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lunes, 6 de marzo de 2017

ÁTICO I






Este cuadro de Pelaggio Pelagi , pintor de l último tercio del siglo XVIII, que se encuentra en el Museo del Quirinal, recoge a César dictando sus Comentarios a los copistas para editar sus obra. Cuentan que " El negocio de Tito Pomponio Ático funcionaba de la siguiente manera: Cicerón entregaba sus manuscritos a Ático; éste tenía un taller de copia en el monte Quirinal con una plantilla de copistas (librarios) y de correctores (anagnostas) que producían en pocas semanas muchas copias de alta calidad caligráfica. Los librarios copiaban al dictado del editor y, posteriormente, los anagnostas corregían las copias. Se podían realizar “tiradas” de varias decenas de ejemplares en pocas semanas, aunque nunca se alcanzaban las tiradas de miles de copias  Otros editores conocidos fueron los hermanos Sosios, editores de Horacio, que poseían un negocio cerca del arco de Jano; el griego Doro, editor de la monumental “Historia” de Tito Livio; o Trifón, editor de Quintiliano y Marcial.
Los costos de la edición corrían a cargo del editor pero si se deseaba realizar una edición más lujosa o de mayor tirada, el autor debía asumir parte del coste. También existía la edición por encargo que solía ser financiada por algún rico lector a quien el autor había dedicado su obra. Así publicó, por ejemplo, el poeta Estacio.
Pomponio Ático, descendiente de una de de las más antiguas familias de Roma, obtuvo la dignidad ecuestre heredada en perpetuidad de sus antepasados. Tuvo un padre diligente y, según eran los tiempos, rico, y muy dado a  la literatura. Este educó a su hijo, de la misma manera que amaba la literatura, en todas las disciplinas, en las que se debe instruir a los niños. Pues, Ático, ya  de niño,  tenía, a parte de la facilidad de aprender, la más alta  gracia de  presencia  y voz  para entender rápidamente todo cuanto  le enseñaban y , también  para pronunciar excelentemente.  Por esta  razón decían que se señalaba entre sus condiscípulos o compañeros,  y se hacía con más fama que estos deseosos de gloria  pudiesen soportarlo  de buen agrado.  De esta manera incitaba  a estudiar a todos, entre ellos estuvieron Lucio Torcuato, el hijo de Cayo Mario y Marco Cicerón; a estos se los atrajo de tal manera con su trato y semejanza de vida que nadie hubo más querido para estos  a lo largo de su vida. 

II
Su padre murió repentinamente. El mismo, siendo adolescente, a causa de su parentesco con Publio Sulpicio, que fue matado como tribuno de la plebe, no estuvo libre de aquel  peligro.  Pues,  Anicia, prima hermana de Pomponio,  se había casado con Servio, hermano de Sulpicio. Así, muerto Sulpicio, después que  se dio cuenta de que la ciudad había sido alterada por el levantamiento de Cinna y no se le daba posibilidad, según se dignidad ecuestre, de vivir, sin  ofender a una u otra parte,  estando muy encontrados los ánimos de sus paisanos, porque unos estaban a favor de los partidarios de Sila, y otros de  los de Cinna, habiendo pensado que era el momento idóneo de continuar sus estudios, se retiró a Atenas. Y, no por esto, ayudó con sus medios al  adolescente Mario, considerado enemigo suyo, a cuya huida con dinero apoyó. Y para que aquel viaje y estancia en Atenas no perjudicara su hacienda particular, transportó gran parte de sus bienes muebles a esta ciudad. Este vivió de tal manera que era muy querido por todos los atenienses gracias a sus méritos y favores. Pues,  además de su gracia, que ya era grande en su adolescencia, a menudo alivió con sus recursos la pobreza de aquellos.  Como los atenienses se vieran en la precisión de hacer una deuda para pagar otra y no encontrasen dinero sino a costas de las crecidas usuras, siempre medió dando el dinero de tal manera que  nunca aceptó de ellos usura  ni permitió que se le debiera más allá de lo que se había aplazado. Ambas cosas eran provechosas para los deudores. Pues ni permitía que, dando largas, la deuda se eternizase, ni esta creciera multiplicando los intereses. Acrecentó este beneficio con otro acto de  liberalidad. Pues donó a todos con trigo de tal manera que a cada uno se le dieron  seis modios de trigo; este modio de medida se llama “medinmo” en Atenas. 
