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domingo, 15 de marzo de 2015

LA ALCALÁ SOCIAL

             
CAPITULO I


Remontarse a la historia social de siglos  pasados en la comarca de Alcalá la Real es una tarea difícil para cualquier estudioso de nuestra población, porque ni siquiera hay estudios de épocas tan importantes como la romanización, la historia de Al´Andalus, y de los primeros reinos cristianos.
La sociedad romana era, en esencia, esclavista y, de por sí,  ya manifestaba la situación social de un grupo de personas, por cierto, numeroso que, en nuestra comarca debieron labrar las tierras que los nuevos asentadores del conjunto de villae o pequeños cortijos romanos debieron utilizarlos como el instrumentum no  vocale o la herramienta que no habla. No sabemos si fueron pocos o muchos, lo cierto es que muchos cortijos y muchas aldeas que  en posteriores siglos surgirán proceden de este período. El origen de estos esclavos es también incierto ya que ni las inscripciones ni ningún texto clásico nos comenta la situación de la comarca que debió asemejarse al resto de la Bética con un gran grupo de colonos e indígenas que se adaptaron a los nuevos modos de producción romana.



Es verdad que los primeros habitantes que nos conformaron debieron correr diversa suerte según los distintos acontecimientos bélicos. Nada sabemos que pudo suceder de los romanos, y, sin embargo, abundan muchos cortijos alcalaínos que son descendientes de las villae romanas. Tampoco, podemos aventurarnos del asentamiento de las huestes visigodas y hay vestigios, aunque pocos, en la Cañada de Ambar y  en la propia fortaleza de la Mota. Algo más podemos aventurarnos del establecimiento de las alquerías y una población más numerosa en la Mota.
Esta claro que las primeras poblaciones ya manifestaban una división de clases, estructurada en caballeros y peones, además del pueblo llano pechero que se veía obligado a sufragar todas las cargas que le imponía la Corona.
Sin embargo, los primeros conquistadores alcalaínos, según los estudios recientes de varios autores como Porras, tras el período árabe, debieron significar una ruptura con las anteriores etnias y, por el peligro que entrañaba la frontera, eran hombres que no eran propensos al desánimo ni al miedo, más bien arrostrados a cualquier lucha y embestida de los enemigo. De ahí que hoy día se mantenga la teoría que la mayoría de los primeros habitantes alcalaínos procedieran de personas, convictas de delitos en tierras castellanas, que expurgaban sus penas defendiendo la Corona de Castilla. Estos recibieron por su situación altamente peligrosa diversos privilegios y mercedes del Rey Alfonso XI, que fue ratificado  durante varios siglos por los siguientes reyes. Entre ellos un fuero especial como el de Jaén, por el que se les  consideraba exentos de pagar alcabalas o impuestos en las transacciones comerciales, se les concedieron los pastos comunales para sus ganados, se le permitía casas de mancebía etc.
Aunque la ciudad estaba encerrada en aquella pequeña fortificación y no alcanzaba los mil habitantes, ello no impedía  que recibiera varios repartimientos de tierras a lo largo de la historia y se beneficiara de medidas como ayuda y subsisdio de trigo de otras ciudades para mantener aquella población. Con los Reyes Católicos, la nueva paz que se establece tras la conquista del reino de Granada va a suponer un cambio en aquella población  encerrada en la fortaleza. Nuevos campos, libres de la provisionalidad de la frontera, van a desarrollar una nueva economía basada más en la agricultura y ganadería que en la dependencia anterior de otros lugares como en los años anteriores, al mismo tiempo que se va a producir un aumento de población significativo, que dará lugar al nacimiento de una nueva ciudad en las faldas del Castillo de la Mota y del Cerro de las Cruces. Un reciente documento del Archivo Municipal, referido al año 1503, nos manifiesta que los Reyes Católicos llevaron a cabo un  repartimiento importante de tierras entre los moradores de la fortaleza de la Mota tras la toma de Alhama. Algunos de ellos invadieron los baldíos, los montes y las tierras comunales, dando lugar a un gran desorden que los interese ganaderos vinieron en detrimento de los intereses de  estos nuevos propietarios. Curiosamente, el corregidor Diego de Anaya fue enviado en el año 1495 para remediar la  situación. Se encuentra un grupo importante opositor, privilegiado, formado por los caballeros y oficiales del cabildo que no quieren desposeerse de las tierras invadidas, dando lugar a otro grupo, integrado por los pobres y miserables, el pueblo llano que es privado de todo tipo de medidas de repartimiento o , probablemente, fueron usurpadas sus tierras por no poder hacer frente a las deudas . Ante esto, los Reyes obligan a que se restaure la situación anterior, conservando las tierras comunes y se mantengan anteriores repartimientos entre toda la población. No debieron cumplir dicha normativa, porque años después de nuevo advierten que se cumpla la carta ejecutoria real.


