Este cuadro de Pelaggio Pelagi , pintor de l último tercio del siglo XVIII, que se encuentra en el Museo del Quirinal, recoge a César dictando sus Comentarios a los copistas para editar sus obra. Cuentan que " El negocio de Tito Pomponio Ático funcionaba de la siguiente manera: Cicerón entregaba sus manuscritos a Ático; éste tenía un taller de copia en el monte Quirinal con una plantilla de copistas (librarios) y de correctores (anagnostas) que producían en pocas semanas muchas copias de alta calidad caligráfica. Los librarios copiaban al dictado del editor y, posteriormente, los anagnostas corregían las copias. Se podían realizar “tiradas” de varias decenas de ejemplares en pocas semanas, aunque nunca se alcanzaban las tiradas de miles de copias Otros editores conocidos fueron los hermanos Sosios, editores de Horacio, que poseían un negocio cerca del arco de Jano; el griego Doro, editor de la monumental “Historia” de Tito Livio; o Trifón, editor de Quintiliano y Marcial.
Los costos de la edición corrían a cargo del editor pero si se deseaba realizar una edición más lujosa o de mayor tirada, el autor debía asumir parte del coste. También existía la edición por encargo que solía ser financiada por algún rico lector a quien el autor había dedicado su obra. Así publicó, por ejemplo, el poeta Estacio.
Pomponio Ático, descendiente de una de
de las más antiguas familias de Roma, obtuvo la dignidad ecuestre heredada en
perpetuidad de sus antepasados. Tuvo un padre diligente y, según eran los
tiempos, rico, y muy dado a la literatura.
Este educó a su hijo, de la misma manera que amaba la literatura, en todas las
disciplinas, en las que se debe instruir a los niños. Pues, Ático, ya de niño, tenía, a parte de la facilidad de aprender, la
más alta gracia de presencia
y voz para entender rápidamente
todo cuanto le enseñaban y ,
también para pronunciar
excelentemente. Por esta razón decían que se señalaba entre sus
condiscípulos o compañeros, y se hacía con
más fama que estos deseosos de gloria pudiesen
soportarlo de buen agrado. De esta manera incitaba a estudiar a todos, entre ellos estuvieron
Lucio Torcuato, el hijo de Cayo Mario y Marco Cicerón; a estos se los atrajo de
tal manera con su trato y semejanza de vida que nadie hubo más querido para
estos a lo largo de su vida.
II
Su padre murió repentinamente. El mismo,
siendo adolescente, a causa de su parentesco con Publio Sulpicio, que fue
matado como tribuno de la plebe, no estuvo libre de aquel peligro.
Pues, Anicia, prima hermana de
Pomponio, se había casado con Servio,
hermano de Sulpicio. Así, muerto Sulpicio, después que se dio cuenta de que la ciudad había sido
alterada por el levantamiento de Cinna y no se le daba posibilidad, según se
dignidad ecuestre, de vivir, sin ofender
a una u otra parte, estando muy
encontrados los ánimos de sus paisanos, porque unos estaban a favor de los
partidarios de Sila, y otros de los de
Cinna, habiendo pensado que era el momento idóneo de continuar sus estudios, se
retiró a Atenas. Y, no por esto, ayudó con sus medios al adolescente Mario, considerado enemigo suyo,
a cuya huida con dinero apoyó. Y para que aquel viaje y estancia en Atenas no
perjudicara su hacienda particular, transportó gran parte de sus bienes muebles
a esta ciudad. Este vivió de tal manera que era muy querido por todos los
atenienses gracias a sus méritos y favores. Pues, además de su gracia, que ya era grande en su
adolescencia, a menudo alivió con sus recursos la pobreza de aquellos. Como los atenienses se vieran en la precisión
de hacer una deuda para pagar otra y no encontrasen dinero sino a costas de las
crecidas usuras, siempre medió dando el dinero de tal manera que nunca aceptó de ellos usura ni permitió que se le debiera más allá de lo
que se había aplazado. Ambas cosas eran provechosas para los deudores. Pues ni
permitía que, dando largas, la deuda se eternizase, ni esta creciera
multiplicando los intereses. Acrecentó este beneficio con otro acto de liberalidad. Pues donó a todos con trigo de
tal manera que a cada uno se le dieron
seis modios de trigo; este modio de medida se llama “medinmo” en Atenas.
