NUESTRAS ALDEAS
Dentro de un programa Tu historia, nuestra cultura, la delegación de Asuntos Sociales ha
llevado a cabo, con gran éxito y participación, a lo largo del mes de octubre y
noviembre, una serie de actividades en las aldeas alcalaínas. Más bien, los propios vecinos son los que han
desarrollado este amplio programa que ha contado con exposiciones, rutas e
itinerarios, actos de convivencia, visitas y muestras artesanas de nuestro
paisanos de las calles de campos. Daba gusto visitarlas y comprobar los pasos
del mundo rural y su evolución hasta el momento actual al pasear por su entorno.
Nuestras aldeas se remontan a las villae
romanas o las alquerías árabes, a las ventas de paso y tránsito, a los cortijos, morabitos y oratorios de la gente de frontera, y a los
molinos y a los chozones levantados a la vera de los caminos reales, y las
servideras con motivo de los repartimientos de tierras. En tiempos de los
Austrias y de los Borbones jugó un gran
papel la migración de la población de la ciudad de la Mota a estos lugares,
cuando sus vecinos roturaron los montes, se formaron estos núcleos rurales y se avecindaron muchos
nuevos labriegos, jornaleros y servidores de los cortijos diseminados en torno
a cada aldea. Desde la primera
plantación de olivos del reinado de Carlos III, para las aldeas cada decenio significaba un paso adelante en su suelo urbano y todas se
incrementaron progresivamente en población.
Y, en el siglo XIX, algunas de las doce aldeas llegaron incluso a superar los
mil habitantes, como fue el caso de Charilla, compitiendo en sus conjunto con
la ciudad de La Mota, ya que invirtieron la concentración de vecinos dando
lugar que el casco no llegaba diez mil habitantes y las aldeas superaban los
diez mil. Aunque el sector primario
predominaba con el cultivo cerealístico, la vid y el olivar, comenzó a implantarse un pequeño porcentaje
poblacional dentro del sector de
servicios en cada núcleo. Eran los primeros
maestros de enseñanza, se hacían presentes los servicios públicos como correos o estancos, o los venteros y taberneros ; el sector secundario, no muy
significativo, dejaba aparecer algún que otro zapatero, albañil o barbero, panadero,
tabernero e, incluso, algunas aldeas llegaron a mantener guardas de campo y
servicios de orden público. Es el caso de los puestos de la Guardia Civil,
que se mantuvo en Charilla, La Rábita y
Mures hasta los años treinta.
A partir de la guerra civil y de los años cincuenta, sufrieron el embate
bidireccional y el envite migratorio de
muchos vecinos. A pesar de que la mayoría de ellas rondaban más de ochocientos
habitantes y se reconoció la entidad aldeana como Villalobos y la
de nuevos núcleos rurales como la Hoya de Charilla, la Fuente del Rey, San José
o las Peñas de Majalcorón, comenzó la decadencia de muchas aldeas, descendiendo su población a
causa de la emigración a nuevas tierras de España y al extranjero, o
trasladando su domicilio los más privilegiados a la ciudad de La Mota y
abandonado los cortijos diseminados. Por los años setenta y ochenta, se culminó
la presencia de muchos servicios públicos
que completaron en todas las aldeas
la electricidad, como la telefonía, el agua domiciliaria y una red
intermunicipal, que prácticamente conecta por carreteras y carriles asfaltados
todas las aldeas entre ellas y con el
casco urbano. Durante la transición democrática,
y, desde los nuevos ayuntamientos democráticos, se ha producido un movimiento
progresivo en líneas de acercar la
sociedad del bienestar a todas las aldeas. El médico rural o el traslado de los
vecinos para recibir asistencia sanitaria ha quedado lejos con la presencia de
los consultorios médicos, la escuela rural volvió a muchas aldeas superando
el tiempo de la concentración comarcal, los centros sociales de entidad
municipal superaron a los antiguos centros de las sociedades de los años
treinta. Incluso algunas disponen de instalaciones fabriles del sector
agroalimentario y de otros productos de transformación. También, hay
instalaciones deportivas, parques, lugares de ocio y plazas públicas en
casi todas de ellas; se benefician del turismo rural con la reconversión de sus
antiguas casas de campo o de aldea. Viven otro momento histórico, intentan superar el reto del paso del mundo
rural con toda su población a un mundo más global, en el que la distancia y el
traslado a otros puntos distintos de su vecindad no es óbice para mantener con el trabajo a
las familias dentro de su entorno rural. A algunas les cuesta asumir
este nuevo reto y se necesita de
los emprendedores que superen ese estancamiento, pero la mayoría dieron pasos
gigantes adaptándose a los nuevos tiempos. Estas jornadas y campaña en favor de
nuestras aldeas pueden servir para una proyección y una dinamización de su
comunidad. Enhorabuena, a los organizadores, trabajadores y todos nuestros
vecinos de las aldeas.
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