                                       III
Pero, tratándose de toda administración de la cosa pública, lo consideraban como autor y actor. Y se comportaba de tal manera que era  afable con los humildes,  e igual con los principales clase alta. Por esto,  consiguió que le daban en público  todos los honores que podían y le procuraban hacerlo ciudadano de Atenas. El no quiso gozar de esta buena obra, porque algunos lo interpretaban de esta manera, que el perdía la ciudadanía romana haciéndose ciudadano de otra ciudad. Mientras estuvo presente en Atenas, se resistió a que le pusiesen una estatua; pero, en su  ausencia, no  pudo prohibirlo. De esta manera,  algunos las erigieron a él mismo y a Fidias en los lugares mas sagrados. Por eso, el primer favor de la fortuna fue el haber nacido en aquella ciudad, en la que estaba la sede del imperio del orbe de la tierra, de modo  que la tenía  como patria y también  como lugar de vivir. Y, también  fue un  modelo de prudencia, el ser  muy querido por  los atenienses,  habiendo se retirado a esta ciudad de Atenas, la cual sobresalía a todas en antigüedad,  doctrina  y cultura.
                                       IV
Como Sila hubiese venido en su retirada de Asia a Atenas,  tuvo con él a Pomponio, pues estaba prendado de su cortesía y exquisitez. Pues hablaba en griego como si pareciese que había nacido en Atenas; pero era tan grande la dulzura de su habla latina que  estaba claro y manifiesto  que él tenía una gracia natural en hablarla, no adquirida. También recitaba  de memoria obras poéticas en griego y latín de manera que no había más que oír.  Por  esto,  sucedió que Sila nunca lo dejaba irse y deseaba llevarlo siempre consigo. En medio de estos intentos de persuación, Pomponio le dijo: “No quieras, te lo pido, llevarme contra los que  dejé en Italia, para no tomar las armas contra ti”.  Pero Sila, alabando la buena correspondencia de Ático con sus ciudadanos, ordenó que le trajeran todos los regalos, que había recibido en Atenas, en su marcha. Este, habiendo permanecido durante muchos años, dedicándose tanto al cuidado de su hacienda cuanto debía serlo un trabajador padre de familia y empleando el resto del tiempo a la literatura o al gobierno de los atenienses,  no menos hizo buenos servicios a sus amigos. Pues acudió con frecuencia a sus juntas, y, si algún asunto más importante se trató, nunca faltó. Como con Cicerón, se mostró fiel, en todos los asuntos apurados de las personas; y a éste, precisamente, le entregó 250.000 sestercios en su destierro de la patria. Pero, en medio de la tranquilidad de la situación política de los romanos, según  creo, volvió a Roma  bajo el  consulado de Lucio Cota  y Lucio Torcuato; en su retirada,  toda la ciudad de los atenienses le hizo tan memorable que  mostró su dolor con las lágrimas de que le echaban de menos.
                                                 V
Tenía como tío materno, a Quinto  Cecilio, caballero romano, amigo de Lucio Luculo, hombre rico, de temperamento  muy intratable. Temió su hosquedad de tal modo que mantuvo su benevolencia hacia él  hasta lo más avanzado de su vejez sin ofender  a aquel que nadie podía soportar. Hecho esto, obtuvo el fruto de su respeto. Pues Cecilio, lo adoptó en su testamento al morir e hizo heredero de las tres cuartas partes de sus bienes; de la cual heredad recibió unos diez millones de sestercios. La hermana de Ático  estaba casada con Quinto Tulio Cicerón;   y había ajustado este matrimonio Marco Cicerón, con el que Pomponio vivía muy unido desde el tiempo de condiscípulo, con mucho más amistad que  con Quinto, de modo que podía considerarse que la semejanza de costumbres eran más importante que el parentesco. Disfrutaba de su trato íntimo  Quinto Hortensio, que,   por estos tiempos, era le más importante orador, de modo que no se podía saber a quien de los dos lo quería más, si a Cicerón u Hortensio. Y, lo que era más difícil,  lograba que, entre todos  los que competían por ser  muy alabados,  ningún reprochase que los distanciara,  y que  existiera la unión de unos varones tan importantes.
