F.Martín
Cuando
los acontecimientos personales son fruto del trabajo y esfuerzo del individuo,
se puede exigir responsabilidades y cuestionar los resultados. Pero, a veces,
el azar marca a personas que no saben responder a las preguntas básicas de la
vida, nacieron y no saben quienes fueron sus padres; pervivieron y no hubo una
mano generosa que les guiara en los primeros pasos del recorrido de su
existencia; y, en un último tramo de su
existencia se consideran como viajeros
con las maletas vacías de las preguntas de su origen y su destino. Esto le
aconteció a Jonás Zurdón, un recién jubilado que contemplaba su cuadrilla
familiar recogiendo los frutos de Minerva en una mañana fría alcalaína a los
pies de la Acamuña.
Había
alcanzado su liberación laboral, y no conocía a su padre ni sabía que tenía
hermanos en algún lugar de España. Se había forjado su patrimonio con sus propias manos y ahora era
un mar de dudas que quería resolver en los primeros días de su jubilación. Me
gustaría ver a mis hermanos, si vive, se
decía. Por allí, pasó un conocido senderista de fin de semana, que saludó a Jonás como si
fuera un amigo de toda la vida:
-Buenas
tardes, Jonás.
-Hola,
Gonzalo, aquí con el mismo tema. Recuerdas que me prometiste averiguarme mi
familia. A ver si me lo consigues.
El
senderista se sintió inculpado por un compromiso que había prometido
conseguir y no había obtenido, hasta el
momento, ni rastro de aquella familia.
Había escrito a todos los archivos y registros de Andalucía, a fin de
que le pusieran algunas pistas sobre aquel apellido de aspecto algo desagradable. En unos hubo una
escueta contestación, no aparecía apellido de este tipo en sus libros de
registros de defunciones ni de nacimientos; en otros casos, recibió la callada
por respuesta.
La
llamada de atención de su amigo Jonás le persuadió a implicarse más todavía
en aquella promesa incumplida. Volvió a escribir
más cartas a sitios insospechados, a
personas particulares que había descubierto que tenían el mismo apellido de
Zurdón en tierras jerezanas; nada de nada, rien de rien. Pero, en una noche
oscura y de viento, como si presagiara
algún hecho notable el resplandor de un rayo en el cerro cercano, recibió una llamada con
una voz tenebrosa y algo alicaído, que le abrió las puertas de su túnel sin
salida.
-Estos “Zurdones”
están emparentados con mi rama de familia de los Esplá. Me parece que vinieron
antes de la guerra civil a
cultivar las tierras de Paradas y
algunos de ellos se alistaron al ejército republicano. Tengo un pariente
que le puede aclarar mucho por tierras de
León. Vive en los alrededores de la capital, pero no le puedo dar más detalles.
El
amigo senderista se convirtió en un perfecto detective aplicando sus técnicas
de la investigación doctoral que por aquel tiempo desarrollaba en los
cursos universitarios. Indagó con la
metodología de la investigación oral y
fue subiendo peldaño tras peldaño de la biografías del padre de su amigo Jonás:
tenía cerca de noventa años, había sido soldado del ejército del Frente Sur en
las sierras de Valdepeñas, tuvo amores con su madre, con la que se casó en un
pueblo del centro de Jaén ante la presencia de un teniente, y tuvo un hijo que le puso por nombre como el de
su amigo, que venía investigando.
Hizo
una labor de encaje de bolillos hasta dar con el padre de Jonás, pero su descubierto padre se
había casado con la cuñada de un hermano muerto en la batalla de Belchite. Con
estas mimbres, el investigador le informó acerca de todos los pormenores a Jonás,
y éste no pudo retenerse; quería saciar la
inquietud de sus vida,
conseguir que sus hermanos y
padre lo reconocieran y abrazaran
como un hijo olvidado y con la alegría del hijo pródigo Ya tenía programado el
viaje con un camionero, que lo dejaría en la estación de la aldea, a donde se había retirado su padre
tras la jubilación. Pero, quiso llamarlo antes y
este le respondió con voz cansina y agotada:
-Nooooooo,
nooooo, no, yo no soy tu padreeee……,- mientras se echaba a llorar como si no
quisiera saber nada del pasado- yo no tuve un hijo en tierras andaluzas.
Jonás
quedó abatido, porque sabía con seguridad que era su padre, y, tras haberlo abandonado con su madre, su padre
había tenido nueve hermanos (algunos
con su
nombre y apellido), muchos
sobrinos y resobrinos. Sólo quería mostrarse y hacer una prueba de identidad para sentirse
feliz con el vaso colmado del vacío pasado
Había descubierto su familia y, la ilusión de su vida había quedado truncada. Le escribió a todos
sus familiares, no le contestaron. Pero, unos meses después, una de sus nuevas
sobrinas, se hizo eco de sus palabras “no quiero herencias, tan sólo co
conoceros”. Lo llamó y le dijo:
-Tío
Jonás, en Madrid, nos veremos, pues ahí viven tus hermanos.
Desgraciadamente,
el padre había muerto unos días antes y Jonás compartió tan sólo el luto con su
recién descubierta familia.
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