Se
acercan los comicios locales en todo el territorio español. Parece como si
estas elecciones despertaran mayor atracción y expectación, movidos por estar
los vecinos más cerca de la polis, la ciudad imperfecta que construyen y sienten
como su casa y su familia a lo largo de cada día de la vida. Los vecinos,
además, se sienten ciudadanos, porque van a elegir a los que los representarán
durante cuatro años. Son los únicos mandatos,
que, salvo circunstancias de emergencia, nunca se han adelantado o atrasado. Todo elector
palpa de forma más directa al concejal o alcalde, con el que le va transmitir
una propuesta de mejora, una sugerencia,
queja o una agradecimiento- desgraciadamente lo que casi nunca
acontece-.
Ya
han pasado las elecciones autonómicas, y tras el breve paréntesis de la Semana
Santa y la llegada de la Resurrección, los atabales y chirimías anuncian este
momento crucial para la historia local. De nuevo, los candidatos se cubren
con la túnica blanca de candidato y presentan sus proyectos y programas de futuro.
Y viene a cuento por el hecho de que los candidatos se salen de sus cuarteles
de invierno ( sus sedes, organizaciones y sus grupos) y se echan a la calle para reclamar el apoyo público asumiendo
papeles desconocido por la mayoría del
pueblo. Curiosamente, asumen una nueva faceta
con su proyección sociopolítica, apasionante y comprometedora, a partir
de la cual se vinculan con sus electores, al menos leal,
responsable y fiablemente . Se convierten en personajes de un nuevo rol, con el
quieren ganar los apoyos de sus convecinos para ocupar los resortes del poder.
Es decir, se ponen las "personas",
las máscaras, a la manera de los
actores griegos, o, los rostrillos como
la tropa de los autos semanasanteros y ejecutan una nueva puesta en escena. Es
decir ejercen, como dice Ortega y Gasset, el nuevo personaje de actores del
teatro de la vida social. Y es curioso
que, cuanto más se acerca el votante a los candidatos, con mayor
clarividencia le va a apoyar para nombrarlo como su regidor local.
Sin
embargo, partiendo de la sinceridad de los planteamientos de los candidatos de
cada partido y del papel que cada uno desarrolla en el escenario público. las
nuevas tecnologías han globalizado el proceso electoral de modo que se ha
llegado a las más sofisticadas artes de persuasión para captar el voto de los
ciudadanos. Los hay que se llevan en sus alforjas el trabajo hecho, por eso de
que obras son amores y no buenas razones
( en los equipos de gobierno o de la oposición); otros se incorporan
con las prisas de acudir a una
convocatoria al socaire de beneficiarse de la cresta de la ola de una crisis
nefasta para todo el mundo; incluso, los hay quienes emplean las malas artes
escénicas. Pasan de la comedia- el teatro de la mejora vida de la ciudad- a
representar la tragedía de lo excepcional, fomentando las más viles pasiones
sin tener en cuenta que la catarsis era
colectiva y salvaba a todos. Pero, con esto de las redes sociales, se ha puesto
de moda el esperpento y la astracanada; han olvidado la sabiduría de la inteligente ironía y el sano espíritu burlón;
a estos foros anónimos ya no acuden
auténticos actores que aspiran al servir al pueblo, sino que proliferan
fingidos y auténticos profesionales de personajes de las series más fantasiosas
que persona sensata haya podido ver. Entre ellos, los hay que se han provisto
del trabuquete de la insidia y malicia y lanzan pedradas, más bien
bombardas, repletas de infamia, odio y
venganza para confundir a la gente en
medio de un caótico espectáculo de una
batalla maleintencionada. No extraña que aparezcan los apuestos adalides que se
introducen en los pasadizos y refugios para tramar emboscadas y golpes de
manos, de puro efecto sin más
intencionalidad que herir al adversario. No les importa la verdad, la honra ni la buena fama, sus armas son el dolo, la
manipulación y la tergiversación de los datos y de los hechos. Su campo de
batalla es un escenario donde se pierde el espíritu crítico y democrático para
convertirlo en una frase soez o un
mensaje hiriente de un twet o deun muro de un Facebook . Se mueven como pez en el
agua en estos mares de lodos, ya que dominan todas las malas artes ( desdoblamiento de personajes,
cuentas anónimas o fingidas, propaganda subliminal, encantamiento de personas
con imágenes provocativas, suplantación de personas, o, en su jerga, los
trols...) . No les importa fomentar el tuidio de cualquier inocente ni "
el boca a boca " on line que contagia más, se benefician de la rapidez del
mensaje y la impronta de la comunicación y machacan como una gota continua
sobre la roca.
Por eso, más valdría cambiar el
"Manual del linchamiento on-line" por el manual del candidato ciceroniano, incluso por las
buenas artes de una buen tratado de
estilo, ético y estético. o, lo que llaman Javier Leiva por "La gestión de
la reputación on line"
. De seguro que el buen candidato se asemejaría a aquel alumno de oratoria latina que culminaba su etapa escolar con la participación política, donde las cualidades, la experiencia, los conocimientos y el buen hacer se valoraban por encima de la humillación pública, el escarnio mordaz y las cruzadas de falta de vergüenza. En el fondo, la participación de la vida pública para unos es contribuir a mejorar o transformar la sociedad; para otros, ejercer un servicio público; y, para todos, conseguir la felicidad colectiva.
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