VI
En la gobernanza se comportó de tal manera   que  siempre era y se le consideraba  del partido de los optimates, y sin embargo no se entregaba a las disensiones  civiles, porque  pensaba que no eran más dueños de sí mismos, por haberse entregado a estas, que los que eran zarandeados por los olas del mar.  No pretendió honores ni cargos, siéndole fácil conseguirlos por su influencia o  por su  dignidad, porque ni podía pretenderse, según la costumbre de sus antepasados,  ni aceptarse, mientras se mantenían las leyes de amplio cohecho,   ni podían gestionarse desde el poder sin peligro en medio de la corrupción de las costumbres de la  ciudad. Nunca accedió a la subasta pública.  No  fue hecho  fiador ni  comprador de ninguna cosa. No acusó a nadie con su nombre  ni dando su consentimiento. Jamás compareció en juicio para  defender un asunto suyo.  No tuvo pleito  alguno.  Aceptó las prefecturas que muchos  cónsules y pretores le delegaron  de tal modo que no llevó a nadie consigo a la provincia;  quedó contento de su cargo y despreció la ganancia  de su hacienda particular. Este ni siquiera quiso ir con Quinto Cicerón a Asia, pudiendo ocupar un lugar de legado junto a éste. Pues pensaba que no era conveniente que él,  no habiendo querido ser pretor, ocupara un puesto de séquito del pretor.  En este asunto no solo  miraba por su dignidad sino también por su tranquilidad de ánimo, evitando también las sospechosas acusaciones. Por esto sucedía que, por su buena y arreglada vida, se granjeaba la buena estima de todos  cuando veían  que se le otorgaban por el cumplimiento del deber y no por el temor o la esperanza de coneguir algo.
VII
Estalló aquella  famosa Guerra civil de César, cuando tenía unos 60 años. Mas, se valió del privilegio de la edad, y  no se retiró a ningún lugar fuera de la ciudad. Todo lo que sus amigos  habían necesitado en su marcha hacia Pompeyo, se lo entregó de su hacienda familiar.  No se disgustó con Pompeyo, con quien tenía alguna relación, aunque no seguía su partido.  Porque no le debía favor ni merced alguna,  como todos los demás que, por su mediación,  habían recibido cargos o riquezas; pues  unos le acompañaron en la campaña  de muy mala ganas, y otros  se quedaron en su casa muy contra a su gusto.  Mas la neutralidad e Ático agradó tanto a Cesar, que, aún siendo vencedor, como exigiera dinero a los particulares a través de cartas, no sólo no le molestó pidiéndole dinero, sino que le soltó perdonándolos al hijo de su hermana y a  Quinto Cicerón que habían participado del bando de Pompeyo. Con este antiguo modo de  vida,  Ático  escapó de los nuevos riesgos.
                              VIII
Muerto César,  se siguió aquel tiempo, en el  que parecía que la republica pertenecía a los Bruto y los Casio y que toda la  ciudad había caído en sus  manos.  Gozó tanto  de la amistad de Bruto que, este, aún siendo adolescente, a ninguno de su edad trató con más intimidad que a Ático, que ya era anciano,  y no sólo lo  tenía por  principal consejero, sino también  por comensal. Algunos  proyectaron  que los caballeros romanos establecerían un fondo privado los que lo mataron a  César. Pues, pnsaron que esto se podía hacer fácilmente,  si los principales de este orden hubiesen reunido el dinero. De esta manera, Cayo Flavio, amigo  de Bruto, llamó a Ático  para que quisiese ser el protagonista  de esta contribución. Pero aquel, que consideraba  que debía favorecer a los amigos sin partidismo y  siempre se había alejado  de tales intenciones,  respondió  “ que,  si Bruto quisiese valerse de sus bienes,  los podría emplear  tanto cuanto estuvieran claras y manifiestas las intenciones, pero que éel no se trataría sobre este asunto  ni se acompañaría con cualquier faccionario”.  De esta manera, con la oposición de uno sólo  se desvaneció  aquel proyecto que habían formado los faccionarios. No mucho después, Antonio  empezó a salir victorioso de tal manera que Bruto y Casio, una vez quitada la tutela de las provincias que se le habían dado por el cónsul a causa de ser ricos, salieron desterrados  y desesperanzados por la mala situación. Y no, por eso, lisonjeó a Antonio que se hallaba en las pompas del poder,  ni los dejó  en la estacada a los otros dos. Ático, que no había querido reunir dinero junto con los demás  para aquel partido cuando estaba en su mayor auge, envió 100.000 sestercios como regalo, a Bruto, que había sido cesado y  que e retiraba de Italia;  y, ordenó que  se le dieran  300.000 sextercios,  cuando  ya estaba lejos, en Epiro.

