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domingo, 5 de marzo de 2017

LAEN LA SEMANA DEL PERIÓDICO JAÉN. HUELLA DE LOS ARANDA

LA HUELLA DE LOS ARANDA  (I)

 
A la hora de desvelar enigmas de  la  biografía  de los personajes o artistas de Jaén, juegan un papel fundamental las fuentes documentales relacionadas con sus momentos culminantes de su trayecto vial. Si las partidas de bautismo o los certificados nacimiento dejan en entredicho muchas  hipótesis promovidas por el simple comparativismo, las partidas de defunción abren una abanico informativo que encuadra a los personajes desde su entrono familiar o generacional hasta su estilo y modo de vida ( hacienda, tendencias, estudios, cultura...). No podemos  obviar ni pasar por alto  la contribución de los  estudios genealógicos con  su diversa gama de  documentos  para complementarla.   Hace años,  se divulgó  un descubrimiento muy esperado que fue la división y participación de bienes de Ginés Martínez de Aranda, en el que se insertaba su testamento  escrito en Castillo de Locubín en 1622 ante el notario Lucas Jordán.  Ponía al día el entorno familiar de este maestro de obras,  nacido en tierras de Jaén,  y que dejó su huellas en tierras muy lejanas de la provincia del Santo Reino. 
            Coincidía el momento con la  promoción de estudios de otros arquitectos que  siempre han sido reconocidos por la crítica artística, y con otros  recién puestos al  descubierto. No relacionado con la familia de Ginés, salió a la luz  otro miembro de las familias de los Aranda ubicados en la ciudad de la Mota, Pedro de Aranda ( en otros documentos Pedro de Monte de la Isla y Pedro de Alcalá). Este artista dio sus primeros pasos por tierras aláciales, interviniendo en Priego y en Alcalá la Real, como se constata en  las obras del Cabildo de la ciudad fortificada y el convento trinitario recientemente restaurado. Acabó su vida  en tierras murcianas, dejando testimonio de su mano artística en la Casa del Corregidor de Loja o el palacio de Murcia.   
            Pero, interpretando el testamento de Ginés Martínez de Aranda, se comprende la expansión de obras a lo largo del territorio nacional .  Hijo de Ginés Martínez, el Viejo, nació y se formó en Baeza, donde  dejó sus primeras huellas en la fuente de  Santa María en 1568. El maestro desarrolló  la faceta de fontanería,  una de las primeras tareas que  solían ejercer también  los  arquitectos de la Edad Moderna. Pues, siendo corregidor el licenciado Martínez de Cabrera,  se solicitaron sus servicios y conocimientos  para ejecutar las trazas de llevar el agua desde la Celadilla al barrio de la Catedral, y su entrono nobiliario, eclesiástico y universitario y colocó como broche de oro esta fuente, que ya el poeta García Lorca definió como pagana por su  forma de parte final de un arco de triunfo.
             De Baeza se trasladó a tierras de la abadía alcaláina, junto con una caterva de maestros de obras y canteros nacidos en tierras baezanas. Se conocen por ahora  los maestros de obras Ginés Martínez de Salazar, otro Gines Martínez de Aranda, Gabriel de Aranda, y su hermano Francisco de Aranda, maestro de albañilería  Estos familiares se afincaron en la villa del Castillo de Locubín, donde plasmaron sus experiencias anteriores y en obras de conducción de aguas y puentes en las facetas de la cantería y albañilería, destacando las trazas del puente del río San Juan. Nombrado maestro de obras del cabildo alcalaíno,  participó en numerosas obras  religiosas como civiles y militares en tierras jienenses, abaciales y granadinas.. Su huella quedó patente en la reforma de la Torre del Homenaje y la muralla del Gabán, amabas  de la fortaleza de la Mota. También relevó a los arquitectos granadinos  de la familia  de los Bolívar  en la dirección y trazas de obras y destacó en su segunda etapa alcalaína  su  intervención en las iglesias de Consolación,  San Juan,  de Alcalá la Real y la iglesia de San Pedro del Castillo de Locubín,  Atrajo la mirada  del abad Maximiliano de Austria  que lo mantuvo como su maestro de obras, al principio en tierras de la ciudad de la Mota, y, posteriormente, se  lo llevó a los obispados que gobernó  tras su marcha de tierras jiennenses.

            En Cádiz,  nombrado obispo Maximiliano, en los últimos años de finales del siglo XVI  hizo la primera escala  y dejó sus  huella renacentista  en la iglesia de la Santa Cruz  o Catedral Vieja y en la Cartuja de la Defensión de Jerez de la Frontera. En los primeros años  del siglo XVII, acompañó  en sus nuevos destinos episcopales a Maximiliano de Austria en Segovia y, sobre todo,  en Santiago de Compostela, donde  se hizo su  estela más patente en  la el estribo de la torre de campanas y la atribuida escalera de la catedral de Santiago de Compostela, algunas estancias del Palacio Episcopal, cúpula de la iglesia de San Martín Pinario, trazas del colegio de San Clemente y del claustro de San Francisco. Pronto, siendo arzobispo Maximiliano,  murió en 1606 y Ginés volvió a tierras de la abadía alcaláina.  Inició una nueva etapa. El testamento nos  desvelará  la proyección de su obra con su  nueva faceta de  escritor. Se merece un capítulo nuevo con sus cláusulas y la de sus epígonos. 









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