Muy ligada a la hermandad del Cristo de la Salud, se encontraba la
ermita de San Blas. Hasta los años veinte del presente siglo XX, dicha ermita
se ubicaba en la placeta del nombre del Santo de la Gargantilla, formando el
centro de uno de los cuarteles, barrios, o arrabales de la ciudad desde el
siglo XVI hasta el siglo XX. Allí, en una de sus capillas, recibía culto la
imagen del Cristo. Pero más antigua que la anterior ermita era la devoción de
San Blas, cuya imagen se veneraba desde el año 1583 en la Iglesia Mayor
Abacial, según testimonios y datos de archivo,
que se refieren a la entrega de
la reliquia del Santo, la contratación de la imagen al alcalaíno Pedro de Ragis
y el voto de la ciudad para declararlo como patrono por ser el protector de las
enfermedades de la garganta.
Una vez establecido el culto y el patronazgo de la ciudad, se fijó
la fiesta en las tablas de la Iglesia Mayor y en las Casas Capitulares,
obligándose a los regidores, jurados y demás oficiales del Ayuntamiento a
acudir a la misa solemne que se celebraba el dos de febrero en la iglesia Mayor
hasta que se erigió la ermita en las postrimerías del siglos XVI. Parece ser
que, por diversos pleitos de fincas, la ermita se encontraba ya erigida por
dichos años, pero la fábrica definitiva se emprendió por el año 1616. Según el
pleito entablado entre el licenciado Diego de Castro Villalobos y el escribano
Francisco Ramírez, la obra se inició a instancias del mayordomo don Diego de
Castro y quedó concluida en el año 1620.
Posteriormente varios devotos cooperaron en el mantenimiento y ornato de la iglesia,
destacando la familia de Juan Rodríguez Ballesteros e Isabel González, que
estableció un contrato censual, que transcribimos por su importancia [1]:
"como es notorio para gloria y honra de Dios nuestro Señor
Jesucristo y de su bendita Madre ha tenido y tiene devoción, de dicha a esta
parte, reedificar la Iglesia de la ermita del Señor San Blas de esta ciudad
por estar como estaba cayéndose, y no con la decencia que convenía, siendo como
es una ermita de tanta devoción, y que se fundó a instancia de esta ciudad y
juró de hacer y se debía ir en fiesta por haber habido en esta ciudad la
enfermedad del garrotillo y peste, y por respeto de la devoción de los vecinos
de ella y la diligencia y cuidado del
dicho licenciado Diego de Castro, el susodicho, habiéndose labrado la dicha
Iglesia de piso, cimientos y puesto en los altares la hechura del Señor San
Roque y del Señor San Lázaro y ornamentos y otras cosas pertenecientes al culto
de la dicha iglesia, ha juntado doscientos ducados que valen setenta y cuatro
mil ochocientos maravedís. Los quales tiene dedicados para darlos a censo para
que con la renta de ella se continúe y se conserve la dicha devoción y se
repare y adornarla la dicha iglesia para que no venga en disminución".
Dicha ermita debió anteriormente recibir en su altar mayor la figura
de San Blas, obra de Pedro de Raxis que contrató el cabildo alcalaíno en el
siglo dieciséis, cuando proclamó el voto de patronazgo la ciudad. Patronazgo
que se mantuvo a lo largo de los años de una manera oficial y en cuya fiesta
acudía todo el cabildo municipal junto
la justicia de la ciudad. Sin embargo, el carácter inhóspito de la Fortaleza de
la Mota y la extensión de la ciudad en la parte baja dió lugar a que la fiesta
fuera decayendo, como lo manifiesta el cabildo del año 1737, solicitando al
abad que se celebrara en la Iglesia de San Juan:
"apeteciendo la ciudad el mayor culto a las festividades
públicas, que tienen en la Iglesia Mayor de la Mota como el que estos actos sean con mayor esplendor
a correspondencia de los grandes privilegios con que se halla, lo que se hace
imposible e impracticable por la situación
y eminencia de la dicha iglesia exafecta a los muchos religiosos y
nocivos temporales , especialmente, de nieve y de aires de su misma frialdad y,
siendo día de fiestas, particularmente
la de San Blas y del San Marcos y otras que tienen que salir fuera de la
iglesia, da motivos a que el Cabildo Regente, recelando del riesgo de sus
vidas, faltan a su celebración, excediendo por este medio el referido culto de
mucha decencia haciéndose muy verosimilmente el expresado inminente riesgo y
quiebra de salud, atendiendo a que están
tan distantes de la iglesia de la ciudad y del camino pendiente, áspero
y en sitio despoblado"[2]
En el año 1730, se realizó el retablo del Cristo de la Salud, según
se constata en la manda de Francisco Garrido Espinosa de los Monteros:
"Mando trescientos ducados en dinero para que se distribuyan
por mis albaceas en un retablo para el altar del Stmo. Cristo dela Salud, que
está en la hermita de San Blas, sobre cuia ejecución y distribución encargo la
conciencia a dichos mis albaceas, y para que lo hagan con la maior decencia y
culto de su Magestad y para que no se retarde el cumplimiento de lo referido
pido y suplico al Sr. Don Alonso de Gúzmán y Bolaños, de la Orden de Santiago,
colegial huésped el militar del Rey de la Univeridad de Salamanca y de su
gremio y claustro, Gobernador, Provisor y Vicario General, Visitador y Juez de
Rentas de esta Abadía, intevenga con dichos mis albaceas y en caso de que
tengan omisión les precise a que se cumpla esta mi voluntad.[3]
Además entregó a la ermita de San Blas una casulla, una estola, un
manípulo y otros ornamentos de su hermano.
En 1795, se hizo el camarín del Cristo de la Salud con piedra vieja
del pilar de los Álamos y humilladero de la Tejuela.
Madoz la definía a mediados del siglo XIX:
"al SO. intramuros, muy graciosa con tres altares, algunas
molduras de gusto y pintura regulares, a cuya función sube el ayuntamiento por
voto de la ciuad, el día de dicho santo".
Ya en 1895 se mantuvo la fiesta, pero se desvinculó del voto de la
ciudad, siendo una celebración religiosa a la que sólo asistía una comisión del
Ayuntamiento hasta que se perdió totalmente con la venta de la ermita en el año
1927 a la persona de Salvador Fernández.
En 1901, se encontraba en estado muy ruinoso y se abrió expediente
por parte del Ayuntamiento de la ciudad para evitar los peligros a los que
concurrían a la er
mita y a la familia que habitaba en la casa que colindaba con ella. Por el mes de julio de dicho año, el vicario de la diócesis se hizo eco del asunto y pidió una prórroga para poder llevar a cabo las obras.
En el 1912, todavía existía culto en la ermita y se editaban
litografías del santo abad ilustradas con el fondo del altar de dicha ermita.
En 1922, se llevó a cabo una revisión catastral y la iglesia tuvo
ciento ochenta y dos metros. Lindaba por la derecha con el camino de Santo
Domingo, por la izquierda con el cuarto del Capellán y al fondo con una finca
de don Rodrigo Frías. Todos los ormamentos, imágenes, enseres y mobiliario
religioso se trasladaron a la Iglesia de San Juan. Años después se vendió a la
familia mencionada anteriormente y se convirtió en una vivienda particular.
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