 IX
Siguió la guerra que tuvo lugar en las cercanías de Módena. En esta ciudad,  si calificara a Ático  tan sólo como prudente, me quedaría más corto de lo que debiera, porque el fue más bien adivino, si la adivinación  debe  llamarse a aquella continua bondad natural,  que no se altera ni se baja  por ninguna circunstancia. Antonio, declarado enemigo de la patria,  se había retirado de Italia, no había ninguna esperanza de que volviera. No sólo sus enemigos, que eran muchísimos y poderosísimos en aquel tiempo, sino también los que se coaligaban con los enemigos de Antonio y esperaban conseguir algún favor en causarle daño, molestaban a los seguidores de Antonio, deseaban despojar a su esposa Fulvia de todas las cosas,  y se preparaban a matar  a sus hijos. Ático, valiéndose de  la íntima amistad de Cicerón, y siendo, también., muy amigo de Bruto, no sólo no fue nada complaciente con estos dos para ofender a Antonio, sino que, al contrario.  Protegió a sus amigos cuando huyó de la ciudad,  todo cuanto pudo y ayudó en todas las cosas que necesitaron. Pues a Publio Volumnio le favoreció tanto que su padre no hubiera podido conseguir más cosas.  Además a la misma Fulvia,  siendo   víctima  de procesos y vejada con grandes terrores,  sirvió  con tan gran cuidado que ella no afrontó ninguna comparecencia sin estar presente Ático, y fue el defensor de todas sus causas. Es más, como aquella dejase escapar  un terreno puesto a plazo fijo,  cuando se  hallaba en auge, y no pudiese  tomar un préstamo a causa de la desgracia, él se interpuso y le prestó dinero sin  interés y sin  obligación alguna. Pues connsideraba que era la mejor ganancia que lo recordaran  y fuese reconocido como hombre digno de darle las gracias, y, al mismo tiempo, se manifestaba como que no solía ser  amigo de la fortuna, sino de los hombres. Cuando hacía esto, nadie podía considerar que el lo hacía por las circunstancias del tiempo. Mas nadie se hacía el juicio de que Antonio volvería a levantarse con el mando. Pues, en secreto, era reprehendido por algunos optimates,  porque, según ellos,  parecía que  odiaba poco a los malos ciudadanos. Pero, Tito Pomponio hombre firme en sus criterios, consideraba  mejor lo que era justo de hacer  a  que otros lo tuviesen que alabar. 
X
Tomó  de repente otro rumbo la fortuna por completo. Después que Antonio regresó a Italia,  todos habían juzgado  que Ático  estaría en gran peligro a causa de  la gran amistad que tenía con  Cicerón y Bruto. Así pues, ante la llegada de los jefes, se retiró del foro, temiendo la proscripción y se ocultó junto con Volumnio, a quien, como hemos mostrado un poco antes,  le había prestado ayuda.- era tan grande el carácter cambiante de la fortuna en estos tiempos, que una veces estos, otras aquellos se encontraban en los más altos precipicios o peligros-y lo acompañaba  su coetáneo Quinto Gelio Cano y muy semejante a él en costumbres y buenas  prendas. Sirva también esto de ejemplo de su bondad, el hecho de  que vivió con aquel, que había conocido  de niño en la escuela, de tal modo tan unido que  hasta el final de la vida fue en aumento su amistad.  Aunque Antonio se había llevado arrastrar por un odio tan grande  contra Cicerón, que no solo era enemigo suyo sino  también de los amigos de éste;  y los quería proscribir; sin embargo , a instancias de de muchas personas,  se acordó de lo beneficios  que debía a Ático, y, habiendo preguntado dónde estaba, con su propia mano escribió: que no temiese y que en seguida fuese a verle, reafirmándole que el mismo  lo había exceptuado de la lista de  los  proscritos a él  y a Cano por sus servicios.
  .
Y para que ninguno peligro le sobreviniese, porque era de  de noche, le envió una escolta de proección. Así Ático, en medio del  más alto miedo,  no sólo se protegió  así mismo sino  también, conjuntamente, a quien  quería muchísimo. Pues no sólo  prestó  ayuda para salvarse a sí mismo , sino a  todo lo que estaba unido a él, para dejar claro que no quería que su fortuna  estuviera separada de ninguno de sus amigos. Y si es muy alabado un timonel, el cual mantiene la nave a salvo de la tempestad o del rocoso mar, ¿por qué no se va a considerar ejemplar  la prudencia de aquel que salió libre de tantos y tan graves guerras civiles hasta alcanzar la salvación?
