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martes, 28 de febrero de 2017

LA CASA DE LOS ARANDA MENDEZ DE SOTOMAYOR

LA CASA DE LOS ARANDA MENDEZ DE SOTOMAYOR

          Te lo aseguro que muchas leyendas son verdaderas, o, al menos, tienen viso de realidad. Y esta es una de ellas. Hace de ello casi cuatrocientos años, y es cierto que, en gran parte,  estos hechos  que te voy a contar  ocurrieron  en una importante casa de la Mota. Era  una casa lujosa, de señores;  tenía noble fachada con pórtico adintelado de piedra de cantería y el resto con muros de mampostería; se ubicaba en un paraje privilegiado  de  la ciudadela alcalaína, lindera a  la casa del corregidor; mas debajo de la Plaza Alta, en dirección  hacia  la muralla de la Puerta Nueva y la torre de la Especería; en concreto esta  mansión era  propiedad y cobijo  de una famosa e hidalga  familia, los Aranda Méndez de Sotomayor. Nobleza y alcurnia no le faltaban, pero todos los vecinos  se referían a   esta casa como la casa del misterio, incluso con más intriga  que los misterios  de las cuevas del Bahondillo y del  arrabal de Santo Domingo.
          Hacía tiempo que su familia  la había abandonado a duras penas. La había recibido Leonor Méndez de Sotomayor como el último eslabón de la herencia paterna por ser descendientes de las familias de los conquistadores de la ciudad, incluso.  Pero, la abandonaron,  aunque los poderosos  la consideraban de gran valor sentimental y crematístico  por haber sido vecina del palacio de los primeros señores musulmanes, y, luego, de los  alcaides de la fortaleza, -entre ellos el conde de Cabra-. No podían soportar vivir desgraciadamente en aquella casa que todo el mundo  bautizaba como La Casa del Duende. A ello se añadió un  pariente, por cierto escritor de la genealogía de los Aranda, sufría ataques de melancolía y delirios.
          Tras su abandono, los vecinos de alrededor, al principio, no le dieron importancia a los comentarios  y habladurías que  la gente  había extendido entre los vecinos de  la fortaleza alcalaína; tan sólo, algunos se asomaban a la ventanas de sus casas  y, para satisfacer au curiosidad, se pasaban las horas observando, a lo largo del  día y de la noche,  todos los movimientos de ida y venida de aquella familia. Los había, sin embargo,  que referían que  no encontraron  otra cosa  que  el deambular nocturno  de los miembros de la familia aquejados de algún mal sonambulista; a lo más, los veían  sentados en el bufete de su  sala  cuadrada  leyendo libros-o pergaminos encontrados en el arcón de las cámaras-; lo hacían   a la luz del  un lánguido  candil o del cebo de  los candelabros como si buscaran  el sitio
oculto de  algún objeto de valor y  había que protegerlo; .tan poco daban importancia a los bultos humanos  que se traslucían por el encerado de las ventanas y los relacionaban con las sombras de los dueños cubiertos con amplios capotes para protegerse del frío. Pero, pronto se extendió como la pólvora las habladurías de los criados de esta familia: afirmaban que sus señores habían  vuelto a aquella casa, de noche y con sigilo, porque los llamaban seres extraños produciendo ruidos en las cámaras altas.
          Este fue el comienzo de  esta historia.  Sin embargo, cada día surgían nuevos imprevistos y acciones mágicas, donde se mezclaban los ruidos ocultos con los seres de ensueño y  los  efectos fantasmales  de la luz y la oscuridad.  Al principio, los    vecinos  achacaron los sonoros ruidos  a los fuertes vientos, tan frecuentes por los altos de la ciudad,  los que arremolinaban los aperos de labranza  y los arrastraban contra las puertas  golpeándolas desordenada y escalonadamente como si cayera ruidosamente un castillo de naipes. Tampoco, le dieron importancia a los apagones  intermitentes de una lámpara que  parecía que portaba  un encorvado fantasma. Aunque la visita ocasional de los esporádicos inquilinos lo achacaban a un duende en forma de frailuco, que había albergado la familia, los vecinos creían que no era sino una simple alucinación de las mentes de aquellos señores, víctimas de su afán por la usura y  la acaparación de bienes. Lo cierto es que aquel duende les hizo perder la cabeza a aquellos señores y, un día sin esperarlo, ya no volvieron a aquella casa y se bajaron a los llanos de la ciudad para aliviarse de aquella persecución que no sabían interpretar si era fruto de los duendecillos  o del diablo en forma de fraile.


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