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martes, 7 de febrero de 2017

LA REGIOSDIAD, EL CLERO Y EL CAMPESINO ALCALÁINO EN LA EDAD MODERNA

En el clero, se encuentran también un grupo importante de hombres doctos y preparados culuralmente que suelen estar relacionados con las familias más cultas. Sin embargo no era el caso de los conventos, que salvo el caso del convento de san Francisco no alcanzan una madurez intelectual hasta muy avanzado el siglo XVIII, cuando ese instalan varias cátedras de Filosofía y Teología en el convento del Rosario y de gramática en el de Consolación.   


El campesino, muy apegado a su tierra, no cambiará de manera de pensar en estos dos siglos ni se verá influenciado por movimientos ideológicos o religiosos que convulsionaron otros núcleos urbanos. La propia abadía, muy ligada con la Corona real, nombra los propios abades ejerciendo un control en cualquier tipo de desviación ideológica o religiosa. Pueden predominar algún tipo de santería, pero no se hallan en ningún libro de ordenanzas casos importantes de condena. Las propias medidas infringidas contra los moriscos y los judíos portugueses no alcanzaron la trascendencia de otros lugares, sobre todo, las de los primeros. Prácticamente estaban integrados en la vida cultural y religiosa y habían asumido la religión católica. Los portugueses se vieron implicados en una serie de autos de la Inquisición, que tuvieron cierta trascendencia en la ciudad y cuyas prácticas estaban relacionadas de un modo endogámico sin trascender a otros sectores. Por eso, una vez que fueron condenados se disipó el la posible influencia en la sociedad.


La abadía se mantuvo en un tradicionalismo  durante estos siglos, salvo la renovación, que produjo el abad Pedro de Moya con la publicación y la puesta en marcha de las Constituciones sinodales, recogiendo las directrices del Concilio de Trento. Incluso, las anteriores constituciones del abad don Juan de Avila se mantuvieron hasta ochenta años después, estando vigente la nueva normativa conciliar. Eran abades, en la mayoría de las ocasiones, que ni llegaron a residir en nuestra comarca, dejando en manos de gobernadores y vicarios, amigos suyos la administración  el control religioso  y la pastoral de la abadía. Tan sólo, en tiempos de Carlos III, comienza a vislumbrarse ciertos aires de renovación, fruto de la Ilustración y el racionalismo imperante, que  tendrá algunos motivos de conflicto entre el estamento eclesiástico y la población. Cualquier  campesino reflejaba un afán por el cultivo del campo y el cumplimiento con las obligaciones con la ciudad y con  la iglesia, a la que resignadamente contribuía con tipo de imposiciones, limosnas y diezmos y primicias. Su meta final era crear alguna memoria, vínculo o capellanía , por la que se ofrecieran misas por sus persona y familiares. Raro el personaje que contribuye, salvo familia hidlaga, con la creación de una capilla o alguna obra de arte. Estaban más ligadas a las familias hidalgas. Un claro ejemplo de este campesinado rural es el de Cristobal Vázquez, residente en la ribera, viviendo a expensas del ganado y las roturaciones nuevas de tierra, que testa ante el cura Juan Cano, capellán de dicha ermita en el año 1734. Su enterramiento era en la iglesia de la Veracruz, lejos de su vivienda y había que trasladarlo desde la aldea hasta la ciudad. Las misas normales del día del entierro se complementaban con las  limosnas a los cautivos, a la casa Santa de Jerusalen, a los niños Expósitos y a la cera del Santísimo Sacramento. Sus devociones y promesas todavía perduran en esta población rural al Cristo del Paño, a la Virgen de la Cabeza, a la Virgen de las Angustias- curioso en el año1734[1].
Ante las adversidades climatologías o las grandes crisis y epidemias el´único recurso que le sostiene no es sino acudir a  las rogativas y plegarias de la divinidad. A lo largo de estos dos siglos se acrecientan el patronazgo de santos y advocaciones de  Cristo y María para la protección de los campos y la población.  Los traslados hacia la Iglesia Abacial, el rezo de novenas, el voto de la ciudad, celebraciones de misas y procesiones generales eran los modos de implorar la ayuda divina en los momentos críticos. La tradición de Santa Ana se mantuvo hasta finales del siglo XVIII y era la protectora de los campos en periodos de lluvia y sequía así como la de las madres en el momento del parto que tanto preocupaba a estos hombres. La Virgen de las Mercedes se nombró patrona de la ciudad y poco a poco ocupo el patronazgo de la ciudad, sobre todo, de los campesinos, ubicada en la Iglesia Mayor Abacial, el traslado a la iglesia de la Veracruz fue una práctica de rogativa que, aunque defendida por la ciudad y la comisiones de labradores y jornaleros, fue criticada por los abades, al encontrar algunos signos de superstición en aquellos momentos de reformismo e ilustración. San Blas,  protector de las enfermedades de la garganta, san Roque y san Sebastián de la peste, santo Domingo, patrón de reminiscencias históricas,san Miguel y la  Inmaculada Concepción, fiestas de patronazgo nacional y la  Virgen de las Angustias completaran el cuadro de patronazgo de la ciudad.
No obstante, esto no era óbice para que en algunos momentos se acudieran a prácticas que hoy día puedan resultar extrañas como la asistencia de frailes y personas en las que la población  creía que conseguían librar mediante conjuros las epidemias de los campos y de las ciudades. Así no es extraño que en los años 1672 -1673, ante la plaga de langosta se traigan frailes que la
e echen el conjuro y pasen el agua sobre la reliquia de san Gregorio. O, incluso, se acuda a los conjuradores locales como es el caso del clérigo Alonso Sánchez Izquierdo que se le requirieron


sus dotes para extinguir la plaga de gusanos en los montes. 




[1] AHPJ. Escribano José Manuel Guardia. Legajo 5810. Folio 219. Año 1736.

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