XI
Cuando salió a salvo de estas desgracias, ninguna otra cosa hizo que ayudar a muchísimos. Como el vulgo  buscase a proscritos, alentado por los premios de los triunviros, nadie a Epiro  vino, a quien le faltara alguna cosa y todos tuvieron la posibilidad de quedarse allí perpetuamente: y lo que es más,  incluso, Ático después del combate de Filipos y la muerte de Casio y Bruto, dispuso proteger al expretor  Lucio Julio Mocila, y a su hijo a y a Aulo Torcuato,  y ordenó que todos sus bienes le fueran llevados a Samotracia desde Epiro. Es difícil seguir refiriendo todas sus cualidades, principalmente las que son de poca entidad. Sólo queremos que comprendamos,  el que su liberalidad no duraba poco tiempo ni  la prestaba con malicia. Se puede sacar juicio,  a partir de los mismos acontecimientos y circunstancias, alegando que no se vendió por amigo de los que se hallaban en auge,  sino que siempre socorrió a los afligidos; pues este honró más a Servilia, madre de Bruto,  después de su muerte que cuando se hallaba en auge. Así empleando su liberalidad, no tuvo enemistades  algunas, porque ni ofendía ni hacía daño a ninguno, ni, si alguno le había hecho alguna injuria, prefería olvidarla antes que  vengarla. El mismo guardaba  los beneficios recibidos en su memoria inmortal, pero sólamente se acordaba de  lo que el mismo había hecho,  mientras veía contento aquel que los había recibido. De esta manera este hizo que pareciera un dicho verdadero: “Según la conducta de cada uno, así es su fortuna”. Sin embargo, el no fabricó su fortuna antes de arreglar su vida, pues se cuidó de hacer cosa alguna  que le pudiesen tachar  con razón.


                                                                                                           
                               

                                        XII                                                
Así pues, por esto, hizo que Marco Vipsanio Agripa, íntimo amigo del joven  César, no habiendo clase alguna, por distinguida que fuese, con quien pudiese emparentar,  por el valimiento  y el poder de César,  eligiera a Ático por suegro y que prefiriese casarse con  Ática, hija de caballero romano que con la de cualquier senador. Y fue quien concertó  este matrimonio-pues no debe ser ocultado-  Marco Antonio, el triunviro nombrado para levantar la república. Como pudiese acrecentar las posesiones con los  favores de éste, estuvo tan alejado de codiciar dinero que, en ningún asunto, se aprovechó de la influencia de  Antonio a no ser para socorrer a los amigos  en los peligros e incomodidades, lo cual, en realidad, se vio claramente, cuando estaba más en la  mayor efervescencia proscribir, confiscar y vender sus bienes en almoneda. Pues, como los triunviros hubiesen vendido, según las costumbres  que entonces reinaban,  los bienes de Lucio Saufeyo, caballero romano, coetáneo suyo, que, dedicado al estudio de la filosofía, vivía en Atenas y tenía posesiones de alto valor en Italia, con el trabajo y diligencia de Ático se consiguió que, por  el mismo mensajero, Saufeyo se enterara de haber perdido y a la vez  haber recuperado el patrimonio. Lo mismo, le sucedió a Lucio Julio Calidio, el cual me parece que, tras la  muerte de  Lucrecio y Catulo,  era el poeta más elegante que ha habido en nuestros tiempos y  no  menos hombre bueno y erudito en bellas artes, y al, que, tras las proscripción que se siguió a  los caballeros, procuró sacarlo a salvo, mientras estaba  ausente, porque había sido incluido en el  número de los proscritos por el jefe de las tropas Publio Volumnio a causa de  sus grandes posesiones africanas. Difícil de juzgarle es  lo que, por entonces, fue mas digno de su trabajo y fama,   porque se vio  que Ático, en medio de los peligros, estuvo no menos vigilante de la libertad de los amigos ausentes que de los presentes.
