocadas a toque de campana para tratar con los que tienen a su cargo los Gallardetes si han de salir n la procesión en los términos que expresa el Decreto del Sr. Illmo. el obispo Abad de esta ciudad y inteligidas de su contenido, de unánime  consentimiento dijeron todos que de ningún modo quieren salir en dichos términos y sí en los que hasta de presente se han acostumbrado, con el distintivo de cada gallardete que le corresponde, vestido el Apóstol de Apóstol, y el Discípulo como Discípulo, cuyas vestimentas arregladas y lo mismo las de los Judíos representan el Sacrosanto paso de Nuestra Redención, siendo notorio  en muchas partes la Derogación con que se practican en esta Ciudad los referidos pasos que de tiempo inmemorial se ejecutan en ella, y sin ellos serían las procesiones más de risa que de Devoción. Y visto por las Cofradías que sin estos ramos de ningún modo le es factible sacar la procesión que les corresponde el Viernes Santo, aunque es la principal de todas. Desde luego discriminan que se guarde la costumbre inmemorial o que de lo contrario no salga dicha procesión "[2]. Pues debían salir con túnicas negras o moradas, si querían acudir a la procesión  del Viernes Santo. En año 1793, se conforman con estas normas , todavía aparece la Sinagoga en lugar del Ecce-Homo a cargo de Valentín Valenzuela y Juan Ortiz. Estos  hermanos todavía fueron reticentes, al principio, y querían salir como era costumbre: desarrollando los pasos y no a la manera respetuosa que imponía el abad. Así, lo manifiesta  Blas de Córdoba en 1794, que se encargaba del paso.  Cuando tan sólo procesionan los gallardetes, ya no existe ningún paso representado,  tan sólo aparece el "Ecce-Homo" : en 1795, a cargo de Hermoso, que vivía en la calle del Puerto y en el 1796, a cargo de Fernando Peñalver.
En 1797, de nuevo el abad permite que salieran a la antigua usanza y amainaron los vientos ya que  se había restablecido la procesión del Jueves Santo con todos sus pasos, simplemente que el control de los gallardetes y demás cosas debía consultar el hermano mayor con el provisor para que le indicara las normas pertinentes. Dio lugar a un aspecto algo tétrico porque aparecieron, como en los años ochenta,  unos vestidos sólo con túnica, otros descubiertos, otros sin rostrillos, fruto del abandono y desidia de años anteriores.


[1] Garrido Espinosa de los Monteros, Diego. Historia de la Abadía. Pag. 306. Diputación Provincial de Jaén.
[2] Cabildo de la Cofradía de dicho día.

1 comentario:

  1. rreal e insípida; lo sabíamos pero disfrazamos nuestras frustraciones abrazándonos a la quimera de una autorrealización casi insultante, incluso escondimos nuestras carencias transcendentales bajo la alfombra de mil bullicios y pomposidades. Lo peor es que consentimos y capitulamos ante el engaño, consentimos ta datafellows.net/reclamos-servicios-publicos/

    ResponderEliminar