EL PRIMER NIÑO JESÚS, PRECEDENTE DE LA COFRADÍA DEL DULCE NOMBRE DE
JESÚS
-El hermano mayor o prioste de la Cofradía de la Veracruz era Antón de
Alcalá
que le dio nombre a la calle del Horno. Este se veía obligado a recibir el
visto bueno de la abadía representado por su provisor Francisco de Gamboa,
vicario del abad Diego de Ávila.
-Era corregidor Gómez de Mexía de Figueroa,
el mismo que intervino con tropas alcalaínas en la sublevación de las
Alpujarras.
-El donante era Diego Hernández de Anguita, el Viejo, en cuyo testamento de ocho de enero del mismo se había establecido la donación
antedicha con el fin de fundar una memoria a favor de su alma.
-El testamento es una joya para describirnos
la personalidad del donante: un padre de familia casado con María Hernández, de
la que tuvo tres hijos (curiosamente y como era frecuente, cada uno recibía diferentes apellidos, el
mayor Diego Hernández de Anguita, los otros
Juan López de Anguita, e María de Anguita) cofrade de la Veracruz y de la Limpia Concepción , creyente de la Iglesia Católica , esperanzado
en la salvación de Jesucristo ante la intercesión de la Virgen María. Este quiere ser
enterrado en la sepultura que posee en la iglesia de la Veracruz , y, como era
frecuente, durante su entierro por la vía pública, pretendía que se le cantaran responsos por su
alma por los capellanes y beneficiados de la Iglesia de la Veracruz.
El día de su muerte, pedía que se dijeran una misa cantada y nueve misas
rezadas con la ofrenda del pan, vino y cera; días después, también mandaba que
se dijeran dos misas y se reglaran dos maravedíes a cada santuario.
-La
memoria de la donación de la finca, también, obligaba a decir tres misas en sus tres festividades
u octava correspondiente: una del Nombre de Jesús; la segunda de la Limpia Concepción y la tercera
del Espíritu Santo. Por eso, estas debían
quedar fijadas en la tabla de la iglesia. Lo que sobrare de la renta de la
dicha memoria se debía consumir y gastar en que se hiciera “un altar junto a la sepultura donde yo me
mandé enterrar e se repare e aderece para que en él se digan las dichas misas e
lo demás que sobrare, reparado e fecho el dicho altar, sea para hacer de bulto
un Niño Jesús que se ponga en él e para reparos e gastos que a dicha cofradía
hace con los hermanos pobres que les
sacamos”. Los bienes de la memoria no se podían vender, se transmitían con
la carga votiva y, para cumplir las cláusulas, nombraba por patrón al provisor.
Añadía que dejaba un cortijo con 16 fanegas
de tierra, casa y pozo, repartido en
tres lotes para cada hijo y la obligación de decir cada uno dos misas (Diego por su alma y su madre en Pasión y Cuaresma;
Juana, dos por cuaresma por sus difuntos; y María por su alma y madre en las festividades de
San Antón y san Juan).
-Por las mandas del testamento se enterró con
una túnica, probablemente, la de la
Cofradía , y, se manifestaba su cordura y equidad obligando a
los hijos a mantenerse en paz y concordia disfrutando todos del pozo, tener una
senda servidera de entrada a sus fincas.
Como se
descubre del documento, Diego Hernández
era prototipo del cristiano de su época, imbuido del amor al culto
a Dios, caritativo con los pobres y buen
padre cristiano sin olvidar el testimonio de levantar un altar para
evangelizar. Curiosamente, un hombre del Dulce Nombre de Jesús, qué más se
puede pedir.
FRANCISCO
MARTÍN ROSALES
, .
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