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domingo, 4 de enero de 2015

EL PRIMER NIÑO JESÚS, PRECEDENTE DE LA COFRADÍA DEL DULCE NOMBRE DE JESÚS


En el legajo 11 de la caja 72 del  Archivo Municipal de Alcalá la Real, ante una escritura del escribano Francisco Jiménez  se encuentra una donación Diego Hernández de Anguita a la Cofradía de la Santa Veracruz, curiosamente  de nuevo refundada  e instituida en unos solares del Llanillo para edificar una iglesia y hospital. Consistía la donación en un haza de cuatro fanegas de tierra, situada en el paraje del Alamoso y la escritura databa  de 27 de enero de 1568.Son interesantes diversos datos del documento, porque  perviven huellas en la actualidad:

-El hermano mayor o prioste de la Cofradía de la Veracruz era Antón de
Alcalá que le dio nombre a la calle del Horno. Este se veía obligado a recibir el visto bueno de la abadía representado por su provisor Francisco de Gamboa, vicario del abad Diego de Ávila.
-Era corregidor Gómez de Mexía de Figueroa, el mismo que intervino con tropas alcalaínas en la sublevación de las Alpujarras.
-El donante era Diego Hernández  de Anguita, el Viejo,  en cuyo testamento de ocho de enero  del mismo se había establecido la donación antedicha con el fin de fundar una memoria a favor de su alma.
-El testamento es una joya para describirnos la personalidad del donante: un padre de familia casado con María Hernández, de la que tuvo tres hijos (curiosamente y como era frecuente,  cada uno recibía diferentes apellidos, el mayor Diego Hernández de Anguita, los otros  Juan López de Anguita, e María de Anguita) cofrade de la Veracruz y de la Limpia  Concepción, creyente de la Iglesia Católica, esperanzado en la salvación de Jesucristo ante la intercesión de la Virgen María. Este quiere ser enterrado en la sepultura que posee en la iglesia de la Veracruz, y, como era frecuente, durante su entierro por la vía pública,  pretendía que se le cantaran responsos por su alma por los capellanes y beneficiados de la Iglesia de la Veracruz.   El día de su muerte,  pedía que  se dijeran una misa cantada y nueve misas rezadas con la ofrenda del pan, vino y cera; días después, también mandaba que se dijeran dos misas y se reglaran dos maravedíes a cada santuario.
-La memoria de la donación de la finca, también,  obligaba a decir tres misas en sus tres festividades u octava correspondiente: una del Nombre de Jesús; la segunda de la Limpia Concepción y la tercera del Espíritu Santo. Por eso, estas  debían quedar fijadas  en la tabla de la  iglesia. Lo que sobrare de la renta de la dicha memoria se debía consumir y gastar en que se hiciera “un altar junto a la sepultura donde yo me mandé enterrar e se repare e aderece para que en él se digan las dichas misas e lo demás que sobrare, reparado e fecho el dicho altar, sea para hacer de bulto un Niño Jesús que se ponga en él e para reparos e gastos que a dicha cofradía hace  con los hermanos pobres que les sacamos”. Los bienes de la memoria no se podían vender, se transmitían con la carga votiva y, para cumplir las cláusulas,  nombraba por patrón al provisor.

Añadía que dejaba un cortijo con 16 fanegas de tierra, casa y pozo,  repartido en tres lotes para cada hijo y la obligación de decir cada uno dos misas (Diego  por su alma y su madre en Pasión y Cuaresma; Juana, dos por cuaresma por sus difuntos; y María  por su alma y madre en las festividades de San Antón y san Juan).




-Por las mandas del testamento se enterró con una túnica, probablemente, la de la Cofradía, y, se manifestaba su cordura y equidad obligando a los hijos a mantenerse en paz y concordia disfrutando todos del pozo, tener una senda servidera de entrada a sus fincas.
Como se  descubre del documento, Diego Hernández  era prototipo del cristiano de su época, imbuido del amor al culto a  Dios, caritativo con los pobres y buen padre cristiano sin olvidar el testimonio de levantar un altar para evangelizar. Curiosamente, un hombre del Dulce Nombre de Jesús, qué más se puede pedir.

            FRANCISCO MARTÍN ROSALES

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