                              XIII
Pero, aquel hombre fue considerado más como buen padre de familia que como ciudadano. Pues como fuese adinerado, ninguno hubo menos amigo de hacer compras que él y ni de hacer obras. Y no obstante no dejó de vivir una mansión bastante cómoda y de regalarse con  las  cosas mejores. Pues tuvo la casa Tanfiliana en la colina Quirinal, heredada de su tío abuelo; cuya recreación y deleite no consistía en la hermosura de la fábrica del edificio sino de la  selva de su alrededor. Tenía la misma casa, por cierto hecha de antiguo,  más de gusto que de gasto; en la cual nada cambió, a no ser si en algo fue obligado por ser vieja. Tuvo una familia, de servidumbre extraordinaria, si debe calificarse el servicio; si  por su lucimiento, a penas mediocre. Pues ella tenía muy ilustrados criados,  óptimos lectores,  y muchísimos copistas, de modo que ni siquiera hubo esclavo, que llamamos de escalera abajo, que no pudiese hacer bien una y otra de las dos cosas;  de igual modo los demás artífices, que se necesitaban en el cuidado doméstico,  eran muy del todo buenos. Sin embargo, no tuvo a ninguno de estos que no hubiera  nacido ni sido educado en su casa; lo que es prueba no solo de moderación  sino también de la  elegancia.  Pues, debe ser considerado propio del  hombre no ambicioso el no desear con demasiada codicia las cosas, lo que tu veas de muchísimos, y es más propio de una actividad alta lograrlo con diligencia más que con dinero. Era, pues, de buen gusto, no de mucha ostentación; de lucimiento, no derrochador; ponía su esmero en  conseguir  la pureza, no el  derroche :  su ajuar módico, nada excesivo, para que no se le  pudiese notar en lo poco ni en lo mucho;  no pasaré por alto,  aunque considero que parecerá sin importancia para algunos lo siguiente: como fuese este caballero romano  muy aficionado a hacer convites y, con mucha liberalidad, invitase  a hombres de todas las clases a su casa,  sabemos que gastaba orinariamente de un mes a otro de acuerdo con la efemérides.  nada más que  3.000  ases anotado en el morral,  Y no  escribo  esto  como si lo hubiera  oído sino que lo puedo dar por comprobado;  pues, a menudo, gracias a su amistad, estuve en las celebraciones de sus casa.
                              XIV
Ninguno en su banquete escuchó otra concierto que el lector de mesa, que, según nuestro criterio, era muy agradable;  y nunca se cenó sin escuchar alguna lección en su casa de modo que los convidados se deleitaban más con el espíritu que con el vientre. Pues convocaba a aquellos cuyas costumbres  fueran muy compatibles con  las suyas. Aunque entró en sus arcas  tanto dinero, no cambió nada de su modo de ser cotidiano, nada de las costumbres de su vida,  y tuvo  una moderación tan grande que ni, con los 2 millones de sestercios que había recibido de su padre,  se comportó poco espléndido; ni,  cuando tenía 10 millones vivió con mayor ostentación  que la que se había establecido  como norma, y con el mismo rasero  se comportó  tratándose de  una y otra fortuna que tuviese.  No disfrutó huertos, ni ninguna casa de campo o  de mar suntuosas, ni finca rústica  en Italia y,  cerca de Ardea, tan sólo una hacienda de campo, y otra en Nomenta;  todas sus rentas consistían en las haciendas que tenía en  Epiro y en las posesiones de Roma. De lo que podemos deducir  que acostumbraba regular su dinero no con la  grandeza sino con la cordura y la prudencia.
XV
Ni mentía, ni podía aguantar la mentira. Así pues, su compañía no estaba sin respeto,  ni su seriedad de trato sin  afabilidad  de tal manera que era difícil de saber si los amigos lo veneraban más que lo amaban.  Cualquier cosa que se le pedía, con cautela lo prometía, porque pensaba que no era de un hombre liberal  sino  de poca entidad   prometer  lo que no  se podía cumplir. En apoyar lo que había dicho,  se preocupaba tanto  que parecía llevar a cabo el asunto, no como que se le hubiera  mandado, sino como suyo propio.  Nunca le pesó asumir un negocio que se le  hubiese encargado, pues consideraba que en esto iba  su estima; que era lo que más estimaba. Por esto acontecía que corría con todos los negocios de Cicerón,  Mario Catón, Quinto Hortensio, Aulo Torcuato, y  muchos caballeros romanos.  A partir de estas premisas, podríamos juzgar que el esquivó la administración de la república no por desidia sino por prudencia.
                              XVI
No puedo  aportar  ninguna prueba más grande de su cortesía  y afable trato que, siendo un adolescente,  fue  muy agradable al viejo Sila. Y en la vejez, lo fue a Marco Bruto; mas  con sus coetáneos, Quinto Hortensio y Marco Cicerón, vivió de tal manera que es difícil juzgar, a qué edad estuvo más ligado con ellos. Aunque  Cicerón lo amó, sobre todo, tanto que ni siquiera le fue  más querido o más amigo su hermano Quinto. Esto lo prueban, además de los libros, en los que hace mención sobre él, que fueron editados para el pueblo,  en 11 volúmenes de cartas enviadas a Ático desde su consulado hasta el último momento de su vida; pues el que las leyera, no echará de menos una historia seguida de aquellos tiempos. Pues, todas las cosas fueron escritas  tan detalladamente que todo se descubría en estas cartas sobre las pasiones de los principales, los vicios de los jefes, y los cambios de la república  y podía  comprendese fácilmente que el conocimiento que Cicerón tenía de las cosas en cierto modo era un adivinación: pues Cicerón no sólo pronosticó las cosas que en vida sucedieron, sino que cantó como adivino lo que ahora vienen aconteciendo de costumbre.  