Esto dará lugar al nacimiento de varios repartimientos de tierras desde los Reyes Católicos hasta Carlos III, en los que las clases privilegiadas se verán beneficiadas de estas medidas mediante la asignación de las tierras más productivas y numerosas frente a las clases populares que tan sólo verán acrecentadas sus haciendas en pequeños peculios que apenas les permitían vivir y sacar algunos frutos de la viña. Por otro lado, el ayuntamiento logra convertirse en otro importante caballero o propietario para poder hacer frente a sus gastos mediante la concesión de nueve cortijos otorgados por los Reyes Católicos ( Batán, Mesa, Medianil, Juanil, Allozarejo, Mesa, Cabeza el Carnero, Acequia Alta y Baja, Pinillo, Piojo). Poco a poco, las tierras del Sapillo, Atalaya y el arrendamiento de bienes comunales le permitirá hacer frente a los muchos gastos que lo empeñaba por ser el mayor generador de servicios.
En este tiempo, se percibe una sociedad de una treintena de hidalgos que disfrutan de cortijos mediante el sistema de arrendamiento o laboreo propio, una clase media pujarera que labraba sus propios terrenos o arrendaba tierras, con las que podía vivir toda su familia, y una tercera clase, formada por los  jornaleros que agrupaban a gran número de personas dedicadas al campo, que vivían de las expensas de los dos grupos anteriores, mediante un salario que le permitía la subsistencia en los meses de  julio y agosto, la sementera, la vendimia y  alguna que otra labor agrícola o ganadera. Complementaban sus ingresos con la emigración a tierras cordobesas y sevillanas en tiempos de la siega temprana de mayo y junio. El resto de los meses del año vivían a expensas de la caridad de los más privilegiados, y, en momentos de lluvia o sequía, de la limosna de los abades y del reparto de trigo del ayuntamiento. Este grupo  era el más afectado por cualquier tipo de calamidad, peste o catástrofe pública. Entre ellos, se producía la mayor mortandad y sus haciendas en más de una ocasión tuvieran que  ser desalojadas para librar a la ciudad del contagio de las enfermedades malignas. Si observamos sus viviendas, al principio, habitaban en Bahondillo o en los barrios de Santo Domingo en casas que se asemejaban a las actuales chabolas con el refugio de las cuevas de la roca de la fortaleza. Conforme avanza la ciudad  hacia el llano, la mayoría se establecen en las calles perífericas del barrio de  san Sebastián, barrio de san Blas, de san Juan, santo Domingo y en las calle Rosa, Utrilla, Juan Jiménez, Espinosa o  Mesa, reservando a la vida comercial e hidalga las calles del Llanillo, Veracruz, Real, LLana, Caños, Tejuela y Álamos. Una situación más desgraciada son los campesinos que viven en los cortijos como gañanes,  el el resto de los meses del año vivían a expensas de la caridad de los más privilegiados, y, en momentos de lluvia o sequía, de la limosna de los abades y del reparto de trigo del ayuntamiento. Este grupo  era el más afectado por cualquier tipo de calamidad, peste o catástrofe pública. Entre ellos, se producía la mayor mortandad y sus haciendas en más de una ocasión tuvieran que  ser desalojadas para librar a la ciudad del contagio de las enfermedades malignas. Si observamos sus viviendas, al principio, habitaban en Bahondillo o en los barrios de Santo Domingo en casas que se asemejaban a las actuales chabolas con el refugio de las cuevas de la roca de la fortaleza. Conforme avanza la ciudad  hacia el llano, la mayoría se establecen en las calles perífericas del barrio de  san Sebastián, barrio de san Blas, de san Juan, santo Domingo y en las calle Rosa, Utrilla, Juan Jiménez, Espinosa o  Mesa, reservando a la vida comercial e hidalga las calles del Llanillo, Veracruz, Real, LLana, Caños, Tejuela y Álamos. Una situación más desgraciada son los campesinos que viven en los cortijos como gañanes, o en pequeñas casas de retama, que a veces  concedía en los diversos repartimientos el propio ayuntamiento y dio lugar al nacimiento de las aldeas y nuevos núcleos rurales.


Además de estos grupos, los eclesiásticos formaban un grupo de personas que alcanzaba entre el personal de ambos sexos y auxiliares, a veces las doscientas personas. Hubo momentos, en que los seis conventos tenían una media superior a las veinticinco personas y la propia abadía superaba los sesenta clérigos entre el abad, cabildo, capellanes, sacristanes y a pertigueros, cantores... Era una clase privilegiada libre de cualquier tipo de imposición y bastante pudiente por el gran número de ingresos entre los diezmos, primicias y donativos así como una  gran número de fundaciones en forma de capellanías y memorias de misas. además, muchos de los clérigos compartían su labor eclesiástica con la administración y el laboreo de fincas, ya que muchos de ellos eran descendientes de hijosdalgos y se veían obligados a administrar los bienes de su herencia o los adquiridos por la vida comercial. Otros oficios y gremios existían en la ciudad, que compartían el fruto de su oficio con el laboreo de la tierra. Por eso no es de extrañar que hubiera grana cantidad de albañiles o zapateros, que al mismo tiempo eran propietarios de pequeñas fincas de viña.      
En este período, sobre todo, en el siglo XVI Carlos I repartió mil fanegas en torno a las riberas del Palancares, Velillos y Guadalcotón, en una cantidad de diez mil fanegas de tierras y, posteriormente, en tiempos de Carlos III, se hicieron importantes  avances con  la distribución de más de once mil fanegas de tierra. Esta política hizo que  transformaran muchas tierras comunales, dedicadas a pastos de los ganaderos alcalaínos en Encina Hermosa, Romeral, Fuente Álamo, Charilla, Llano de los Muchachos, Camello, Atalaya de Mures y en otros lugares montañosos, en beneficio de los agricultores.  Mas, algunas buenas intenciones como la del rey de la Ilustración quedaron en saco roto, porque aquella gran masa jornalera no pudo conseguir el deseo de vivir de su trabajo agrícola, ya que la mayoría de las veces no podía competir con los intereses de las clases pujareras, hidalgas y de otros oficios. Primero, porque no podían pagarle los campos roturados anteriormente, y se veían  obligados a  cederle las tierras repartidas. Otras, la cantidad de éstas tierras era tan pequeña e incómoda a sus domicilios que significaba un cambio de nueva vida, que no les cambió  de modo de vida.





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