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martes, 6 de enero de 2015

UNA FÁBULA DE ESOPO PARA EL DÍA DE LOS REYES

EL PERRO, EL TESORO Y EL BUITRE










En esta fábula de la vida, aparecen tres personajes, tan diferentes y tan distantes que a nadie se le pasaría por la cabeza interrelacionarlos: dos de grupo animal y un tercero, uno objeto de gran valor para la humanidad. Como cabía esperar, este último se trata del tesoro, que es lo mismo que la riqueza, que muchas ansían, el nudo gordiano desencadenante de toda la tramoya de este pequeño relato  fedrano. Pues, casi siempre  acontece a la naturaleza humana, que  el dinero simboliza a la codicia de tantas personas humildes  que subieron a las cimas más altas del poderío económico y,  luego, cayeron  como las torres más altas,  al sumirse en la suma  pasión por este engendro fenicio.  
Mas  vamos a la acción: el  perro encarna, por una parte , a muchas personas que nacieron de la nada, y ,se hicieron ricos, comiendo entre los escombros según Fedro, o, con palabras de hoy  escarbando en los  fondos más sucios, en  la economía fácil,  y en el mercado de las  aventureras empresas financieras; coincide, incluso, con aquellos que llegaron a  tocar lo más sagrado y sublime, el  uso indebido y fraudulento del bolsillo de los demás, prometiéndoles paraísos fiscales, ganancias desorbitadas y un bienestar sobredimensionado. Por eso, en el segundo acto del perro se representa  a aquellos que sufrieron la venganza, como en la fábula, de su propia religión utilitarista, con la que se habían coaligado mediante  la obtención del dinero  rápido, acompañada de la ganancia usurera y la falta de auténtico esfuerzo, lo que desembocó en muchas personas en un postín ficticio del poseer y tener. Pura hojalata, puro encubrimiento de la realidad es este tesoro efímero del tener desorbitado, ya que se vengó de ellos  imponiéndoles el suplicio de estar continuamente desbordados por vigilar que nadie le arrancase la riqueza de lo encontrado fortuitamente y  adquirido por medios abusivos  y en lugares cenagosos. Pero este perro- los nuevos ricos- , en vez de recordar de dónde provenían , se convirtieron piojos revividos, al encontrar el tesoro de la riqueza, el de la afananza  sin límite y  la especulación desmesurada, y se olvidaron del básico comer  de la honradez y honestidad y del sustentarse con el tener  sólido por  estar pendientes de la riqueza rápidamente adquirida. Y vino la crisis, el hambre de no poder dar respuesta a situaciones ilusorias y los cogió desprevenidos al  encontrarse con pies de barro, como le sobrevino al perro que murió a las primeras de cambio. Todo se vino abajo, el propio perro, en este caso perro con pulgas, quedó flácido y macilento, no tenía ni para comer, no había quien le comprara sus riquezas. Murió de inanición,  y pasó un buitre, el del capitalismo voraz,  posándose sobre  él, ansioso de sus despojos hipotecarios, de sus  enseres impagados y de sus letras de cambio, le dijo. “Perro, bien merecida muerte tienes, pues, habiendo nacido en la calle y criado entre el estiércol ambicionaste vivir de repente como si fueras un rey”. 
  O esta frase  convertida en enseñanza popular  por el fabulista latino: “Esta fábula  puede aplicares a los avaros, que, habiendo nacido en una cuna humilde, desean pasar por ricos” Oportunidades de demostrar esta prueba las tiene en cualquier momento, privado o social. A ver si de una vez se enteran.  

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