III
Pero, tratándose de toda administración de la cosa
pública, lo consideraban como autor y actor. Y se comportaba de tal manera que
era afable con los humildes, e igual con los principales clase alta. Por
esto, consiguió que le daban en
público todos los honores que podían y le
procuraban hacerlo ciudadano de Atenas. El no quiso gozar de esta buena obra,
porque algunos lo interpretaban de esta manera, que el perdía la ciudadanía
romana haciéndose ciudadano de otra ciudad. Mientras estuvo presente en Atenas,
se resistió a que le pusiesen una estatua; pero, en su ausencia, no
pudo prohibirlo. De esta manera,
algunos las erigieron a él mismo y a Fidias en los lugares mas sagrados.
Por eso, el primer favor de la fortuna fue el haber nacido en aquella ciudad,
en la que estaba la sede del imperio del orbe de la tierra, de modo que la tenía
como patria y también como lugar
de vivir. Y, también fue un modelo de prudencia, el ser muy querido por los atenienses, habiendo se retirado a esta ciudad de Atenas,
la cual sobresalía a todas en antigüedad,
doctrina y cultura.
IV
Como Sila hubiese venido en su retirada
de Asia a Atenas, tuvo con él a
Pomponio, pues estaba prendado de su cortesía y exquisitez. Pues hablaba en
griego como si pareciese que había nacido en Atenas; pero era tan grande la
dulzura de su habla latina que estaba
claro y manifiesto que él tenía una
gracia natural en hablarla, no adquirida. También recitaba de memoria obras poéticas en griego y latín de
manera que no había más que oír.
Por esto, sucedió que Sila nunca lo dejaba irse y
deseaba llevarlo siempre consigo. En medio de estos intentos de persuación,
Pomponio le dijo: “No quieras, te lo
pido, llevarme contra los que dejé en
Italia, para no tomar las armas contra ti”.
Pero Sila, alabando la buena correspondencia de Ático con sus
ciudadanos, ordenó que le trajeran todos los regalos, que había recibido en
Atenas, en su marcha. Este, habiendo permanecido durante muchos años, dedicándose
tanto al cuidado de su hacienda cuanto debía serlo un trabajador padre de
familia y empleando el resto del tiempo a la literatura o al gobierno de los
atenienses, no menos hizo buenos
servicios a sus amigos. Pues acudió con frecuencia a sus juntas, y, si algún
asunto más importante se trató, nunca faltó. Como con Cicerón, se mostró fiel,
en todos los asuntos apurados de las personas; y a éste, precisamente, le
entregó 250.000 sestercios en su destierro de la patria. Pero, en medio de la
tranquilidad de la situación política de los romanos, según creo, volvió a Roma bajo el
consulado de Lucio Cota y Lucio
Torcuato; en su retirada, toda la ciudad
de los atenienses le hizo tan memorable que
mostró su dolor con las lágrimas de que le echaban de menos.
V
Tenía como tío materno, a Quinto Cecilio, caballero romano, amigo de Lucio
Luculo, hombre rico, de temperamento muy
intratable. Temió su hosquedad de tal modo que mantuvo su benevolencia hacia
él hasta lo más avanzado de su vejez sin
ofender a aquel que nadie podía
soportar. Hecho esto, obtuvo el fruto de su respeto. Pues Cecilio, lo adoptó en
su testamento al morir e hizo heredero de las tres cuartas partes de sus
bienes; de la cual heredad recibió unos diez millones de sestercios. La hermana
de Ático estaba casada con Quinto Tulio
Cicerón; y había ajustado este
matrimonio Marco Cicerón, con el que Pomponio vivía muy unido desde
el tiempo de condiscípulo, con mucho más amistad que con Quinto, de modo que podía considerarse
que la semejanza de costumbres eran más importante que el parentesco.
Disfrutaba de su trato íntimo Quinto
Hortensio, que, por estos tiempos, era
le más importante orador, de modo que no se podía saber a quien de los dos lo
quería más, si a Cicerón u Hortensio. Y, lo que era más difícil, lograba que, entre todos los que competían por ser muy alabados,
ningún reprochase que los distanciara, y que existiera la unión de unos varones tan
importantes.
