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jueves, 22 de enero de 2015

EN ALCALÁ LA REAL-IDEAL. TORRES ALCALÁINAS. DESDE LA CHIMENEA DE LA ESTACIÓN DE AUTOBUSES.

TORRES ALCALAÍNAS (I)

            A lo largo de 2014 hemos contemplado Alcalá la Real desde los miradores. A manera de unos prismáticos que  centraban la visión en la trama urbana o el paisaje de su derredor; no le faltaba  la presencia humana de  los vecinos de la ciudad de la Mota. Se acercan nuevos tiempos, y  el punto de mira ya no puede quedarse  en otear  lo que  se  insinúa en el horizonte.  Es necesario acercarse al lugar, toparse con la presencia de las personas y  entablar diálogos amigos. Ya no vale la distancia. Por eso, las torres ofrecen un punto de vista diferente: a la vez te distancian y te acercan, se sube a través de sus peldaños y de su escalera de caracol, rampa o bocel, y, una vez colocados en la planta del chapitel o la espadaña,  desde arriba puede generalizarse, escudriñar y analizar todo el entorno que rodea los 360 grados de visión.
            No me gustaría que se cumpliera el célebre dicho que "torres más altas han caído", sino que desde el campanario las campanas ( de plata y gente leal, Alcalá la Real) mantuviera sus habitual toque, ahora electrónico, proclamando los gozos y alegrías en los momentos felices, o que solamente, a lo largo de esta cita mensual,  se mostraran esporádicas con sus especiales toques,  como ojo avizor ante los peligros o  desgracias. Esta es la misma postura desde que se abandonó el último mirador del Tiro de la Barra, y ahora comienza a subirse de una manera artificial, con una grúa, a la torre de la chimenea de la Estación de Autobuses de Alcalá la Real.
            Todavía se muestran en ella los rasgos de los humos de la orujera de los años treinta del siglo pasado,  y  se yergue ufana a pesar de  estar agrietada y grapada con un cinturón de hierro; curiosamente es la única de ladrillo de horno de cerámica. Es una clara muestra y un canto de cisne de la decadencia que se sumió el tejido industrial y agropecuario  en los años últimos  del  franquismo. Por eso fija su fecha con marcas férreas y se agarra al  año  1930, testimoniando unos tiempos en los que la industria tuvo cierto auge en esta zona totalmente agrícola.
            Pero, desde la boca de la chimenea mirando el hueco oscuro de su fondo, la vista se dirige a los andenes de la Estación de Autobuses, convertidos en un engendro chabolista de cartón, donde los pocos emigrantes temporeros,  que este año han  venido a  mendigar unas jornadas de aceituna. Sus moradores han transformado las cajas en alacenas de alimentos, roperos de pantalones vaqueros y camisetas donadas por Cáritas, y maleteros de papeles, en trámite o legalizados para estos tiempos de la migración  de la golondrinas.
            Se siente frío elevado en la altura, pero mucho más deben pasar por la noche  estos hermanos africanos cobijados bajo una manta de limosna y, a veces,  sin más alimento que un bocadillo y un vaso de leche caliente, que, al menos, reciben por la tarde en los comedores del pasadizo de los Juzgados. Algunos, (¡qué ironía!) los más privilegiados, ocupan el cajero de una entidad bancaria cercana y se acercan limpios y aseados  tras jugar un partido de fútbol  en las instalaciones del Coto con el fin de, al menos, poder ducharse y  afeitarse. Es curioso que no se arredran ante su mal sino,  y se muestran muy creyentes;  la mayoría pertenecen a la religión musulmana, cumplen inexorablemente  con sus cincos mandamientos;  y no olvidan  acudir a la mezquita ubicada en un bajo del barrio de las Aves Frías. Rechazan de plano alimentos porcinos o simplemente los que huelan a cerdo. Abren las manos a un plato caliente o un pescado.  Este año, menos mal,  no se les ha venido encima el mes del ayuno/Ramadán, ni han celebrado la fiesta del cordero. Si uno se acerca a ellos, descubre almas limpias y puras, ganas de trabajar y  una docilidad que les lleva a soportar toda clase de adversidades. Son capaces de soportar  hasta los contratos más vejatorios (y los hay que se aprovechan de su indigencia) y trabajar con más ilusión  que un afortunado contratado de larga duración. A veces, curan una leve  enfermedad  o un simple dolor de cabeza con la rigidez de los duros fríos de invierno como si tuvieran endurecida la piel y les sirviera de escudo protector y antivírico. Se hacen de querer, y la comarca no puede ofrecer más de lo que tiene. Pues hay un paro muy significativo en los sectores agrícolas y de la construcción que les cierran el paso para prolongar alguna semana más del contrato cumplido. Por la mañana, recuerdan tiempos pasados cuando los jornaleros alcalaínos formaban filas junto a las paredes de las plazas o en los alrededores del Pilar de los Álamos para ser elegidos por un patrón.
            Desde la  chimenea, si se hace un giro con el cuerpo,  por todos los rincones del entorno  se ve que está abierto un  bar, donde  corre el alcohol y se apaga el tiempo de crisis entre risas y convidadas. En ese momento, a cualquiera le viene a la mente esta frase de Flaubert: "A un alma se mide por su amplitud de sus deseos, del mismo modo que se juzga de antemano una catedral por la altura de sus torres". Y no cabe otro deseo, desde la torre, que es el de la cofraternidad.    

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