Te lo aseguro que muchas leyendas son
verdaderas, o, al menos, tienen viso de realidad. Y esta es una de ellas. Hace
de ello casi cuatrocientos años, y es cierto que, en gran parte, estos hechos
que te voy a contar
ocurrieron en una importante casa
de la Mota. Era una casa lujosa, de señores; tenía noble fachada con pórtico adintelado de
piedra de cantería y el resto con muros de mampostería; se ubicaba en un paraje
privilegiado de la ciudadela alcalaína, lindera a la casa del corregidor; mas debajo de la
Plaza Alta , en dirección hacia
la muralla de la Puerta Nueva
y la torre de la Especería ;
en concreto esta mansión era propiedad y cobijo de una famosa e hidalga familia, los Aranda Méndez de Sotomayor.
Nobleza y alcurnia no le faltaban, pero todos los vecinos se referían a esta casa como la casa del misterio, incluso
con más intriga que los misterios de las cuevas del Bahondillo y del arrabal de Santo Domingo.
Hacía tiempo que su familia la había abandonado a duras penas. La había
recibido Leonor Méndez de Sotomayor como el último eslabón de la herencia
paterna por ser descendientes de las familias de los conquistadores de la
ciudad, incluso. Pero, la
abandonaron, aunque los poderosos la consideraban de gran valor sentimental y
crematístico por haber sido vecina del
palacio de los primeros señores musulmanes, y, luego, de los alcaides de la fortaleza, -entre ellos el
conde de Cabra-. No podían soportar vivir desgraciadamente en aquella casa que
todo el mundo bautizaba como La Casa del Duende. A ello se
añadió un pariente, por cierto escritor
de la genealogía de los Aranda, sufría ataques de melancolía y delirios.
Tras su abandono, los vecinos de
alrededor, al principio, no le dieron importancia a los comentarios y habladurías que la gente
había extendido entre los vecinos de
la fortaleza alcalaína; tan sólo, algunos se asomaban a la ventanas de
sus casas y, para satisfacer au
curiosidad, se pasaban las horas observando, a lo largo del día y de la noche, todos los movimientos de ida y venida de
aquella familia. Los había, sin embargo,
que referían que no
encontraron otra cosa que el
deambular nocturno de los miembros de la
familia aquejados de algún mal sonambulista; a lo más, los veían sentados en el bufete de su sala
cuadrada leyendo libros-o
pergaminos encontrados en el arcón de las cámaras-; lo hacían a la luz del
un lánguido candil o del cebo
de los candelabros como si buscaran el sitio
oculto
de algún objeto de valor y había que protegerlo; .tan poco daban
importancia a los bultos humanos que se
traslucían por el encerado de las ventanas y los relacionaban con las sombras
de los dueños cubiertos con amplios capotes para protegerse del frío. Pero,
pronto se extendió como la pólvora las habladurías de los criados de esta
familia: afirmaban que sus señores habían
vuelto a aquella casa, de noche y con sigilo, porque los llamaban seres
extraños produciendo ruidos en las cámaras altas.
Este fue el comienzo de esta historia. Sin embargo, cada día surgían nuevos
imprevistos y acciones mágicas, donde se mezclaban los ruidos ocultos con los
seres de ensueño y los efectos fantasmales de la luz y la oscuridad. Al principio, los vecinos
achacaron los sonoros ruidos a
los fuertes vientos, tan frecuentes por los altos de la ciudad, los que arremolinaban los aperos de
labranza y los arrastraban contra las
puertas golpeándolas desordenada y
escalonadamente como si cayera ruidosamente un castillo de naipes. Tampoco, le
dieron importancia a los apagones
intermitentes de una lámpara que
parecía que portaba un encorvado
fantasma. Aunque la visita ocasional de los esporádicos inquilinos lo achacaban
a un duende en forma de frailuco, que había albergado la familia, los vecinos
creían que no era sino una simple alucinación de las mentes de aquellos
señores, víctimas de su afán por la usura y
la acaparación de bienes. Lo cierto es que aquel duende les hizo perder
la cabeza a aquellos señores y, un día sin esperarlo, ya no volvieron a aquella
casa y se bajaron a los llanos de la ciudad para aliviarse de aquella
persecución que no sabían interpretar si era fruto de los duendecillos o del diablo en forma de fraile.
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