VI
En la gobernanza se comportó de tal
manera que
siempre era y se le consideraba
del partido de los optimates, y sin embargo no se entregaba a las
disensiones civiles, porque pensaba que no eran más dueños de sí mismos, por
haberse entregado a estas, que los que eran zarandeados por los olas del
mar. No pretendió honores ni cargos,
siéndole fácil conseguirlos por su influencia o
por su dignidad, porque ni podía pretenderse,
según la costumbre de sus antepasados,
ni aceptarse, mientras se mantenían las leyes de amplio cohecho, ni podían gestionarse desde el poder sin
peligro en medio de la corrupción de las costumbres de la ciudad. Nunca accedió a la subasta
pública. No fue hecho
fiador ni comprador de ninguna
cosa. No acusó a nadie con su nombre ni
dando su consentimiento. Jamás compareció en juicio para defender un asunto suyo. No tuvo pleito alguno.
Aceptó las prefecturas que muchos
cónsules y pretores le delegaron
de tal modo que no llevó a nadie consigo a la provincia; quedó contento de su cargo y despreció la
ganancia de su hacienda particular. Este
ni siquiera quiso ir con Quinto Cicerón a Asia, pudiendo ocupar un lugar de
legado junto a éste. Pues pensaba que no era conveniente que él, no habiendo querido ser pretor, ocupara un
puesto de séquito del pretor. En este
asunto no solo miraba por su dignidad
sino también por su tranquilidad de ánimo, evitando también las sospechosas
acusaciones. Por esto sucedía que, por su buena y arreglada vida, se granjeaba
la buena estima de todos cuando
veían que se le otorgaban por el
cumplimiento del deber y no por el temor o la esperanza de coneguir algo.
VII
Estalló aquella famosa Guerra civil de César, cuando tenía
unos 60 años. Mas, se valió del privilegio de la edad, y no se retiró a ningún lugar fuera de la
ciudad. Todo lo que sus amigos habían
necesitado en su marcha hacia Pompeyo, se lo entregó de su hacienda
familiar. No se disgustó con Pompeyo,
con quien tenía alguna relación, aunque no seguía su partido. Porque no le debía favor ni merced
alguna, como todos los demás que, por su
mediación, habían recibido cargos o
riquezas; pues unos le acompañaron en la
campaña de muy mala ganas, y otros se quedaron en su casa muy contra a su
gusto. Mas la neutralidad e Ático agradó
tanto a Cesar, que, aún siendo vencedor, como exigiera dinero a los particulares
a través de cartas, no sólo no le molestó pidiéndole dinero, sino que le soltó perdonándolos
al hijo de su hermana y a Quinto Cicerón
que habían participado del bando de Pompeyo. Con este antiguo modo de vida, Ático
escapó de los nuevos riesgos.
VIII
Muerto César, se siguió aquel tiempo, en el que parecía que la republica pertenecía a los
Bruto y los Casio y que toda la ciudad
había caído en sus manos. Gozó tanto de la amistad de Bruto que, este, aún siendo
adolescente, a ninguno de su edad trató con más intimidad que a Ático, que ya
era anciano, y no sólo lo tenía por
principal consejero, sino también por comensal. Algunos proyectaron que los caballeros romanos establecerían un
fondo privado los que lo mataron a
César. Pues, pnsaron que esto se podía hacer fácilmente, si los principales de este orden hubiesen
reunido el dinero. De esta manera, Cayo Flavio, amigo de Bruto, llamó a Ático para que quisiese ser el protagonista de esta contribución. Pero aquel, que
consideraba que debía favorecer a los
amigos sin partidismo y siempre se había
alejado de tales intenciones, respondió
“ que, si Bruto quisiese valerse de sus bienes, los podría emplear tanto cuanto estuvieran claras y manifiestas
las intenciones, pero que éel no se trataría sobre este asunto ni se acompañaría con cualquier
faccionario”. De esta manera, con la
oposición de uno sólo se desvaneció aquel proyecto que habían formado los
faccionarios. No mucho después, Antonio
empezó a salir victorioso de tal manera que Bruto y Casio, una vez
quitada la tutela de las provincias que se le habían dado por el cónsul a causa
de ser ricos, salieron desterrados y desesperanzados
por la mala situación. Y no, por eso, lisonjeó a Antonio que se hallaba en las
pompas del poder, ni los dejó en la estacada a los otros dos. Ático, que no
había querido reunir dinero junto con los demás
para aquel partido cuando estaba en su mayor auge, envió 100.000
sestercios como regalo, a Bruto, que había sido cesado y que e retiraba de Italia; y, ordenó que
se le dieran 300.000
sextercios, cuando ya estaba lejos, en Epiro.
