Remontarse a la
historia social de siglos pasados en la
comarca de Alcalá la Real
es una tarea difícil para cualquier estudioso de nuestra población, porque ni
siquiera hay estudios de épocas tan importantes como la romanización, la
historia de Al´Andalus, y de los primeros reinos cristianos.
La sociedad
romana era, en esencia, esclavista y, de por sí, ya manifestaba la situación social de un
grupo de personas, por cierto, numeroso que, en nuestra comarca debieron labrar
las tierras que los nuevos asentadores del conjunto de villae o pequeños
cortijos romanos debieron utilizarlos como el instrumentum no vocale o la herramienta que no habla. No
sabemos si fueron pocos o muchos, lo cierto es que muchos cortijos y muchas
aldeas que en posteriores siglos
surgirán proceden de este período. El origen de estos esclavos es también
incierto ya que ni las inscripciones ni ningún texto clásico nos comenta la
situación de la comarca que debió asemejarse al resto de la Bética con un gran grupo de
colonos e indígenas que se adaptaron a los nuevos modos de producción romana.
Es verdad que
los primeros habitantes que nos conformaron debieron correr diversa suerte
según los distintos acontecimientos bélicos. Nada sabemos que pudo suceder de
los romanos, y, sin embargo, abundan muchos cortijos alcalaínos que son
descendientes de las villae romanas. Tampoco, podemos aventurarnos del
asentamiento de las huestes visigodas y hay vestigios, aunque pocos, en la Cañada de Ambar y en la propia fortaleza de la Mota. Algo más podemos
aventurarnos del establecimiento de las alquerías y una población más numerosa
en la Mota.
Esta claro que
las primeras poblaciones ya manifestaban una división de clases, estructurada
en caballeros y peones, además del pueblo llano pechero que se veía obligado a
sufragar todas las cargas que le imponía la Corona.
Sin embargo, los primeros conquistadores alcalaínos, según los estudios recientes
de varios autores como Porras, tras el período árabe, debieron significar una
ruptura con las anteriores etnias y, por el peligro que entrañaba la frontera,
eran hombres que no eran propensos al desánimo ni al miedo, más bien
arrostrados a cualquier lucha y embestida de los enemigo. De ahí que hoy día se
mantenga la teoría que la mayoría de los primeros habitantes alcalaínos
procedieran de personas, convictas de delitos en tierras castellanas, que expurgaban
sus penas defendiendo la Corona
de Castilla. Estos recibieron por su situación altamente peligrosa diversos
privilegios y mercedes del Rey Alfonso XI, que fue ratificado durante varios siglos por los siguientes
reyes. Entre ellos un fuero especial como el de Jaén, por el que se les consideraba exentos de pagar alcabalas o
impuestos en las transacciones comerciales, se les concedieron los pastos
comunales para sus ganados, se le permitía casas de mancebía etc.
Aunque la
ciudad estaba encerrada en aquella pequeña fortificación y no alcanzaba los mil
habitantes, ello no impedía que
recibiera varios repartimientos de tierras a lo largo de la historia y se
beneficiara de medidas como ayuda y subsisdio de trigo de otras ciudades para
mantener aquella población. Con los Reyes Católicos, la nueva paz que se
establece tras la conquista del reino de Granada va a suponer un cambio
en aquella población encerrada en la
fortaleza. Nuevos campos, libres de la provisionalidad de la frontera, van a
desarrollar una nueva economía basada más en la agricultura y ganadería que en
la dependencia anterior de otros lugares como en los años anteriores, al mismo
tiempo que se va a producir un aumento de población significativo, que dará
lugar al nacimiento de una nueva ciudad en las faldas del Castillo de la Mota y del Cerro de las
Cruces. Un reciente documento del Archivo Municipal, referido al año 1503, nos
manifiesta que los Reyes Católicos llevaron a cabo un repartimiento importante de tierras entre los
moradores de la fortaleza de la
Mota tras la toma de Alhama. Algunos de ellos invadieron los
baldíos, los montes y las tierras comunales, dando lugar a un gran desorden que
los interese ganaderos vinieron en detrimento de los intereses de estos nuevos propietarios. Curiosamente, el
corregidor Diego de Anaya fue enviado en el año 1495 para remediar la situación. Se encuentra un grupo importante
opositor, privilegiado, formado por los caballeros y oficiales del cabildo que
no quieren desposeerse de las tierras invadidas, dando lugar a otro grupo,
integrado por los pobres y miserables, el pueblo llano que es privado de todo
tipo de medidas de repartimiento o , probablemente, fueron usurpadas sus
tierras por no poder hacer frente a las deudas . Ante esto, los Reyes obligan a
que se restaure la situación anterior, conservando las tierras comunes y se
mantengan anteriores repartimientos entre toda la población. No debieron
cumplir dicha normativa, porque años después de nuevo advierten que se cumpla
la carta ejecutoria real.
Esto dará lugar
al nacimiento de varios repartimientos de tierras desde los Reyes Católicos
hasta Carlos III, en los que las clases privilegiadas se verán beneficiadas de
estas medidas mediante la asignación de las tierras más productivas y numerosas
frente a las clases populares que tan sólo verán acrecentadas sus haciendas en
pequeños peculios que apenas les permitían vivir y sacar algunos frutos de la
viña. Por otro lado, el ayuntamiento logra convertirse en otro importante
caballero o propietario para poder hacer frente a sus gastos mediante la
concesión de nueve cortijos otorgados por los Reyes Católicos ( Batán, Mesa,
Medianil, Juanil, Allozarejo, Mesa, Cabeza el Carnero, Acequia Alta y Baja,
Pinillo, Piojo). Poco a poco, las tierras del Sapillo, Atalaya y el
arrendamiento de bienes comunales le permitirá hacer frente a los muchos gastos
que lo empeñaba por ser el mayor generador de servicios.
