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viernes, 6 de febrero de 2015

LUMINARIAS ALCALAÍNAS
 

            Es curioso que, durante el invierno, se celebren varias fiestas, donde las hogueras se arden  y se encienden en varios barrios y rincónes de Alcalá la Real y sus aldeas. Lo hacen con motivo de la celebración de alguna festividad religiosa: en enero, por el día de San Antón; a primeros de febrero, por la Candelaria, y, en el dieciocho de marzo,  para honra de San José. De primeras, surgen las interrogantes sobre los elementos constitutivos de la fiesta: el fuego, los objetos de la hoguera, los ritos y los fines. No falta quien osado se lance a la  justificación sociológica de primera mano , y convierta estas fiestas en una catarsis griega, donde el pueblo se purifica a la manera del público de  su tragedia clásica. Pues, en medio de estos momentos difíciles y azarosos, no cuesta trabajo simbolizar la quema de los trastos viejos con el  deseo y ansías  de cambio de nuestras vidas gracias al fuego purificador de una crisis que no sólo quema a los más excluidos y más débiles sino que achicharra, hasta la médula, al más pintado. 
Es verdad que la crisis se ha empleado a fondo con las personas que no  pueden cubrir ni siquiera los gastos básicos de luz, butano e, incluso, de elementos básicos como la vivienda, el vestido y la alimentación. Pero, su guadaña ha hecho mella también en muchas familias acomodadas que impulsaron con gran ilusión su pequeño negocio para afrontar las haciendas de sus casas, y han visto cerrados sus locales; por otro lado, muchos cooperativistas han visto mermado sus fondos y sus pequeñas empresas se han visto obligadas a mantener los puestos fijos y con gran dificultad. Tan sólo, paso de rositas por aquellos que los dígitos de beneficios solamente variaron en unas décimas ( si no se acrecentaron aprovechándose de la indigencia y la desesperación de otros)   para engordar sus arcas repletas de bienes.
            Sin embargo, por mucho que se quiera y se pretenda, no se encendieron desde tiempo inmemorial las hogueras ( cuya palabra degeneró, a partir de su evolución fonética,  en lumbradas y lumbrás en detrimento de la bella luminaria)  con estas hipotéticas interpretaciones, sino con la acertada intención de anunciar, en el día de la víspera, un acontecimiento festivo e importante( un evento dirían nuestros nuevos próceres) de modo que nuestros antepasados colocaban las  luminarias para que, de lejos, se vieran,  encima de las murallas y de las torres de la fortaleza de la Mota y, atrajeran a las personas a las fiestas; luego bajaron a las plazas de la ciudad baja, se hicieron urbanas. Es decir, ofrecían una misión pregonera, una anticipo festivo y una llamada al disfrute colectivo por una fiesta que rompía la monotonía del valle de lágrimas de cada día.

            Ojalá las luminarias, que , en estos años , se han prodigado en muchos rincones, significaran un cambio brusco y se convirtieran en la víspera de unos nuevos tiempos en los que se inauguraran la entrada de






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la alegría en los hogares de los trastos rotos y el renacimiento de Mercurio en los establecimientos comerciales e industriales; o, al menos, se celebrara el ultimo adiós a unos años muy duros que han sufrido los de siempre. Trompetas y heraldos no faltaran en la última hoguera.

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