IX
Siguió la guerra que tuvo lugar en las cercanías de
Módena. En esta ciudad, si calificara a
Ático tan sólo como prudente, me
quedaría más corto de lo que debiera, porque el fue más bien adivino, si la
adivinación debe llamarse a aquella continua bondad natural, que no se altera ni se baja por ninguna circunstancia. Antonio, declarado
enemigo de la patria, se había retirado
de Italia, no había ninguna esperanza de que volviera. No sólo sus enemigos,
que eran muchísimos y poderosísimos en aquel tiempo, sino también los que se
coaligaban con los enemigos de Antonio y esperaban conseguir algún favor en
causarle daño, molestaban a los seguidores de Antonio, deseaban despojar a su
esposa Fulvia de todas las cosas, y se
preparaban a matar a sus hijos. Ático,
valiéndose de la íntima amistad de
Cicerón, y siendo, también., muy amigo de Bruto, no sólo no fue nada complaciente
con estos dos para ofender a Antonio, sino que, al contrario. Protegió a sus amigos cuando huyó de la
ciudad, todo cuanto pudo y ayudó en todas
las cosas que necesitaron. Pues a Publio Volumnio le favoreció tanto que su
padre no hubiera podido conseguir más cosas.
Además a la misma Fulvia,
siendo víctima de procesos y vejada con grandes terrores, sirvió
con tan gran cuidado que ella no afrontó ninguna comparecencia sin estar
presente Ático, y fue el defensor de todas sus causas. Es más, como aquella
dejase escapar un terreno puesto a plazo
fijo, cuando se hallaba en auge, y no pudiese tomar un préstamo a causa de la desgracia, él
se interpuso y le prestó dinero sin
interés y sin obligación alguna. Pues
connsideraba que era la mejor ganancia que lo recordaran y fuese reconocido como hombre digno de darle
las gracias, y, al mismo tiempo, se manifestaba como que no solía ser amigo de la
fortuna, sino de los hombres. Cuando hacía esto, nadie podía considerar que el
lo hacía por las circunstancias del tiempo. Mas nadie se hacía el juicio de que
Antonio volvería a levantarse con el mando. Pues, en secreto, era reprehendido
por algunos optimates, porque, según
ellos, parecía que odiaba poco a los malos ciudadanos. Pero,
Tito Pomponio hombre firme en sus criterios, consideraba mejor lo que era justo de hacer a que
otros lo tuviesen que alabar.
X
Tomó
de repente otro rumbo la fortuna por completo. Después que Antonio
regresó a Italia, todos habían
juzgado que Ático estaría en gran peligro a causa de la gran amistad que tenía con Cicerón y Bruto. Así pues, ante la llegada de
los jefes, se retiró del foro, temiendo la proscripción y se ocultó junto con
Volumnio, a quien, como hemos mostrado un poco antes, le había prestado ayuda.- era tan grande el
carácter cambiante de la fortuna en estos tiempos, que una veces estos, otras
aquellos se encontraban en los más altos precipicios o peligros-y lo
acompañaba su coetáneo Quinto Gelio Cano
y muy semejante a él en costumbres y buenas
prendas. Sirva también esto de ejemplo de su bondad, el hecho de que vivió con aquel, que había conocido de niño en la escuela, de tal modo tan unido
que hasta el final de la vida fue en
aumento su amistad. Aunque Antonio se
había llevado arrastrar por un odio tan grande
contra Cicerón, que no solo era enemigo suyo sino también de los amigos de éste; y los quería proscribir; sin embargo , a
instancias de de muchas personas, se
acordó de lo beneficios que debía a
Ático, y, habiendo preguntado dónde estaba, con su propia mano escribió: que no temiese y que en seguida fuese a
verle, reafirmándole que el mismo lo
había exceptuado de la lista de los proscritos a él y a Cano por sus servicios.
.
Y para que ninguno peligro le
sobreviniese, porque era de de noche, le
envió una escolta de proección. Así Ático, en medio del más alto miedo, no sólo se protegió así mismo sino también, conjuntamente, a quien quería muchísimo. Pues no sólo prestó ayuda para salvarse a sí mismo , sino a todo lo que estaba unido a él, para dejar
claro que no quería que su fortuna
estuviera separada de ninguno de sus amigos. Y si es muy alabado un
timonel, el cual mantiene la nave a salvo de la tempestad o del rocoso mar, ¿por
qué no se va a considerar ejemplar la
prudencia de aquel que salió libre de tantos y tan graves guerras civiles hasta
alcanzar la salvación?