En este tiempo, se
percibe una sociedad de una treintena de hidalgos que disfrutan de cortijos
mediante el sistema de arrendamiento o laboreo propio, una clase media pujarera
que labraba sus propios terrenos o arrendaba tierras, con las que podía vivir
toda su familia, y una tercera clase, formada por los jornaleros que agrupaban a gran número de
personas dedicadas al campo, que vivían de las expensas de los dos grupos
anteriores, mediante un salario que le permitía la subsistencia en los meses
de julio y agosto, la sementera, la
vendimia y alguna que otra labor
agrícola o ganadera. Complementaban sus ingresos con la emigración a tierras
cordobesas y sevillanas en tiempos de la siega temprana de mayo y junio. El
resto de los meses del año vivían a expensas de la caridad de los más
privilegiados, y, en momentos de lluvia o sequía, de la limosna de los abades y
del reparto de trigo del ayuntamiento. Este grupo era el más afectado por cualquier tipo de
calamidad, peste o catástrofe pública. Entre ellos, se producía la mayor
mortandad y sus haciendas en más de una ocasión tuvieran que ser desalojadas para librar a la ciudad del
contagio de las enfermedades malignas. Si observamos sus viviendas, al
principio, habitaban en Bahondillo o en los barrios de Santo Domingo en casas
que se asemejaban a las actuales chabolas con el refugio de las cuevas de la
roca de la fortaleza. Conforme avanza la ciudad
hacia el llano, la mayoría se establecen en las calles perífericas del
barrio de san Sebastián, barrio de san
Blas, de san Juan, santo Domingo y en las calle Rosa, Utrilla, Juan Jiménez,
Espinosa o Mesa, reservando a la vida
comercial e hidalga las calles del Llanillo, Veracruz, Real, LLana, Caños,
Tejuela y Álamos. Una situación más desgraciada son los campesinos que viven en
los cortijos como gañanes, el el resto de los
meses del año vivían a expensas de la caridad de los más privilegiados, y, en
momentos de lluvia o sequía, de la limosna de los abades y del reparto de trigo
del ayuntamiento. Este grupo era el más
afectado por cualquier tipo de calamidad, peste o catástrofe pública. Entre
ellos, se producía la mayor mortandad y sus haciendas en más de una ocasión
tuvieran que ser desalojadas para librar
a la ciudad del contagio de las enfermedades malignas. Si observamos sus
viviendas, al principio, habitaban en Bahondillo o en los barrios de Santo
Domingo en casas que se asemejaban a las actuales chabolas con el refugio de
las cuevas de la roca de la fortaleza. Conforme avanza la ciudad hacia el llano, la mayoría se establecen en
las calles perífericas del barrio de san
Sebastián, barrio de san Blas, de san Juan, santo Domingo y en las calle Rosa,
Utrilla, Juan Jiménez, Espinosa o Mesa,
reservando a la vida comercial e hidalga las calles del Llanillo, Veracruz,
Real, LLana, Caños, Tejuela y Álamos. Una situación más desgraciada son los
campesinos que viven en los cortijos como gañanes, o en pequeñas casas de
retama, que a veces concedía en los
diversos repartimientos el propio ayuntamiento y dio lugar al nacimiento de las
aldeas y nuevos núcleos rurales.
Además de estos
grupos, los eclesiásticos formaban un grupo de personas que alcanzaba entre el
personal de ambos sexos y auxiliares, a veces las doscientas personas. Hubo
momentos, en que los seis conventos tenían una media superior a las veinticinco
personas y la propia abadía superaba los sesenta clérigos entre el abad,
cabildo, capellanes, sacristanes y a pertigueros, cantores... Era una clase
privilegiada libre de cualquier tipo de imposición y bastante pudiente por el
gran número de ingresos entre los diezmos, primicias y donativos así como
una gran número de fundaciones en forma
de capellanías y memorias de misas. además, muchos de los clérigos compartían
su labor eclesiástica con la administración y el laboreo de fincas, ya que
muchos de ellos eran descendientes de hijosdalgos y se veían obligados a
administrar los bienes de su herencia o los adquiridos por la vida comercial.
Otros oficios y gremios existían en la ciudad, que compartían el fruto de su
oficio con el laboreo de la tierra. Por eso no es de extrañar que hubiera grana
cantidad de albañiles o zapateros, que al mismo tiempo eran propietarios de
pequeñas fincas de viña.
En este
período, sobre todo, en el siglo XVI Carlos I repartió mil fanegas en torno a
las riberas del Palancares, Velillos y Guadalcotón, en una cantidad de diez mil
fanegas de tierras y, posteriormente, en tiempos de Carlos III, se hicieron
importantes avances con la distribución de más de once mil fanegas de
tierra. Esta política hizo que
transformaran muchas tierras comunales, dedicadas a pastos de los
ganaderos alcalaínos en Encina Hermosa, Romeral, Fuente Álamo, Charilla, Llano
de los Muchachos, Camello, Atalaya de Mures y en otros lugares montañosos, en
beneficio de los agricultores. Mas,
algunas buenas intenciones como la del rey de la Ilustración quedaron
en saco roto, porque aquella gran masa jornalera no pudo conseguir el deseo de
vivir de su trabajo agrícola, ya que la mayoría de las veces no podía competir
con los intereses de las clases pujareras, hidalgas y de otros oficios.
Primero, porque no podían pagarle los campos roturados anteriormente, y se
veían obligados a cederle las tierras repartidas. Otras, la
cantidad de éstas tierras era tan pequeña e incómoda a sus domicilios que
significaba un cambio de nueva vida, que no les cambió de modo de vida.
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