XVII
¿Qué más cosas puedo recordar sobre el corazón piadoso de Ático? Pues  lo que  yo  le  escuché  lleno de gloria  en el entierro de su madre( que alcanzó los 90 años,)  y estando a la edad de 67, que nunca  le tuvo que perdonar  su madre , ni  nunca tuvo con su hermana en diferencias, que era casi de la misma edad. Esto es prueba de que nunca hubo ninguna queja entre ellos, y que este era de una indulgencia tal con respecto a los suyos, que consideraba que no estaba permitido enfadarse con aquellos con los que debía amar.  Y no sólo, por su genio hizo esto, aunque todos estemos sujetos a él, sino también por su doctrina. Pues tuvo tan asimilados  los preceptos de los principales filósofos que se servía de estos para vivir y no para la ostentación.
         XVIII
Ático imitó muchísimo el comportamiento de sus antepasados y amó la antigüedad, en la cual estuvo tan instruido  que la expuso por completo en aquel libro, con el que ordenó las magistraturas. Ninguna ley, pues, ni guerra ni hecho ilustre del pueblo romano hay que no haya sido escrita en este libro cuando sucedió, y lo que muy difícil de hacer, de tal manera  insertó en su obra la genealogía de las familias que podemos conocer, a partir de esta obra,   la estirpe de los más  famosos varones. Hizo esto mismo por capítulos en otros libros, a saber, exponer con detalles, a instancias de Marco Bruto,  la familia Junia desde su origen hasta su tiempo, anotando cuales eran los orígenes de cada uno de ellos, qué cargos y en qué momento los había desempeñado;  de igual modo, se lo hizo a instancias de  Marcelo Claudio sobre los Marcelos;  a Escipión Cornelio y Fabio Máximo  sobre  los Fabios y Emilios. Nada puede ser más agradable que estos libros para los que tienen algún interés de conocer sobre los famosos varones. También estudió algo de  Poética, creemos, para no verse privado  de la dulzura de este arte. Pues, celebró con  versos a  los demás personajes  del pueblo romano que destacaron por su honor y grandeza de gestas, de tal manera que describió,  al pie de la estampa de cada uno de ellos,  sus hechos y sus magistraturas  con no más de cuatro o cinco versos cada uno. Lo que apenas podríamos figurarmos, que cosas tan importantes pudieran ser declaradas con una concisión  tan grande. También, tiene un solo libro, escrito en griego, Sobre el consulado de Cicerón. 
XIX
Todo lo que hasta aquí he dicho, los publiqué en  vida de Ático.  Ahora, puesto que la fortuna ha querido que yo le sobreviva,  continuaré con lo que sucedió después de su muerte, y todo cuanto pueda, lo mostraré con ejemplos para  los lectores, como antes he indicado, : “Según la conducta de cada uno, así es su fortuna”. Pues, Ático, contento en el orden ecuestre, en el que había nacido, llegó  a emparentar con el emperador Augusto, el Hijo Divino de Julio César, habiéndolo conseguido  antes de su amistad, no por ninguna cosa que por la buena conducta de vida con que había captado a los demás principales de la ciudad,  y, con igual dignidad,   a los mas débiles  por  la fortuna. Pues, se empeñó tanto la fortuna en favorecer a César que  no dejó de darle lo que le aportó antes que a cualquier otro y le proporcionó lo que, hasta entonces,  ningún ciudadano romano trató, sin descanso, de lograr.  Pues Ático tuvo una nieta de Agripa, con  quien  había casado a su hija doncella. César apenas desposó a ésta, cuando apenas tenía la edad de un año, con Tiberio Claudio Nerón, hijo de Drusilla, su hijastro; este parentesco  no solo estrechó su amistad, sino que también aumentó el trato que se tenían.