XI
Cuando salió a salvo de estas
desgracias, ninguna otra cosa hizo que ayudar a muchísimos. Como el vulgo buscase a proscritos, alentado por los
premios de los triunviros, nadie a Epiro
vino, a quien le faltara alguna cosa y todos tuvieron la posibilidad de
quedarse allí perpetuamente: y lo que es más, incluso, Ático después del combate de Filipos
y la muerte de Casio y Bruto, dispuso proteger al expretor Lucio Julio Mocila, y a su hijo a y a Aulo
Torcuato, y ordenó que todos sus bienes
le fueran llevados a Samotracia desde Epiro. Es difícil seguir refiriendo todas
sus cualidades, principalmente las que son de poca entidad. Sólo queremos que
comprendamos, el que su liberalidad no
duraba poco tiempo ni la prestaba con
malicia. Se puede sacar juicio, a partir
de los mismos acontecimientos y circunstancias, alegando que no se vendió por
amigo de los que se hallaban en auge,
sino que siempre socorrió a los afligidos; pues este honró más a
Servilia, madre de Bruto, después de su
muerte que cuando se hallaba en auge. Así empleando su liberalidad, no tuvo
enemistades algunas, porque ni ofendía
ni hacía daño a ninguno, ni, si alguno le había hecho alguna injuria, prefería
olvidarla antes que vengarla. El mismo
guardaba los beneficios recibidos en su
memoria inmortal, pero sólamente se acordaba de
lo que el mismo había hecho,
mientras veía contento aquel que los había recibido. De esta manera este
hizo que pareciera un dicho verdadero: “Según
la conducta de cada uno, así es su fortuna”. Sin embargo, el no fabricó su
fortuna antes de arreglar su vida, pues se cuidó de hacer cosa alguna que le pudiesen tachar con razón.
XII
Así pues, por esto, hizo que Marco
Vipsanio Agripa, íntimo amigo del joven
César, no habiendo clase alguna, por distinguida que fuese, con quien
pudiese emparentar, por el valimiento y el poder de César, eligiera a Ático por suegro y que prefiriese
casarse con Ática, hija de caballero
romano que con la de cualquier senador. Y fue quien concertó este matrimonio-pues no debe ser ocultado- Marco Antonio, el triunviro nombrado para
levantar la república. Como pudiese acrecentar las posesiones con los favores de éste, estuvo tan alejado de
codiciar dinero que, en ningún asunto, se aprovechó de la influencia de Antonio a no ser para socorrer a los
amigos en los peligros e incomodidades,
lo cual, en realidad, se vio claramente, cuando estaba más en la mayor efervescencia proscribir, confiscar y
vender sus bienes en almoneda. Pues, como los triunviros hubiesen vendido, según
las costumbres que entonces reinaban, los bienes de Lucio Saufeyo, caballero
romano, coetáneo suyo, que, dedicado al estudio de la filosofía, vivía en
Atenas y tenía posesiones de alto valor en Italia, con el trabajo y diligencia
de Ático se consiguió que, por el mismo
mensajero, Saufeyo se enterara de haber perdido y a la vez haber recuperado el patrimonio. Lo mismo, le
sucedió a Lucio Julio Calidio, el cual me parece que, tras la muerte de
Lucrecio y Catulo, era el poeta
más elegante que ha habido en nuestros tiempos y no
menos hombre bueno y erudito en bellas artes, y al, que, tras las
proscripción que se siguió a los
caballeros, procuró sacarlo a salvo, mientras estaba ausente, porque había sido incluido en
el número de los proscritos por el jefe
de las tropas Publio Volumnio a causa de
sus grandes posesiones africanas. Difícil de juzgarle es lo que, por entonces, fue mas digno de su
trabajo y fama, porque se vio que Ático, en medio de los peligros, estuvo
no menos vigilante de la libertad de los amigos ausentes que de los presentes.
