A
lo largo de 2014 hemos contemplado Alcalá la Real desde los miradores. A manera de unos
prismáticos que centraban la visión en
la trama urbana o el paisaje de su derredor; no le faltaba la presencia humana de los vecinos de la ciudad de la
Mota. Se acercan nuevos tiempos, y el punto de mira ya no puede quedarse en otear
lo que se insinúa en el horizonte. Es necesario acercarse al lugar, toparse con
la presencia de las personas y entablar
diálogos amigos. Ya no vale la distancia. Por eso, las torres ofrecen un punto
de vista diferente: a la vez te distancian y te acercan, se sube a través de
sus peldaños y de su escalera de caracol, rampa o bocel, y, una vez colocados
en la planta del chapitel o la espadaña,
desde arriba puede generalizarse, escudriñar y analizar todo el entorno
que rodea los 360 grados de visión.
No
me gustaría que se cumpliera el célebre dicho que "torres más altas han
caído", sino que desde el campanario las campanas ( de plata y gente leal,
Alcalá la Real ) mantuviera
sus habitual toque, ahora electrónico, proclamando los gozos y alegrías en los
momentos felices, o que solamente, a lo largo de esta cita mensual, se mostraran esporádicas con sus especiales toques, como ojo avizor ante los peligros o desgracias. Esta es la misma postura desde
que se abandonó el último mirador del Tiro de la Barra , y ahora comienza a subirse
de una manera artificial, con una grúa, a la torre de la chimenea de la Estación de Autobuses de
Alcalá la Real.
Todavía
se muestran en ella los rasgos de los humos de la orujera de los años treinta
del siglo pasado, y se yergue ufana a pesar de estar agrietada y grapada con un cinturón de
hierro; curiosamente es la única de ladrillo de horno de cerámica. Es una clara
muestra y un canto de cisne de la decadencia que se sumió el tejido industrial
y agropecuario en los años últimos del
franquismo. Por eso fija su fecha con marcas férreas y se agarra al año 1930,
testimoniando unos tiempos en los que la industria tuvo cierto auge en esta
zona totalmente agrícola.
Pero,
desde la boca de la chimenea mirando el hueco oscuro de su fondo, la vista se
dirige a los andenes de la
Estación de Autobuses, convertidos en un engendro chabolista
de cartón, donde los pocos emigrantes temporeros, que este año han venido a
mendigar unas jornadas de aceituna. Sus moradores han transformado las
cajas en alacenas de alimentos, roperos de pantalones vaqueros y camisetas
donadas por Cáritas, y maleteros de papeles, en trámite o legalizados para
estos tiempos de la migración de la
golondrinas.
Se
siente frío elevado en la altura, pero mucho más deben pasar por la noche estos hermanos africanos cobijados bajo una
manta de limosna y, a veces, sin más
alimento que un bocadillo y un vaso de leche caliente, que, al menos, reciben
por la tarde en los comedores del pasadizo de los Juzgados. Algunos, (¡qué
ironía!) los más privilegiados, ocupan el cajero de una entidad bancaria
cercana y se acercan limpios y aseados
tras jugar un partido de fútbol
en las instalaciones del Coto con el fin de, al menos, poder ducharse
y afeitarse. Es curioso que no se
arredran ante su mal sino, y se muestran
muy creyentes; la mayoría pertenecen a
la religión musulmana, cumplen inexorablemente con sus cincos mandamientos; y no olvidan
acudir a la mezquita ubicada en un bajo del barrio de las Aves Frías. Rechazan
de plano alimentos porcinos o simplemente los que huelan a cerdo. Abren las
manos a un plato caliente o un pescado. Este
año, menos mal, no se les ha venido
encima el mes del ayuno/Ramadán, ni han celebrado la fiesta del cordero. Si uno
se acerca a ellos, descubre almas limpias y puras, ganas de trabajar y una docilidad que les lleva a soportar toda
clase de adversidades. Son capaces de soportar
hasta los contratos más vejatorios (y los hay que se aprovechan de su
indigencia) y trabajar con más ilusión
que un afortunado contratado de larga duración. A veces, curan una
leve enfermedad o un simple dolor de cabeza con la rigidez de
los duros fríos de invierno como si tuvieran endurecida la piel y les sirviera
de escudo protector y antivírico. Se hacen de querer, y la comarca no puede ofrecer
más de lo que tiene. Pues hay un paro muy significativo en los sectores
agrícolas y de la construcción que les cierran el paso para prolongar alguna
semana más del contrato cumplido. Por la mañana, recuerdan tiempos pasados
cuando los jornaleros alcalaínos formaban filas junto a las paredes de las
plazas o en los alrededores del Pilar de los Álamos para ser elegidos por un
patrón.
Desde
la chimenea, si se hace un giro con el
cuerpo, por todos los rincones del
entorno se ve que está abierto un bar, donde
corre el alcohol y se apaga el tiempo de crisis entre risas y
convidadas. En ese momento, a cualquiera le viene a la mente esta frase de
Flaubert: "A un alma se mide por su amplitud de sus deseos, del mismo modo
que se juzga de antemano una catedral por la altura de sus torres". Y no
cabe otro deseo, desde la torre, que es el de la cofraternidad.
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