XX
No obstante, Augusto,  antes de estos matrimonios, estando  lejos de la ciudad, nunca envió cartas a ninguno de los suyos,  sin escribir antes de todos a Ático preguntándole  qué hacía, qué leía y en qué lugares  y  cuánto tiempo lo debía de aguardar, y  también, encontrándose en la ciudad de Roma ciudad y tratando con  Ático  a causa de sus infinitas ocupaciones menos a menudo que quería, casi ningún día por descuido dejó pasar  casualmente, para no escribirle preguntándole  algo sobre la antigüedad o proponiéndole alguna cuestión poética, y,  entre medias  y con bromas hacía que escribiese cartas más profusas. Por  esto aconteció que, como cayese en ruinas el templo de Júpiter Feretrio,  que se ecnontraba en el  Capitolio levantado por Rómulo, sin embargo descubierto por la incuria y su estado  ya antiguo, ante  las advertencias de Ático, César trató de reconstruirlo. Y, estando lejos, no menos fue tan  honrado por Marco Antonio con cartas procuraba informarle a Ático qué hacía  desde los últimos lugares de la tierra.  Cómo puede ser esto, lo podría considerar más fácilmente aquel que pueda juzgar cuánta sabiduría tuvo en  mantener el trato y la benevolencia, entre aquellos que no solo  porfiaban por las más importantes cosas sino también por el empeño de desacreditarse el uno al otro, como  fue preciso que hubiese  entre Cesar y Antonio,  al pretender  cada uno ser el príncipe de la ciudad de Roma sino del orbe de las tierras.  
                                                  XXI
          Habiendo cumplido los 77 años de edad con esta forma excelente de vida, y habiendo crecido no menos en esplendor que en la aceptación  y  riquezas (pues había conseguido muchas  herencias sin ningún otro motivo que por su bondad), y habiéndose  mantenido siempre en tan robusta salud, que no  necesitó  la medicina durante treinta años, tuvo una enfermedad que, al principio, el mismo y los médicos no le dieron importancia; pues creyeron que era  pujos de sangre, contra los que se le  aplicaron  remedios caseros y fáciles de recetar.  Habiendo cumplido  tres meses sin dolor alguno, salvo los que  sentía cuando se le curaba, de pronto la fuerza de la enfermedad  se le retiró  de tal modo a lo  más profundo del vientre que, ya en los últimos días de su vida, se le abrió en los dorsos una fístula agangrenada, después que se dio cuenta que, cada día, se le aumentaban los dolores y le subían las fiebres, ordenó llamar a su yerno Agripa, y, junto con éste, a Lucio Cornelio Balbo y Sexto Peduceo.  Una vez que vio que estos habían venido, recostado sobre la cama, les dijo: “Puesto que os pongo por testigos de cuánto cuidado y diligencia he puesto en recobrar mi salud, no es necesario contar  nada más con muchas palabras. Porque me he sentido satisfecho con estos cuidados, según espero, y no me ha quedado nada por hacer que se refiriera para curarme,  me resta que yo mismo  mire por mí. He querido que vosotros sepáis esto, pues de mí depende acabar de sustentar mi enfermedad. En efecto,  durante estos días, he tomado algún que otro alimento,  y  me he alargado la vida de tal manera  que he aumentado mis dolores sin esperanza de salvarme. Por esta razón, os pido que, primero,  aprobéis esta  determinación mía, y,  luego, que no os canséis en vano en  disuadirme de  que yo coma”. 
                    º                             XX
          Habiendo dicho esto con tanta firmeza de voz y de expresión que parecía que no se iba de la vida, sino de casa en casa, como Agripa, entre lloros y lágrimas, le pidiera y suplicara con encarecimiento que no se diera prisa también a si mismo hacia lo que la naturaleza obligaba activar, y, supuesto que enfermo como estaba podía vivir más tiempo, que  se conservara por sí  y por los suyos;  empeñado en no tomar alimento, le tapó la boca  con no responder a las súplicas que Agripa le hacía. Habiéndose así abstenido de comer durante dos días, de pronto bajó mucho la calentura y empezó a mejorar la enfermedad. Sin embargo, no menos que antes, se mantuvo firme en la resolución;  y a los cinco días de haber tomado esta determinación,  murió el 31 de marzo bajo el consulado de Cneo  Domicio y Cayo Sosio. Fue llevado en una litera cubierta de luto, como el había ordenado por escrito,  sin ninguna pompa fúnebre, acompañado de los buenos hombres de la ciudad y un grandísimo concurso de gente. Fue sepultado junto a la Vía Apia a cinco millas en el sepulcro de Quinto Cecilio.  o.  

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