XIII
Pero, aquel hombre fue considerado más como
buen padre de familia que como ciudadano. Pues como fuese adinerado, ninguno
hubo menos amigo de hacer compras que él y ni de hacer obras. Y no obstante no
dejó de vivir una mansión bastante cómoda y de regalarse con las
cosas mejores. Pues tuvo la casa Tanfiliana en la colina Quirinal,
heredada de su tío abuelo; cuya recreación y deleite no consistía en la
hermosura de la fábrica del edificio sino de la
selva de su alrededor. Tenía la misma casa, por cierto hecha de antiguo,
más de gusto que de gasto; en la cual
nada cambió, a no ser si en algo fue obligado por ser vieja. Tuvo una familia,
de servidumbre extraordinaria, si debe calificarse el servicio; si por su lucimiento, a penas mediocre. Pues
ella tenía muy ilustrados criados, óptimos
lectores, y muchísimos copistas, de modo
que ni siquiera hubo esclavo, que llamamos de escalera abajo, que no pudiese
hacer bien una y otra de las dos cosas;
de igual modo los demás artífices, que se necesitaban en el cuidado
doméstico, eran muy del todo buenos. Sin
embargo, no tuvo a ninguno de estos que no hubiera nacido ni sido educado en su casa; lo que es
prueba no solo de moderación sino
también de la elegancia. Pues, debe ser considerado propio del hombre no ambicioso el no desear con demasiada
codicia las cosas, lo que tu veas de muchísimos, y es más propio de una actividad
alta lograrlo con diligencia más que con dinero. Era, pues, de buen gusto, no
de mucha ostentación; de lucimiento, no derrochador; ponía su esmero en conseguir
la pureza, no el derroche : su ajuar módico, nada excesivo, para que no
se le pudiese notar en lo poco ni en lo
mucho; no pasaré por alto, aunque considero que parecerá sin importancia
para algunos lo siguiente: como fuese este caballero romano muy aficionado a hacer convites y, con mucha
liberalidad, invitase a hombres de todas
las clases a su casa, sabemos que gastaba
orinariamente de un mes a otro de acuerdo con la efemérides. nada más que
3.000 ases anotado en el morral, Y no
escribo esto como si lo hubiera oído sino que lo puedo dar por comprobado; pues, a menudo, gracias a su amistad, estuve en
las celebraciones de sus casa.
XIV
Ninguno en su banquete escuchó otra
concierto que el lector de mesa, que, según nuestro criterio, era muy agradable;
y nunca se cenó sin escuchar alguna
lección en su casa de modo que los convidados se deleitaban más con el espíritu
que con el vientre. Pues convocaba a aquellos cuyas costumbres fueran muy compatibles con las suyas. Aunque entró en sus arcas tanto dinero, no cambió nada de su modo de ser
cotidiano, nada de las costumbres de su vida,
y tuvo una moderación tan grande
que ni, con los 2 millones de sestercios que había recibido de su padre, se comportó poco espléndido; ni, cuando tenía 10 millones vivió con mayor
ostentación que la que se había
establecido como norma, y con el mismo
rasero se comportó tratándose de
una y otra fortuna que tuviese.
No disfrutó huertos, ni ninguna casa de campo o de mar suntuosas, ni finca rústica en Italia y,
cerca de Ardea, tan sólo una hacienda de campo, y otra en Nomenta; todas sus rentas consistían en las haciendas
que tenía en Epiro y en las posesiones
de Roma. De lo que podemos deducir que
acostumbraba regular su dinero no con la grandeza sino con la cordura y la prudencia.
XV
Ni mentía, ni podía aguantar la mentira.
Así pues, su compañía no estaba sin respeto,
ni su seriedad de trato sin
afabilidad de tal manera que era
difícil de saber si los amigos lo veneraban más que lo amaban. Cualquier cosa que se le pedía, con cautela
lo prometía, porque pensaba que no era de un hombre liberal sino
de poca entidad prometer lo que no
se podía cumplir. En apoyar lo que había dicho, se preocupaba tanto que parecía llevar a cabo el asunto, no como
que se le hubiera mandado, sino como
suyo propio. Nunca le pesó asumir un
negocio que se le hubiese encargado,
pues consideraba que en esto iba su
estima; que era lo que más estimaba. Por esto acontecía que corría con todos
los negocios de Cicerón, Mario Catón,
Quinto Hortensio, Aulo Torcuato, y
muchos caballeros romanos. A
partir de estas premisas, podríamos juzgar que el esquivó la administración de
la república no por desidia sino por prudencia.
XVI
No puedo
aportar ninguna prueba más grande
de su cortesía y afable trato que,
siendo un adolescente, fue muy agradable al viejo Sila. Y en la vejez,
lo fue a Marco Bruto; mas con sus
coetáneos, Quinto Hortensio y Marco Cicerón, vivió de tal manera que es difícil
juzgar, a qué edad estuvo más ligado con ellos. Aunque Cicerón lo amó, sobre todo, tanto que ni
siquiera le fue más querido o más amigo
su hermano Quinto. Esto lo prueban, además de los libros, en los que hace
mención sobre él, que fueron editados para el pueblo, en 11 volúmenes de cartas enviadas a Ático
desde su consulado hasta el último momento de su vida; pues el que las leyera,
no echará de menos una historia seguida de aquellos tiempos. Pues, todas las
cosas fueron escritas tan detalladamente
que todo se descubría en estas cartas sobre las pasiones de los principales,
los vicios de los jefes, y los cambios de la república y podía
comprendese fácilmente que el conocimiento que Cicerón tenía de las
cosas en cierto modo era un adivinación: pues Cicerón no sólo pronosticó las
cosas que en vida sucedieron, sino que cantó como adivino lo que ahora vienen
aconteciendo de costumbre.
XVII
¿Qué más cosas puedo recordar sobre el
corazón piadoso de Ático? Pues lo que yo le escuché
lleno de gloria en el entierro de
su madre( que alcanzó los 90 años,) y
estando a la edad de 67, que nunca le
tuvo que perdonar su madre , ni nunca tuvo con su hermana en diferencias, que
era casi de la misma edad. Esto es prueba de que nunca hubo ninguna queja entre
ellos, y que este era de una indulgencia tal con respecto a los suyos, que
consideraba que no estaba permitido enfadarse con aquellos con los que debía
amar. Y no sólo, por su genio hizo esto,
aunque todos estemos sujetos a él, sino también por su doctrina. Pues tuvo tan asimilados los preceptos de los principales filósofos
que se servía de estos para vivir y no para la ostentación.
XVIII
Ático imitó muchísimo el comportamiento
de sus antepasados y amó la antigüedad, en la cual estuvo tan instruido que la expuso por completo en aquel libro,
con el que ordenó las magistraturas. Ninguna ley, pues, ni guerra ni hecho
ilustre del pueblo romano hay que no haya sido escrita en este libro cuando
sucedió, y lo que muy difícil de hacer, de tal manera insertó en su obra la genealogía de las
familias que podemos conocer, a partir de esta obra, la estirpe de los más famosos varones. Hizo esto mismo por
capítulos en otros libros, a saber, exponer con detalles, a instancias de Marco
Bruto, la familia Junia desde su origen
hasta su tiempo, anotando cuales eran los orígenes de cada uno de ellos, qué
cargos y en qué momento los había desempeñado;
de igual modo, se lo hizo a instancias de Marcelo Claudio sobre los Marcelos; a Escipión Cornelio y Fabio Máximo sobre
los Fabios y Emilios. Nada puede ser más agradable que estos libros para
los que tienen algún interés de conocer sobre los famosos varones. También
estudió algo de Poética, creemos, para
no verse privado de la dulzura de este
arte. Pues, celebró con versos a los demás personajes del pueblo romano que destacaron por su honor
y grandeza de gestas, de tal manera que describió, al pie de la estampa de cada uno de
ellos, sus hechos y sus
magistraturas con no más de cuatro o
cinco versos cada uno. Lo que apenas podríamos figurarmos, que cosas tan
importantes pudieran ser declaradas con una concisión tan grande. También, tiene un solo libro,
escrito en griego, Sobre el consulado de
Cicerón.
XIX
Todo lo que hasta aquí he dicho, los
publiqué en vida de Ático. Ahora, puesto que la fortuna ha querido que
yo le sobreviva, continuaré con lo que
sucedió después de su muerte, y todo cuanto pueda, lo mostraré con ejemplos
para los lectores, como antes he indicado,
: “Según la conducta de cada uno, así es
su fortuna”. Pues, Ático, contento en el orden ecuestre, en el que había
nacido, llegó a emparentar con el
emperador Augusto, el Hijo Divino de Julio César, habiéndolo conseguido antes de su amistad, no por ninguna cosa que
por la buena conducta de vida con que había captado a los demás principales de
la ciudad, y, con igual dignidad, a los mas débiles por la
fortuna. Pues, se empeñó tanto la fortuna en favorecer a César que no dejó de darle lo que le aportó antes que a
cualquier otro y le proporcionó lo que, hasta entonces, ningún ciudadano romano trató, sin descanso,
de lograr. Pues Ático tuvo una nieta de
Agripa, con quien había casado a su hija doncella. César apenas
desposó a ésta, cuando apenas tenía la edad de un año, con Tiberio Claudio
Nerón, hijo de Drusilla, su hijastro; este parentesco no solo estrechó su amistad, sino que también
aumentó el trato que se tenían.
XX
No obstante, Augusto, antes de estos matrimonios, estando lejos de la ciudad, nunca envió cartas a
ninguno de los suyos, sin escribir antes
de todos a Ático preguntándole qué
hacía, qué leía y en qué lugares y cuánto tiempo lo debía de aguardar, y también, encontrándose en la ciudad de Roma
ciudad y tratando con Ático a causa de sus infinitas ocupaciones menos a
menudo que quería, casi ningún día por descuido dejó pasar casualmente, para no escribirle
preguntándole algo sobre la antigüedad o
proponiéndole alguna cuestión poética, y,
entre medias y con bromas hacía
que escribiese cartas más profusas. Por
esto aconteció que, como cayese en ruinas el templo de Júpiter Feretrio,
que se ecnontraba en el Capitolio levantado por Rómulo, sin embargo
descubierto por la incuria y su estado
ya antiguo, ante las advertencias
de Ático, César trató de reconstruirlo. Y, estando lejos, no menos fue tan honrado por Marco Antonio con cartas procuraba
informarle a Ático qué hacía desde los
últimos lugares de la tierra. Cómo puede
ser esto, lo podría considerar más fácilmente aquel que pueda juzgar cuánta
sabiduría tuvo en mantener el trato y la
benevolencia, entre aquellos que no solo
porfiaban por las más importantes cosas sino también por el empeño de
desacreditarse el uno al otro, como fue
preciso que hubiese entre Cesar y
Antonio, al pretender cada uno ser el príncipe de la ciudad de Roma
sino del orbe de las tierras.
XXI
Habiendo
cumplido los 77 años de edad con esta forma excelente de vida, y habiendo
crecido no menos en esplendor que en la aceptación y
riquezas (pues había conseguido muchas
herencias sin ningún otro motivo que por su bondad), y habiéndose mantenido siempre en tan robusta salud, que
no necesitó la medicina durante treinta años, tuvo una
enfermedad que, al principio, el mismo y los médicos no le dieron importancia;
pues creyeron que era pujos de sangre,
contra los que se le aplicaron remedios caseros y fáciles de recetar. Habiendo cumplido tres meses sin dolor alguno, salvo los
que sentía cuando se le curaba, de
pronto la fuerza de la enfermedad se le retiró de tal modo a lo más profundo del vientre que, ya en los
últimos días de su vida, se le abrió en los dorsos una fístula agangrenada,
después que se dio cuenta que, cada día, se le aumentaban los dolores y le
subían las fiebres, ordenó llamar a su yerno Agripa, y, junto con éste, a Lucio
Cornelio Balbo y Sexto Peduceo. Una vez
que vio que estos habían venido, recostado sobre la cama, les dijo: “Puesto que os pongo por testigos de cuánto
cuidado y diligencia he puesto en recobrar mi salud, no es necesario
contar nada más con muchas palabras.
Porque me he sentido satisfecho con estos cuidados, según espero, y no me ha
quedado nada por hacer que se refiriera para curarme, me resta que yo mismo mire por mí. He querido que vosotros sepáis
esto, pues de mí depende acabar de sustentar mi enfermedad. En efecto, durante estos días, he tomado algún que otro
alimento, y me he alargado la vida de tal manera que he aumentado mis dolores sin esperanza de
salvarme. Por esta razón, os pido que, primero,
aprobéis esta determinación mía,
y, luego, que no os canséis en vano
en disuadirme de que yo coma”.
º XX
Habiendo
dicho esto con tanta firmeza de voz y de expresión que parecía que no se iba de
la vida, sino de casa en casa, como Agripa, entre lloros y lágrimas, le pidiera
y suplicara con encarecimiento que no se diera prisa también a si mismo hacia
lo que la naturaleza obligaba activar, y, supuesto que enfermo como estaba
podía vivir más tiempo, que se
conservara por sí y por los suyos; empeñado en no tomar alimento, le tapó la
boca con no responder a las súplicas que
Agripa le hacía. Habiéndose así abstenido de comer durante dos días, de pronto
bajó mucho la calentura y empezó a mejorar la enfermedad. Sin embargo, no menos
que antes, se mantuvo firme en la resolución;
y a los cinco días de haber tomado esta determinación, murió el 31 de marzo bajo el consulado de
Cneo Domicio y Cayo Sosio. Fue llevado
en una litera cubierta de luto, como el había ordenado por escrito, sin ninguna pompa fúnebre, acompañado de los
buenos hombres de la ciudad y un grandísimo concurso de gente. Fue sepultado
junto a la Vía Apia a cinco millas en el sepulcro de Quinto Cecilio. o.
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